Los expresidentes y la historia reciente – Diario El País, Uruguay
Hace unas semanas tres expresidentes de la República evocaron el golpe de 1973 y opinaron sobre sus causas. Convocados por la ORT, Jorge Batlle, Luis Alberto Lacalle y Julio Sanguinetti coincidieron en destacar la violencia tupamara como una de las principales causas del advenimiento de la dictadura.
Unas conclusiones que hoy importan cuando encumbradas en el gobierno están algunas de las figuras señeras de aquel movimiento guerrillero brotado al calor de la experiencia cubana. Figuras que -fuera de alguna jocosa mención a sus «chambonadas» por parte de José Mujica- no han hecho una autocrítica profunda sobre el mal paso que dieron en los años sesenta al alzarse contra el sistema democrático vigente.
Al contrario, algunos de ellos, no todos, han llegado a sugerir que su actual presencia en posiciones de gobierno es la consecuencia última de aquel equivocado impulso que a mediados de los años sesenta los llevó a tomar las armas. Tan así es que todos los años suelen celebrar como si fuera un hito histórico el aniversario de la sangrienta toma de Pando en la cual murieron inocentes. Es fácil deducir lo nefasta que es -sobre todo para las nuevas generaciones- una interpretación de ese jaez.
Mucho mejor sería que hicieran revisionismo con su propia historia y consolidaran un relato oficial en donde lo central sea la decisión de recorrer el camino democrático que adoptaron resueltamente recién a mediados de los años noventa. Un camino de respeto al pronunciamiento de los ciudadanos en las urnas, muy distinto del que emprendieron cuando se declararon dueños de la verdad con derecho a imponer sus ideas por la fuerza de las armas.
Desde distintas perspectivas los tres expresidentes señalaron que esa acometida de los tupamaros empedró el camino hacia el golpe de Estado en un juego dialéctico que terminó enfrentándolos con las Fuerzas Armadas. Que eso era lo que buscaban los tupamaros, que sabían de sobra que sus continuos actos de violencia podían conducir hacia una dictadura militar, lo tenían asumido bajo aquel lema que en algún momento hicieron suyo: «cuanto peor, mejor».
Y lo peor llegó cuando «el país quedó prisionero de dos modalidades minoritarias de querer ejercer el poder que eran antinacionales y soberbias», según memoró Luis Alberto Lacalle. Dos modalidades que, como está documentado, en algún momento hallaron puntos de coincidencia en su afán por demoler las instituciones democráticas, y que finalmente quedaron enfrentadas.
Como era de esperar, desde la izquierda no faltaron voces que buscaron descalificar las opiniones de los expresidentes a quienes se acusó de agitar otra vez la «teoría de los dos demonios», es decir, esas dos fuerzas que chocaron armas en mano. Esos mismos voceros, como es habitual, recurrieron a simplismos tales como decir que el golpe de Estado fue responsabilidad de Estados Unidos y su estrategia imperialista en tiempos de la Guerra Fría. También argumentaron que el golpe tuvo un carácter preventivo ante el temor de que el recién creado Frente Amplio pudiera llegar al poder, una afirmación que se desmiente con solo recordar que en las elecciones de 1971 la izquierda coaligada, como podría preverse, no alcanzó a sumar el 20% del total de los votos emitidos. Son argumentos huecos que pretenden rebajar la responsabilidad de los tupamaros que hoy lideran al Frente Amplio.
Algo lamentable de esa conferencia a tres voces fue la ausencia del otro expresidente, Tabaré Vázquez, quien faltó con aviso. Quizás él hubiera podido brindar una visión diferente desde la izquierda por más que -a diferencia de Batlle, Lacalle y Sanguinetti- su actuación en la época del golpe de Estado se desconoce por completo. Más bien se sabe que no sufrió problemas personales, que conservó sus cargos públicos e incluso que prosperó bajo la dictadura. Hubiera sido interesante escucharlo.
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