Entrevista a Leonardo Párraga, mentor del proyecto “Cartas por la Reconciliación”, iniciativa de jóvenes para la paz en Colombia
Por Lucía Cholakian Herrera – NodalCultura.
Tras más de medio siglo del conflicto interno que dejó un saldo de saldo de siete millones de desplazados, más de doscientos mil muertos y sesenta mil desaparecidos, Colombia hoy abraza un proceso de paz. Proceso porque involucró múltiples instancias, porque conllevó la necesidad de participación de diversos sectores de la sociedad y porque se sigue trabajando en alcanzar los acuerdos necesarios para declarar la “paz completa”. Mientras el gobierno anunció que se reanudarán los diálogos con el grupo guerrillero ELN, el proceso de paz va por un camino que instaura un precedente a nivel internacional en términos de reconciliación y negociación en conflictos internos. Los países de América Latina son colaboradores claves de este momento fundamental para la historia de Colombia y la región.
Como todo conflicto interno, el colombiano provocó grandes heridas en la sociedad civil, que hoy se prepara para recibir a los ex-combatientes, ahora desarmados. Esta no será una tarea sencilla. Importa el estímulo del Estado abriendo instancias de diálogo, pero también son necesarios los proyectos ejecutados desde la misma sociedad civil para crear canales de diálogo y de encuentro.
Leonardo Párraga, mentor del proyecto “Cartas por la Reconciliación”, dialogó sobre el tema con Nodal Cultura. Miembro de la Fundación BogotArt Párraga creó este programa junto con otro joven colombiano, Cristian Palacios, de la Fundación Jóvenes para Jóvenes. El mismo está basado en el intercambio de cartas entre ciudadanos y combatientes de las FARC que se aprestan a dejar las armas, para sentar las bases de una paz duradera.
¿Cómo nació la campaña Cartas por la Reconciliación?
La campaña se creó a principios de febrero de este año en Bogotá, en la Cumbre Mundial de Premios Nobel de Paz. Un grupo de jóvenes vimos la necesidad de reconciliar a los ciudadanos con las personas que están dejando las armas. Buscamos una estrategia para hacerles llegar mensajes, expresando el sentir de la ciudadanía; al mismo tiempo, pensábamos que era necesario que las personas de las ciudades conocieran las necesidades que tienen las Farc.
Así surge Cartas por la Reconciliación, viendo la necesidad de crear ese canal de comunicación entre esos dos sectores tan distantes de la sociedad. Nos cuestionábamos cómo serían recibidos los excombatientes cuando se reintegren.
¿Notan en Colombia un entusiasmo por parte de la juventud de involucrarse en el Proceso de Paz?
El plebiscito para refrendar los acuerdos de paz del 2 octubre de 2016 fue para el pueblo colombiano un profundo choque. Primero, porque contra todos los pronósticos se impuso el ‘no’ por un margen irrisorio. Por otro lado, otro punto preocupante fue la baja participación ciudadana en una decisión tan trascendental para el país; tan solo 37% del total de posibles votantes fueron a las urnas. Pero tal vez la deuda más grande que alberga el pueblo colombiano es haber dado la espalda a las víctimas, quienes a pesar de haber sufrido la guerra en su máximo rigor estaban dispuestos a perdonar y construir un nuevo país donde todos cabían. Regiones como Bojayá (con 96% de votos por el sí), Caloto, Miraflores y San Vicente del Caguán, a pesar de haber puesto una gran cantidad de muertos de la guerra en Colombia estaban dando pasos grandes hacia una reconciliación y escribir una nueva historia. Sin embargo, en el plebiscito sintieron como el país les dio la espalda, especialmente los habitantes de las ciudades que habían experimentado la guerra desde el televisor en la sala de sus casas.
La suma de estos elementos fue la gota que rebosó la copa. La indignación de nosotros los jóvenes fue un motor para buscar formas en las que pudiéramos usar nuestra energía para aportar a la tan necesaria construcción de paz que nos llamaba el país. El pasado 3 de octubre en Bogotá surgió el movimiento Paz a la Calle, mayoritariamente compuesto de jóvenes. Una asamblea ciudadana horizontal con el propósito de lograr obtener un acuerdo de paz lo más pronto posible. El 5 de octubre se realizó la marcha de los estudiantes por la paz, como una forma de demostrar que los jóvenes también estamos comprometidos con el futuro de la paz en nuestro país. Ese día más de 50.000 personas llenaron la Plaza de Bolívar gritando frases como “Acuerdos ya”, “Queremos la paz” y, “Con la paz, ni un paso atrás”. En la noche se instaló en la Plaza de Bolívar el Campamento por la Paz, una forma simbólica de presión en el medio del centro de poder de Colombia, que exigía fundamentalmente un acuerdo ya y el cese bilateral al fuego. El campamento tuvo una resistencia de 49 días antes de ser desalojado.
Los jóvenes se movilizaron y comenzaron a encontrar formas más cercanas a su realidad para involucrarse en el proceso de paz, para presionar que se diera pronto un nuevo acuerdo, el cual fue alcanzado el 12 de noviembre. Después de lograrlo, sin embargo, bajó un poco la ola de jóvenes involucrados en los diferentes procesos para promover una paz sostenible en Colombia. Sin embargo, es de destacar que después de la llegada de los guerrilleros a las zona veredales, movimientos como el voluntariado de paz volvieron a revitalizar el involucramiento juvenil y mostrar que el tema de participación a veces requiere que se den los espacios propicios para que se desarrolle.
¿Qué relevancia piensan que tiene establecer este tipo de contactos entre los futuros ex combatientes y los miembros de la sociedad civil no armada?
Los miembros de las FARC llevan más de medio siglo en las selvas de Colombia. Así, estando en la clandestinidad, muy pocos colombianos en las ciudades han tenido la posibilidad de interactuar con ellos directamente y tener una conversación profunda, donde se conozcan como humanos, como ciudadanos, como colombianos, más allá de los prejuicios. Precisamente, este es un proceso de absoluta necesidad para una paz sostenible. Colombia, desde su independencia, puede decir que ha contado con muy pocos años en los que se ha encontrado en paz. La resolución de conflictos de forma violenta y la generación de una división entre el “yo” y el “otro” y defensa a capa y espada de yo estoy bien y usted no ha hecho que la guerra pueda persistir en el tiempo. Lo anterior no quiere decir que la guerra sea inmortal. Hemos visto países como Irlanda que después de más de 500 años de guerra han logrado encontrar una paz que aún se sigue construyendo con la participación de todos. Este es un camino que también Colombia puede recorrer, aunque espero que no en un periodo de tiempo tan largo como lo fue para Irlanda. Considero vital que generemos una nueva narrativa como país, en donde como colombianos todos nos esforcemos activamente por generar un país más igualitario y tolerante, donde dejemos de buscar chivos expiatorios y encontrar culpables.
Debemos comprender la historia y ser conscientes de que podemos escribir un nuevo capítulo y evitar que Colombia sea un pueblo condenado a 100 años de soledad que no tenga una segunda oportunidad, como diría Gabriel García Márquez. Cuando seamos conscientes que la guerra puede volver a aflorar con todo su brío si entramos en el juego del discurso polarizante, si volvemos a la dinámica de ellos contra nosotros, tal vez veamos la importancia de conocer el otro para verlo como un vecino, como un conciudadano, como alguien que no estaríamos dispuesto a herir o atacar.
Es un proceso difícil, pues las heridas de más de 50 años de guerra pueden tomar un lapso considerable en cicatrizar. La conversación y el diálogo abierto y sincero entre dos grupos que han sido tan distantes puede ser un catalizador y ungüento para que se cierren estas heridas y podamos contar de nuevo con un tejido social fuerte.
¿Podrían imaginar la ejecución de este proyecto a la inversa? ¿Creen que a muchos jóvenes les interesaría recibir cartas de miembros de la guerrilla?
Por supuesto. De hecho ya está ocurriendo, aunque en una escala menor. De momento, hemos recibido cerca de 200 cartas de respuesta por parte de los miembros de las FARC a los mensajes que les fueron entregados. Para dar visibilidad a estas respuestas se realizó en conjunto con la alcaldía de Cali un evento donde fueron expuestas estas cartas y diferentes ciudadanos pudieron leerlas y conocer más de la iniciativa. Sin embargo, también nos imaginamos que sería muy interesante como ejercicio que los ex combatientes de las FARC fueran quienes inician la conversación, y pudieran preguntarle a los estudiantes y otros jóvenes acerca de sus vidas, y con eso comenzar a conocer también esa otra cara de Colombia con la que aún no están familiarizados, la de las ciudades y sus habitantes.
¿Qué aprendizaje les dejó la experiencia de la primera entrega de Cartas?
Aquí habló a nivel personal, aunque muchos de mis compañeros asistentes a la entrega comparten esta opinión. A nivel periodístico es bastante sesgado tomar como real una historia en la que sólo contamos con una fuente y perspectiva de la historia. Pues bien, fue una ocasión para darnos cuenta que en verdad nunca habíamos escuchado la versión de los hechos de las FARC. Sin embargo, teníamos una gran certeza de cómo era el conflicto en Colombia, quiénes eran sus principales actores y qué los motivó. Fue una ocasión para entender a Colombia desde un espectro más amplio y ver que la guerrilla puede ser una respuesta a la falta de presencia del estado, especialmente en las zonas rurales donde se advierte de sobremanera la inequidad en el acceso a la tierra. Es una historia que traemos desde tiempos de la colonia, mas se sigue prolongando hasta el día de hoy.
La experiencia nos permitió comprender también que la guerrilla está conformada por la base de la pirámide que más se ha visto invisibilizada por parte del Estado: los campesinos, afrocolombianos e indígenas. El que estén relegados a un segundo plano y experimenten de forma más profunda la inequidad, es un perfecto caldo de cultivo para que vuelva a renacer el conflicto. Sean las FARC o no, siempre existirán grupos oprimidos que se van a exigir que se les garanticen sus derechos fundamentales y que se de en el país una verdadera justicia social.
Pero tal vez el aprendizaje más profundo es que todos los que nacimos en este territorio somos colombianos, que somos humanos y compartimos muchas características comunes más allá de categorías como guerrilleros, estudiantes, trabajadores etc. Poder reconocer al otro como un interlocutor válido que nos puede aportar a nuestro crecimiento personal y social es un elemento que puede generar unión y trabajo conjunto por un fin que valga la pena como un país en paz, en contraposición con la división y competencia que se genera al buscar enemistades y descartar al otro de antemano.
¿Imaginan nuevas formas de creación de diálogo una vez que los ex combatientes y quienes hoy escriben las cartas estén en contacto cotidiano en sus ciudades y pueblos?
En las conversaciones que tuvimos con los miembros de las FARC pudimos notar el profundo deseo que tienen de darse a conocer con la sociedad civil de forma abierta, respondiendo todas sus preguntas y entrando en un diálogo constructivo que contribuya a la reconciliación. Los miembros de las FARC aún permanecerán un tiempo en las zonas veredales, transitorias y de normalización. Una estrategia que hemos pensando es hacer charlas semanales vía Skype en las que se instala un computador en una plaza pública, y se llevan a cabo una conexión con una zona veredal en donde se abre un espacio para el diálogo y preguntas y respuestas entre ambos grupos. También con el material audiovisual que hemos podido recuperar de las visitas a las distintas zonas veredales estamos preparando un documental que muestre cómo ha sido el proceso de la campaña, y cómo el diálogo abierto y sincero es una herramienta poderosa para derribar los muros que separan a las personas y comenzar a construir puentes que los conecten y permitan ver las diferentes posibilidades de cooperación.
De igual forma, somos conscientes que la reconciliación es un proceso que toma su tiempo. Queremos crear la Cátedra de Reconciliación, como un proceso de trabajo con la sociedad civil en donde se haga un ejercicio con todas las personas –incluyendo especialmente las víctimas– para que a través de actividades que promuevan la tolerancia intergrupal, la reducción de prejuicios y el diálogo se logre volver a conectar el tejido social en nuestro país.