El 30S de 2010 en Ecuador y el golpe contra Correa – Análisis del director de Nodal

806

El 30 de septiembre pasado, el presidente del Ecuador, Rafael Correa, clausuró el II Encuentro Latinoamericano Progresista (ELAP) realizado en Quito. La elección de la fecha no fue casual, ya que ese día los ecuatorianos conmemoraron el quinto aniversario de la revuelta policial de 2010 que derivó en un intento para derrocar a Correa. Las crónicas de entonces mencionaban una protesta policial por una ley de méritos y condecoraciones. Se cortan rutas, se bloquea el Parlamento, un presidente que va al Hospital Militar rodeado de policías trata de negociar con ellos y queda retenido en una situación confusa. Mientras tanto, ocurren movilizaciones a favor y en contra del presidente que, tras horas de negociaciones, sale de allí, se producen balaceras, hay muertos civiles y militares. El relato es confuso porque la situación lo era y hasta ahora la versión de lo sucedido difiere según lo narren oficialistas u opositores. Para el gobierno se trató de un intento de golpe de Estado, para sectores de la oposición se trató de una opereta irresponsable del presidente.

Uno de los problemas al analizar lo sucedido en Ecuador y en otros países con gobiernos progresistas (en el más amplio sentido del término) es utilizar criterios y categorías esquemáticas al momento de analizar lo que es un golpe de Estado. América Latina hoy es muy diferente de aquella del siglo XX, donde las Fuerzas Armadas derrocaban un presidente, cerraban el Parlamento y guardaban las urnas por lustros y décadas. Aquello que el sociólogo Alain Rouquié definió como el Partido Militar manejando presidentes (como en el caso de José Sarney en Brasil) difícilmente se pueda encontrar en la región en estos primeros años del siglo XXI ya que los militares han perdido la capacidad de funcionar como «Partido» al decir de Rouquié.

Esto que parece evidente no lo es cada vez que hay que interpretar movimientos desestabilizadores y se afirma de manera categórica «no hay un golpe de Estado». El referirse a los hechos del 30S, Ibero Molina, en el diario ecuatoriano El Comercio, escribió: «Lo que está claro es que no hubo un intento de golpe de Estado (jamás se dieron proclamas desconociendo al Gobierno), no hubo cabecillas con poder de decisión (no lideraron coroneles ni generales, sino cabos y sargentos) y, sobre todo, ningún golpe de Estado se hace sin el apoyo de los militares» (30.09.15).

En este caso el error consiste en seguir tratando de encuadrar lo sucedido en base a categorías rígidas y definidas a priori para ver si la realidad se adapta a una categoría preestablecida. La mayoría de los países que tuvieron prolongadas dictaduras y cortos gobiernos democráticos en el siglo XX hoy atraviesan el período más largo de democracia desde las independencias del reinado colonial. Y la clave es comprender que en algunos casos existen gobiernos progresistas que se revalidan en las urnas como nunca antes en su historia.

Este no es un detalle menor al momento de analizar los movimientos desestabilizadores. Plantear que «no lideraron coroneles ni generales» esconde que existen intereses poderosos que buscar derrocar a estos gobiernos progresistas y que han encontrado otras formas destituyentes. Los sectores más poderosos del Paraguay no necesitaron de coroneles o generales para destituir al presidente Fernando Lugo. Fueron los propios parlamentarios los que actuaron para derrocar a Lugo argumentando que había violado la Constitución y que su destitución era un acto de restitución democrática. La oposición brasileña derrotada en las urnas hace un año no toca los cuarteles para derrocar a Dilma Rousseff, invoca la baja popularidad que le otorgan las encuestas para proclamar que la presidenta debe dejar su cargo. Esto quiere decir que los gobiernos progresistas se enfrentan hoy a un conjunto de poderes que son mucho más sofisticados al actuar y que ya no buscan militares del estilo de Batista y Somoza o Videla y Pinochet, para citar solamente algunos nombres conocidos de épocas diferentes.

Se puede argumentar que el debate sobre las diferencias entre las diversas formas de golpes de Estado es una cuestión académica. Es posible. Pero no es menos cierto que todos los gobiernos progresistas que afianzan su legitimidad en las urnas están enfrentando movimientos que buscan deslegitimarlos y provocar su caída Y esto fue lo que sucedió el 30 de septiembre de 2010 en Ecuador. Por más que se intente entrar en la maraña de las definiciones se intentó derrocar a Correa.

Más notas sobre el tema