Trump, Rusia y la fin de la guerra en Ucrania: un nuevo orden en disputa – Por Katu Arkonada y Matías Caciabue

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Trump, Rusia y la fin de la guerra en Ucrania: un nuevo orden en disputa

Por Katu Arkonada y Matías Caciabue*

 

La llegada de Trump a la Casa Blanca ha reconfigurado el tablero geopolítica en dimensiones que no terminamos aún de comprender. Sin embargo, en términos estratégicos podemos decir que el trumpismo representa el triunfo del proyecto neoconservador sobre el globalista, dos visiones que disputan no solo el control del gran capital de origen angloamericano, sino también su proyección sobre el resto del mundo.

Desde esta perspectiva, no sorprende la rapidez con la que la nueva administración de Washington busca cerrar el conflicto entre Rusia y la OTAN, donde Ucrania ha servido como fuerza proxy y teatro de operaciones, en el plano técnico-militar, del llamado Enfrentamiento del G2: la pugna entre “Oriente” (China, Rusia, y sus capitales financieros y tecnológicos) y «Occidente» (EEUU, sus fondos de inversión global y su modelo GAFAM) por la “ganar el siglo XXI”, tal como lo definió Joe Biden.

A diferencia de los globalistas, que buscan un dominio multilateral y hegemónico, los neoconservadores han optado por una repliegue estratégico hacia Occidente y América Latina, concebidos como su Lebensraum (espacio vital) para acumular y proyectar su poder económico y político. En este esquema, han trazado una tregua tácita con China y han promovido una paz explícita con Rusia, con el objetivo de aislarla de su alianza con Beijing, en una maniobra inversa a la que Henry Kissinger realizó en 1971.

Euromaidan

El conflicto en Ucrania se entiende con mayor claridad desde América Latina que desde Europa. El “viejo continente”, durante más de una década, ha sido bombardeado con una narrativa distorsionada sobre Rusia, Ucrania, y el accionar nazi de Kiev sobre el Donbass.

Los medios de comunicación, y “Occidente” en general, nos quieren vender la idea de que el conflicto comenzó hace 3 años cuando Rusia entró en territorio ucraniano con su operación militar especial. La realidad es que en su etapa histórica moderna, el conflicto empezó, cuando menos, en 2014.

Después de la implosión de la Unión Soviética y la conversión de Ucrania en un Estado independiente, entre 2013 y 2014, en medio de una grave crisis económica e intereses de las élites políticas y económicas en aceptar un crédito del FMI que supondría introducir medidas neoliberales (congelamiento de salarios y pensiones, eliminación de aranceles, fin de la subvención del gas en los hogares, entre otras), el presidente ucraniano Víktor Yanukóvich comenzó un acercamiento a Rusia que supuso un acuerdo por el que Moscú iba a comprar 15 mil millones de dólares en deuda ucraniana y reducir en un tercio el precio del gas que vendía a Kiev.

Esto detonó movilizaciones siguiendo el esquema de las “revoluciones de colores”, donde se ha comprobado el rol activo de la CIA y el uso de mercenarios extranjeros, movilizaciones que fueron lideradas por varios grupos de extrema derecha, entre ellos Svoboda (cuyos líderes admiraban públicamente a Joseph Goebbels) y Práviy Séctor (Sector Derecho) formado por ex colaboradores nazis.

En febrero de 2014 el parlamento destituyó a Yanukóvich y los acontecimientos se sucedieron en cascada. En marzo se produce la anexión de Crimea a Rusia, y en abril se declara independiente la República Popular de Donestk primero, y la República Popular de Lugansk después, declaraciones de independencia ratificadas mediante referéndum en mayo (con un apoyo del 89% en Donestk y 96% en Lugansk). En septiembre se firma el Protocolo de Minsk I y en febrero 2015 Minsk II, con la participación de Ucrania, Rusia, Francia y Alemania, con el fin de llegar a un alto el fuego bilateral en el Donbás (conformado por los ex oblast ucranianos, ahora repúblicas independientes, de Donestk y Lugansk).

Sin embargo, la propia Angela Merkel reconoció tiempo después a los semanarios alemanes Der Spiegel y Die Zeit, que los acuerdos de Minsk se firmaron con el objetivo de ayudar a Ucrania a ganar tiempo para rearmarse.

Operación Militar Especial

Después de años de bombardeos ucranianos en el Donbás, y hasta el hallazgo de fosas comunes con civiles asesinados por estructuras paramilitares como el Batallón Azov, en febrero 2022, después de que Ucrania comenzara a recibir armamento extranjero, con al menos 2 envíos registrados por parte del gobierno estadounidense de 60 y 200 millones de dólares, Rusia comenzó una operación militar que llegó hasta las afueras de Kiev.

Sin embargo, el objetivo de la operación no era tomar Kiev, dado que es imposible controlar militarmente un territorio de más de 600 mil kilómetros cuadrados, el segundo más grande de Europa después de Rusia. Esa primera maniobra militar rusa intentó hacer colapsar el gobierno de Volodímir Zelenski, un judío sionista con probados vínculos con la ultraderecha de Tel Aviv. Moscú estuvo a punto de lograr su objetivo, si no fuera por la intervención occidental, particularmente del por entonces Primer Ministro británico Boris Johnson, que sacó a Zelenski de su país para hacerlo hablar ante el parlamento de Reino Unido.

No habiendo podido cumplir ese objetivo, Moscú se enfocó en el núcleo básico de sus intereses. Vladimir Putin los explicitó en una llamada telefónica con Emmanuel Macron: reconocimiento de Crimea como parte de Rusia, desmilitarización, desnazificación y promesa de neutralidad, es decir, la no entrada de Ucrania de OTAN.

Durante estos 3 años de conflicto militar, la guerra en Ucrania, de la que Rusia controla un 20% de su territorio, ha sido una combinación híbrida de guerra de posiciones con guerra de trincheras muy similar a la II Guerra Mundial. El teatro de operaciones combinó el uso de alta tecnología, sobre todo con el despliegue de drones para infligir daño letal tanto a las tropas como a instalaciones militares o complejos energéticos.

A marzo de 2025, Ucrania enfrenta una grave escasez de tropas debido al fracaso de su movilización general, ya que millones de jóvenes han huido del país o se han ocultado para evitar ser prácticamente secuestrados y enviados al frente de batalla. En el otro extremo, Rusia avanza con dos batallas clave para completar la toma del Donbás: está a punto de conquistar el nudo ferroviario y carretero de Pokrovsk, así como la ciudad fortificada de Chasiv Yar (tras la cual solo se extiende campo abierto). Con Kostiantynivka en el camino, solo restarían dos ciudades industriales, Sloviansk y Kramatorsk, para consolidar el control sobre todo el óblast de Donetsk, mientras que ya domina el 95% de Lugansk y gran parte de Zaporiyia y Jersón.

Sin embargo, en esta época de fin del invierno los caminos se congelan, y Rusia está esperando el resultado de las negociaciones con Estados Unidos y, según fuentes de inteligencia militar, preparando una posible ofensiva en primavera.

En la actualidad, el mayor punto de conflicto se encuentra en la región rusa de Kursk, donde Ucrania, en una operación militar relámpago en agosto 2024 penetró en en la región con el objetivo de desviar fuerzas rusas de Donestk y trasladar parte del conflicto a territorio enemigo. Moscú no calló en la ansiedad, y apostó por seguir avanzando en el Donbás, y recuperar poco a poco el territorio en Kursk. Ésto último parece que sucederá de manera definitiva en pocos días, pues ya incluso ha entrado al vecino oblast ucraniano de Sumy y está recuperando el control sobre la carretera R200 poniendo en riesgo el apoyo logístico a las fuerzas ucranianas en Kursk.

2025: Negociaciones en curso

La imagen de un arrogante Zelensky siendo humillado por Trump y Vance en la Casa Blanca, sumada a la decisión del presidente estadounidense de suspender la ayuda militar a Kiev —acordada previamente por la administración Biden hasta agosto de 2025— y al anuncio del director de la CIA, John Ratcliffe, sobre la congelación del suministro de inteligencia a Ucrania (clave en estos tres años de guerra), son señales inequívocas de que el conflicto se acerca a su desenlace. Sin embargo, todo indica que la guerra se prolongará durante 2025 hasta alcanzar un acuerdo definitivo.

Es probable que dicho acuerdo no consista en una paz formal, sino en un congelamiento de los frentes de batalla en la situación en la que se encuentren, siguiendo el modelo del Armisticio de Corea, vigente desde 1953, que nunca reconoció oficialmente la existencia de dos Coreas y, en la práctica, mantiene a Corea del Norte y Corea del Sur en un estado de guerra latente.

Más allá de cómo queden los frentes de batalla al momento de la firma del acuerdo, es innegable que Estados Unidos, principal artífice del conflicto, forzará a Ucrania a aceptar los términos. Sin el respaldo militar de Washington, Kiev no tiene posibilidades de sostener la guerra, y Rusia continuaría su avance. Lo que resulta evidente es que Moscú no solo consolidará su control territorial sobre el Donbás (mientras que Crimea ya estaba bajo su dominio), sino que también logrará su objetivo estratégico principal: impedir el ingreso de Ucrania en la OTAN, algo que todas las partes ya dan por asumido.

Mientras tanto, la Unión Europea ha quedado relegada a un papel secundario tras involucrarse en la guerra con asistencia económica y militar, además de sanciones y el congelamiento de activos rusos en su territorio. Ahora solo le resta observar desde la distancia las negociaciones entre Estados Unidos y Rusia, participar en la reconstrucción de un país que contribuyó a devastar y, en el mejor de los casos, gestionar el ingreso de Ucrania en la UE. Sin embargo, esta última opción le resultaría poco conveniente, ya que implicaría destinar cuantiosos fondos de cohesión a la integración de la nación más extensa territorialmente de la Unión, y que, antes de la guerra, era la quinta más poblada después de Alemania, Francia, Italia y España.

Conclusiones

El desenlace del conflicto en Ucrania parece estar marcado por una reconfiguración del tablero geopolítico, donde el regreso de Trump ha acelerado la búsqueda de un acuerdo que, más que una paz definitiva, representará un cese de hostilidades bajo términos dictados por Washington y Moscú. EEUU, que jugó un papel determinante en la escalada del conflicto, ahora busca cerrarlo en condiciones que favorezcan su nueva estrategia geopolítica: consolidar su dominio sobre el “Occidente ampliado” y reorientar sus esfuerzos hacia la contención de China, a través de instancias como el QUAD, la mesa diplomática que la Casa Blanca tiene con Australia, Japón e India.

En este escenario, Ucrania emerge como la gran perdedora, forzada a aceptar la pérdida del Donbás y Crimea, además de la imposibilidad de su ingreso en la OTAN, objetivos fundamentales de Rusia desde el inicio de la guerra.

En el complejo ajedrez diplomático que define el conflicto en Ucrania, Vladimir Putin ha vuelto a fijar condiciones inflexibles para cualquier alto el fuego, reiterando que Moscú no aceptará una tregua que solo sirva para que Kiev reorganice sus fuerzas y reciba más armamento occidental. “La idea en sí es correcta y la apoyamos incondicionalmente”, afirmó el mandatario ruso en referencia a la propuesta de un cese de hostilidades de 30 días, pero advirtió que cualquier pausa en los combates debe conducir a una “solución final” que resuelva las “causas fundamentales” de la guerra.

En otras palabras, el Kremlin mantiene sus exigencias: reconocimiento de la anexión rusa sobre el Donbás y Crimea, la retirada ucraniana de las regiones ocupadas, garantías de seguridad para los rusoparlantes y la promesa definitiva de que Ucrania no ingresará a la OTAN. En paralelo, las tropas rusas han acelerado para recuperar el control sobre Kursk, sin dejar de consolidar su dominio sobre el Donbás. En otras palabras, Putin parece dispuesto a negociar desde una posición de fuerza, dejando claro que cualquier concesión dependerá de la evolución del conflicto en el teatro de operaciones.

Desde Washington, Donald Trump recibió las declaraciones de Putin como “una declaración muy prometedora”, aunque insistió en que aún son insuficientes para llegar a un acuerdo definitivo. El presidente estadounidense aseguró que su equipo mantiene “discusiones muy serias” con Moscú y reconoció que la Casa Blanca ha debatido con Ucrania posibles concesiones territoriales, incluyendo la distribución de activos energéticos clave. “Me encantaría reunirme con él y hablar con él, pero tenemos que terminar con esto rápido”, afirmó Trump, sugiriendo que su administración presionará para una resolución acelerada del conflicto.

Sin embargo, en medio de estas negociaciones, persiste la incertidumbre sobre el verdadero margen de maniobra de Kiev, que depende completamente del respaldo militar y financiero estadounidense. En paralelo, el influyente Elon Musk afirmó que un poderoso ciberataque sobre su red social X provino de territorio ucraniano.

La Unión Europea, relegada a un papel secundario, actúa de manera espasmódica, en oposición a los diálogos entre Washington y Moscú. Putin, por su parte, ya ha dejado entrever que cualquier acuerdo podría incluir, además, un pacto energético que reavive el suministro de gas a Europa. Con su economía descapitalizada por la pérdida de acceso a los baratos recursos energéticos rusos, Bruselas ahora se ve atrapada entre la seguir sosteniendo sóla a Zelenski, y la incertidumbre sobre su futuro en un orden mundial emergente que lo relega a un papel secundario. La guerra en el Donbass ha demostrado los límites de su autonomía estratégica y evidenciado su incapacidad para articular una política propia frente a los intereses estadounidenses.

El cierre de este capítulo bélico, sin embargo, no implica el fin de las tensiones mundiales, sino más bien una redistribución de fuerzas en el escenario internacional. La jugada de Trump para aislar a Rusia de China abre interrogantes sobre la viabilidad de esta estrategia y las respuestas que puedan surgir desde Pekín. Mientras tanto, en América Latina, el repliegue neoconservador estadounidense sobre la región puede significar un nuevo ciclo de presiones políticas y económicas, en un intento de reforzar su hegemonía en lo que históricamente ha considerado su “patio trasero”. Así, la guerra en Ucrania no sólo redefine las fronteras en el este de Europa, sino que también reconfigura las disputas del siglo XXI, en un mundo donde las certezas del pasado han dado paso a una competencia feroz por el futuro.

*Arkonada es Analista Vasco-boliviano, Miembro de la Red de Intelectuales en Defensa de la Humanidad. Caciabue es Licenciado en Ciencia Política y ex Secretario General de la Universidad de la Defensa Nacional UNDEF en Argentina. Ambos son investigadores del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).


 

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