Dos miradas sobre Venezuela: “Una nueva batalla, ¿quién ganó?” (Por Marco Teruggi) y “Ahora o nunca” (Por Antonio Sánchez García)
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
Una nueva batalla, ¿quién ganó? – Por Marco Teruggi
Es necesario entender el escenario en el cual se desarrolla la confrontación en Venezuela para realizar balances sobre las sucesivas jornadas de calle. Si se cuenta desde el inicio de este nuevo ciclo -que comenzó el 30 de marzo- la movilización del 19 fue la séptima que encabezó la derecha. Si se mira hacia atrás es el segundo intento insurreccional desde el mes de octubre pasado, y si se analiza desde el inicio de la presidencia de Nicolás Maduro, se trata del cuarto. Un promedio de uno por año.
Estas fechas son cuando pueden quebrarse correlaciones de fuerza, darse vuelcos catastróficos. Son los momentos en los cuales el Golpe de Estado en permanente desarrollo se torna visible. Esta vez brillaba de tan nítido: Julio Borges, presidente de la Asamblea Nacional, había realizado un llamado a la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB), el Departamento de Estado de los Estados Unidos había emitido un comunicado contra el Gobierno de Venezuela y 11 países del continente habían firmado una declaración conjunta contra del Gobierno. ¿Qué más hacía falta?
Del lado del chavismo el presidente había denunciado la luz verde dada por Estados Unidos para el Golpe, activado un plan especial ante la amenaza -el Plan Zamora-, varios grupos preparados para caotizar la movilización habían sido arrestados y el chavismo se disponía a movilizar en todos los puntos del país.
Existían varias hipótesis acerca de lo que podía pasar y desencadenar la tragedia. La más fuerte era que grupos de la derecha -entrenados, armados y financiados- se introdujeran en el oeste de la ciudad -zona por excelencia del chavismo- para iniciar confrontaciones y desatar enfrentamientos entre civiles. Eso hubiera significado la apertura de una escalada de final incierto y peligroso, un escenario favorable a la derecha empecinada en caotizar el país hasta el borde de la ingobernabilidad para pedir a gritos la intervención extranjera.
Si eso era antes una idea que podía parecer lejana, desde el bombardeo norteamericano a Siria, Afganistán y las dos declaraciones contra Venezuela en una semana, ya no lo es.
Los peores augurios no tuvieron lugar: el tablero estaba medido y controlado -dentro de los márgenes de lo posible-. A menos que sucediera la hipótesis descrita, o un repentino llamamiento de un sector de la FANB, era difícil que se diera el vuelco. En cuanto a un posible alzamiento popular, éste estaba descartado así planteadas las cosas: cuando la gente, las barriadas, se alzan, simplemente lo hacen, no lo anuncian durante días.
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Es necesario entender el escenario, porque entre intento e intento insurreccional -como este- se desarrolla el corazón de la estrategia contrarrevolucionaria. Lo que existe en Venezuela, contra su Gobierno y el pueblo, es un proceso de asfixia que cubre todos los flancos.
Se trata de un nuevo tipo de guerra que no se anuncia, no se reconoce, no tiene generales visibles, pero es tan real como las otras. Una de sus complejidades reside justamente en que hay que acorralarla hasta poder nombrarla: se esconde, es cobarde y en su accionar inunda los cotidianos de la gente, no deja punto de fuga ni de descanso. Todo queda subsumido bajo su lógica.
Todo: la economía, la comunicación, la geopolítica, las fronteras, la violencia, la calle, las relaciones entre la gente. Se trata de una combinación de golpes de asfixia con golpes insurreccionales. Los primeros operan sobre el día a día, generan lentamente las condiciones. Los segundos aparecen cuando los autores del plan creen que existe un cuadro maduro para recoger el agotamiento/odio/rencor acumulado, y la fragilidad permite un quiebre. Así sucede, en alternancia. Por eso estas fechas son las de la salida a la superficie de la guerra. El resto de los días, semanas y meses, trabaja en las sombras.
¿Quiénes son los autores del plan? En orden de importancia se encuentran primero los Estados Unidos. Esta nueva metodología de guerra es parte de su estrategia. La han aplicado en varios países: Siria, como caso más claro y reciente. Luego viene la derecha nacional, junto con las del continente. Estas últimas pueden ocupar el lugar público del ataque como una forma de presionar en calidad de fuerza intermedia. Esto ha sido, por ejemplo, la declaración de los 11 países. La pinza aprieta por todos lados.
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¿Quién gana entonces en una fecha como la del 19? Quien logre conducir el escenario al desenlace deseado. En el caso del chavismo a la paz, en el caso de la derecha al caos. Visto así se trata de una victoria chavista. En particular porque en el caso de este 19 el despliegue de fuerzas chavistas fue multitudinario. Si la derecha se planteaba disputar Caracas, la realidad indicó que necesita más. Su base social actual es grande pero insuficiente para un objetivo de esa magnitud. Sin un crecimiento hacia las barriadas, le será muy difícil ocupar la capital como habían planteado hacerlo.
En los balances públicos los voceros de la derecha dirán lo contrario: ellos fueron miles y miles y el chavismo tan solo un puñado. De eso trata la disputa por el sentido. Quien logre convencer gana. Dicen, por ejemplo y sin pruebas, que el joven muerto en el barrio de San Bernardino este 19 fue responsabilidad del Gobierno, de sus presuntos grupos armados, un hecho que hubiera sido para amedrentar a quienes se movilizaban.
Quienes tienen memoria -y recuerdan por ejemplo que Julio Borges encabezó el Golpe de Estado del 2002- saben que la derecha ha utilizado como modus operandi el asesinato con francotiradores en los momentos de agudización de la confrontación. ¿Este fue el caso? No se sabe. Tampoco en el caso de la joven muerta en San Cristobal. Las investigaciones, informó el vicepresidente, están en marcha. Este escenario de sangre e imágenes viralizadas solo le favorece a la derecha y a los titulares tremendistas que posiciona en el mundo.
Todo está en desarrollo. La derecha convocó nuevamente a las calles para este jueves 20 de abril. No resulta claro con qué fuerza y con qué método piensan quebrar la correlación de fuerzas: tal vez no sea ese el plan, sino desgastar y presionar. Van a seguir, eso es seguro, y presentándose como víctimas de una represión. Quien transite las calles de Caracas, entre a las zonas de conflicto, verá que lo que existe son grupos de choque de la derecha -a la vanguardia de las columnas o en focos aislados- que van en búsqueda de la confrontación para generar las imágenes internacionales. Las necesitan, son una pieza clave del andamiaje comunicacional.
Venezuela es un gran laboratorio de las nuevas formas de la guerra. Comprender cómo se mueve es clave para pensar los balances de estas jornadas. Permite entender que los ataques son constantes y que no deberá sorprender más violencia de la derecha, incendios de instituciones, declaraciones de agresión internacional disfrazadas de preocupación. Se trata del objetivo número uno del imperialismo en el continente. No descansará hasta tener el control directo sobre los recursos naturales y el poder político.
@Marco_Teruggi
Ahora o nunca – Por Antonio Sánchez García
Al cardenal Urosa Savino
Confieso haber detestado el uso abusivo y extemporáneo de la frase que encabeza este artículo. Por declamatoria, fantasiosa y prácticamente incumplible por quienes la invocaban bajo cualquier pretexto y en cualquier circunstancia. Pues se trata de una frase definitoria que mal empleada puede sonar a balandronada. Muy a pesar de que como la historia lo ha demostrado con creces, todas las grandes acciones emprendidas por el hombre a lo largo de la atormentada y turbulenta historia de esta transida humanidad se han cumplido bajo ese compromiso existencial. Ahora o nunca. To be or not to be, that is the question.
Ese y ningún otro es el caso de Venezuela y los venezolanos en la trágica y definitoria circunstancia que vivimos, tan grave como aquella que conmemoramos este próximo 19 de abril. Común a los grandes eventos de la Independencia hispanoamericana. Digan lo que digan los bufones, testaferros y tartufos carcomidos por el oportunismo político, incapaces de comprender los grandes desafíos de la historia y asumirla a ella misma como la obra de quienes jamás rehuyeron sus responsabilidades, asumiéndolas con valentía, grandeza de espíritu y fortaleza de ánimo.
Tuvimos los venezolanos un ejemplo magistral, desgraciadamente abusado y malversado por la inclemente y odiosa mediocridad de quienes le quedaran demasiado pequeños: Simón Bolívar. Hay de él un recuerdo imborrable, que nos fuera transmitido por el embajador de la Gran Colombia en el Perú, Joaquín Mosquera, quien saliera a su búsqueda y encuentro, hasta dar con él en Pativilca, en las desoladas sierras peruanas, el 7 de enero de 1824, vísperas de la arremetida final en Ayacucho y cuando los nuestros debían enfrentarse a tropas mucho mayores en número y mejor apertrechadas, veteranos y experimentados guerreros españoles curtidos en las guerras napoleónicas, en las alturas de los Andes peruanos: “Encontré al Libertador ya sin riesgo de muerte del tabardillo que había hecho crisis; pero tan flaco y extenuado que me causó su aspecto una muy acerba pena. Estaba sentado en una silla de vaqueta recostada contra la pared de un pequeño huerto, atada la cabeza con un pañuelo blanco. Sus pantalones de jean me dejaban ver sus dos rodillas puntiagudas, sus piernas descarnadas. Era su voz hueca y débil y su semblante cadavérico. Tuve que hacer un esfuerzo para no largar mis lágrimas y no dejarle conocer mi pena y mi cuidado por su vida.” Luego de señalarle la superioridad de las tropas de Canterac, las flaquezas de sus ejércitos y las carencias de sus caballerías, se atrevió a preguntarle: “¿Y qué piensa hacer usted ahora?”. En tono decidido y con sus ojos encendidos por la fiebre y la pasión le respondió sin dudar un segundo: “¡Triunfar! ¡Triunfar! ¡Triunfar!”. Triunfó.
Es la encrucijada en que nos encontramos al día de hoy: levantarnos como Nación, tal si fuéramos un solo hombre, romper nuestras cadenas y expulsar de nuestro territorio a los cipayos y a los cubanos que se sirven de esos malos hijos para tener con qué sobrevivir. Aplastar la dictadura, aplastar a los dictadores, expulsar a los invasores, enfrentar la tiranía y restablecer el honor y la honra de nuestra Patria. Ahora o nunca.
Sin decisión, sin voluntad, sin coraje los pueblos no se sacuden los yugos de la esclavitud ni se muestran capaces de conquistar su Libertad. Baltasar Porras acaba de entregarnos un conmovedor testimonio que lo honra a él, a nuestra iglesia y a la Venezuela que lucha por reencontrarse a si misma. Un escrito extraordinario dedicado a los jóvenes que se enfrentan a la tiranía a pecho descubierto, arriesgando sus vidas. Y ha tenido el coraje y la lucidez de desafiar todos los convencionalismos: ha alabado y aplaudido la voluntad y la decisión patrióticas de esos jóvenes rebeldes que se enfrentan a la maquinaria de terror, destrucción y muerte de la tiranía, con el fuego de su pasión en las manos.
Imagino el escándalo que experimentarán al leerlo aquellos pacatos y pusilánimes que han incubado todas las ambigüedades y todas las traiciones. Los mismos que se indignaran ante “la violencia” de las guarimbas y se entregaron alborozados al diálogo que mantuviera con vida al sátrapa mientras medio centenar de esos jóvenes regaban con sangre las calles de Venezuela. Cien mil asesinatos ha prohijado entre tanto Nicolás Maduro, mientras ellos le extendían la mano a la espera de su beneplácito electoral. Y han puesto el grito en el cielo ante la indeclinable decisión del uruguayo Luis Almagro por empuñar las armas de la inteligencia y el honor de nuestra América en defensa de Venezuela.
Son los mismos que se allegaron a la sede de la Conferencia Episcopal Venezolana, aquella mañana del último diciembre en que decidieran su exhorto pastoral llamando a la feligresía a oponerse a la dictadura sin darle tiempo ni respiro, con un mensaje ominoso, que decía, palabras más palabras menos, que fueran más cautos y más conciliadores. Ochenta monseñores les dieron la espalda.
Llegamos al momento crucial. Y Dios ha querido que los tiempos coincidan en memoria de ese inolvidable 19 de abril de 1810. Exactamente como entonces, cuando desde el balcón de lo que fuera el palacio de la gobernación y hoy es la ultrajada Casa Amarilla, el sátrapa de entonces fuera conminado a dejar el poder y los patriotas le abrieran a Venezuela los portones de la Libertad.
Exactamente como entonces: es ahora o nunca.
(*) Profesor de Filosofía Contemporánea en la Maestría de Filosofía de la Escuela de Filosofía de la Universidad Central de Venezuela.