Brasil: la reforma ministerial y la salud de los enfermos – Por Amílcar Salas Oroño

676

Aunque el título del cuento de Julio Cortázar publicado en 1966 juega irónicamente con la figura retórica del oxímoron, esto suele pasar desapercibido en cuanto se contextualiza o conjuga la contradicción, y así solemos leer que tal o cual remedio “ayudará a mejorar la salud de los enfermos”. En todo caso, la invocación al cuento nos pone en un terreno donde, en una situación de farsa, se esconden elementos terriblemente trágicos, que se van desnudando al amparo de debilidades y mentiras. En la crisis brasileña hay mucho de todo esto: se están aplicando remedios que son peores que la enfermedad, los medios de comunicación falsean la situación hasta el ridículo, los actores sociales progresistas deambulan por la escena como sonámbulos atónitos. A propósito de la metáfora de la enfermedad, los remedios tanto políticos como en materia económica no hacen más que despertar preocupación sobre los destinos del Brasil –que es lo mismo que decir el 50% de la población y la economía sudamericana-, sobre qué pasará de aquí en adelante con la trayectoria que se abrió en el 2003 cuando Lula llega al gobierno por primera vez.

El gobierno de Dilma continúa con sus concesiones a aliados, que toman todo lo que se les ofrece a cambio de dar poco y, en cuanto pueden, nada. En la reciente reforma ministerial una de las más notorias ofrendas ha sido la del Ministerio de Salud, una pieza vital para la política social del gobierno. El beneficiario es, nuevamente, el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), un aliado que ha interpuesto los principales obstáculos políticos desde el comienzo mismo de la segunda gestión de la Presidenta de la República. Es cierto que deben diferenciarse matices dentro de la actuación de los peemedebistas durante estos meses: un actuar más prudente como el de Renan Calheiros -Presidente del Senado-; ambivalencias institucionales como las del Vicepresidente de la República Michel Temer o bien un desfachatado frenesí opositor como el expuesto por Eduardo Cunha –Presidente de la Cámara de Diputados. Más allá de las tonalidades, el punto es que se entrega el Ministerio de Salud a un partido político que en los últimos tiempos poco ha contribuido con el Sistema Único de Salud (SUS) del Brasil, uno de los mayores sistemas públicos de salud del mundo, con acceso integral, universal y gratuito para toda la población del país. El complejo manejo del SUS requiere compromiso cabal con sus principios, y lo cierto es que una parte no despreciable de los parlamentarios del PMDB han sido financiados por diversos Planes (privados) de Salud, como Bradesco Saude (del banco donde proviene el Ministro de Economía) o por “filantrópicos” laboratorios, como Biolab Sans y Eurofarma. Además de que, últimamente, de la bancada del PMDB han salido proyectos como el que autoriza el funcionamiento de farmacias sin farmacéuticos; el que deja que se quite la advertencia de que un producto es transgénico; el que permite el ingreso del capital extranjero en los Planes (privados) de Salud – vedado por la constitución- o el que propone condonar la deuda de estos Planes (privados) de Salud con el Estado – de más de 500 millones de reales –; sin dejar de mencionar propuestas legislativas tendientes, precisamente, a recortar el financiamiento del SUS.

La cuestión es -en los términos irónicos de Cortázar- delicada. El SUS es un sistema tripartito -Estado nacional, Estados provinciales y municipios- que ya se ve afectado por los recortes implementados durante este año desde el Ministerio de Economía, donde la baja en la recaudación estadual y municipal empeora el cuadro general; y ya hay indicadores al respecto. Su manejo requeriría de una persona proba y comprometida con los principios del sistema para poder administrar esta coyuntura desfavorable y que no sea una moneda de cambio en las transacciones que se realizan –en aras de la gobernabilidad- con una de las fracciones menos saludables del sistema político. Incluso para detener el avance privatista que ha tomado cuenta de los lenguajes circulantes no sólo respecto del SUS sino en general, con el regreso de figuras del pasado. Elena Landau, una colaboradora de Fernando Henrique Cardoso –dirigió su Programa Nacional de Desestatización (así nomás, sin eufemismos)-, conocida como “la musa de las privatizaciones”, ha salido de su ostracismo para, desde una columna del Folha, sostener que el ajuste de Dilma “es muy tímido”, pues no afecta al “gigantismo del Estado” y hay mucho por hacer en el campo de lo productivo, de la educación y… de la salud.

Es que el ajuste tiene su secuencia natural: la cura final del paciente se lograría mediante el remedio privatizante; privaticen y se acaban todos los problemas del presente, como dice Landau. Es un escenario que se viene construyendo en los medios, en los discursos públicos – la “Agenda Brasil” es un signo inequívoco de ello-, en el Parlamento; y se advierte la vocación de aplicarlo por cualquier método: hace unas semanas violentaron personalmente a Joao Pedro Stedile, líder del Movimiento de los Sin Tierra (MST), que permanece fiel al PT pese a que ni Lula ni Dilma hicieron demasiado en materia de reforma agraria o de control sobre el modelo de agronegocios dominado por el capital transnacional. Un agravio a Stedile y al MST que, en su notable historia como movimiento social latinoamericano, prácticamente ha luchado en soledad en su defensa de la Amazonia, un espacio de enorme riqueza en términos de biodiversidad y donde, según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadísticas (IBGE), se han identificado casi 5000 principios activos en sus más de 650 especies vegetales con propiedades medicinales. Allí están los recursos que, junto con mantener incólume al SUS, pareciera ser lo más sensato por hacerse por la salud de los enfermos.

Amílcar Salas Oroño. Politólogo. Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe (UBA)

Más notas sobre el tema