Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
Diego Portal *
Las elecciones presidenciales de agosto próximo constituirán el escenario definitivo de una clara confrontación entre dos opciones de país. Más allá de los liderazgos o los caudillismos tradicionales y de los propios partidos políticos, estará en juego la visión de país y el futuro que puede encontrar el Estado boliviano en tanto se enfrentarán la continuidad y consolidación del Estado Plurinacional, inclusivo y popular, contra el retorno a un modelo republicano colonial, discriminador y antiderechos.
Bolivia atraviesa por una coyuntura particularmente difícil, en varios aspectos –social, económico, cultural y, desde luego, político–, y lo que vaya a ocurrir el 17 de agosto marcará nuestro porvenir.
Entre estos varios aspectos se pueden mencionar, sin pretender incluirlos todos, problemas como el económico, expuesto a través de la escasez de la divisa norteamericana o de la distribución de carburantes; la debilidad de la oposición, sobre todo de una derecha que no logra articular una propuesta nacional, sino que mantiene un discurso retrógrado; los problemas al interior del partido de gobierno, el Movimiento Al Socialismo (MAS), que han devenido en un fraccionamiento que puede ser una causa no solo de debilidad, sino que abre la posibilidad real, después de 20 años, de una derrota electoral para la izquierda.
Algo de historia
La izquierda boliviana durante el siglo XX no logró jugar roles protagónicos casi en ningún momento, habiéndose identificado como una de las causas de este fracaso de acción política al sectarismo de cada una de las facciones llamadas de izquierda o provenientes del campo popular, fueran estas de filiación marxista o no.
El gobierno de Juan José Torres Gonzales, instalado en Palacio Quemado tras una asonada militar llevada a cabo por un grupo de uniformados de identificación nacionalista y popular, dio lugar al establecimiento de un gobierno sui generis con la supuesta adhesión de grupos de izquierda marxista, incrustados en la estructura de la Central Obrera Boliviana (COB), que facilitarían a que el 1 de mayo de 1971, de manera totalmente novedosa en el continente, se instalara la Asamblea Popular en el mismo recinto donde tradicionalmente se reunía el Poder Legislativo.
La evaluación de lo hecho por la Asamblea “revolucionaria” queda para otra oportunidad, lo cierto es que el experimento fue duramente interrumpido por el sangriento golpe militar fascista que llevó a cabo en agosto de 1971 un grupo de militares, entre ellos el coronel Andrés Selich –asesinado pronto por los propios conspiradores–, que llevó a la presidencia al coronel Hugo Banzer Suarez, quien condujo dictatorialmente el país durante un septenio, en uno de los períodos más oscuros de la historia nacional y que fue abiertamente parte del Plan Cóndor, plan diseñado, preparado y ejecutado desde las agencias imperiales estadounidenses y sus lacayos locales en una buena parte del subcontinente sudamericano.
Otro momento en que la izquierda nacional, marxista y no, jugó un papel protagónico fue en el período 1982-1985, tras la recuperación de la democracia después de una larga hilera de gobiernos militares de facto, a la cabeza de Hernán Siles Suazo, del Movimiento Nacionalista Revolucionario de Izquierda (MNRI), colectividad que junto al Partido Comunista de Bolivia (PCB) (línea Moscú) y el Movimiento de la Izquierda Revolucionaria (MIR), que nació de un sector de la juventud de la democracia cristiana que también había sido parte del movimiento guerrillero de Teoponte en 1970, conformaron la Unidad Democrática y Popular (UDP).
Esta agrupación política, pese a la presencia del PCB, se caracterizó por una posición más bien de corte socialdemócrata, con fuertes resabios nacionalistas revolucionarios. Fue ganadora en tres procesos electorales consecutivos –1978, 1979 y 1980–, aunque no pudo asumir el gobierno sino hasta octubre de 1982, cuando la población impuso en las calles a los militares el retorno a la democracia. Empero, el haber aceptado gobernar con el Parlamento elegido en 1980 le impidió contar con una mayoría suficiente y necesaria para gobernar.
Debido a su naturaleza de alianza electoralista, la UDP dejó de lado a importantes grupos de izquierda y tuvo que enfrentar en su gestión una férrea oposición de sectores que, desde dentro de la COB, se constituyeron en el mayor elemento de desestabilización del Gobierno, sumados al boicot llevado a cabo desde un Legislativo con mayoría de la derecha.
El fracaso de la UDP, además de los factores apuntados, respondió a que en los hechos habían desconocido el mandato popular y a su negativa de aglutinar y convocar a los partidos de izquierda, a campesinos y a otros sectores populares.
Fueron estos dos momentos, únicos en todo el siglo XX, en que podría haberse vislumbrado el inicio de un cambio de las estructuras del viejo Estado colonial. Es así que ambas experiencias quedan para la Historia más que como muestras de emergencia popular como rotundos fracasos; derrotas del campo popular que condujeron a largos períodos de gobiernos de derecha, de carácter fascista en un caso y de orden neoliberal en el otro.
La unidad superior de la izquierda
Marcelo Quiroga Santa Cruz, el líder del Partido Socialista 1 (PS1), quien tuvo una destacada participación en la triada de procesos electorales de fines de la década de los años 70, llegó a constituirse la tercera mayoría en los comicios de 1980, con un crecimiento sin precedentes, con un discurso totalmente claro y contundente de carácter marxista, sin apoyo externo de ninguna naturaleza.
Desde que la dictadura banzerista convocó a elecciones en 1978 Quiroga Santa Cruz planteó como la vía más cardinal para derrotar a la derecha heredera de la dictadura la “unidad superior de la izquierda”.
Pero Quiroga Santa Cruz mantuvo una postura crítica y diferenciada respecto a esa idea de una “unidad superior de la izquierda” en los procesos electorales en Bolivia en 1978, 1979 y 1980. A pesar de compartir principios socialistas, su enfoque se orientó a una visión independiente y una fuerte crítica a sectores de la izquierda tradicional, a los partidos tradicionales y, sobre todo, a la influencia del militarismo y la oligarquía en la política.
Su crítica principal, a tiempo de plantear esa unidad superior de la izquierda, estaba dirigida al pragmatismo de la UDP y los partidos que la integraban. El PS1 y el propio Marcelo fueron invitados y convocados en más de una ocasión a integrarse a la alianza udepista; sin embargo, su exigencia de que la unidad fuera en torno a un programa de gobierno verdaderamente revolucionario que contemplara temas como la nacionalización de la minería mediana, la estatización de la banca privada, el control de divisas, entre otros, fue el impedimento para su incorporación a esa alianza identificada por su pragmatismo y oportunismo electoral.
El tiempo le dio la razón al líder socialista. La derecha se encumbró nuevamente tras el fracaso udepista, instalándose en el poder por cuatro lustros, devastando el país bajo un modelo neoliberal ortodoxo impuesto desde Washington y acatado por los gobernantes de turno. Marcelo no vio aquel desenlace, pues el fascismo militar que antes de 1980 lo había sentenciado a muerte cumplió con su amenaza al producirse el golpe encabezado por García Meza, el 17 de julio de 1980, no solo quitándole la vida, sino despareciendo sus restos hasta el día de hoy.
Un cuarto de siglo de luchas y logros
El siglo XXI se abrió con una fuerte presencia y una impronta particular de los sectores populares. Rápidamente se fueron estableciendo frentes de lucha y resistencia al modelo neoliberal en las ciudades y en el campo. Es ahí donde se dan la Guerra del Agua y la Guerra del Gas, entre otras movilizaciones que irían a marcar el camino del movimiento social en este primer cuarto de siglo.
Ya las elecciones nacionales de 2002 evidenciarían que el pueblo había decidido tomar el poder por cuenta propia y no más a través de intermediarios; y en 2005 expresó en las urnas que la historia en Bolivia había cambiado, que a partir de entonces empezaba un nuevo ciclo, otorgando el mandato al Instrumento por la Soberanía por los Pueblo (IPSP) a la cabeza de Evo Morales.
La Asamblea Constituyente, la nueva Constitución Política del Estado (CPE), el Estado Plurinacional –con todo lo que conlleva–, son los hitos de este nuevo período.
Desde 2006, hasta ahora, Bolivia ha sufrido una profunda y verdadera transformación, cuyos logros son por todos conocidos, aun cuando se deben registrar las deficiencias y errores de todo proceso histórico.
El Imperio y sus lacayos criollos, la derecha en su conjunto, han intentado de las más variadas maneras interrumpir, cuando no detener, el proceso histórico de transformación revolucionaria en curso y reponer el Estado republicano colonial y dependiente. Hasta ahora, incluido el golpe de 2019, han sido intentos fallidos.
La madre de las batallas
Por todos estos antecedentes las elecciones de agosto de 2025 tienden a constituirse en otro hito histórico, en otro momento fundacional o refundacional, desde ambos lados de la política.
Pese a la debilidad evidente de los partidos de derecha y de sus propuestas programáticas de gobierno, los recientes triunfos de Trump, Milei o Bukele parecen haber inyectado energías en una oposición alimentada con recursos provenientes de agencias imperiales, lo que le hace abrazar la posibilidad de disputar el nuevo gobierno y poder consolidarse por un largo tiempo.
Se suma a esto las pugnas del oficialismo, en las que ha existido participación activa de agentes de la derecha y el acompañamiento de la corporación mediática, que han hecho más evidentes las fricciones al interior del movimiento popular y han contribuido de eficazmente al quiebre que se presenta en la actualidad.
Ese quiebre, precisamente, es el que puede dar lugar a una derrota, después de dos décadas de rotundas victorias electorales del movimiento popular.
La responsabilidad de la izquierda
Solamente la unidad, sobre la base de un programa de izquierda, puede garantizar que no retorne la derecha a gobernar y devastar el país e imponer nuevamente un modelo republicano, poniendo fin al Estado Plurinacional –con todos los logros y avances obtenidos en los últimos 19 años–.
Esa es la responsabilidad de los dirigentes y de las bases de las organizaciones sociales y de todas las agrupaciones revolucionarias y de izquierda para con Bolivia y el pueblo en su conjunto. No hacerlo, es decir, renunciar a la unidad, por cualquier tipo de intereses personales o de grupo, bajo cualquier tipo de argumento o justificación, no será otra cosa que jugar a favor de la oposición, de allanar el camino a la derecha y traicionar al pueblo.
Hoy, como nunca, habrá que recuperar el legado de Marcelo Quiroga Santa Cruz.
* Cientista político boliviano, analista de La Época