El impasse brasileño: la lucha de clases y la geopolítica mundial – Por Amílcar Salas Oroño

701

Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

En un país tan heterogéneo como Brasil, diverso y cambiante, el grado de densidad de la autoridad presidencial, su investidura, se convierte en un factor fundamental a la hora de establecer el ritmo del proceso político y la definición de las diferentes agendas. Al respecto, lo que ha ocurrido de un tiempo a esta parte –y de forma más acelerada, desde el año pasado hasta la fecha- recesión económica, dispersión ideológica y crisis de la representación mediante, es que el poder presidencial se ha licuado de tal forma que ha perdido su capacidad de iniciativa. Hoy en día, la dinámica del sistema pareciera provenir desde factores de poder con intereses propios (medios de comunicación, entidades empresariales, intereses extranjeros, entre otros) que, en un avance progresivo, han dejado a la voluntad política gubernamental en un verdadero impasse. Un impasse político que, si no se toman los recaudos necesarios, irá abriendo camino para una cada vez más acentuada colonización privada del Gobierno; la expansión del PMDB sobre el escenario político es precisamente expresión de este retroceso.

Las movilizaciones y sus organizadores

Manifestaciones tan multitudinarias como las del domingo pasado nunca pueden tener un único principio convocante, ni una consigna abarcadora, ni un actor fundamental que las vehiculice; cuando las cifras son tan expresivas se desbordan parcialmente las racionalizaciones que se quieran hacer sobre el asunto y las conjeturas resultantes. Sin embargo, lo que sí no ha sido, en este caso, es una movilización espontánea como las que se verificaron, en mayor o menor grado, en junio del 2013. Aquí la preparación y la planificación son elementos que deben ser considerados, como así también merece cierta observación el propio lugar donde ésta fue más contundente: en la circunscripción electoral que corresponde a la Avenida Paulista –en la Ciudad de San Pablo– Dilma Rousseff obtuvo en la última disputa presidencial uno de sus peores registros de todo el país: fue derrotada por Aecio Neves por 86,68% de los votos.

Sobre esta cartografía, y como elemento agregado a una caracterización de la marcha sobre la Avenida Paulista, hay que identificar el carácter (de clase) de los organizadores: durante las semanas previas, buena parte de las entidades empresariales de la ciudad de San Pablo y del Estado de San Pablo decidieron comprometerse fuertemente en la movilización, no sólo con mensajes privados a sus asociados, sino dando a conocer públicamente los fundamentos de su presencia para el 13 de marzo: la Federación de Industrias de San Pablo (FIESP) insistió con su consigna “basta de pagar el pato”; la Asociación Comercial de San Pablo (ACSP) imprimió cientos de remeras con el slogan “empresario aparezca, antes de que desaparezca”; el Sindicato de Empresas de Compra, Venta y Alquiler de Inmuebles de San Pablo (Secovi-SP) llamaba a “Cambiar Brasil”; el Presidente de la Asociación Brasileña de la Industria Química (Abiquim), Fernando Figuereido, pedía los días previos por “una salida rápida para la crisis política”. Entidades gravitantes en el PBI nacional, muy gravitantes, decididas a tomar acción directa sobre el escenario político; como el Presidente de la Sociedad Rural Brasileña (SRB), Gustavo Junquera, para quien el país estaba en un “desgaste final”; o la red gastronómica Habib`s, que distribuyó por varias ciudades 150 mil carteles con la inscripción “Quiero mi país de vuelta”. Frente a semejante apuesta organizativa, del pasado domingo debe registrarse un hecho, para nada secundario: que las diversas fracciones de la burguesía también se valen de las calles como instrumento de avance para sus posiciones.

Brasil y la geopolítica mundial

Como bien se supo tiempo después, al desclasificarse ciertos archivos, J. F. Kennedy y Lincoln Gordon –el embajador estadounidense en Brasil en aquél entonces- diseñaron, frente al rumbo político que tomaba el país, un “Plan de Contingencia para Brasil”, instrumento que no escatimaría en recursos a la hora de financiar desde candidaturas electorales de opositores, prensa y difusión, o acciones más directas, como llevar la flota del Comando Sur al Puerto de Vitoria o costear el ingreso de “civiles” al territorio brasileño: sólo entre los años 1962-1963 los controles migratorios registraron la entrada de más de 5000 ciudadanos de EEUU al Brasil, muy por encima de la media de los años previos. Más de medio siglo después, las circunstancias son completamente diferentes, como también lo son las formas en que se ejerce la diplomacia internacional o la expansión de los intereses de cada país; sin embargo, esto no implica desconocer las variadas formas de presión a las que se ven expuestos los países periféricos cuando arriesgan, aunque sea de forma tenue, colocarse en ciertas posiciones de autonomía en materia de geopolítica mundial, o incorporarse a bloques emergentes -como hizo el propio Brasil al ingresar a los BRICS.

Tanto el ingreso de Brasil a los BRICS como la regulación (soberana) que hizo sobre su producción del petróleo del Pre-Sal –el mayor descubrimiento de reservas de petróleo del Siglo XXI- en el 2010, le valieron al país –y a Lula y a Dilma- no sólo un cambio de consideración por parte de la “comunidad internacional” sino también el menos delicado y directo espionaje que la NSA le dedicó (como lo evidenció Wikileaks en el 2013) a la propia Presidenta y a Petrobrás. No son las mismas circunstancias que hace medio siglo, pero cada vez son más las informaciones que muestran, por ejemplo, la capilar presencia en territorio brasileño de la USAID o de la National Endowment for Democracy, o de ONG`S diversas de fondos diversos, en el entramado comunicacional y partidario del país. Políticos, comunicadores o referentes, como Kim Kataguiri, el organizador del Movimiento Brasil Libre (uno de los principales convocantes en las redes sociales a las manifestaciones), cuya carrera y reconocimiento como mediador socio-cultural fue financiada por la dudosa Students for Liberty, una fundación que se dedica a la “promoción de los valores de la libertad en los jóvenes” en todo el planeta. Hoy Kim Kataguiri es columnista del principal diario brasileño – Folha de Sao Paulo – en otra de esas casualidades que moldean la actualidad brasileña; recorrido similar al de Oscar Torrealba, ahora columnista de El Universal venezolano y fundador de JAVU (Juventud Activa Venezuela Unida), uno de los puntales juveniles de la oposición al Presidente Nicolás Maduro.

Poder de clase y presencia extranjera: evidentemente el impasse político en el que se encuentra Brasil ha ganado densidad histórica; la eficacia de las presiones –internas y externas- dejan cada vez menos margen de maniobra al ya debilitado Gobierno de Dilma Rousseff. Sin embargo, no siempre los vectores de los acontecimientos confirman la trayectoria: quizás el revitalizado discurso (y presencia en la escena pública) del propio Lula pueda convertirse en ese punto de partida ideológico que redefina la dialéctica venidera. A diferencia de lo que sucedió frente al escándalo del “mensalao” en el 2005, en el que el mismo Lula pidió disculpas y aceptó que podía haber sido traicionado, su respuesta frente al escándalo del “Lava-Jato” ha sido completamente diferente: rodeado de micrófonos tras su declaración forzada del viernes 4 de marzo, con toda su irritación de clase a cuestas, le apuntó a O`Globo, a Veja y a esos que, se sabe, son parte constitutiva de los problemas cotidianos de las grandes mayorías brasileñas. No es poco.

Amílcar Salas Oroño. Politólogo. Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe (UBA)

CELAG

Más notas sobre el tema