Derivaciones racistas en el Siglo XXI. Viejos y nuevos signos del fascismo, en la fase digital – Por Paula Giménez y Matias Caciabue

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Derivaciones racistas en el Siglo XXI. Viejos y nuevos signos del fascismo, en la fase digital

Por Paula Giménez y Matias Caciabue *

Un 21 de marzo, pero de 1960 en Sharpeville, Sudáfrica, la policía abrió fuego contra manifestantes pacíficos que protestaban contra la Ley de Pases del Apartheid. Una ley que obligaba a las personas negras a usar una identificación; por la cual se establecía una zonificación por color de piel. Se establecieron espacios donde las personas negras podrían ingresar y zonas exclusivas de blancos, una minoría racial en el lugar. La policía podía exigirles el pase en cualquier momento y si no lo tenían, era un delito, por lo que se los condenaba a prisión.

Este pase marginaba y sectorizaba a la población de color oscuro definiendo en dónde podían vivir y trabajar en el campo y en la ciudad. El Congreso Panafricanista de Azania (1958) fue una de dos grandes alianzas políticas que canalizaron el movimiento de protesta, junto con El Congreso Nacional Africano. El 21 de marzo de 1960, una fracción del PAC llamada Partido del Congreso Africano hizo un llamamiento nacional para protestar contra la ley de pases, La represión, responsabilidad del gobierno nacionalista afrikáner (colonos blancos de origen neerlandés) dejó 69 muertos y más de 180 heridos. El gobierno  de Hendrick Verwoerd, declaró el estado de emergencia y fueron detenidas 11.727 personas. El ANC y el PAC fueron prohibidos y sus miembros obligados a pasar a la clandestinidad o a exiliarse. La Asamblea General de la ONU en 1966 declaró el 21 de marzo como el Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial. Esta masacre marcó un punto de inflexión en la lucha contra el régimen racista sudafricano que sin embargo, continuó ejecutando su política de apartheid hasta 1990.

El racismo institucionalizado deshumanizó al colonizado, viéndolo como un otro inferior y susceptible de dominación.  Históricamente, ha servido para justificar la explotación de pueblos y recursos, sustentando imperios y sistemas políticos semi-coloniales. A pesar de los importantes avances en materia de ampliación de derechos civiles en el siglo XX y el XXI, el racismo estructural persiste en diversas formas. A pesar de la crueldad y de la condena internacional que recibió el Apartheid, y su posterior disolución, no podemos decir que el racismo, tal como lo hemos descrito, haya terminado en el mundo; todo lo contrario.

El sistema capitalista mantuvo y explota las estructuras de dominación económica que produjo países semi-coloniales, donde la mayoría de la población es racializada. Con el tiempo, empresas transnacionales, organismos financieros internacionales y acuerdos comerciales desiguales continúan reproduciendo la dependencia económica de estos países, manteniendo condiciones de pobreza y explotación laboral que afectan desproporcionadamente a las comunidades afrodescendientes, indígenas y a la mayoría de las clases trabajadoras, subalternas

Asimismo, el racismo ha sido parte de la batería ideológica que permitió intervenir militarmente distintas regiones del mundo, explotar y saquear los recursos de los pueblos del sur. Una estrategia que a partir de la construcción de discursos supremacistas, demonizó grupos étnicos, dando luz verde a invasiones en Medio Oriente, África y América Latina con banderas de “democratización” o “antiterrorismo” y en contra de gobiernos o regímenes catalogados como “autoritarios”.

La autodenominada “cuna de la democracia”, Estados Unidos, no ha podido esconder el racismo estructural y sistemático que ejerce contra las poblaciones latinas y afroamericanas; teniendo como antecedente cercano la lucha del movimiento “Black Lives Matters”. #BlackLivesMatter nace tras la absolución de George Zimmerman por la muerte a tiros de Trayvon Martin en 2012. El movimiento creció a nivel nacional en 2014 tras las muertes de Michael Brown en Missouri y Eric Garner en Nueva York. Desde entonces, se ha consolidado como un movimiento mundial, en particular tras la muerte de George Floyd a manos de la policía en Minneapolis, Minnesota. #BlackLivesMatter ha encabezado manifestaciones en todo el mundo en protesta contra la brutalidad policial y el racismo sistemático que afecta de forma abrumadora a la comunidad negra.

Rememorar los recientes procesos de lucha antiracista exige imprimir una lectura interseccional, donde raza, clase y genero son co-determinantes de la opresión, que adquiere formas históricamente determinadas. Hoy, no resulta novedoso el avance mundial de expresiones políticas reaccionarias con un componente supremacista explícito, en algunos casos. Vemos cotidianamente noticias que hablan de muros, masivas deportaciones forzosas desde Estados Unidos, discursos de odio que han invadido y calado en las sociedades en general, y en las latinoamericanas, en particular.

Racismo en América Latina 

Un informe del Observatorio Latinoamericano de la Sinodalidad señala que la población afrodescendiente en la región representa aproximadamente el 21% del total, es decir, más de 134 millones de personas. Sin embargo, este sector enfrenta profundas desigualdades en educación, empleo y acceso a derechos básicos.

Los datos reflejan una brecha estructural para analizar; solo el 15% de los afrodescendientes en América Latina accede a educación superior, en comparación con el 28% del resto de la población. Asimismo, el 35% de esta comunidad vive en condiciones de pobreza, superando el promedio general de la región, que es del 29%. En el ámbito laboral, los afrodescendientes presentan mayores tasas de informalidad y perciben menores ingresos.

Además debemos tener en consideración que  la situación laboral de las personas racializadas en América Latina en 2024 y 2025 se caracteriza por la persistencia de la discriminación y las desigualdades. Un informe de Statista revela que el 83% de los empleados en Argentina, Chile, Ecuador, Panamá y Perú han experimentado algún tipo de discriminación en el trabajo, siendo la discriminación por edad la más común (55%), seguida por la de género (19%) y otras formas como discapacidad, color de piel y orientación sexual. Además, el 78% de los encuestados considera que no se implementan medidas para fomentar un ambiente laboral inclusivo.

Uno de los casos regionales icónicos de esta expresión reaccionaria, racista y discrimatoria es el irresuelto asesinato Marielle Franco en Brasil. Marielle fue una socióloga feminista que nacida en una de las favelas más pobres y violentas de Río de Janeiro, dedicó su vida a militar y luchar en contra de la violencia policial, la discriminación racial y las desigualdades de género en el gigante del sur. Fue elegida concejala de su ciudad por el Partido Socialismo y Libertad (PSOL), siendo la quinta persona más votada de la ciudad. Reconocida por sus cuestionamientos a la intervención militar en Río de Janeiro, ordenada por el gobierno federal en 2018, y las consecuentes denuncias de los abusos represivos cometidos por las fuerzas de seguridad contra los residentes de los asentamientos populares.

El 14 de marzo de 2018, Marielle Franco fue asesinada a tiros. Investigaciones posteriores revelaron que los asesinos tenían vínculos con grupos parapoliciales (milicias) y conexiones con sectores derechistas del poder político en el país, que luego emergería con potencia como fuerza social bolsonarista.

Neofascismo y  neocolonialismo en la Nueva Fase

En pleno Siglo XXI, el racismo aparece vinculado a los proyectos neofascistas como parte de una estrategia de fragmentación social, que en su disputa intercapitalista se valen de los discursos de odio y segregación, para captar la frustración social acumulada luego de décadas de deterioro en las condiciones de vida. En la nueva fase digital del capitalismo, cuya centralidad reside en el control de las tecnologías avanzadas, se están remodelando las relaciones sociales, políticas y económicas a nivel global, con derivas autoritarias, racistas, xenófobas y genocidas, como el caso Palestina.

En Silicon Valley, epicentro del desarrollo del capitalismo digital, ha surgido una ideología autodenominada “Neorreaccionaria” (NRX), que se identifica como antidemocrática, antiigualitaria y antiliberal. Esta corriente, promovida por figuras como Nick Land, Curtis Yarvin y Peter Thiel, se alinea políticamente con movimientos como la Alt-Right global, utilizando herramientas digitales para consolidar un nuevo orden autoritario. Este fenómeno refleja cómo las viejas tragedias fascistas del siglo XX se están reactivando en el presente, adaptándose a las nuevas condiciones tecnológicas y económicas del capitalismo digital.

Estas fracciones reaccionarias representan una resistencia dentro del capital a su propia globalización y a las dinámicas del capital financiero-tecnológico. Aunque pueden parecer «retrasadas», también intentan capturar y redefinir el poder en un contexto de crisis y transición, utilizando un programa neofascista como medio para movilizar a la clase trabajadora descontenta y reconfigurar las relaciones de clase y poder dentro del capitalismo global.  El resurgimiento de estas expresiones político- ideológicas, con la emergencia de líderes elegidos democráticamente, con figuras prominentes como Donald Trump en Estados Unidos, Georgia Meloni en Italia, Nayib Bukele en El Salvador, Jair Bolsonaro en Brasil, y Javier Milei en Argentina, es un testimonio de cómo un proyecto estratégico rearticula sus fuerzas detrás de un programa político ultraconservador, con elementos de la nueva fase.

Para la conducción ideológica de poblaciones empobrecidas, la estrategia de opresión implica la construcción de enemigos internos y la creación de miedos colectivos exacerbados, en torno a lo “extranjero”, promoviendo la idea de un orden que debe ser defendido a toda costa, sea mediante la protección de las fronteras, el nacionalismo, la religión o incluso el mercado como elemento sagrado.

El discurso de odio del proyecto neorreaccionario, que articula racismo, clasismo y patriarcalismo, es un enorme peligro para la humanidad. Ahora bien, el contra-discurso globalista de reivindicaciones progresistas que no cuestionan de fondo las relaciones sistémicas, resulta igual de peligroso. El capital es fascista.

El racismo no es un problema aislado ni un mero prejuicio individual. Es un fenómeno cultural que, como todo fenómeno social, no puede separarse de las condiciones materiales que lo produjeron, reprodujeron y reproducen en la actualidad. En tal sentido, el antirracismo es genuinamente anticapitalista, antiimperialista y anticolonialista.

*Giménez es Licenciada en Psicología y Magister en Seguridad y Defensa de la Nación y en Seguridad Internacional y Estudios Estratégicos, directora de NODAL. Caciabue es Licenciado en Ciencia Política y ex Secretario General de la Universidad de la Defensa Nacional UNDEF en Argentina. Ambos son investigadores del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).


 

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