Luces y sombras del decenio de Evo – Diario Página Siete, Bolivia
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
Hoy se cumple una década de la primera asunción de Evo Morales al poder. Es un récord de permanencia en la conducción del país, un récord en la sostenibilidad de un modelo político y económico, un periodo con luces y sombras de diversos matices que ha marcado a toda una generación de bolivianos.
Como se refleja en el contenido del suplemento El decenio de Evo (2006-2016), que acompaña esta edición de Página Siete, la Bolivia que hoy continúa al mando del presidente Evo Morales Ayma es sustancialmente diferente a la que éste recibió un día como hoy, hace 10 años.
Y esto no tiene únicamente que ver con la figura de Morales -cuya impronta en el electorado boliviano es motivo de otro análisis-, sino con un conjunto de procesos acumulativos, acciones y decisiones que -para bien y para mal- fueron configurando un país diferente.
Empezando por lo político, este decenio ha supuesto una refundación del país. A partir de un nuevo texto constitucional que fue aprobado en 2009 (luego de un intenso proceso deliberativo constituyente) se determinó una nueva denominación nacional: la de Estado Plurinacional, que dejó atrás la República. Pero, más allá de las denominaciones, en esta década se impuso un nuevo sistema político que sepultó a los tradicionales partidos y actores, y renovó la clase política con un valioso ingrediente de inclusión de sectores indígenas y mujeres. Esto, sin embargo, a un alto costo para la democracia, pues la imposición de un modelo hegemónico no dejó espacio para la necesaria disidencia aún en el propio partido oficialista.
En lo económico, con los vientos de los altos precios de las materias primas soplando permanentemente a favor, el país vivió uno de los periodos más largos de bonanza de su historia que, al lado de un conjunto de medidas de austeridad y control fiscal, permitieron la implementación de medidas redistributivas y el incremento impresionante de la inversión pública, aunque no terminaron de aterrizar en un ansiado modelo de desarrollo productivo, industrialización e innovación que otorgue alternativas a la dependencia del extractivismo actual.
En lo social, el impacto de diferentes bonos y planes de acceso a la salud y a la educación mejoraron la vida de los bolivianos y permitieron que un importante grupo poblacional deje los márgenes de la extrema pobreza y se incremente una clase media con mejores expectativas a corto plazo.
Sin embargo, al margen de éstas y otras medidas que es imposible enumerar en este espacio, este decenio deja deudas y tareas pendientes que no debieran olvidarse con los festejos y mucho menos ante los nuevos aires de campaña electoral -que, dicho sea de paso, tiene ocupados a los electores bolivianos de forma casi constante en los últimos cuatro años-. Entre ellos, se puede mencionar la urgente necesidad de implementar seria y verazmente un modelo de desarrollo alternativo a la exportación de materias primas. Ahora, con el peor escenario posible en los precios internacionales del petróleo, no se puede menos que dudar del optimismo a rajatabla de las autoridades financieras que sostienen que la economía y el crecimiento del país resisten hasta un precio de 10 dólares el barril. De ser así, esto tendrá que demostrarse con resultados concretos que permitan ver disminuir la informalización de la economía y la falta de empleo digno, especialmente para los jóvenes.
En síntesis, después de una década, el Presidente y el MAS tienen aún mucho para construir y ofrecer al país. El referendo del próximo 21 de febrero, en el que los bolivianos decidirán si autorizan una reforma constitucional para propiciar una continuidad del mandato de Morales y García Linera, será además un plebiscito para el régimen.
Además de medir afectos -como lo mencionó el Primer Mandatario- e independientemente de los resultados de la consulta, las autoridades deberán hacer los ajustes pertinentes para conducir a un país cuyas necesidades y expectativas son radicalmente diferentes a las de aquel lejano enero de 2006.