Francisco a la luz de la Historia – Por Flora Vronsky

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Francisco a la luz de la Historia

Por Flora Vronsky

El avance de los feminismos en cuanto expresión política de cuestionamiento del orden heterocispatriarcal, la división sexual del trabajo y la desigualdad desgarradora que provoca un sistema histórico de dominación masculina nunca estuvo fuera de los debates internos de una institución como la Iglesia católica que es la representación cabal del orden que se combate. Es posible, incluso, que las preocupaciones feministas estén todavía más presentes aquí que en muchos otros espacios en los que, a primera vista, parecieran más asimilables y menos problemáticas. Dan cuenta de esto infinidad de organizaciones que luchan desde dentro de la Iglesia por la igualdad de derechos para las mujeres, lesbianas, gays, personas trans, no binaries; para que todxs puedan vivir su fe en libertad y siendo parte de comunidades que lxs acojan y hagan carne la palabra amorosa del Evangelio.

La elección de Francisco hace doce años significó, en este sentido, una suerte de promesa de apertura de ciertos procesos, teniendo siempre en cuenta que la relación entre la lucha por la ampliación de derechos y una institución que lleva más de dos mil años de existencia y que recién en esta última década ha comenzado a revisar sus dogmas más rígidos, estará continuamente signada por el conflicto.

Dicho todo esto, es innegable que muchas de las reformas llevadas adelante por Francisco en estos años vienen a cumplir algo de esa promesa lanzada al mundo en el 2013, no solo de manera tangible sino también en el devenir personal del pensamiento y las posturas de Bergoglio, cuyo proceso de cambio ha tenido un impacto institucional histórico que equivale, sin exagerar, a sacudir los cimientos de aquello que funda el sistema ético y moral de Occidente. Bergoglio, como sacerdote jesuita y luego como Papa, ha sido una persona de procesos; ha sabido entender que es más determinante iniciarlos y habitar todas sus contradicciones que imponerlos y convertirlos, por tanto, en movimientos efímeros y frágiles. Esto ha funcionado como una suerte de punto en común con la lucha de los feminismos, porque si algo hemos tenido claro es que habitar nuestras propias contradicciones nos permite motorizar cambios y generar alianzas estratégicas para que se materialicen en la realidad efectiva. Y eso solo se puede hacer desde el coraje.

“No tengan miedo”, les dijo Francisco a lxs jóvenes en Lisboa en el 2023, casi como un correlato del famoso “Hagan lío” del año 2013 en Río de Janeiro, que pronunció a meses de haber sido electo sucesor de Pedro. Ambas expresiones se dieron en el marco de las Jornadas Mundiales de la Juventud que congregan a millones desde hace más de veinte años y a las que Francisco les grabó una impronta dual: desinfantilizar a lxs jóvenes creyentes y, desde allí, llamarlxs a la acción política en el mundo. El año pasado, en su recital multitudinario en Río, Madonna proyectó una placa que decía “No Fear” envuelta en una gigante bandera del Orgullo. Los vericuetos de la historia y los obrares misteriosos.

Si algo marcó el pontificado de este argentino porteño oriundo del barrio de Flores e hincha de San Lorenzo fue, como decíamos, entender los procesos. De ahí que las juventudes hayan sido centrales en su pontificado porque no solo es el futuro sino también, y antes de todo, motor de la historia. Por eso dedicó gran parte de su energía a trabajar por la subjetivación política de una juventud que habita un mundo inmisericorde y cruel, que respira incertidumbre y que es la prueba viva de las crisis de representación y referencia de este tecnocapitalismo deshumanizante y atomizador.

El Papa argentino hizo algo revolucionario: escuchó a lxs jóvenes, les dio la palabra. Organizó cientos de encuentros con jóvenes dirigentes políticos, docentes, artistas, trabajadores de la economía popular, emprendedores, militantes y activistas por los Derechos Humanos, referentes de todos los sectores de la sociedad que construyen verdadera comunidad organizada. Y lo ha hecho incluso como un mensaje claro hacias las organizaciones más tradicionales y con más poder dentro de la Iglesia: estxs son lxs jóvenes que me importan, lxs que están en el mundo real, lxs que no se conforman con ser parte del “club de la buena gente” como suele llamar a las órdenes y congregaciones históricas. En definitiva, lxs que se sublevan ante las injusticias y desigualdades de sociedades que han internalizado las pedagogías de la crueldad y del descarte, pulverizando los principios básicos del Evangelio.

El ejemplo más cabal e histórico de este interés amoroso fue el documental “Amén: Francisco responde”, del año 2023. Después de más de dos mil años de existencia, la Iglesia puso a un Papa a responder, a dar la cara ante un grupo de jóvenes integrado por personas de la comunidad lgbttqnb+, feministas creyentes a favor del derecho a la interrupción voluntaria del embarazo, trabajadoras sexuales, ex monjas, víctimas de abusos sexuales por parte del Opus Dei, de abusos eclesiales y espirituales de otras congregaciones, chicxs que han dejado de creer.

Sin olvidar que quien responde es la cabeza de la Iglesia católica y por tanto representa muchos núcleos dogmáticos conservadores que todavía están vigentes, la actitud de escucha amorosa de Francisco, las palabras de consuelo, el énfasis en que una Iglesia que no tiene las puertas abiertas para todxs está traicionado su vocación evangélica, produjo un antes y un después en muchxs creyentes que vimos, por primera vez en la historia moderna, la forma de una Iglesia que deseamos en nuestros corazones y por la que luchamos desde adentro cada día.

Foto: Abuelas Difusión

 

Por eso es intransferible -y muy difícil de explicar a los sectores más conservadores- que infinidad de personas gays, en especial jóvenes, hayan estado rezando vigilantes por el estado de salud de Francisco estos últimos días, y hoy lo lloren con auténtico afecto. Sentirse vistxs, respetadxs y queridxs por el líder de una institución que les ha producido muchísimo sufrimiento, que les ha expulsado de las parroquias y comunidades, que ha tenido obispos y cardenales que pedían públicamente su persecución (y que hoy solo pasan a la historia por haber sido los enemigos más acérrimos de Francisco) es no sólo histórico sino también, aunque sea insuficiente, una suerte de reparación y posibilidad de vivir la fe de una manera mucho más libre.

También lo lloramos con auténtico afecto millones de mujeres en el mundo entero. Porque aún desde su rigidez y limitación como líder de una de las instituciones más patriarcales del mundo, Francisco ha ido escuchando y acercándose al proceso de las luchas feministas a lo largo del tiempo, y ha llevado a cabo acciones disruptivas con respecto al papel de la mujer que cambiaron la Iglesia para siempre: nombró mujeres en el Estado y el Banco Vaticano, en Dicasterios (Ministerios) cruciales como los que luchan contra los abusos sexuales y los que organizan la totalidad de las órdenes religiosas del mundo, instauró el Sínodo Amazónico que revalorizó a las mujeres responsables de las comunidades indígenas modificando el Derecho Canónico, nombró a María Magdalena “apóstola de los apóstoles”, reponiendo el lugar determinante de su figura en la historia de la resurrección que la Iglesia más reaccionaria de los siglos XVIII y XIX le había quitado, entre muchas otras.

Sin embargo, todo esto fue la culminación de un devenir político y personal de Bergoglio a lo largo de su vida. Su elección como Papa hace doce años también lo fue. En el cónclave anterior, en el que fue elegido Joseph Ratzinger, estaba todo dado para que la fumata blanca dijera un nombre argentino pero a Bergoglio le pareció que no era el momento, ni en lo personal ni en lo colectivo-institucional. Luego, el entonces Arzobispo de Buenos Aires lejos de codiciar el poder del trono de Pedro, le presentó su renuncia a Benedicto XVI porque quería dedicarse de lleno a su tarea pastoral en nuestro país. Benedicto no solo no se la aceptó; se enojó con el futuro Papa porque le dijo que tenía que entender que estaba llamado a cumplir un rol histórico dentro de la Iglesia. Obrares misteriosos otra vez.

Porque Bergoglio, como sacerdote jesuita con una sensibilidad particular, siempre tuvo disposiciones claras hacia el carácter social y político de sus funciones. Desde que otro jesuita se lo acercó a fines de la década del ‘60, tuvo atesorado un texto que informó sus acciones y que lo guió especialmente a lo largo de su pontificado: La estrategia de la aproximación indirecta, de Basil Hart. Su propuesta expresa que la mejor manera de abordar un conflicto es debilitar la resistencia ajena antes que quebrarla; hacerla que desista de dar batalla. No huye del conflicto, lo resignifica. Al centro debe llegarse por rodeo, en sinuosidad, desde la periferia. Pues, “tengan en cuenta que los envío como ovejas en medio de los lobos, así que sean astutos como las serpientes pero sencillos como las palomas” (Mateo 10:16).

Así, de a poco y a medida que consolidaba su posición política de una vuelta a los preceptos básicos de la fe, fue logrando dignificar el enorme trabajo de los Curas Villeros, de quienes junto a él visitaban las cárceles, los pabellones de personas con HIV, los hospitales e instituciones psiquiátricas, las barriadas más necesitadas de nuestra capital federal en donde las precarias parroquias recibían a personas en situación de calle, a trabajadoras sexuales perseguidas por la policía, a mujeres víctimas de violencia de género, a pibes y pibas diezmadxs por el narco. Del mismo modo (desde la periferia hacia el centro), organizó y participó de operaciones para rescatar religiosos y laicos detenidos por la salvaje dictadura cívico-militar, salvando vidas cuyos testimonios en los juicios por causas de lesa humanidad permitieron revisar el papel de Francisco durante los años más oscuros de nuestra historia, y que lo enfrentaron ya para siempre con las cúpulas eclesiales ultraconservadoras y colaboracionistas. La revisión de su historia hizo que se amigaran con Hebe de Bonafini, y que Estela de Carlotto, Taty Almeida y nuestras Madres y Abuelas de Plaza de Mayo lo lloren hoy también desde ese afecto compartido.

Si observamos ese devenir personal y político que termina llevándolo a Roma para escuchar su nombre ese 13 de marzo del 2013 en una Plaza San Pedro colmada, podríamos decir que Bergoglio caminó para que Francisco pueda correr. No solo porque ese sacerdote porteño pasó de estar en contra del matrimonio igualitario a decir que “ser homosexual no es un delito, es una condición humana y quien penaliza la existencia del otro no tiene corazón”, o a permitir la bendición de parejas del mismo sexo y que las personas trans apadrinen o amadrinen bautismos, o que las mujeres puedan dar la comunión y ser acólitas, o a intervenir, auditar e incluso descabezar congregaciones extremadamente poderosas como el Opus Dei, los Legionarios de Cristo, el Camino Catecumenal, además de diezmar la orden de San Elías encabezada por Olivera Ravasi, hijo del genocida condenado Jorge Antonio Olivera y amigo personal de la Vicepresidenta Victoria Villarruel. O a pedir perdón por los miles de abusos sexuales perpetrados por sacerdotes, crear un Dicasterio especial para procesar los casos, escuchar e indemnizar a las víctimas y modificar el Derecho Canónico para que los curas acusados sean juzgados penalmente por el sistema judicial civil.

Francisco fue mucho más que Bergoglio. Pero también, mucho más que Francisco. Fue la encarnación de uno de los principios fundamentales de la fe: el principio de caridad en su acepción de amor; el principio que dice que podemos aspirar al bien y a la verdad escuchando, comprendiendo al otrx, cambiando, evolucionando, pidiendo perdón, perdonando, siendo profundamente más humanos para redimir nuestras oscuridades y construir un mundo común un poco más justo.

Por eso fue el Papa que el conservadurismo neoliberal y las ultraderechas odiaron. Porque durante más de diez años habló, escribió y predicó sobre los derechos de la clase obrera, porque pidió tierra, techo y trabajo para todxs, porque denunció la avaricia de los poderosos y la acumulación del capital en un puñado de manos como una de las causas de este mundo récord en desigualdad (“El diablo entra por los bolsillos”), porque habló de la crisis humanitaria que generan los países desarrollados con sus políticas antiinmigratorias, porque puso los padeceres de América Latina en primer plano y llamó a condonar las deudas externas usureras que nos ahogan y condicionan, porque luchó contra todas las guerras desde una mirada no eurocentrista y anticolonialista, porque defendió la importancia del cuidado de la “casa común” contra la destrucción predatoria del medioambiente, porque llamó por teléfono a la comunidad católica de Gaza todos los días, pidió por el cese al fuego, humanizó la vida de los miles de niños y niñas palestinos asesinados y pidió por la liberación de los rehenes israelíes en cada Ángelus, en cada entrevista, en cada oración. Porque dijo casi con desesperación, “no confíen en los flautistas de Hamelin y en los salvadores sin historia”.

Después del emocionante Habemus Papam de ese 13 de marzo, Francisco pronunció sus primeras palabras como Vicario de Cristo en la tierra: “Queridos hermanos y hermanas, parece que los cardenales me vinieron a buscar al fin del mundo”. Fue el primer Papa americano de la historia, el primer jesuita, el primer argentino, el único en más de dos mil años que eligió llamarse Francisco como el de Asís, para que el mundo entendiera su opción por la humildad, la sencillez, el amor por la naturaleza que nos cobija y la renuncia beligerante a los lujos, el dinero y el poder. Y por más de una década, fue el Papa que ofreció esta vida que le tocó al servicio de cambiar la Iglesia para siempre y devolverle algo de luz para iniciar un proceso que le permita ser más amorosa, inclusiva, igualitaria y justa. Lo hizo políticamente como jesuita e históricamente como argentino, nombrando en estos años 110 de los 135 cardenales actuales, cuando se necesitan 92 votos para que el cónclave elija al nuevo Papa. Lo hizo con el compromiso, la conciencia histórica y la sabiduría necesarias para consolidar sus reformas y lanzar la institución más antigua de Occidente hacia el futuro.

Puede que este bendito suelo, esta civilización austral a la que lo vinieron a buscar, le haya dado al mundo el mejor Papa de la historia. Un Papa que no llegó a construir la Iglesia que realmente deseamos, pero que sí inició los procesos más determinantes para que quienes luchamos por la igualdad renovemos nuestras fuerzas y sigamos enfrentando y poniendo en conflicto el orden tradicional que sigue representando la institución como tal.

Lxs católicxs y personas de todos los credos, agnósticxs, atexs, todxs lxs “crucificadxs de la historia” hoy lloran al Papa argentino, lo despiden y lo invocan con la esperanza de que su sucesor continúe y profundice los procesos iniciados. Gracias Jorge Mario Bergoglio, Francisco I, por haber sido luz, consuelo y sobre todo posibilidad en este mundo plagado de oscuridad. Que Dios y la Virgen de Luján te bendigan siempre.

LatFem


 

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