Silbato de alerta -Editorial de La Tribuna acerca de la violencia en la campaña electoral

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 la medida que nos acercamos al día “D” -no nos referimos al desembarco de los aliados en Normandía en la segunda guerra mundial- las tensiones políticas crecen. Se percibe en los discursos de los aspirantes presidenciales, cada vez más duros hacia sus adversarios. En las acusaciones, de varios de ellos, que lindan en la calumnia y la difamación. Irrespetando el Pacto Ético que recientemente suscribieron con los auspicios de las embajadas y del PNUD, en el que se comprometían a conductas elevadas de respeto que ni por cerca han observado. En los vergonzosos zafarranchos que arman algunos de los aspirantes en los foros de debate, donde han sido invitados a exponer sus planes de gobierno, pero a lo que han ido es a enfrentarse -hasta con estrategia de provocación preparada- en total irrespeto al público asistente.

Si al inicio respetaban la propaganda proselitista peleándose espacio en los postes de luz -pancartas, vallas, afiches descoloridos por efectos de la intemperie y del intenso sol- ahora, como demostración de la cólera que comienza a brotar, no solo la destruyen, en horas sigilosas de la madrugada, sino que, como en tiempos de la inquisición cuando metían “brujas” a la hoguera, la están quemando. Ello revela la amargura represada que varios de estos bandos guardan en su interior. Pero a la vez, es como silbato de alerta temprana que indica lo que podría suceder el propio día de la elección, cuando comiencen los tales escáneres a transmitir los resultados parciales. Y los que vayan perdiendo, en los tres niveles electivos, se alboroten para denunciar el presagiado “fraude”, como antesala de la molotera, si no ganan la elección. No sabríamos anticipar, en este momento, cómo vaya a funcionar ese novedoso y carísimo sistema de transmitir actas, cuando solo será una muestra -por muy grande que sea- y no la totalidad de la información, la que vaya a recibirse. Aparte que quién sabe si el TSE tenga el peso suficiente -por huecos en su autoridad- para controlar la situación.

En editorial anterior -para que estén ojo al Cristo y se tomen medidas preventivas-planteamos algo de lo que podría suceder y la razón por la cual podría acontecer, en las horas posteriores a la transmisión de esos resultados. Peor con la resaca de odio que ha quedado en algunos de los bandos en contienda, la afluencia de tantos partidos, de decenas de miles de aspirantes a cargos de elección popular -algunos de ellos evidenciando comportamientos infantiles y enervamientos premonitorios- la mayoría de los cuales no va a salir. Es ese ambiente el que preocupa, atizado por grupos cegados por la inconsecuencia que destila la ambición de poder. Como si la salud del país valga un comino. Ojalá el bulto de observadores que vienen, sea a contribuir a la paz, no a alimentar hogueras. ¿Qué pasaría si en medio del proceso de votación, como estrategia para estimular afluencia o correr votantes, en base a la información privada que cada cual tenga, de las encuestas a boca de urna, alguno de estos bandos se declara ganador, o cualquier otra artimaña aprendida para provocar desasosiego? ¿Así que -disculpen la insistencia- cuál será la fórmula preventiva, precautoria, que tiene el TSE, bajo la manga de la gabacha, para sofocar todas esas endiabladas reacciones, y que esto no se convierta en gallinero asechado por gavilanes?

 

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