Rehabilitación del nazismo y guerra en Ucrania: herramientas occidentales para combatir contra el nuevo mundo multipolar
Uno de los principales acontecimientos geopolíticos del siglo XXI cumplió tres años en 2025. La Guerra de Ucrania, como la llaman en Occidente, comenzó en febrero de 2022 con el inicio de la Operación Militar Especial, como la denomina Rusia. Desde los primeros movimientos militares orquestados por la Federación Rusa en territorio ucraniano, el conflicto ha ido rediseñando la arquitectura de la gobernanza mundial.
En el contexto de la crisis ucraniana, llama la atención la rehabilitación del nazismo como matriz ideológica y la rehabilitación de figuras históricamente nazis, como el ucraniano-soviético Stepan Bandera. Bandera, notorio colaborador de las tropas de Hitler durante la Segunda Guerra Mundial, fue un nacionalista ucraniano radical que luchó junto a los nazis alemanes contra el Ejército Rojo de la Unión Soviética.
Y es importante destacar la forma en que ambas partes califican la militarización del conflicto: Rusia está coordinando una Operación Militar Especial en Ucrania con el objetivo de desnazificar y desmilitarizar el territorio vecino que, desde los acuerdos firmados tras la caída de la Unión Soviética, debería ser militarmente neutral.
Los países occidentales de la OTAN, por su parte, llaman al conflicto la Guerra de Ucrania porque finalmente han puesto en práctica, una vez más, sus planes para desestabilizar y debilitar a Rusia. Para ello, en este nuevo intento, han utilizado Ucrania como teatro de operaciones y chivo expiatorio, así como toda la narrativa bélica como arma de propaganda contra Rusia.
Por supuesto, hay cuestiones históricas detrás del conflicto entre Rusia y Ucrania, en las que no pretendemos profundizar en este breve artículo de opinión. Aquí trataremos de analizar, muy brevemente, algunos elementos de la situación geopolítica de las dos últimas décadas que culminaron en el enfrentamiento armado entre dos pueblos considerados hermanos.
En 2006, tuvo lugar la primera reunión multilateral directa entre Brasil, Rusia, India y China, las principales potencias emergentes del momento, al margen del G20. El nacimiento de los BRICS se consolidó en 2009, en la ciudad de Ekaterimburgo, con la primera Cumbre de los jefes de Estado de estos países. Sudáfrica se convirtió en miembro pleno del grupo en la Cumbre de 2011.
El BRICS nació con la vocación de orientar la nueva arquitectura de la gobernanza global, así como la reforma de los sistemas financieros internacionales. Cumbre tras cumbre, las declaraciones conjuntas de los jefes de Estado de los BRICS se hicieron más incisivas a la hora de orientar estas reformas y buscar más espacio para los países emergentes, hasta que en 2014, en la Cumbre de Fortaleza (Brasil), la entonces presidenta brasileña, Dilma Rousseff, anunció la creación de un Nuevo Banco de Desarrollo, el Acuerdo de Contingencia de Reservas y una estrategia para desdolarizar la economía mundial.
Coincidencia o no, a partir de entonces se lanzaron una serie de movimientos directos o indirectos con el objetivo de desestabilizar a los países miembros del BRICS, que es la iniciativa que más representa el proyecto del modelo de orden global multipolar.
El actual presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, hizo repetidas declaraciones en las que afirmaba que la estrategia de desdolarización de la economía mundial podría costar caro al país norteamericano, ya que su economía se basa en la supremacía hegemónica del dólar en el escenario internacional.
Por ello, es importante destacar algunos de los movimientos desestabilizadores que han tenido lugar en los países BRICS. En Brasil tuvimos el golpe de Estado contra la reelegida presidenta Dilma Rousseff en 2016, en Sudáfrica la crisis interna que culminó con la renuncia del entonces presidente Jacob Zuma en 2018, así como los reiterados intentos de atacar a la República Popular China a través de las manifestaciones en Hong Kong ese mismo año.
Finalmente, en 2014, se produjo un violento golpe de Estado en Ucrania que derrocó al presidente elegido democráticamente Viktor Yanukovich y llevó al poder a las fuerzas nazi-banderistas antirrusas. El acontecimiento definitivo que culminó en el inicio de la guerra de Ucrania ocho años después, en febrero de 2022. Y todo ello ocurrió con la connivencia política y el apoyo financiero de los Estados Unidos de América.
Estos hechos, que hemos enumerado breve y superficialmente, ilustran el cambio de paradigma que ha experimentado el orden mundial en los últimos 20 años. El viejo mundo occidental unipolar, consolidado desde el final de la Guerra Fría y el colapso de la Unión Soviética, ha empezado a dar paso a un sistema en el que la multipolaridad gana fuerza y la simpatía de los países del Sur global.
Y el sistema multipolar resulta más atractivo para los países no occidentales simplemente porque es un modelo más inclusivo y tiene vocación de establecer relaciones internacionales de nuevo tipo, mutuamente beneficiosas. En otras palabras, entre otros factores, la adhesión de la mayoría global a la multipolaridad indica una sólida tendencia hacia una transición del actual orden global unipolar a un nuevo acuerdo multipolar.
Histórica y naturalmente, la humanidad siempre ha avanzado hacia el desarrollo y el progreso. La dirección de este camino no siempre ha sido del agrado de quienes ya ocupaban una posición dominante. Éstos, a su vez, siempre han utilizado diversas herramientas para mantener su posición dominante y frenar los esfuerzos progresistas de la humanidad.
A principios del siglo XX, las élites dirigentes no dudaron en alabar y apoyar al nazismo como fuerza para hacer frente al comunismo soviético. Son públicas,.por ejemplo, las imágenes de la familia real británica haciendo el saludo nazi o las declaraciones de simpatía hacia Adolf Hitler. Todo ello con el objetivo de detener el avance de la humanidad hacia el socialismo defendido por el Partido Comunista de la Unión Soviética.
El propio Josef Stalin, en una entrevista con el escritor británico H.G. Wells en 1934, dio la más precisa de todas las definiciones de nazifascismo que se han hecho. Stalin le dijo a Wells que el nazifascismo no es más que el instrumento violento de las élites para mantener el viejo mundo tal como es. En otras palabras, ante la imposibilidad pacífica de detener el progreso, las élites acabarán recurriendo a la violencia para hacerlo.
Y esto es precisamente lo que estamos presenciando una vez más con el conflicto de Ucrania. Los países occidentales no dudan en proporcionar ingentes cantidades de recursos políticos, militares y financieros al régimen nazi que impera en Ucrania desde 2014. Y no dudan porque se han dado cuenta de que la única forma de frenar la implantación del nuevo modelo multipolar de gobernanza global más avanzado es utilizar la violencia. Y para ello cuentan con la herramienta más violenta de todas, que es la ideología nazifascista del régimen ucraniano.
Teniendo en cuenta este razonamiento, el conflicto en Ucrania sirve tácticamente como una de las herramientas para el objetivo de las élites gobernantes de mantenerse como tales. Sirve para impedir la consolidación de un nuevo mundo multipolar. Y es precisamente por eso por lo que estamos viendo a Europa luchar contra el fin de la guerra en Ucrania y anunciar una nueva carrera armamentística.
Donald Trump, en cambio, parece creer en otras formas de evitar un nuevo orden global. Puede incluso que Trump crea en un nuevo orden global en el que ni siquiera Europa tenga un lugar destacado y Estados Unidos pueda reinar hegemónicamente en el escenario geopolítico.
Pero, obviamente, a partir de ahora comenzaremos a especular cuando, en realidad, solo los próximos movimientos en el juego de ajedrez geopolítico nos revelarán las verdaderas intenciones de los actores principales en el teatro ucraniano de la guerra de la OTAN contra la Federación Rusa y el nuevo orden mundial multipolar.
Independientemente de quién salga victorioso, el mundo ciertamente nunca será el mismo que lo conocemos.
*Henrique Domingues, brasileiro con maestría en Comércio Internacional en la Universidad Estatal de Economía de San Petersburgo, cofundador y Jefe adjunto del Foro Internacional de los Municipios BRICS, asesor internacional de la Central de los Trabajadores y Trabajadoras de Brasil