Aguas fósiles: el tesoro del desierto de Atacama que peligra con el litio
Aguas fósiles: el tesoro del desierto de Atacama que peligra con el litio
Francisca López
Bajo la aridez del desierto de Atacama, en el norte de Chile, un frágil sistema de aguas subterráneas sustenta lagunas, salares y humedales, patrimonio natural milenario que hoy se ve amenazado por la incesante extracción de litio y una limitada investigación científica que impide concebir su impacto en el futuro.
Aunque Chile se propone proteger 33 % de estos atávicos ecosistemas, persisten dudas sobre qué se preserva realmente y bajo qué criterios, en un paisaje dominado por la actividad minera.
Los paisajes del desierto de Atacama evocan tiempos primitivos en el norte de Chile. Sus aguas son vestigios de un pasado remoto, reservas cargadas de múltiples formas de vida que resisten hasta hoy en muchas formas y tamaños. Numerosas lagunas teñidas de rojos intensos, amarillos y verdes, dependiendo de los minerales que convocan, dan forma a un gran ecosistema asombroso y delicado.
Hace millones de años, los salares eran vastos lagos que cubrían extensas áreas del desierto y el altiplano. Con el paso del tiempo, la actividad volcánica, la erosión de las rocas, y la intensa radiación solar devinieron su evaporación, originando los espejos de agua prístina y costras salinas que conocemos hoy. Más abajo, los acuíferos se ramifican dentro de la tierra, dando sustento a este profundo entramado hídrico.
Estas aguas fósiles, o paleoaguas, sustentan diversas plantas nativas como la chachacoma, el pingo pingo y la yareta; al igual que los hábitats de especies emblemáticas como flamencos, gaviotas, vicuñas y microorganismos como las cianobacterias y los estromatolitos, asociados directamente al origen de la vida en la Tierra.
Asimismo, estos cuerpos hídricos han sido esenciales para las comunidades humanas desde que comenzaron a habitar el desierto hace miles de años, formando un sutil equilibrio ecológico y social en uno de los ecosistemas más áridos del planeta, del cual aún sabemos muy poco.
“Chile, un país profundamente vulnerable al estrés hídrico y a las sequías, encuentra en estos ecosistemas altiplánicos un símbolo de resiliencia, donde la vida persiste, se adapta y florece incluso en los entornos más inhóspitos”, señaló la experta en biodiversidad de Chile Sustentable, María Isabel Manzur.
“Proteger estos paisajes es proteger un legado viviente de resistencia, equilibrio y memoria natural”, subrayó la especialista, y es que proteger se ha vuelto una tarea especialmente compleja, porque estos pretéritos entornos son hoy el destino de la ambición global por el litio, un mineral abundante allí como en ningún otro lugar del mundo y clave para la transición energética.
En este contexto, Chile se propuso proteger 33 % de la superficie total de sus salares, lo que equivale a 1,5 millones de hectáreas. El resto, según la estrategia nacional trazada durante el actual gobierno de Gabriel Boric, serán abiertos a la explotación por parte del Estado o empresas privadas.
Proteger sin ciencia
Según el Código Minero de Chile, los salares son legalmente clasificados como depósitos de minerales no metálicos, lo cual permite su explotación para extraer litio, boro y otras sales. Esta definición ha sido cuestionada por la comunidad científica, que ven en ellos mucho más que recursos mineros.
“Los salares funcionan como sistemas integrados, donde cada parte está interconectada. Protegerlos de manera fragmentada equivale a desatender su complejidad ecológica”, explicó Manzur, en referencia, por ejemplo, a lo que ocurre en los salares Surire, Atacama y Maricunga, que solo reciben protección parcial.
Es como sacar agua de una tina: al extraer agua de un lado, el nivel desciende en toda la superficie, sin importar desde dónde se saque. “La línea que separa lo protegido de lo explotado resulta una ilusión, ya que un salar forma parte de una cuenca hidrográfica, un sistema integral e interconectado donde cada extracción afecta al todo”, puntualizó la experta.
El impacto del desconocimiento
En Chile, los salares se distribuyen en las norteñas regiones de Arica y Parinacota, Tarapacá, Antofagasta y Atacama. Sin embargo, la investigación sobre estos ecosistemas ha sido históricamente limitada debido a factores culturales, la centralización del conocimiento y la falta de financiamiento.
Además, “estos territorios han sido percibidos principalmente como recursos para la industria minera”, indicó la microbióloga de la Universidad de Antofagasta, Cristina Dorador.
“Esta visión ha dificultado el desarrollo de investigaciones científicas necesarias para tomar decisiones ambientales informadas”, señaló la académica.
Por su parte, la encargada de investigación de la ONG Fiscalía del Medio Ambiente (Fima), Javiera Pérez, advirtió que existe una deuda histórica en términos de investigación y conservación de las aguas del desierto.
“El territorio ha sido relegado principalmente a la explotación minera, el vertido de relaves y, más recientemente, a la instalación masiva de infraestructuras de energía eólica y solar”, comentó.
Ambas investigadoras coinciden en que aún se desconocen los impactos ambientales de muchas tecnologías promovidas como “innovadoras”.
“Es fundamental realizar estudios exhaustivos, establecer líneas de base y coordinar acciones de manera transparente, incluyendo la participación ciudadana y la consulta a los pueblos originarios, quienes han habitado estos territorios durante milenios y poseen un conocimiento profundo de su entorno”, argumentó Pérez.
En este contexto, Dorador enfatizó la necesidad urgente de avanzar en investigaciones que permitan comprender mejor estos ecosistemas y diseñar estrategias de manejo sostenible para mitigar la pérdida de biodiversidad y preservar el patrimonio biocultural del altiplano.
“Con cada cuenca que se agota, también desaparece una historia y un legado que el desierto ha conservado durante siglos”, señaló la microbióloga.