Ecuador: no es solo una elección presidencial
Por Daniela Pacheco*
La campaña electoral en Ecuador se ha desarrollado en un contexto profundamente desigual, en la que el presidente candidato, Daniel Noboa, concentra un poder casi total y utiliza todos los recursos del Estado en su beneficio. A pesar de lo establecido por la ley ecuatoriana, Noboa ha seguido en campaña sin solicitar la licencia correspondiente ante la Asamblea. Sus promesas de campaña giran alrededor de la entrega de bonos con cualquier motivo como si fuera comprando votos en vivo y en directo.No ha funcionado así solo la campaña electoral, sino en general el propio Estado. Noboa ha consolidado un control sin precedentes sobre los principales poderes, configurando un escenario de concentración de poder que debilita los contrapesos democráticos. Desde el Ejecutivo, ha logrado alinear al Legislativo mediante acuerdos circunstanciales, mientras que el sistema judicial opera en total complicidad con el oficialismo. Esta hegemonía institucional le ha permitido avanzar sin mayores obstáculos en su agenda política y electoral, socavando la independencia de las instituciones y distorsionando las condiciones de competencia democrática en la actual contienda presidencial.En ese mismo sentido, el rol del Consejo Nacional Electoral (CNE) también ha sido cómplice. Lejos de actuar como un órgano garante de la equidad democrática, el CNE ha tolerado las irregularidades del candidato presidente, permitiendo el uso electoral de actos de gobierno, cadenas nacionales —incluso en veda electoral— y recursos públicos, sin ejercer ningún tipo de control. Las escasas voces disidentes dentro del organismo, como la de la vocal Elena Nájera, han sido minimizadas o aisladas, dejando en evidencia la complicidad institucional frente al poder presidencial. Aun así, Noboa y su séquito se permiten levantar la voz para hablar de un posible fraude electoral, cuando las encuestas no le favorecen, razón por la cual se prohibió la toma de fotografías del voto en los recintos electorales. La política de seguridad, por su parte, ha sido instrumentalizada como un eje propagandístico antes que como una respuesta seria a la violencia estructural que atraviesa el país. La militarización de los territorios y la declaración del «conflicto armado interno» han sido medidas presentadas con espectacularidad, pero sin resultados visibles ni sostenibles. Los datos siguen mostrando un país asediado por el crimen organizado, mientras se normaliza la suspensión de garantías, el aumento de detenciones arbitrarias y las denuncias por abusos de fuerza. Noboa ha convertido la supuesta guerra contra el narcotráfico en un espectáculo electoral, en el que la narrativa de la mano dura se impone sobre el respeto a los derechos humanos y al Estado de derecho. Los datos son demoledores: Ecuador es hoy el pais más violento de la región, y enero de 2025 fue el mes más violento en la historia de ese país con un asesinato cada hora, al tiempo que el homicidio se convirtió en la principal causa de muerte de las niñas y niños ecuatorianos. Ni Noboa ni sus ministros tienen medio párrafo escrito de un plan de seguridad o del Plan Fénix, como su Gobierno lo llama, y mientras el país enfrenta una crisis de seguridad sin precedentes, con bandas criminales gobernando el Estado, el presidente y su clan han decidido desviar la atención persiguiendo, nuevamente, a líderes de la Revolución Ciudadana, como el alcalde de Guayaquil, Aquiles Álvarez, o el alcalde de Quito, Pabel Muñoz, cuyas ciudades son decisivas en términos electorales para esta segunda vuelta presidencial.En el plano económico y energético, el panorama no es más alentador. Los cortes de luz que han afectado a miles de familias en todo el país son prueba del deterioro de una infraestructura abandonada, cuya crisis fue minimizada y gestionada con improvisación. La renuncia forzada de la ministra de Energía no resolvió el problema de fondo: la falta de planificación, inversión y transparencia en la administración de los recursos públicos. Lejos de asumir responsabilidades, el Gobierno de Noboa, como siempre, ha buscado culpables en el pasado, mientras acumula más fracasos en el presente: recortes de luz de hasta 14 horas diarias en el país más inseguro del continente. A nivel internacional, las decisiones de Noboa han sido completamente erráticas. La reciente alianza con Blackwater, la empresa de mercenarios, disfrazada de fuerza de seguridad estadounidense, no solo plantea serios cuestionamientos éticos, sino que expone al país a dinámicas de violencia privatizada, de lógica paramilitar y de completo entreguismo y pérdida de autodeterminación. Al mismo tiempo, la invasión de la embajada mexicana y el apresamiento del exvicepresidente Jorge Glas, asilado del gobierno mexicano, reveló una política exterior guiada, más por caprichos de niño rico y de inteligencia muy limitada, que por una estrategia coherente. Ecuador se ha aislado en la región, perdiendo interlocución en espacios multilaterales y alejándose de los principios históricos de soberanía y diálogo que había ganado durante la Revolución Ciudadana. Así llega Ecuador a las urnas: con un presidente que ejerce el poder sin contrapesos, que hace campaña con el dinero del Estado, y que convierte la política y el sufrimiento del pueblo ecuatoriano en espectáculo. El escenario es tan desigual como decisivo. Mientras el oficialismo despliega una maquinaria sostenida por el poder y el miedo, la oposición, encabezada por Luisa González, ha apostado por una narrativa de esperanza, reconstrucción y justicia social. Su eventual triunfo no solo marcaría un hito histórico por ser la primera mujer en llegar a la presidencia del Ecuador, sino que también representaría un cambio de timón en medio de un país profundamente fracturado, empobrecido y bajo el asedio del crimen organizado.Lo que está en juego este domingo no es solo una elección, sino el rumbo de la democracia ecuatoriana. Entre la continuidad de un gobierno autoritario disfrazado de “lo nuevo” y la posibilidad de recuperar un proyecto político con una base popular y soberana, el pueblo ecuatoriano está llamado a decidir no solo su futuro inmediato, sino el tipo de país que quiere reconstruir tras años de desgobierno, violencia y simulación. América Latina y todo el mundo deben acompañar la posibilidad de que Ecuador recupere su oportunidad de volver a nacer. *Comunicadora social y periodista. Latinoamericanista. Asesora de gobiernos progresistas. Analista política. Colaboradora del Instituto para la Democracia Eloy Alfaro (IDEAL).