Hacia una nueva globalización

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Hacia una nueva globalización

Marcos López

La guerra comercial reconfigura el mapa internacional con nuevas alianzas y objetivos estratégicos, políticos y militares

La guerra arancelaria desatada por Donald Trump tiene una consecuencia inmediata: el final de la globalización tal como la conocíamos hasta ahora. El golpe de timón dado por el magnate estadounidense ha destrozado el tablero internacional y va a resultar complicado que todo vuelva a ser como antes. Podría ocurrir que con la salida de Trump del poder en las próximas elecciones se volvieran a calmar las aguas, pero probablemente nada será como antes. Hemos entrado en una nueva era o fase de la historia.

La globalización ha regido el mundo en las últimas décadas. Pero la idea es mucho más antigua de lo que creemos, tanto como el concepto de cosmopolitismo, que hunde sus raíces ya en la Antigüedad clásica. Diógenes de Sinope, el filósofo cínico del siglo IV antes de Cristo, se autodenominó “ciudadano del mundo”, desafiando las lealtades locales y promoviendo una visión universalista. Más tarde, Erasmo de Róterdam y Tomás Moro, durante el Renacimiento, promovieron ideales humanistas y pacifistas próximos al cosmopolitismo. En la Ilustración Kant hablaba de una “federación de naciones” y en el siglo XX Hannah Arendt, en su obra Los orígenes del totalitarismo, destacó la importancia del “derecho a tener derechos” universales, lo que algunos han interpretado como una forma de cosmopolitismo.

Esa idea de avance de la humanidad en su conjunto ha quedado seriamente tocada con las órdenes ejecutivas de Trump. De entrada, las relaciones de confianza entre Estados Unidos y la UE han quedado gravemente dañadas. Se ha roto el buen clima de amistad y entendimiento entre aliados establecido tras el final de la Segunda Guerra Mundial. Europa ha entendido que no se puede fiar de un país que lo deja en la estacada en cuanto Rusia da un paso adelante para conquistar territorio. El gran paquete de gasto en defensa anunciado por Ursula Von der Leyen (800.000 millones de euros) va en esa línea: autonomía militar y reconfiguración geoestratégica. En ese sentido, peligra el futuro de la OTAN. Aunque Estados Unidos ha anunciado que no prevé abandonar la Alianza Atlántica, ha exigido un aumento del 5 por ciento del gasto militar a cada socio. Muchos no querrán pasar por ese aro. Más bien, no podrán. Entre ellos España, a la que ya le supone una barrera casi insalvable destinar el 3 por ciento a la compra de armas.

Pero hay más consecuencias del arancelazo de Trump. La búsqueda de nuevos mercados. Las relaciones entre la UE y China van a estrecharse sin duda. El próximo viaje de Pedro Sánchez al gigante asiático se antoja trascendental. Europeos y chinos han entendido que una alianza comercial es la única forma de salir de la recesión en la que nos ha metido Trump. A partir de ahora, habrá más colaboración política y económica, quizá militar. China necesita a los europeos como compradores para seguir produciendo al mismo ritmo de ahora. El Ministerio de Comercio chino ya expresó este mismo jueves su “firme oposición” a los gravámenes, y prometió represalias para “salvaguardar” los derechos e intereses del país asiático. La reacción a la guerra comercial fue otro arancel a los productos norteamericanos.

Están cambiando los ejes comerciales y políticos. El mundo se realinea. Con un Estados Unidos en sintonía con la Rusia de Putin, a otros países se le abren oportunidades de cara al futuro. Es el caso de las economías emergentes: India, Brasil, Sudáfrica, Arabia Saudí, Emiratos, Turquía, Corea del Sur (quizá también Corea del Norte), Vietnam e Irán pueden beneficiarse del deliro arancelario trumpista que ha revolucionado el marco internacional. Estos países necesitan vender para crecer, pero también comprar, y ahí la UE tiene otro nicho de oportunidad. El mundo promete crecer por el Este, por Oriente, y Asia, con China a la cabeza, se perfila como el nuevo motor económico.

La historia avanza fabricando unos imperios y destruyendo otros (en este caso el yanqui, que parece haber entrado en fase de decadencia). Muere un mundo y renace otro. No mejor ni peor necesariamente, pero sí distinto. Nuevas expectativas se abren, como la explotación de las tierras raras y las nuevas energías, dejando atrás el agotado mercado del petróleo, el avance tecnológico (robótica, industria cuántica y espacial) y la posibilidad de la revolución verde. China está apostando seriamente por la sostenibilidad (como no podía ser de otra manera en un país donde millones de ciudadanos viven con mascarilla debido a la contaminación en las grandes urbes) y promete comerse ese sector de la economía en las próximas décadas, de ahí el temor de Trump (sus aranceles no dejan de ser una pataleta impotente contra el avance, contra el cambio de paradigma y contra el traspaso de poder al nuevo imperio amarillo). Baste un ejemplo: BYD es el mayor fabricante chino de vehículos eléctricos del mundo. Hace unos días, la compañía anunció una innovación que promete revolucionar la industria automovilística en los próximos años: una batería autónoma capaz de recargarse en cinco minutos. Tras la noticia, al otro lado del mundo, Elon Musk, el consejero de confianza de Donald Trump, temblaba. China le había dado el golpe de gracia a su empresa Tesla, que no atraviesa precisamente por su mejor momento.

La compañía de Musk se tambalea en Bolsa, el activismo izquierdista la ha tomado con el empresario en una agresiva campaña antifascista como pocas se recuerdan (no solo con troleo y desprestigio de la marca en redes sociales sino con quema de decenas de coches) y hasta el propio Trump ha tenido que intervenir para echarle una mano al hombre del saludo romano que envía turistas al espacio. La imagen de la Casa Blanca convertida en un concesionario de vehículos para animar a los norteamericanos a comprar Tesla es la metáfora perfecta de hasta dónde llega la decadencia del imperio americano. La aplastante maquinaria industrial china representada por BYD produce automóviles, autobuses, camiones, bicicletas y carretillas, todo eléctrico. China está pasando, a una velocidad de vértigo, de la revolución cultural de Mao a la revolución tecnológica, con coches enchufables, baratos y limpios que prometen reventar el mercado. Esa es la auténtica guerra comercial que se está librando. Y solo puede quedar un imperio.

Diario 16+


 

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