Álvaro Uribe, expresidente de Colombia y actual senador: «Llamaron paz a la democracia sometida»

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Por Cayetana Álvarez de Toledo

El pasado 2 de octubre, Álvaro Uribe sorprendió al mundo y probablemente también a sí mismo. Contra todo el poder y todos los pronósticos, cuando hasta sus amigos lo tenían por un loco o por un muerto político, logró que los colombianos rechazaran el acuerdo de paz patrocinado por el Gobierno de Juan Manuel Santos y la guerrilla de las FARC. El ‘No’ obtuvo el 50,2% de los votos en un plebiscito que se diseñó para ser ganado. Y Colombia se paralizó. ¿Qué va a pasar ahora? ¿Cómo evolucionan la guerra y la paz? ¿Y qué revela su victoria sobre la relación entre los ideales y la realidad, la razón y las emociones, las élites y la ciudadanía? El lunes aterricé en una borrascosa Bogotá para hacerle a Uribe estas y otras preguntas.Inmerso en las delicadas negociaciones para un nuevo acuerdo, con el Nobel Santos advirtiendo sobre la cicatera paciencia de las FARC, el ex presidente sacó tiempo para dos largas conversaciones en el patio de un pequeño hotel junto a la desolada plaza Bolívar. Contra un fondo de orquídeas -símbolo nacional colombiano- Uribe se reveló una rarísima avis, híbrido de nueva política y convicciones democráticas, de tácticas líquidas y principios sólidos, de Twitter y verdad. Y Fénix. Mañana estará en España y aquí está hoy su palabra.

¿Qué es la paz?

…Santa Teresa decía que la paz es la tranquilidad del orden.

Cierto. Puede haber paz sin democracia. Por eso es un error contraponer la paz al terrorismo. ¿No cree?

En mi etapa como presidente, yo hablé siempre de una política de seguridad con valores democráticos. Me preguntaban: ¿Y la paz? Y yo decía: la seguridad es el camino a la paz.

Si usted acepta la necesidad de la paz, acepta la existencia de una guerra. Es decir, de un conflicto entre dos fuerzas igualmente legítimas. Como en España contra ETA, ¿no es mejor reivindicar la democracia o directamente exigir libertad?

Yo nunca he aceptado para Colombia los conceptos «conflicto» o «guerra». Esas palabras ganaron fuerza en América Latina para referirse a la lucha de insurgencias civiles armadas, sin narcotráfico, contra dictaduras militares. Colombia es una democracia, en permanente perfeccionamiento. Las FARC empezaron como una guerrilla marxista-leninista y han acabado en el narcotráfico. Hoy son el mayor cártel de cocaína del mundo. Fueron protegidas por Chávez en Venezuela. Y ahora, con el acuerdo firmado con el señor Santos, pretenden imponer ese mismo modelo marxista-leninista en Colombia. Es decir, convertir Colombia en una segunda Venezuela.

Si esos acuerdos son tan dañinos, ¿por qué los ha firmado el presidente Santos? No parece un revolucionario. Fue su amigo, su ministro, su sucesor.

No lo sé. A mí me dicen: Santos no es Castro ni Chávez. Y yo lo acepto. Pero a mí no me interesan las motivaciones personales, sino los hechos. Yo no puedo leer la mente de Santos, pero sí puedo leer los textos que firmó en La Habana. Y esos textos son una grave amenaza para la democracia y la economía colombianas.

¿Cómo se acaba una guerra?

En Europa piensan que Colombia ha pasado de la guerra de Uribe a la paz de Santos. Eso es falso. Durante mi mandato, Colombia ganó inmensamente en seguridad. Si quiere, en paz. No buscamos la aniquilación de los grupos guerrilleros, sino su desarticulación. El acuerdo de Santos con las FARC, en cambio, genera impunidad, fortalece un modelo marxista-leninista y no combate el narcotráfico. Llamaron paz a la democracia sometida.

Un Estado democrático ¿puede negociar con una organización terrorista?

Yo nunca he negado la posibilidad de negociar. En su día me reprochaban: usted los llama terroristas pero luego negocia con ellos. Yo respondía: es un proceso de desarticulación del terrorismo; se negocia con unas condiciones inamovibles, que no generan daño a la democracia. En mi gobierno se logró un sometimiento atípico del terrorismo a la justicia.

¿Atípico?

Se desmovilizaron 35.000 paramilitares y 18.000 guerrilleros. Los rasos no fueron a la cárcel. Los cabecillas sí, en períodos de cinco a ocho años. No se les concedió elegibilidad política y no se negoció con ellos la agenda nacional. Fue una desmovilización con beneficios judiciales de acuerdo con la ley colombiana.

¿El Estado de Derecho no cedió?

Se hizo una ley para regular el proceso. Pero todo de acuerdo con la Constitución y la legislación ordinaria.

¿Los desmovilizados fueron juzgados por tribunales ordinarios?

Ahí siguen todavía. Por eso hablo de un sometimiento atípico a la justicia, con generosidad pero sin impunidad. Y sin riesgos para nuestra democracia. No como ahora.

Usted rechaza que el acuerdo con las FARC se eleve al bloque de constitucionalidad. ¿Qué propone?

Yo no puedo aceptar que el Gobierno y el cártel de cocaína más grande del mundo reformen juntos la Constitución colombiana. En muchos apartados, incluso la sustituyen. Imagínese lo mismo en España con ETA. Ahora estamos conversando con el Gobierno para buscar alternativas. Los portavoces del ‘No’ hemos propuesto que se apruebe una ley marco, que se podría desarrollar de lo general a lo específico y modificar por mayorías parlamentarias.

Pero eso no asegura el acuerdo, que es objetivo del señor Santos.

Se podría fijar un periodo de no modificación de la ley.

Si las FARC se desarticulan, ¿se acaba el terrorismo en Colombia?

Por supuesto que no. Las FARC son el cártel de coca más grande del mundo. Y la droga genera terrorismo. Hace 15 años, se decía que Colombia era un Estado fallido porque tenía 170.000 hectáreas de coca. Ahora tiene 200.000. Además, están los disidentes de las FARC, el ELN… Hay más de 3.500 bandas criminales. La clave es la impunidad: si las FARC obtienen un premio, otros verán en el terrorismo y el narcotráfico un incentivo.

El fin de la violencia plantea nuevos desafíos políticos y pedagógicos. En España, por ejemplo, ya no hay terrorismo pero el proyecto de ETA sigue vivo y en marcha. ¿Aquí puede suceder algo parecido?

Asumamos que las FARC abandonan incluso el narcotráfico. Concedamos el beneficio de la duda a sus 5.650 guerrilleros y a los demás grupos criminales. Imaginemos, ahora, que estas FARC post-terroristas entran en política. Los colombianos tendríamos un grave reto por delante: combatir el modelo marxista-leninista que los textos de La Habana prescriben para Colombia bajo el insólito amparo de un Gobierno democrático.

Vamos al contenido de los textos. ¿Usted rechaza cualquier concesión a las FARC?

No. Nosotros aceptamos que hay que proteger a las FARC.

¿Proteger?

Sí, proteger su vida. Lo que no aceptamos es que, para ello, se constituya una unidad al estilo de la policía política cubana. Con capacidad para controlar a funcionarios, empresas privadas de vigilancia… ¿Pero qué lógica tiene? El Estado y las FARC, como si fueran homologables, trabajando codo con codo contra los presuntos sucesores del paramilitarismo.

¿La Justicia puede ser «transicional»? Es decir, ¿el Estado de Derecho puede ponerse en paréntesis para acabar con el terrorismo?

Nosotros hemos aceptado que haya una Justicia transicional sin impunidad total. Queremos que de esto se ocupe la justicia ordinaria o una justicia suficientemente articulada con ella.

¿Qué significa «suficientemente articulada»? O hay un tribunal especial o no lo hay. O actúa la justicia ordinaria o la que actúa es especial.

Bueno, puede haber una sala de justicia transicional en la justicia ordinaria. O puede haber un tribunal especial orgánicamente integrado con la justicia ordinaria.

¿Compuesto por quiénes? ¿Escogidos por qué autoridad y cómo? ¿Sólo colombianos?

Se ha propuesto que sean magistrados colombianos y que tengan los mismos requisitos que los magistrados de nuestros tribunales ordinarios.

¿Y esto no es un cambio respecto a su postura en la campaña?

Nosotros aceptamos esto para corregir la impunidad total de las FARC que contemplan los textos de La Habana.

Es decir, aceptan el principio de excepcionalidad.

Para eliminar el peligro de impunidad absoluta.

¿Por qué absoluta?

Porque, según los acuerdos, una serie de delitos graves como el narcotráfico son conexos, están vinculados, con el delito político. Y los delitos políticos son amnistiables.

Deme un ejemplo.

A un jefe de las FARC le bastaría con reconocer que estuvo implicado en el narcotráfico para financiar la revolución. Y ya. Delito político. No iría a la cárcel. Y tendría pleno derecho de elegibilidad política.

¿Y qué ocurre con otros delitos como el asesinato o el secuestro?

Las FARC han secuestrado a más de 11.700 niños. Han violado a más de 6.800 mujeres. El acuerdo pactado por Santos dice que basta con reconocer el delito para no entrar en la cárcel. Libertad de movimiento, sí. Prisión, no. Esto es inaceptable desde el punto de vista de la legislación colombiana, de la internacional y del más elemental sentido de la proporcionalidad.

¿Qué alternativa propone?

Proponemos que el narcotráfico no sea un delito político. Entre otras cosas, porque es la causa de todas las tragedias colombianas. Y proponemos que para el resto de delitos graves las penas sean adecuadas y proporcionales.

¿Distintas a las que figuran en el ordenamiento actual?

Las del ordenamiento normal reducidas.

¿Reducidas?

Siempre y cuando haya verdad y reparación.

O sea que usted aceptaría para los miembros de las FARC penas reducidas y menores que las impuestas a los presos comunes.

Por supuesto.

Me sorprende.

El Gobierno y las FARC quieren evitar a toda costa que los miembros de las FARC pisen la cárcel. En estos instantes se está examinando el tema. Yo he interrumpido la reunión con los representantes del Gobierno para venir a contestarle a usted… Tiene que entender que es un momento difícil. Delicado. Lo único que tengo claro es por qué nos opusimos, por qué dijimos No. Ahora estamos en la mesa de negociaciones decidiendo hasta dónde llegamos.

¿No sabe aún cuáles son sus límites?

No sabemos cómo acabarán las negociaciones.

Ciertamente, es más fácil saber por qué uno no quiere una cosa que precisar lo que uno sí quiere o estaría dispuesto a aceptar.

La impunidad genera una gran vulnerabilidad jurídica. Mire la ley de amnistía de El Salvador de 1993. Todo el mundo la aplaudió. Y ahora la Corte Suprema la ha declarado inconstitucional. La historia de Colombia ha demostrado que de amnistía total en amnistía total no se va a ninguna parte. La amnistía alimenta el terrorismo. La impunidad es la partera de nuevas violencias.

Sí, lo entiendo y lo comparto. Pero insisto. Ha ganado el ‘No’. Y usted tiene ahora la posibilidad y la responsabilidad de negociar. ¿Hasta dónde va a llegar? No pretendo que me dé los detalles. Me refiero casi en términos morales.

Es un momento tan difícil… Tenemos buena voluntad… Hasta dónde estamos dispuestos a llegar… Por favor, que los acuerdos no pongan en riesgo la democracia. Por favor, que tengan un grado de justicia. Por favor, que se limite la elegibilidad política.

Eso es el ‘No’. ¿Cuál es su ‘Sí’?

Usted me pide precisiones que no puedo darle.

No le pido precisiones. Quiero entender su posición.

Yo he sido partidario de que los responsables de delitos atroces no puedan ser electos. Se está examinando la alternativa de que, una vez cumplidas sus condenas, sí puedan serlo. Ese tema está en discusión.

¿Y usted eso lo apoya?

Yo creo que la democracia ya da oportunidades a las personas. Y por tanto que los responsables de delitos atroces no deben tener el derecho a ser electos.

¿Nunca?

Nunca. Ni cumplida la condena. Es una norma sabia, introducida en muchas legislaciones. Por cierto, España es una de las excepciones. Y aquí… pues mis compañeros del ‘No’ están buscando alternativas… Porque el Gobierno está negociando con nosotros, pero no sabemos al final qué hará con las FARC.

¿A qué se refiere?

Me refiero a si al final van a incorporar o no nuestras modificaciones.

El señor Santos ha dicho en Londres que espera que usted se suba al carro de un nuevo acuerdo, pero que si no lo hace será usted el que se quede aislado porque él seguirá adelante en busca de la paz.

Él vive en eso. No acepta debates aquí. Y llega a Europa y lanza este tipo de amenazas. Yo prefiero no responderle porque lo importante es pactar reformas en defensa de la democracia colombiana. Pero sí percibo una diferencia notable entre el presidente amenazante, el soberbio a 8.000 kilómetros de distancia, y el equipo negociador del Gobierno, trabajando aquí con nosotros, con buena disposición.

Quiero pedirle otra reflexión sobre la eligibilidad política de los terroristas. En España una persona acusada pero no condenada, a veces ni siquiera juzgada, por corrupción queda socialmente proscrita de la política. En cambio un terrorista convicto -Arnaldo Otegi, por ejemplo- recibe todo tipo de apoyos políticos y mediáticos para volver a las instituciones. En Colombia, incluso se contempla que terroristas hagan política sin cumplir un día de condena. ¿Por qué?

Porque todavía queda el rescoldo de aquella doctrina que trataba de manera benigna, incluso exaltaba, la acción criminal si tenía argumentos políticos. En Colombia, bajo mi gobierno, aprobamos la muerte política de los responsables de actos de corrupción contra el Estado.

Pero incluso personas que votaron ‘No’ aceptan que terroristas se dediquen a la política.

Por eso es tan importante no legitimar el terrorismo. Lamentablemente, esto no va a quedar bien del todo. Lo que el Gobierno ha pactado en La Habana es tan grave que nuestras reformas no bastarán para decir claramente: el terrorismo no sale a cuenta. No lograremos eliminar del todo ese dañino premio al terrorismo. Somos conscientes de que la situación del país exigirá hacer concesiones, aceptar cosas que nos disgustan profundamente.

¿Está diciendo que el proceso ha causado un daño objetivo y en algunos aspectos irreparable?

En algunos aspectos, sí. Si Santos hubiera seguido las políticas de seguridad de nuestro Gobierno, si hubiera cumplido lo que prometió, Colombia habría ganado la paz sin legitimación del terrorismo. Porque los 5.650 guerrilleros que le quedan a las FARC ya se habrían desmovilizado. Los cabecillas estarían refugiados en La Habana o en Caracas, pero ya no tendrían capacidad criminal aquí. Y este país, que vio que era posible acabar con el narcotráfico, ya prácticamente lo habría eliminado. El presidente Santos abandonó el camino de la paz democrática y se deslizó por la pendiente de la justificación y el premio al terrorismo en nombre de la paz. Y eso lo vamos a pagar todos los colombianos.

¿Tiene valor la petición de perdón de ‘Timochenko’?

No fue un perdón del fondo del corazón, sino electoral y sin arrepentimiento. Otro cabecilla de las FARC, Romaña, que dirigía los secuestros en Bogotá, reconoció el dolor causado a las víctimas pero dijo que había sido inevitable. Un perdón con justificación del crimen no es un perdón y es peligroso. En las FARC no existe el arrepentimiento sincero porque está vigente el proyecto marxista-leninista que motivó sus crímenes.

Imagine que las víctimas de las FARC, en bloque, aceptasen el perdón. ¿Por qué habría de afectar eso a la posición de un Estado democrático?

La Corte Penal Internacional ha dicho que el perdón, la reparación y la verdad pueden servir para reducir la pena pero no para eliminarla. Que el perdón sincero ayude a sanar heridas es correcto. Pero nada debe servir para anular el Estado democrático.

¿Quién determina que el perdón es sincero?

Aquí hay una señal exterior. El perdón de las FARC no es sincero porque lo pidieron para ganar el plebiscito. La otra señal es que, hasta hoy, no han mostrado arrepentimiento y han justificado políticamente sus crímenes.

¿Y qué efectos jurídicos debe tener el perdón sincero?

Debe procurar beneficios pero no la impunidad total.

Impunidad total en ningún caso. ¿Pero qué beneficios?

El perdón con el arrepentimiento, la verdad y la reparación puede servir para reducir la pena de reclusión pero no para eliminarla.

¿Y las víctimas han recibido reparación?

No. Y esa es otra de nuestras objeciones al acuerdo. Las FARC son el tercer grupo terrorista más rico del mundo. Y el Gobierno no le ha exigido el dinero para reparar a las víctimas.

También tiene objeciones económicas al acuerdo. ¿La paz no genera estabilidad y la estabilidad, prosperidad?

Santos vendió la ilusión de la paz ocultando los riesgos del acuerdo para la economía. Incluso jugó con las expectativas de los colombianos al decir que esta paz generaría prosperidad, cuando es al revés.

¿Por qué al revés?

El Gobierno se comprometió con las FARC a un gasto público adicional del 1,2% del PIB anual. En paralelo, aceptó condiciones que hipotecan la economía. Que implican subidas de impuestos. Que imponen nuevos criterios de expropiación. Que desincentivan la inversión privada. Que abonan el terreno para una grave crisis social. Y por tanto que allanan el camino al poder a una fuerza revolucionaria. Es decir, a las propias FARC.

Hace poco pude entrevistar al ex presidente francés Nicolás Sarkozy. Me comentó que lamentaba la derrota del ‘Sí’ en el plebiscito colombiano.

Lo veo mal informado. Si hubiera leído con detalle lo que está pasando aquí seguramente no habría dicho eso o se habría quedado callado.

En el principal mitin de campaña del señor Sarkozy intervino Ingrid Betancourt con un discurso muy impactante. Entre otras cosas, dijo que le debe a Sarkozy su vida y su libertad.

Eso es puro discurso de campaña. Es verdad que Nicolás Sarkozy se preocupó por Ingrid. Como Chirac. Y como el conjunto de la comunidad internacional. Pero no tuvo ninguna participación en el duro y largo esfuerzo de mi Gobierno para liberarla.

¿Qué le pareció la presencia del Rey emérito de España en la ceremonia de Cartagena por el ‘Sí’?

El error fue generalizado. Estados Unidos. La ONU. Europa. Sudamérica. Todos. Las democracias hacen bien en querer la paz, pero hacen mal en apoyar la mutación de otra democracia en un narcoestado. La comunidad internacional respaldó el pacto con las FARC sin estudiarlo. Ahora puede enmendar su error.

¿Cómo?

Pronunciándose. Así como unos y otros pidieron a los colombianos que votaran por el ‘Sí’ en apoyo de Santos y las FARC, ahora deberían reclamar una reforma drástica de los acuerdos en defensa de Colombia y su democracia.

¿Qué pronunciamientos ha habido en esa línea?

Públicos, ninguno.

¿Y privados?

…Algunos gobiernos.

Mejor esperar sentado…

Como decía mi madre: la constancia vence lo que la dicha no alcanza. Superamos todos los obstáculos en defensa del ‘No’. Intentaremos hacer lo mismo en defensa de las reformas.

¿A qué atribuye la ausencia de apoyos públicos?

La comunidad internacional ha cometido muchos errores. Abandonó al pueblo cubano, sometido a seis décadas de dictadura. Durante años no dijo nada de la represión a la oposición venezolana.

¿Y España? Debería ser la voz de Iberoamérica. Ha sufrido duramente el terrorismo. Sin embargo, aceptó la eliminación de las FARC de la lista de organizaciones terroristas de la UE. Incluso se valoró la posibilidad de que el propio Rey Felipe acudiera a Cartagena.

Sobre Cartagena, habría que preguntar a los que asistieron… Es evidente que algunos aceptan para otros lo que jamás aceptarían para sí mismos. Lo dije en España: ¿por qué pretenden que nosotros demos a las FARC la impunidad que ustedes nunca darían a ETA? Me criticaron duramente por decirlo. Pero el efecto se ha producido: ETA ha exigido a España el mismo trato que Santos pretendía otorgar a las FARC. El mal ejemplo cunde. No hay fronteras morales. La condescendencia con el terrorismo en un lugar del mapa refuerza al terrorismo en todo el mapa.

En España, el apoyo político al ‘Sí’ fue unánime.

Lo sé. Y me gustaría destacar la actitud del ex presidente Aznar, que tuvo el valor democrático de no apoyar el proyecto de impunidad en Colombia. Y le ruego que incluya esta expresión de gratitud.

Mario Vargas Llosa siempre ha denunciado el doble rasero moral de los europeos que aceptan para América Latina lo que jamás aceptarían para sus países. Pero también apoyó el ‘Sí’.

La posición de Mario me produjo gran tristeza porque lo respetamos como una voz superior de la democracia.

¿Y qué le pareció el respaldo al ‘Sí’ del Papa?

Lo anunció la víspera del plebiscito. Yo estaba en Cartagena. Todos los periodistas querían saber mi opinión. Yo estaba sorprendido. No sabía cómo reaccionar. Y eludí responder. Al día siguiente, antes de votar, fue lo primero que me preguntaron. Contesté: Bueno, aquí tenemos que ir a misa y rezarle a la Santísima Virgen.

Pues el Papa acaba de decir que espera un acuerdo pronto. ¿Se dispone a seguir rezando?

Ya que el Santo Padre se implicó en el proceso cuando habría sido mejor que no lo hiciera, ahora debería ayudar a que los acuerdos sean compatibles con la justicia y el progreso de los colombianos.

¿La alta abstención en el plebiscito, del 62%, resta legitimidad al ‘No’?

La participación fue similar a la de muchos procesos electorales en Colombia.

¿Qué revela la victoria del ‘No’ sobre el poder real de las élites: el Gobierno, los medios de comunicación, los poderes fácticos?

El ‘No’ fue un voto en defensa de la democracia. El ‘Sí’ recogía un sentimiento de ilusión por la paz. Al final, influyó más la pedagogía de las razones del ‘No’ que la campaña de sentimientos del ‘Sí’.

En estos tiempos, la razón no suele triunfar sobre los sentimientos…

¿En España nadie pensó que podía ganar el ‘No’?

No. Como en el Reino Unido casi nadie vaticinó la victoria del ‘Brexit’. Hay una tendencia. Reino Unido, Hungría, Colombia… Gobiernos convocan referendos que pierden de forma inesperada. ¿Por qué?

Usted debe saberlo. Es el principal artífice de una de esas derrotas.

Hicimos una campaña en absoluta desventaja frente al ‘Sí’. El Gobierno bajó el umbral mínimo de participación al 13%. Una sola pregunta ocultaba un complejo acuerdo de 297 páginas. Y esa preguntaba se redactó para favorecer una respuesta positiva. Por cada 100 cuñas publicitarias a favor el ‘Sí’, hubo 11 a favor del ‘No’.

Usted ha dicho que solo contó con un medio: Twitter.

Bueno, también Facebook… Y al final logramos que algunos medios nos permitieran hablar.

Pero eso es muy significativo. A pesar del Gobierno, de casi todos los medios, de una impresionante campaña internacional, la paz como bandera… ¿Que no haya ganado el ‘Sí’? ¿Qué ocurrió?

Abusaron.

El poder siempre ha abusado.

El abuso fatiga, Cayetana.

No me parece explicación suficiente.

No sabría decirle. Nosotros hicimos un gran esfuerzo argumental, que poco a poco fue desvelando un engaño.

¿Es usted un populista?

Nuestro Gobierno redujo la criminalidad…

Hablamos del presente. A usted le acusan de comportarse como un populista durante la campaña del plebiscito. Dicen que se aprovechó del dolor de un pueblo golpeado por décadas de terrorismo.

No es populismo defender la justicia en un Estado de Derecho. No es populismo defender la competitividad de la economía y la importancia del sector privado. No es populismo oponerse a que el narcotráfico sea considerado delito político y salga gratis.

El gerente de su campaña dijo en una entrevista que ustedes aprovecharon estratégicamente la indignación.

Lo que hicimos fue explicar y desarrollar nuestros argumentos. Nuestras razones. Nuestras objeciones. Cuando empecé la campaña por el ‘No’, mucha gente me advertía: «Uribe, van a acabar definitivamente contigo; si gana el ‘Sí’, es el final de tu carrera política». Y yo les decía: «Tengo 64 años, he vivido 128. He sobrevivido a 18 atentados. Tengo este pelo irreversiblemente blanco. Como dicen aquí, en esta América tropical: plátano maduro no vuelve a verde. No se preocupen por mí». Si hubiéramos actuado por cálculo, no habríamos emprendido esta campaña.

¿Se puede argumentar por Twitter?

Claro. Se puede argumentar muchísimo. Las Cortes, la Fiscalía, el propio Gobierno… todos admiten ahora que los acuerdos necesitan reformas. Es la prueba de que nuestro ‘No’ tenía fundamento. Era razonado. No era populismo. Reflejaba la verdad.

El presidente Santos le ha lanzado una advertencia: «O pactamos antes de Navidad o la esperanza se acabará». ¿Es así?

Mientras la ONU ha demostrado su voluntad de permanecer en Colombia el tiempo necesario, Santos pretende crear terror con los plazos. Que quede claro: nosotros no estamos dilatando el proceso, pero no vamos a sacrificar las reformas en aras de la premura.

¿Es optimista? ¿Habrá acuerdo pronto?

Haremos todos los esfuerzos.

Un reciente editorial de ‘The New York Times’ le llama «el hombre que bloquea la paz». Y dice que si el proceso descarrila y hay muertos, usted será el culpable. ¿Qué opina?

He leído editoriales más equilibrados.

Imagino. ¿Pero siente ahora una responsabilidad especial?

Voy a cumplir con mi responsabilidad impulsando reformas a los acuerdos en defensa de la democracia colombiana y promoviendo la reconciliación nacional.

Esa reconciliación nacional, ¿es posible con el nivel de enfrentamiento entre usted y el señor Santos?

Yo asumo mi responsabilidad en función de los temas. Paso por alto las incomodidades que los humanos solemos causarnos.

¿Qué opina de la concesión al señor Santos del Premio Nobel de la Paz?

Siempre contesto lo mismo: refiéranse a mi Twitter.

Lo buscaré… Ingrid Betancourt ha dicho que a ‘Timochenko’ también se lo tendrían que haber dado.

El nombre de Ingrid Betancourt lo único que me genera es tranquilidad de conciencia.

Usted ha logrado una indiscutible victoria personal. Al margen del proceso, ¿a qué aspira ahora?

Personalmente, a nada.

No puede volver a presentarse a la Presidencia porque constitucionalmente lo tiene vetado.

Y además no lo haría. Me sentiría mal. En las actuales circunstancias, lo mejor que puedo hacer es lo que hago: promover liderazgos nuevos y buenos para Colombia.

Pero el referente absoluto sigue siendo usted.

Van surgiendo personas muy capaces. Hay que impulsarlas.

Usted ya impulsó en su día al señor Santos. No parece estar muy satisfecho con el resultado. ¿Cómo garantizará el éxito del segundo beneficiario de sus impulsos?

Jajaja.

No, no le veo retirándose…

Ay, me hacen falta los nietecitos. Quisiera tener tiempo. Yo dicto clases en la universidad sobre liderazgo. Quisiera aprender idiomas. Todavía los huesos no se me han deteriorado del todo. Todavía me permiten hacer algo que me gusta mucho: adiestrar caballos criollos.

Nada de eso me parece incompatible, ni casi comparable, con su continuidad en la política.

Jajaja…

Ya como despedida, ¿siente que la paz en Colombia depende esencialmente de usted? ¿Siente presión?

En materia equina, yo soy como los mulares. Colombia es un país accidentado, con fincas de mucha ladera. Cuando yo era pequeño, mi papá me decía que en esos caminos hay que andar en mula. Porque uno llega a un sitio donde hay un precipicio y le pone las espuelas a un caballo loco y se tira. En cambio, le pone las espuelas a la mula y no se deja meter presión. Se echa.

El Mundo

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