21 de marzo: el racismo como arma de opresión global

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21 de marzo: el racismo como arma de opresión global

Cada 21 de marzo, el mundo conmemora el Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial, pero esta fecha no puede reducirse a discursos vacíos o condenas simbólicas.

El racismo sigue siendo una herramienta de dominación, utilizada por estados, corporaciones y fuerzas de seguridad para marginar, explotar y exterminar a pueblos enteros.

Quienes afirman que la discriminación racial es un problema del pasado ignoran una realidad brutal: el racismo se adapta, se institucionaliza y, en muchos casos, se vuelve más letal.

No es solo una agresión verbal o una actitud discriminatoria, es una estructura de poder que decide quién vive y quién muere, quién tiene derecho a un futuro y quién es condenado a la desaparición.

Infancias marcadas por el racismo

Desde la niñez, millones de niños son víctimas de un sistema racista que los condena a la pobreza, la violencia y la exclusión.

El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) ha documentado cómo el racismo impacta en la educación, la salud y el acceso a derechos básicos de poblaciones indígenas y afrodescendientes en América Latina. Pero las cifras no reflejan el horror de las vidas arrebatadas.

En Brasil, durante el gobierno de Jair Bolsonaro, se expuso la brutalidad de ese sistema de discriminación. En 2020, João Pedro Matos Pinto, un niño afrobrasileño de 14 años, fue asesinado por la policía en su propia casa. Le dispararon por la espalda mientras jugaba con sus primos. Su cuerpo desapareció por 17 horas, hasta que su familia lo encontró en la morgue.

No fue un caso aislado. Un año antes, Ágatha Félix, de 8 años, murió por un disparo policial mientras regresaba a casa con su madre.

Estos crímenes no son accidentes. Son ejecuciones extrajudiciales que criminalizan la existencia de la población negra desde la infancia, reforzando la misma lógica racista que en Estados Unidos acabó con la vida de George Floyd.

Racismo ambiental en Ecuador: el exterminio silencioso

El racismo ambiental es una de las formas más crueles de discriminación. No solo niega derechos, sino que condena a comunidades enteras a la enfermedad y la muerte.

En Esmeraldas, Ecuador, la población afrodescendiente vive en un entorno contaminado por industrias extractivas que envenenan el aire y el agua.

El Estado ecuatoriano permite que empresas viertan desechos tóxicos en ríos y suelten residuos industriales sobre las casas de miles de familias.

No es coincidencia que esto ocurra en comunidades racializadas. Se trata de una decisión política que relega a estos grupos a zonas sacrificables, donde sus vidas valen menos que los intereses económicos de las élites.

Las denuncias han sido constantes, pero como en tantos otros casos de racismo estructural, la respuesta del Estado ha sido el silencio.

Racismo institucional en Europa: la persecución policial

En Europa, la discriminación racial se disfraza de «seguridad pública». En España, los controles policiales por perfil racial son una realidad cotidiana para afrodescendientes, magrebíes y latinoamericanos. La policía los detiene sin justificación, los interroga y los trata como sospechosos por el simple hecho de no ser blancos.

El escritor senegalés Mamadou Dia lo vivió en carne propia. Invitado a una conferencia en la Universidad Complutense de Madrid, fue detenido arbitrariamente en el barrio de Lavapiés por «parecer sospechoso». No importa su trayectoria, su trabajo o sus derechos: en el sistema racista europeo, su color de piel lo convertía en un objetivo.

Un estudio reveló que el 42% de los migrantes en España ha sido sometido a identificaciones policiales sin razón alguna. Estos controles refuerzan la idea de que ciertos grupos representan una amenaza y justifican su exclusión.

Limpieza étnica en Sudán: el racismo como política de exterminio

En Sudán, el racismo no es solo discriminación, es una estrategia de limpieza étnica. En regiones como Darfur, las Fuerzas Armadas Sudanesas y las milicias paramilitares llevan a cabo masacres, violaciones y desplazamientos forzados contra comunidades afrodescendientes. Su objetivo es claro: borrar la presencia de estos pueblos y consolidar el control sobre territorios ricos en recursos.

Organizaciones de derechos humanos han denunciado estos crímenes, pero la comunidad internacional los reduce a «conflictos tribales», minimizando el genocidio en curso.

La historia se repite: las potencias occidentales intervienen solo cuando afecta sus intereses, mientras que los pueblos racializados son abandonados a su suerte.

El deporte como herramienta de exterminio sionista

En la Palestina ocupada, el Estado sionista de Israel no solo utiliza la violencia militar para exterminar a los palestinos, sino que convierte el deporte en otra trinchera de su limpieza étnica.

La Relatora Especial de la ONU para los Derechos Culturales, Alexandra Xantakhi, en declaraciones a la Cadena Ser, denunció que Israel dispara a los futbolistas palestinos en las piernas para impedirles volver a jugar.

No es una metáfora. Es una táctica de guerra para mutilar sueños, aniquilar talentos y reafirmar que ningún ámbito de la vida palestina está a salvo de la ocupación.

El caso de Mahmoud Sarsak es emblemático: futbolista palestino encarcelado sin juicio durante tres años por el régimen israelí. No es un hecho aislado. Forma parte del genocidio continuado en Gaza, donde, desde octubre de 2023, Israel ha asesinado a más de 50.000 palestinos.

Impedir que los jóvenes palestinos jueguen al fútbol no es solo una forma de represión. Es un mensaje claro: no tienen derecho al futuro.

Ante esta brutalidad, no bastan los discursos de condena ni las tibias resoluciones internacionales. El sionismo opera con la complicidad de quienes callan, de quienes relativizan el genocidio, de quienes normalizan la ocupación.

La resistencia palestina no es solo la de quienes empuñan piedras o defienden sus hogares con lo que tienen. También es la de los jóvenes que, a pesar de todo, siguen jugando al fútbol en calles bombardeadas, en estadios destruidos, en un país que resiste, aunque el mundo intente ignorarlo.

La lucha contra el racismo: una deuda histórica

El racismo no desaparecerá con declaraciones internacionales o discursos políticamente correctos. Es una estructura de poder que debe ser desmantelada con acción directa, con justicia real y con una movilización global que no tolere la impunidad.

Desde las favelas de Brasil hasta los campamentos de refugiados en Gaza, desde las calles de Madrid hasta las selvas de Esmeraldas, la lucha contra el racismo es una lucha por la vida. Porque no se trata de igualdad abstracta, se trata de sobrevivir en un mundo donde, para muchos, la discriminación sigue siendo una condena de muerte.

El 21 de marzo no debe ser solo un día de conmemoración. Debe ser un llamado a la acción.

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