Neoliberalismos y trayectorias de los feminismos latinoamericanos – Por Sonia E. Alvarez
El desarrollo neoliberal, patriarcal, racista y colonialista ha permitido, facilitado o incluso fomentado ciertas formas o tipos de discursos y prácticas feministas. Pero al mismo tiempo, ha limitado, circunscrito o hasta reprimido o criminalizado otros. Para mostrar esto, quiero analizar la relación entre el desarrollo neoliberal, racista y patriarcal y los movimientos de mujeres y feministas en América Latina en tres momentos diferentes.El primero coincide con el inicio del neoliberalismo, lo que algunos llaman la fase del fundamentalismo de mercado, donde el mercado es considerado un dios y resolverá todo; y el régimen de Pinochet en Chile, tal vez puede expresar su cristalización máxima. El segundo momento, algunos lo han denominado neoliberalismo multicultural con “rostro humano”, en el cual la intensa explotación de los más pobres, con la intensificación del hambre, por ejemplo, comienza a amenazar al propio capitalismo. En esta fase, empiezan a aparecer las políticas dirigidas específicamente a la población que vive en la miseria, por debajo de la línea de pobreza. Y finalmente, un tercer momento (el actual) que algunos llaman, todavía con cuestionamientos, de post-neoliberalismo, o si se quiere, de neo-desarrollismo, que se conjuga, en algunos casos, con el regreso del nacionalismo popular (popular ahora a menudo entendido como multiétnico e intercultural) y que también muchas veces muestra continuidades significativas con el modelo de acumulación capitalista por desposesión.
“Ejército invisible”
Durante la primera fase del neoliberalismo, la del fundamentalismo de mercado, las mujeres, especialmente las pobres y pertenecientes a grupos raciales subalternos, constituían una especie de “ejército invisible” que garantizó la supervivencia de las familias y las comunidades frente a la dramática caída de los salarios populares y de los servicios públicos provocada por el ajuste estructural. Como sabemos, las políticas de ajuste llevaron a las mujeres de la clase trabajadora y a los pueblos indígenas y afrodescendientes a organizar y dirigir luchas comunitarias por la supervivencia y contra el proceso de acumulación brutal y militarista del capitalismo de esta primera fase, en especial durante la llamada “década perdida” de los años 80.
El militarismo de esa primera fase también llevó a las mujeres a liderar las luchas por los derechos humanos en toda nuestra región. Las semillas de los feminismos populares que hoy se extienden por América Latina ya estaban en esas luchas de las mujeres y los grupos raciales subalternos de los años 70 y 80. Estas luchas populares, como otros feminismos que (re) surgen durante esta fase, evidentemente, se negaron a tener cualquier relación con el Estado militarizado.
A su vez, el neoliberalismo en su primera etapa tenía solamente utilidad instrumental para los movimientos de mujeres, sustentándose en las mujeres de clases populares para implementar los llamados programas sociales de “emergencia”, que intentaban absorber la resistencia a la doble dictadura: la dictadura política y de mercado. La gran mayoría de militantes feministas y de movimientos populares, no obstante, se unió a las filas de la oposición al autoritarismo y al modelo de crecimiento orientado al mercado.
Neoliberalismo con “rostro humano”
La segunda fase del neoliberalismo coincide en muchos países de la región latinoamericana, con las llamadas “transiciones democráticas”, que colocan en el poder a sectores de centro-derecha de oposición a las dictaduras militares, pero que, en general, continuaban abrazando la dictadura del mercado. En ese momento se produjo un intenso debate entre militantes feministas que decidieron participar en el Estado neoliberal democratizado en un intento por promover políticas favorables a las mujeres y otras que se afianzaron en la oposición, reprobando las continuidades político-económicas y culturales entre los gobiernos post-autoritarios neoliberales y las dictaduras que les precedieron.
Esta disputa fue especialmente feroz, dada una especie de “angustia estratégica” o verdaderas “paradojas políticas” generadas por lo que, siguiendo a Evelina Dagnino (2004), podríamos llamar como “confluencia perversa” entre, por una parte, las conquistas reales de algunos elementos de la agenda feminista en América Latina y por otra, la “Nueva Agenda de Lucha contra la Pobreza” (New Poverty Agenda), promovida por las instituciones financieras internacionales en este segundo momento del neoliberalismo global.
La Agenda Neoliberal contra la Pobreza consideraba que un enfoque tecnocrático “con perspectiva de género” sería crucial para aumentar el “capital social” de las mujeres, especialmente las mujeres pobres y racializadas. Y el capital social femenino, a su vez, pasó a ser visto como esencial para integrar a las mujeres a un “desarrollo de mercado” más eficaz y eficiente (palabras clave del neoliberalismo II). Fue una época de proliferación de políticas enfocadas a los llamados grupos “vulnerables” –como las mujeres pobres, los grupos subalternos racializados–.
Así, los programas sociales de emergencia “focalizados” pasaron a ser permanentes en este segundo momento. Y es precisamente en esta coyuntura que el neoliberalismo va a usar una máscara más “humana”, multicultural y participativa. Y llama a las “organizaciones de la sociedad civil” –incluyendo algunas organizaciones feministas profesionalizadas– a ser “socias en el desarrollo y la democratización”. Y, en su calidad de “especialistas en género” (o generólogas…), muchas pasaron a administrar los proyectos dirigidos a las mujeres consideradas más “vulnerables” por el neoliberalismo globalizado.
En muchos países de la región, podemos decir que estos sectores del feminismo se consolidaron y se volvieron dominantes, si no hegemónicos, durante esta segunda fase del neoliberalismo. Y los feminismos y otros sectores de los movimientos de mujeres y populares que continuaron levantando críticas cada vez más contundentes a lo que en Chile se llamó “el modelito” perdieron visibilidad política y sus prácticas y discursos críticos quedaron cada vez más circunscritos y deslegitimados, como famosamente los llamó FHC (Fernando Henrique Cardoso, entonces presidente de Brasil), “neobobismos”. Entre los deslegitimados y silenciados estaban importantes sectores de los movimientos indígenas y negros, que actuaban hacía varias décadas en la región, pero que en realidad proliferaron y ganaron espacio social y cultural durante los años 90. Por esta razón, el neoliberalismo, en su segunda fase, también muchas veces se declaró “multicultural”.
En un intento por apaciguar lo más combativo y transgresor en estos movimientos, el neoliberalismo promueve, en esta etapa, algunas políticas para “integrar” mejor a los pueblos indígenas y afrodescendientes a la “ciudadanía de mercado” (o la ciudadanía mercantilizada, como la llama la Marcha). Es decir, algunas de las conquistas reales, producto de estas luchas antirracistas también “convergieron perversamente” con la mercantilización de la ciudadanía multicultural promovida por el neoliberalismo en su segunda fase.
Por lo tanto, esta fase permitió la articulación de demandas más “civiles” o cívicas por algunos sectores de movimientos indígenas, por ejemplo, especialmente aquellos que encarnaron o por lo menos “performaron” lo que Hale y Millamán han llamado el “indio permitido”, “una categoría identitaria que resulta cuando los regímenes neoliberales reconocen activamente y abren espacio para la presencia indígena colectiva”, mientras que separan “los derechos admisibles de aquellos prescritos, aquellos aceptablemente moderados de aquellos que amenazarían una transformación social radical” (2006, 284 y 301).
Quiero enfatizar que no estoy proponiendo un binarismo rígido entre lo permitido y lo no permitido. Simplemente quiero señalar dos caras del activismo que a veces encontramos en una misma persona, dos caras que se mezclan y entrelazan en una misma militante, una misma organización, un mismo movimiento.
Feminismo 2.0
En el momento actual, está claro que vivimos una reconfiguración de los campos políticos y de los movimientos sociales, lo que genera nuevas angustias estratégicas y nuevas paradojas políticas. Por un lado, tenemos la expansión geométrica de los feminismos populares, negros, indígenas, lésbicos, trans, jóvenes, etc. Un feminismo cada vez más “de masas”, un “feminismo 2.0″, como dice el sitio web de la Marcha en Brasil. Y por otro lado, vemos la consolidación de proyectos y gobiernos democrático-populares, de izquierda y de centro-izquierda, y de feminismos que se articulan con estos proyectos populares muchas veces a través de la “auto-organización” de las mujeres en los más diversos movimientos y espacios políticos.
En la coyuntura actual, quiero sólo destacar algunas preguntas que tal vez puedan ser aprovechadas en los debates de la Marcha. En primer lugar, parecería que la proliferación de gobiernos de izquierda o de centro-izquierda en la región, desde finales de los años 90, habría aumentado el espacio político para los sectores de los feminismos y movimientos de mujeres que quedaron invisibilizados y hasta criminalizados durante el segundo momento neoliberal. Y en algunos casos, como en Bolivia, también se abrió espacio a las organizaciones de mujeres vinculadas a los movimientos indígenas. Sin embargo, algunas militantes y observadoras académicas insisten en que estos proyectos y gobiernos muchas veces todavía comparten las suposiciones maternalistas que guiaron las políticas “con perspectiva de género” de la segunda fase neoliberal y por lo tanto continúan patriarcales al mismo tiempo que absorben algunas de las demandas feministas que serían más consonantes con el modelo post- neoliberal y/o neo-desarrollista.
Se plantean las siguientes cuestiones en la coyuntura actual: ¿hay “confluencias” entre las agendas de algunas corrientes feministas, los diversos sectores de los movimientos populares, negros e indígenas, y los gobiernos democrático-populares de hoy en día? ¿Aparecen nuevas “perversidades” en función de esas confluencias? ¿Cuáles son las principales “virtudes” que podemos identificar en las confluencias actuales entre los feminismos, los movimientos étnico-raciales, y los gobiernos de (centro) izquierda y democrático-populares? ¿Qué angustias estratégicas y paradojas políticas caracterizan la militancia en este tercer momento? ¿Qué discursos y prácticas feministas son permitidas y no permitidas en el momento actual? ¿Cómo superar estos aparentes binarismos políticos y enfrentar nuestras inevitables paradojas con más contundencia?
Quiero terminar subrayando que enfrentar nuestras paradojas –en lugar de la práctica mucho más común que consiste en camuflarlas o anularlas– es vital para los movimientos feministas y de mujeres, al igual que para todos los movimientos sociales, porque las contradicciones y los conflictos que generan muchas veces pueden ser muy productivos, provocando auto-reflexiones y reflexiones críticas que con frecuencia revitalizan y fortalecen los movimientos. Propongo, por último, que las paradojas son lo que realmente hace a los movimientos moverse.
Referencias Citadas
-Dagnino, Evelina. 2004. “Conflência perversa, deslocamentos de sentido, crise discursiva.” In La cultura en las crisis latinoamericanas, editado por Alejandro Grimson. Buenos Aires: CLACSO.
-Hale, Charles R. , and Rosamel Millamán. 2006. “Cultural Agency and Political Struggle in the Era of the Indio Permitido.” In Cultural Agency in the Americas, editado por Doris Sommer, 281-304. Durham, NC: Duke University Press.
* Doctora en ciencia política, profesora de la Cátedra Leonard J. Horwitz de Políticas y Estudios de América Latina y directora del Centro de Estudios sobre América Latina y el Caribe de la Universidad de Massachusetts en Amherst (EEUU).Artículo publicado en la revista América Latina en Movimiento No. 489 de octubre de 2013, titulada “Feminismo popular para cambiar el mundo” http://alainet.org/publica/489.phtml. (Traducción: Carmen Diaz Alba)
http://questiondigital.com/?p=18395