Paraguay: Reelección o no reelección ¿Es esa la cuestión? – Por Camilo Soares
PARAGUAY: REELECCIÓN O NO REELECCIÓN, ¿ES ESA LA CUESTIÓN? (I)
Falta poco menos de un año y medio para las próximas elecciones generales del Paraguay. Restan 17 meses para conocer quién será el próximo Regidor de estas tierras y cómo estarán conformadas sus cohortes de séquitos, legiones y bufones. ¿Quiénes están en la disputa?, ¿quiénes tienen más chances de hacerse con el Trono? ¿El próximo Jefe será colorado, liberal o independiente?, ¿de izquierda o de derecha? ¿Un outsider o un insider?
Una pregunta tan directa como ¿quién tiene más chances de ser el próximo Presidente de la República? probablemente nunca antes desde el inicio de la era democrática que se inicia con el derrocamiento del Gral. (+) Alfredo Stroessner (1954-1989) fue tan difícil de responder. Y es que, como nunca antes, un fantasma recorre nuestro mundo, el fantasma de la Reelección.
La guerra de todos contra todos, o la disputa por el “Trono de Hierro”
En la afamada serie televisiva Juego de Tronos el argumento central gira en torno a las interminables guerras dinásticas por ocupar el Trono de Hierro y poseer así la legalidad de gobernar sobre los 7 Reinos. Con el derrocamiento del Rey Targaryen la interminable guerra entre clanes para ver qué Príncipe impone su legalidad y reemplaza al Rey marca la dinámica del propio desarrollo de la sociedad.
La discusión entre legalidad y legitimidad está en permanente conflicto. Todo se organiza en base al conflicto, para evitarlo, para afrontarlo o para eliminarlo. El conflicto crea el orden y el orden es el conflicto. Las interminables disputas sobre quién posee la legalidad, aunque se desarrollan de manera pública en el ámbito de la formalidad jurídica, en realidad terminan siempre dirimiéndose por aquel que consigue articular suficientes fuerzas para imponer su poder fáctico. La fuerza construye poder y el poder impone legalidad. Pero la legalidad impuesta es generalmente frágil y precaria, solo sirve para articular fuerzas de manera provisoria. Y las alianzas nunca son “a favor de alguien”, sino que siempre son “contra alguien”.
La caída de Stroessner, o “Muerto el Rey, Viva el Rey” (pero que no viva por mucho tiempo)
Con el derrocamiento de la dictadura (1989) asumió el consuegro del Gral. Stroessner, el Gral. Andrés Rodríguez, quien comandó el Coup d’état y gobernó el país desde 1989 hasta 1993.
En 1992 fue promulgada una nueva Constitución Nacional que miró hacia el pasado, no en el sentido de haberse planteado una arquitectura jurídico-política para remover las trabas que impedían un desarrollo social integrador y defensor de los intereses populares, sino como un nuevo “Contrato Social” que garantizase un statu quo en el que ninguna facción de las clases dominantes pudiera hacerse con el control monopólico del manejo del Estado y, así, imponer un proyecto hegemónico que subalternice al resto de los sectores, tanto populares como de las élites. Se buscó garantizar un país al servicio de su oligarquía, pero que ninguna facción particular tuviera tanto poder como para someter al resto.
Se instauró así una figura jurídica que marcaría un antes y un después en la tradición de la dinámica política heredada de la dictadura: se estableció la prohibición de la Reelección presidencial, que no permitiría volver a candidatearse al cargo de Presidente de la República a nadie que haya ocupado alguna vez dicho cargo[1]. La justificación de tal prohibición fue evitar la eternización en el poder de una persona, así como se había producido en la reciente historia nacional en la que un Presidente detentó el poder durante 35 años de manera ininterrumpida.
Esta prohibición desató una interminable disputa por la ocupación del “Trono”. Una vez depuesto el “Rey” la guerra por la sucesión entre los diferentes “Príncipes” se convirtió en norma; la “estable inestabilidad” de las formas republicanas caracterizan la llamada “democracia” paraguaya. Las diferentes facciones de la oligarquía paraguaya compitieron dentro y fuera del Estado de derecho, convirtiendo al “estado de excepción” en la norma.
Y aunque el gobierno de Stroessner cayó en 1989, el Partido Colorado solo perdió el gobierno en el 2008. En las elecciones de 1993 ganó Juan Carlos Wasmosy a partir de unas elecciones internas fraudulentas donde el ganador, Luis María Argaña, terminó derrotado. En 1996 el Gral. Lino Oviedo intentó un golpe de estado contra Wasmosy y en 1998 Oviedo obtuvo la candidatura del Partido Colorado pero le impidieron competir. En su reemplazo asumió quien era su dupla, Raúl Cubas, y como su Vice asume Argaña que, aunque fue su rival en las internas, terminó componiendo la chapa.
En 1999 fue asesinado el Vicepresidente Argaña (se presume que Lino Oviedo fue el autor intelectual), y el Presidente Raúl Cubas renuncia ante la inminencia de un Juicio Político destituyente. Ese mismo año, la Corte Suprema de Justicia impuso a Luis Ángel González Machi (por entonces Presidente del Congreso) como Presidente de la República sin que hubiera sido electo para el cargo. En las elecciones del 2003 ganó Nicanor Duarte Frutos y terminó su gobierno sumido en la guerra interna del coloradismo por la sucesión, que finalmente constituyó un factor determinante para la victoria de Fernando Lugo en las elecciones del 2008. Fernando Lugo fue destituido por un Golpe Parlamentario, con ropaje formal de Juicio Político, en el 2012 y asumió su Vicepresidente, Federico Franco, hasta 2013, año en que Horacio Cartes obtuvo la Presidencia.
Desde la entrada en vigencia del nuevo marco constitucional podemos encontrar los siguientes elementos comunes: denuncias de fraude en elecciones internas, inestabilidad permanente, golpes o intentos de golpe a cada Gobierno (solamente Wasmosy -aunque sufriendo un fallido intento de Golpe de Estado en 1996- y Duarte Frutos terminaron su mandato constitucional). Y un elemento fundamental: la búsqueda de modificar la Constitución Nacional para incluir la figura de la Reelección Nacional.
Enmendar, Reformar o el arte de embarrar
Nicanor Duarte Frutos, Fernando Lugo y Horacio Cartes tienen algo en común, los tres intentaron (¿intentan?) modificar la Constitución Nacional para habilitar la figura de la Reelección. Todos coinciden en que la Reforma de la Constitución Nacional[2] a través del llamado a una Convención Nacional Constituyente es la vía por excelencia para introducir la figura de la reelección, pero también en que la convocatoria a una Constituyente es abrir una Caja de Pandora de la que nadie está seguro qué saldrá.
La Enmienda Constitucional[3] representa una medida puntual y localizada a un aspecto concreto de la Constitución, pero la controversia sobre esta vía está abierta. La opinión jurídica mayoritaria apunta a que ésta no permite modificar aspectos tales como la prohibición de la reelección, aunque en la disputa entre legalidad vs. legitimidad, siempre terminó imponiéndose la fuerza de la acción política al interior de las instituciones, teniendo en cuenta que nunca esta disputa se llevó a las calles, con lo cual las masas nunca ingresaron al escenario de definiciones. Todos los Presidentes empezaron diciendo que no buscarían la reelección, aunque todos la buscaron. Todos dijeron también que la única vía habilitada es la reforma, pero todos apelaron al camino de la Enmienda.
El 25 de agosto pasado, en la Cámara de Senadores, con una maniobra de la oposición, se presentaba el proyecto de Enmienda Constitucional con el objetivo de conseguir su tratamiento, rechazo y envío al archivo. Cuando se consiguió su rechazo, se creyó que el tema de la Reelección estaba descartado y que de lo que se trataba era de empezar a buscar candidatos para las próximas elecciones.
La Reelección o las crónicas de una muerte que no mata
Posteriormente al rechazo en el Senado, parecía claro que el tema ya estaba agotado, pues según el artículo 290 de la Constitución Nacional plantea que “Si en cualquiera de las Cámaras no se reuniese la mayoría necesaria para su aprobación, se tendrá por rechazada la enmienda, no pudiendo volverse a presentarla dentro del término de un año”. Y, como dentro de un año ya estarían convocadas las elecciones generales para abril del 2018, parecía obvio que la Reelección ya estaba muerta.
Pero cuando la fresca sangre de la enmienda servía de tinta para los periódicos que habían convertido las secciones de política en un Obituario de las pretensiones reeleccionistas de Horacio Cartes, Nicanor Duarte y Fernando Lugo, se escuchaba en el ambiente un cuchicheo anónimo, donde los tres parecían susurrar al unísono: “Los muertos que vos matáis gozan de buena salud”.
¿Cómo es posible que, a pesar de la aparente claridad de la Constitución con relación a la imposibilidad de volver a tratar la Enmienda en el periodo de un año, el tema se siga tratando? ¿Existe la posibilidad de conseguir la aprobación de la figura de la reelección antes de agosto del 2017? ¿Existe una tercera vía que es la defendida por Fernando Lugo? ¿En qué consiste? ¿Cómo sería? ¿Puede Horacio Cartes beneficiarse de la estrategia del luguismo habilitándole a la reelección? ¿Pueden el Partido Colorado y H.C. beneficiarse de la estrategia reeleccionista de Lugo, aunque Cartes ya no sea Candidato para el 2018? ¿Pueden emerger con fuerza otros candidatos alternativos mientras el fantasma de la reelección domine el ambiente? ¿Es la Reelección el Plan A o el Plan B?
A éstas y otras preguntas las iremos desarrollando en los próximos capítulos de “Reelección o no reelección, ¿de verdad es esa la cuestión?”.
[1] Artículo 229. De la duración del mandato. El Presidente de la República y el Vicepresidente duraran cinco años improrrogables en el ejercicio de sus funciones, a contar desde el quince de agosto siguiente a las elecciones. No podrán ser reelectos en ningún caso. El Vicepresidente sólo podrá ser electo Presidente para el periodo posterior, si hubiese cesado en su cargo seis meses antes de los comicios generales. Quien haya ejercido la Presidencia por más de doce meses, no podrá ser electo Vicepresidente de la República.
[2] Artículo 289.- De la reforma. Podrán solicitar dicha reforma la cuarta parte de los legisladores de cualquiera de las Cámaras del Congreso (80 Diputados y 45 Senadores), el Presidente de la República o treinta mil electores, en petición firmada. La declaración de la necesidad de la reforma sólo será aprobada por mayoría absoluta de dos tercios de los miembros de cada Cámara del Congreso. Una vez decidida la necesidad de la reforma, el Tribunal Superior de Justicia Electoral llamará a elecciones dentro del plazo de ciento ochenta días, en comicios generales que no coincidan con ningún otro. El número de miembros de la Convención Nacional Constituyente no podrá exceder del total de los integrantes del Congreso.
[3] Artículo 290.- De la enmienda. Transcurridos tres años de promulgada esta Constitución, podrán realizarse enmiendas a iniciativa de la cuarta parte de los legisladores de cualquiera de las Cámaras del Congreso, del Presidente de la República o de treinta mil electores, en petición firmada. El texto íntegro de la enmienda deberá ser aprobado por mayoría absoluta en la Cámara de origen. Aprobado el mismo, se requerirá igual tratamiento en la Cámara revisora. Si en cualquiera de las Cámaras no se reuniese la mayoría necesaria para su aprobación, se tendrá por rechazada la enmienda, no pudiendo volverse a presentarla dentro del término de un año. Aprobada la enmienda por ambas Cámaras del Congreso, se remitirá el texto al Tribunal Superior de Justicia Electoral para que, dentro del plazo de ciento ochenta días, se convoque a un referéndum. Si el resultado de éste es afirmativo, la enmienda quedará sancionada y promulgada, incorporándose al texto constitucional. Si la enmienda es derogatoria, no podrá promoverse otra sobre el mismo tema antes de tres años. No se utilizará el procedimiento indicado de la enmienda, sino el de la reforma, para aquellas disposiciones que afecten el modo de elección, la composición, la duración de mandatos o las atribuciones de cualquiera de los poderes del Estado o las disposiciones de los Capítulos I, II, III y IV del Título II, de la Parte I.
¿REELECCIÓN O NO REELECCIÓN? PARTE (II): EL 18 BRUMARIO DE FERNANDO LUGO
El 18 Brumario de Luis Bonaparte es una obra de 1852 en la que Marx intentó exponer cómo y por qué se había producido el Golpe de Estado del 2 de diciembre de 1851 en París, perpetrado por Luis Bonaparte -sobrino de Napoleón Bonaparte quien antes, el 9 de septiembre de 1799, había dado otro Golpe de Estado. Decía entonces, parafraseando a Hegel, que “la historia se repite dos veces” y agregaba, “pero la primera vez como tragedia y la segunda como farsa”.
El espíritu del Brumario recorre Paraguay
El 25 de agosto de 2016 parecía claro que buscar incluir la posibilidad de la Reelección por la vía de la Enmienda Constitucional ya estaba agotado. El artículo 290 de la Constitución Nacional plantea que “Si en cualquiera de las Cámaras no se reuniese la mayoría necesaria para su aprobación, se tendrá por rechazada la enmienda, no pudiendo volverse a presentarla dentro del término de un año”. Y, como para dentro de un año ya estarían convocadas las Elecciones Generales de 2018, parecía obvio que la Reelección ya estaba muerta.
Pero, lentamente, la realidad política paraguaya se encargó de demostrar que aquello que parecía muerto, solamente había trasmutado en un zombi, cual ficción postapocalíptica retratada en la afamada serie televisiva The Walking Dead. Y es que las pretensiones reeleccionistas de Horacio Cartés (H.C.) y Fernando Lugo los convertirían en los nuevos Walkers* de la política nacional, resucitando el proyecto de Enmienda Constitucional con artilugios interpretativos gramaticales.
¿Pero si la Constitución Nacional es tan clara, cómo es posible que, a pesar de su aparente claridad con relación a la imposibilidad de volver a tratar la Enmienda en el periodo de un año, el tema se siga tratando y tenga posibilidades reales de ser aprobado?
La Reelección como Plan B que se presenta como Plan A.
Los tres grandes actores políticos en torno a quienes se acumulan y agrupan las principales fuerzas con miras a las elecciones del 2018 (el cartismo, el luguismo y el Liberalismo) tienen en su gran fortaleza su gran debilidad. Todos los actores jugaron, coquetearon y especularon con la posibilidad de la habilitación de la Reelección, pero siempre dio la impresión que el mito de la Reelección no pasaba de ser sólo un mito aglutinador.
Horacio Cartes y su Nuevo Rumbo
Llegó al Gobierno en agosto del 2013 aunque, claramente, se convirtió en el factótum de la política paraguaya con su papel en la destitución de Fernando Lugo en junio del 2012. Su proyecto de restauración conservadora estaba enmarcado en el objetivo de reconfigurar el Estado nacional y la economía para ponerlos al servicio del gran capital transnacional por la vía de una serie de dispositivos legislativos y líneas gubernamentales, como la llamada Alianza Público-Privada y la política de hiperendeudamiento fiscal. Pero también -y fundamentalmente- consolidar a un nuevo grupo de poder económico, el surgido al calor de los “border business”, como el nuevo sector económicamente dominante; y construir, así, un país a su imagen y semejanza.
Horacio Cartes es tratado por gran parte de la prensa y por los principales líderes de la oposición como una persona tosca, torpe y de poca formación, cuya única fortaleza sería la interminable cantidad de dígitos de sus cuentas bancarias. Pero, a pesar de esa apariencia, está demostrando ser el Presidente de la República que más lejos está llegando en su intento de instaurar una nueva hegemonía en la dirección política y económica del país desde la caída de la Dictadura del Gral. Alfredo Stroessner en 1989.
Es en este marco que H.C. sostenía el relato de la reelección como un mito que le permitiría mantener la disciplina de su base de sustentación parlamentaria y social con la expectativa de continuidad más allá del 2018. La posibilidad de que H.C. sea reelecto constituyó el principal disuasor para evitar fugas y fragmentaciones internas. Hasta hace pocas semanas, la reelección era su Plan B, pues aunque tenía la apariencia de ser su Plan A -por la estética de sus discursos y los de su entorno- era claro que no tenía los números necesarios para conseguir la modificación de la Constitución.
El luguismo y el Mito del Eterno retorno
Para mayo de 2012, el Gobierno de Fernando Lugo había perdido ese encanto seductor de los primeros tiempos: no se consiguió generar una identidad con los intereses de los sectores populares al punto que, en el campo de las organizaciones sociales, se miraba ese Gobierno como ajeno y distante. Lugo había navegado con viento favorable beneficiado por el ciclo de híper crecimiento de las commodities, pero no realizó ninguna de las reformas que pudieran generar una alianza de clases con los sectores subalternos y construir así una base de sustentación popular más allá del statu quo del sistema político formal.
En ese entonces Lugo, acosado por una campaña de demolición mediática y un hostigamiento cada vez más enconado por parte del Parlamento, quedó atrapado en la situación intentando resolver el impasse en clave de política formal: la famosa búsqueda de los reacomodos palaciegos y de distribución de espacios de poder para restablecer la paz burocrático-estatal. La perspectiva de trasladar la lucha por la gobernabilidad a la calle y convertir a las masas en protagonistas y sujeto de la política, le era totalmente ajenas. Su gobierno había entrado en una etapa hiper defensiva, de desgaste y desorientación.
El “golpe parlamentario” de junio del 2012 lo convirtió en víctima ante grandes sectores de la sociedad y la comunidad internacional. Su actitud dubitativa, errática e irresoluta hicieron que el gran malestar contra los golpistas no pudiera traducirse en una propuesta política callejera, ni electoral, de contestación clara y contundente.
En el actual gobierno el nuevo ciclo recesivo de la economía regional y su inevitable impacto en la economía nacional -conjugado con la política elitista y antipopular de Cartes-, hicieron que la nostalgia por un gobierno que, a pesar de sus errores, mostró un rostro más preocupado por “lo social” -y ante la ausencia de una alternativa de poder clara en la oposición- vaya acrecentando el mito del retorno de Lugo.
Los sectores políticos luguistas tuvieron largo tiempo un dilema existencial: Lugo es el único aglutinador y unificador de fuerzas que, si quedaran a su libre arbitrio, se consumirían en brutales luchas fratricidas y no conseguirían montar una plataforma electoral propia con chances de ocupar todo el espectro que hoy ocupan. El mito de la reelección estuvo claramente orientado al servicio de unificar y cohesionar a su base social en torno a la figura del “retorno del mesías”, pero a sabiendas de que es imposible su reelección por estar constitucionalmente prohibida. La estrategia fue entonces construir la imagen de la víctima a quien la oligarquía ya había robado el poder en el 2012 y que se ensañarían con él en el 2018. Fernando Lugo, el mesías perseguido, podría ungir así a su vicario para que pudiera vengar esa injusticia pidiendo el voto para su equipo y, así, seguir en la teoría de la “acumulación de fuerzas” que -por una operación de sumatoria de crecimiento- lo convertiría alguna vez en mayoría electoral. Así las cosas, para el luguismo, al igual que para el cartismo, el relato de la reelección siempre fue su Plan B, aunque lo presentaran como su Plan A.
El liberalismo y su bicefalia fraticida
Un aforismo popular reza que el peor enemigo de un liberal no es un colorado, sino que es otro liberal. La brutal guerra sin cuartel entre los dos principales líderes del Partido Liberal -por un lado, el hoy Presidente del Partido, Efraín Alegre y el Senador Blas Llano no tiene como motivación una confrontación ideológica o programática, sino que es la simple guerra por el control del aparato del partido como plataforma electoral que le permita hacerse con la posibilidad de acceder al Estado.
Antes que buscar una unidad interna, la dinámica dentro del liberalismo se convirtió en la búsqueda del favor de Lugo coqueteando con él y mostrándose abierto a “discutir” su candidatura a sabiendas de que eso era una simple pose políticamente correcta. El “efrainismo”, que controla la legalidad partidaria, se dedicó a perseguir de manera criminalizante a su oposición representada en el “llanismo”. El llanismo, una vez disminuido y arrinconado -pero conservando muchas fuerzas- se vio arrinconado por un oficialismo cada vez más intolerante y hoy recurre a una jugada extrema para intentar sobrevivir en su lucha interna.
Cuando el Plan B se convierte en Plan A
Si la modificación constitucional era el Plan B, aunque se presentaba como Plan A, se debía básicamente a que ni el cartismo ni el luguismo tenían los votos suficientes en el Congreso para modificar la Constitución. Sin embargo, la guerra a muerte dentro del Partido Liberal hizo saltar por los aires la precaria unidad y empujó al llanismo a una jugada desesperada que tuvo dos objetivos: ganar fuerzas externas que le coadyuvaran en su guerra interna contra el liderazgo de Efraín Alegre y estructurarse con un proyecto electoral con chances de convertirlos en protagonistas para el 2018. A esta jugada se le podría aplicar la popular frase “matar dos pájaros de un tiro”. Los votos del llanismo en el Congreso eran el elemento que faltaba para convertir el Plan B de la reelección en Plan A.
Una serie de acciones repentinas que evidenciaban un nuevo acuerdo de a tres se presentaron ante la sociedad paraguaya que, sorprendida, se mostró confusa. Este nuevo acuerdo entre los otrora archienemigos Horacio Cartes y Fernando Lugo fue apadrinado por el llanismo, que goza de vasos comunicantes con ambos sectores. Este nuevo bloque consiguió construir, por primera vez, una posibilidad real y concreta de modificar la Constitución nacional después de un cuarto de siglo de existencia.
Las crónicas de jugar con fuego y terminar incinerados, o el Brumario de Epifanio y el Sobrino
Epifanio Méndez Fleitas fue uno de los grandes hombres de la historia paraguaya; político, artista, economista y referente fundamental del Partido Colorado, además de gran admirador del proyecto político de Perón. A finales de la década del ´40, bajo el gobierno provisorio de Federico Chávez ganó mucha popularidad y llegó a constituirse en una especie de referente nacional de esa visión política que en el vecino país estaba ganando terreno.
Las tensiones con el gobierno de Federico Chávez hicieron que Epifanio se convirtiera en uno de los principales conspiradores para urdir un plan para su derrocamiento. Así, buscaron a alguien que tuviera mucho poder, pero que fuera manejable; una persona tosca, torpe y de poca formación, cuya única fortaleza sería la de tener mando de tropa sobre las fuerzas armadas. Recurrieron al Gral. Stroessner, bajo la creencia de que le estarían usando para desplazar a Federico Chávez y que una vez establecido el nuevo Gobierno provisorio, Epifanio -que para ese entonces gozaba de una gran popularidad- sería el gran ganador, haciéndose con el control del Partido y del Gobierno.
Pero aquel General del ejército “tosco, torpe y de escasa formación” se instaló en el poder en 1954 y sólo fue desalojado con la dialéctica de los cañones en una gesta libertaria en febrero de 1989. Por otro lado, el popular Epifanio fue expulsado al exilio en 1955. Pobre y solitario, murió lejos de su patria en 1985. Una verdadera tragedia nacional que cubrió de desgracia al Paraguay por 35 años.
Hoy, 2016, el sobrino de Epifanio, Fernando Lugo Méndez, se siente victorioso porque existe la posibilidad de habilitar la reelección nacional gracias a un pacto con el cartismo. En el luguismo dicen que, con la popularidad de su líder, las chances de Horacio Cartes en unas nuevas elecciones son nulas, pues H.C. es “una persona tosca, torpe y de poca formación, cuya única fortaleza sería el dinero”. La ingenuidad del luguismo de creer que están utilizando al cartismo, y no entender que el proyecto de restauración conservadora de Cartes se forjó al fragor del fuego de los códigos del “border business” es condenarnos a que tengamos que volver a citar a Marx cuando decía que “la historia se repite dos veces, pero la primera vez como tragedia y la segunda como farsa”.
*Sociólogo paraguayo. Investigador de la Celag.