Ernesto Samper, secretario general de Unasur: «Hay desgaste y hay poderes fácticos de gran peso»

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Por Martín Granovsky

Ex presidente de Colombia entre 1994 y 1998 y secretario de la Unión de Naciones Suramericanas desde julio de 2014, Ernesto Samper estuvo en la jura de Mauricio Macri, habló con los presidentes de la región y participó de una actividad con estudiantes y dirigentes sindicales en la UMET.

Samper está acostumbrado a las mezclas. Y a los desafíos. No es solo Venezuela, una crisis a la que suele acercarse sin cuestionamientos abiertos y con ánimo realista como para no quedar invalidado y poder colaborar. Su desafío actual también es cómo mantener el dinamismo de Unasur cuando los dos países que son el núcleo, la Argentina y Brasil, afrontan un cambio de ciclo en el primer caso y una crisis política en el segundo.

El día anterior a la asunción de Macri Samper condujo un Café Unasur en la Universidad Metropolitana por la Educación y el Trabajo. Junto con el rector Nicolás Trotta coordinó 14 mesas integradas por estudiantes, profesores y dirigentes sindicales sobre Educación, Derechos Humanos, Trabajo y Medio Ambiente.

“Fue interesante ver cómo contaron los avances sociales y su propio crecimiento los ladrilleros y los que representan la primera generación de universitarios en una familia”, comentó a Página/12.

“Derechos humanos no son solo los derechos políticos sino también los sociales, los ambientales y los laborales, y la propuesta de Unasur es incluir a todos porque cuando está en la gestión pública las decisiones sobre las prioridades en el presupuesto son ideológicas”, explicó Samper. Y tanto en la UMET como en la charla con este diario insistió en un concepto al ser consultado sobre la política de derechos humanos. “Cuando uno va a la ESMA saca la conclusión de que parece imposible que alguien pueda cambiar la política de derechos humanos en la Argentina”, dijo. “Por un lado porque los derechos humanos son la ética de un país. Y por otro lado porque pasó demasiada agua por allí. Hay demasiado horror.”

Durante su visita a Buenos Aires Samper no dejó de repetir su objetivo de crear una ciudadanía sudamericana. “Que los 400 millones de habitantes se puedan desplazar libremente. Que puedan salir de la región y retornar. Que puedan estudiar en cualquier parte. Que puedan dictar sus clases. Que un ingeniero chileno pueda construir un puente en Venezuela y que un médico ecuatoriano pueda operar en la Argentina.”

En la mañana de Café Unasur en la UMET había participantes de otros países. A media mañana se levantó Gisela, de Brasil, y contó que había podido estudiar en la universidad por las políticas de cupos para sectores humildes desarrolladas desde la asunción de Lula.

–¿Sudamérica cambia de ciclo? –quiso saber Página/12. –Y si fuera así, ¿está yendo de dónde a dónde?

–No estamos saliendo de un lado para llegar a otro. Estamos haciendo un giro sobre nosotros mismos, debido en parte al cambio del sentido económico. Está claro que una mala economía lleva a una mala política, y lo que estamos viviendo en algunos países es que simplemente el cambio en la dirección económica alteró la política. Pero también hay procesos de relevo normal. Los gobiernos producen desgaste y cambia la opinión general. A veces los ciudadanos quieren llegar no a lo mismo sino a algo distinto.

–¿Qué sería la mala economía? ¿Mala política económica o malas perspectivas económicas regionales y mundiales? ¿O la reducción del margen de maniobra?

–Preveíamos que iba a haber una crisis económica en la región. Pero pensábamos que sería una desaceleración. En términos estrictamente estadísticos un crecimiento promedio del dos por ciento no es una crisis en el sentido de una recesión. Lo que no preveíamos es que ese dos por ciento sería un promedio, por lo cual habría países como Brasil o Venezuela, dos naciones que están dejando de crecer, y países que están consiguiendo un modesto cuatro por ciento. Los países están afectados por la caída de los precios del petróleo, de los minerales, de los productos agrícolas, de la crisis europea, de la menor demanda china, de la recesión que vivieron los Estados Unidos… Esos países están comenzando a vivir dificultades políticas en buena medida porque debido a las consecuencias económicas de la crisis la opinión pública que antes apoyaba está perdiendo su entusiasmo.

–Si es Brasil, además, el inconveniente no es solo que tira el promedio hacia abajo sino que se trata del país más grande de Sudamérica y una de las diez mayores economías del mundo.

–Así es. Casi el cincuenta por ciento del PBI de la región y el país que tiene la mayor cantidad de contactos fuera de la región. Un país que tiene pantalones largos.

–“No lo preveíamos”, dijo usted. ¿Qué se pudo haber previsto y qué se pudo haber evitado?

–Se podría haber evitado en términos estructurales. Quiero decir que la región siempre se ha descuidado en época de las vacas flacas. Nuestros gobiernos son muy hábiles para manejar las bonanzas. Cuando hay abundancia, repartimos bien y aprovechamos nuestra capacidad de crear obras. Pero cuando la región entra en una época de crisis no sabemos qué hacer. Esto es algo que tiene mucho que ver con nuestro modelo extractivista. A pesar de todos los esfuerzos que hemos hecho, lo que habitualmente se señala como la gran bendición, que son los recursos naturales, los recursos hídricos, el 20 por ciento de las reservas de petróleo del mundo y la biodiversidad, paradójicamente, digo, esa gran bendición significa que sobre todo vivimos de lo que produce la tierra y de lo que hay debajo de la tierra. No hemos sido capaces de agregar más valor a lo que tenemos. Y aparecen los problemas cuando ya no podemos vender el petróleo caro, el trigo caro, el carbón caro.

–¿Por qué Sudamérica no pudo salir del ciclo extractivista?

–Porque cuando estábamos a punto de consolidar modelo que maduró desde los años 50, con las propuestas de la Comisión Económica para América Latina, la Cepal, que proponía intervenciones estructurales, actuación sectorial, sustitución de una parte de las importaciones, o sea de alguna manera un modelo autónomo de desarrollo, quedamos clavados en el modelo neoliberal de los años 80 y prácticamente en esa larga noche volteamos la página de los 30 años anteriores. Lo digo sin ánimo chauvinista. Si uno compara las cifras, crecimos el doble entre los años 50 y 80 de lo que crecimos entre los 80 y los 90. Y repartimos mucho más en esos años primeros que en los segundos. Porque el modelo neoliberal devolvió hacia atrás los esfuerzos que había hecho la región para consolidar una base autónoma, para proteger selectivamente la producción nacional… Todo eso lo echamos al tiesto de la basura y sufrimos una década perdida.

–Pero después vino otro ciclo. El que comenzó en 2003 con las asunciones de Lula en Brasil y Néstor Kirchner en la Argentina, o antes con Hugo Chávez cuando asumió el gobierno en 1999, que se completaría después con Tabaré Vázquez en 2005 y con Evo Morales en 2006.

–Claro, hasta esta crisis estábamos viviendo una buena década. Por los cambios de todos esos gobiernos y porque la región en general se dio cuenta de que no podía hacer ningún giro sino recuperábamos los pobres que habían sido expulsados durante los años anteriores. Sin ellos, además, el sistema democrático perdería toda legitimidad. De hecho, en la última década ganada, hasta 2012 o 2013 la región disminuyó el número de pobres en nada menos que 120 millones de personas, creció a un promedio de 4,5 o 5 por ciento respecto del 2 por ciento promedio de la negra noche neoliberal y aprovechó los buenos precios internacionales. Los astros se alinearon en favor de un modelo que privilegiaba por primera vez en muchos años el desarrollo industrial y empezaba a tener en cuenta sectores enteros y no solo mercados integradores.

–¿Ese modelo está en crisis o lo que está en crisis llegó a ese punto solo como resultado inevitable de la debacle mundial?

–En primer lugar, como ya hablábamos, existen los procesos normales de desgaste político. Pero también aparecieron en la región, como en otras partes del mundo, unos poderes fácticos de gran peso. Actores políticos como algunos medios de comunicación distintos a los viejos modelos de propietarios de medios que hacían prensa libre. También actúan de manera distinta algunos jueces y fiscales, que toman decisiones que antes se tomaban en los escenarios políticos. Esta judicialización de la política ha llevado también a la politización de la Justicia. Es una distorsión de la realidad política. Todo ello junto a un mundo de ONGs que a veces no tienen financiación transparente, junto a las agencias calificadoras de riesgo que ponen en peligro economías de los países simplemente cambiando un grado, cuando en realidad se sabe que son los inversionistas de fondos privados extranjeros quienes están detrás de esas agencias. Los llamo poderes fácticos porque esos actores oscurecieron y envilecieron la política. Claro, sumemos la crisis de los partidos, que cada vez se parecen más a la idea que la gente tiene de ellos. La gente piensa que no funcionan o que a veces están dedicados al clientelismo y sucede que algunos están en eso. Lo cual no les quita la condición de ser los únicos actores políticos que actúan con responsabilidad política, es decir que deben responder a sus electores. Los poderes fácticos crean un entorno distinto en los países. Son factores golpistas. No es que aquí vayan a venir militares a tumbar los gobiernos. No. Es que esos factores van erosionando, en muchos casos de manera evidente y en muchos casos imperceptiblemente, la gobernabilidad. Y de ahí vienen las crisis.

–En este tablero, ¿Unasur es un factor de compensación de las crisis o del crecimiento en intensidad de los poderes fácticos? ¿O recibirá pasivamente el impacto de estas nuevas tendencias y correrá sus riesgos?

–Hasta el momento vivimos con un principio fundamental: la región vive un sistema de libertades para las decisiones de cada país en lo económico. Es absurdo pretender que Venezuela no haga sus alianzas con la Organización de Países Exportadores de Petróleo. O que Brasil no forme parte de los Brics junto con Rusia, India, China y Sudáfrica. O que no exista la Alianza del Pacífico entre México, Colombia, Perú y Chile. Pero al mismo tiempo no debemos resignar la integración política de la región sobre una serie de principios. Lo principal es preservar la zona de paz como una zona privilegiada en el mundo, la defensa de las vías democráticas, el rechazo a las formas autocráticas de poder, la defensa de los derechos humanos, el principio de una soberanía bien entendida. Y por eso Unasur tiene que denunciar a los poderes fácticos. Las democracia no son estables solo si cumplen el principio del equilibro de poderes solamente como recomendaba Montesquieu. Pueden cumplir con ese equilibrio y, para poner un caso concreto como Brasil, pueden sufrir una conspiración de estos poderes fácticos para crear unas condiciones de ingobernabilidad y buscar la salida de una persona que fue elegida hace poco más de un año con la mayoría de los votos. Los poderes fácticos actuaron también en la Argentina, en Chile y en mayor o menor medida en otros países. Y no es un fenómeno de nuestra propia cosecha. Lo vemos en el mundo entero, como si fuera una epidemia de ingobernabilidad democrática.

–¿Por qué Venezuela aparece como el caso extremo en Sudamérica? ¿Es así? Está claro que después de las elecciones del 6 de diciembre una fuerza manda en el Poder Ejecutivo y otra en el Legislativo. ¿Unasur se propone mejorar la gobernabilidad en Venezuela?

–Cuando hace seis meses lanzamos la idea de una misión de Unasur para Venezuela la gente nos miró con mucho escepticismo. Aun dentro de la región había países de que Unasur no se metiera ni se ocupara de las elecciones. Cuando en un momento vi que la misión estaba prácticamente ahogada les mandé una carta a todos los cancilleres. No quería pensar en el juicio que le harían a Unasur en caso de que se celebraran elecciones que resultaran bien y en las que Unasur no estuviera presente. O si las elecciones resultaran mal y Unasur tampoco estuviera. Lo que no podía era no estar. Y estuvimos. Los vaticinios decían que no habría elecciones. Hubo elecciones. Que el gobierno no iba a fijar una fecha de elecciones. Hubo fecha. Que habría violencia. No la hubo. Que iba a haber fraude. No hubo fraude. Bien: ahora, para bien o para mal tenemos un nuevo equilibrio de fuerzas. Al gobierno y a la oposición les tocará aprender a convivir.

–Usted contó lo que Unasur hizo antes de las elecciones. ¿Y de ahora en adelante?

–Podría ayudar a mejorar los espacios de convivencia ayudando a mejorar la economía de Venezuela. Si este gobierno o el que venga después, o el que fuera, no arregla los temas fundamentales de los subsidios, de los problemas cambiarios o del precio de la gasolina; si no toma algunas medidas, y consideremos que las políticas sociales del gobierno son una ayuda en este contexto, Venezuela será otro ejemplo donde la mala economía termina en mala política.

Página 12

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