Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
Rafael Cuevas Molina *
Acorde con la mentalidad colonial que nos caracteriza, según la cual lo que sucede y dictan en el norte se vuelve norma a imitar acríticamente en nuestros lares, en nuestros países se aplican los modelos de desarrollo que, unos tras otro, se nos venden desde Europa y los Estados Unidos como la Pomada Canaria, es decir, como aquel ungüento que se vendía en las viejas boticas para curarlo todo.
Así, es larga la lista de cursos en las facultades de ciencias sociales de América Latina que tratan sobre los modelos de desarrollo que se han sucedido, uno tras otro, a lo largo de nuestra historia, empezando por el modelo colonial y, ya en la época republicana, el primario exportador, el de industrialización por sustitución de importaciones y neoliberal; todas variantes particulares del acoplamiento del capitalismo dependiente y sui géneris que caracteriza al sur global a las necesidades de las economías centrales.
Con escasas excepciones, se trata de vidrios de colores que nuestras clases dominantes compran eufóricamente. Los economistas “serios” de nuestros países, que han hechos su maestrías, doctorados y posdoctorados en la Universidad de Chicago, en la de Nueva York o en la de California o en cualquier otra de los Estados Unidos, argumentan y dan razones no solo para acatar las indicaciones y la conveniencia del nuevo catecismo que se nos ofrece, sino que indican las estrategias para “acoplarnos” de forma rápida y eficiente al modelo correspondiente, por medio del cual saldremos (por fin) de la pobreza y de todos los males que nos han caracterizado.
Esta actitud seguidista ha sido denunciada siempre por el pensamiento crítico. Solo para mencionar un caso emblemático y relevante, véase el opúsculo de José Martí titulado Nuestra América, publicado en 1891, en donde, entre otras cosas, dice: “La incapacidad no está en el país naciente, que pide formas que se le acomoden y grandeza útil, sino en los que quieren regir pueblos originales, de composición singular y violenta, con leyes heredadas de cuatro siglos de práctica libre en los Estados Unidos, de diecinueve siglos de monarquía en Francia”.
Así que lo que hemos vivido en los últimos cuarenta años no es nuevo, viene de bien atrás y tiene raíces estructurales claras. Nuevamente nos vendieron el modelo Pomada Canaria que nos enganchó al tren de la globalización neoliberal y que significó una reorientación de todos nuestros aparatos productivos. Las consecuencias de este último modelo han sido desastrosas, ha producido mucha riqueza material, pero la ha concentrado en pocas manos, ha aumentado la desigualdad y acelerado la depredación ambiental. Nuestro papel de fuente de materias primas se ha reforzado, y nuestras sociedades se tiñen de violencia y de grandes contingentes sociales que buscan escapar de ella y de la marginación migrando hacia algún lugar en donde puedan tener condiciones mínimas de vida.
El modelo, sin embargo, parece estar lanzando sus últimos estertores porque el tiro le salió por la culata a la locomotora del sistema, la que debía ser la gran beneficiada, pero que vio como se erosionaban sus propias bases de sustentación ante la migración de los capitales que encontraron más ventajosas formas de explotación de la fuerza de trabajo en otros países. Ahora lanza rayos y centellas a diestra y siniestra y acusa a amigos y enemigos de traición y aprovechamiento.
Estamos en un nuevo viraje al que todo mundo corre a adaptarse. Las clases dominantes de nuestros pequeños países, expectantes y temblorosas, no saben qué rumbo tomar si quien era su guía y modelo les da la espalda. Se atrincheran entre sus propias fronteras y, desacostumbrados a pensar con cabeza propia, esperan los posibles golpes que los tumben, o la benevolencia del imperio que (¡ojalá!) los ignore y no les propine algún manotazo. Pobre destino de perrito faldero que mueve la cola para evitar el enojo del amo y que, en la turbulencia de la borrasca, pierde la cabeza y no sabe qué hacer.
Estamos entrando en una de esos momentos de tormenta que traen conmoción, encontronazos y angustias. Todo rechina y se encrespa. No durará poco y apenas estamos empezando a transitarlo. Ojalá pudiéramos aprovechar la crisis para pensar con cabeza propia.
* Historiador, escritor y artista plástico. Licenciado en filosofía y magíster en Historia por la Universidad de La Habana. Catedrático, investigador y profesor en el Instituto de Estudios Latinoamericanos (IDELA), adscrito a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional (UNA), Costa Rica. Presidente de AUNA-Costa Rica.