Un mundo que se desmorona – Por Nieves y Miro Fuenzalida

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Nieves y Miro Fuenzalida *

Vivimos en los tiempos en que la humanidad, de acuerdo a todos los signos, entra en la etapa de su autodestrucción. Dirigidos por una oligarquía sedienta de poder y riqueza personal, por una clase que ha saqueado la tierra y asolado el planeta durante siglos, la respuesta, a pesar de ello, es que el mundo necesita ser salvado. Digamos, el mundo humano.

Ya sea en el cine, la novela y la imaginación colectiva los horrores del pasado y el presente parecieran generar un deseo mas intenso de derrotar el pesimismo y pensar en una nueva y mas brillante humanidad. La inminente destrucción de la civilización, según algunos, cambia todo y la ilusión de que la presente caída nos llevará a un mundo mejor tiene en verdad una larga historia que empieza en la teología, sigue en el liberalismo y continúa en el pos humanismo.

El mensaje implícito es  que la especie humana tiene el derecho absoluto a la vida y raramente nos preguntamos cómo llegamos a esta conclusión, a pesar de nuestro terrible impacto en el planeta. Considerando que somos una peste para la vida terrestre… ¿Vale la pena salvar a la humanidad?  ¿O, por el contrario, hay algo valioso que pueda justificar la continuación de nuestra especie en el futuro?

Según algunos este algo, que está más allá de los otros animales, es la habilidad humana de experimentar, crear y relacionarnos con la belleza, el saber y la búsqueda de la buena vida que tienen un valor en sí mismas. Un mundo sin ellas, se empobrecería. Por tanto, la razón, que es la que nos permite crear el arte, la ciencia y abrirnos el camino hacia la verdad, es lo que puede justificar la continuación de nuestra existencia. Es la que nos permite reflexionar sobre qué tipo de vida merece la pena vivir y luego intentar vivirla. Este es nuestro fin y lo que nos distingue del resto de la creación. Y para que nuestras vidas tengan pleno sentido tenemos que creer que la humanidad continuará.

Por supuesto, todo esto presupone un punto de vista meramente humano… ¿Cierto? Desde el punto de vista del animal y el planeta, si pudiéramos imaginarlo, la cosa es bien distinta. La pregunta obvia que deberíamos plantearnos, entonces,  es la de si la búsqueda de la buena vida es suficiente para justificar el sufrimiento y devastación que causamos.

Considera sólo esto. Estados Unidos, con una población de 330 millones, sacrifica anualmente 130 millones de cerdos, ocho mil millones de pollos y 32 millones de vacas que viven en condiciones infernales en las granjas industriales. Cada estadounidense consume, en promedio, un tercio de un cerdo, veinticuatro pollos y una vaca por año. Suponiendo que un estadounidense vive aproximadamente alrededor de setenta y cinco años, sesenta y cinco de los cuales se dedica al consumo de carne, esto equivaldría a casi 22 cerdos, 1.560 pollos y 65 vacas. El consumo mundial de carne alcanzó 272 millones 249 mil toneladas este año. Y a medida que China e India se vuelvan más prósperas, el consumo continuará aumentando y con él, el sufrimiento animal, la devastación ecológica y la crisis climática.

Y esto ni siquiera  incluye el sufrimiento que infligimos a otros cien millones de animales que se utilizan anualmente en experimentos científicos, los que sufren a causa de la deforestación y la eliminación de plásticos que invaden y destruyen la vida de los océanos. La conclusión inevitable, nos guste o no, es la de que la existencia humana produce un extraordinario sufrimiento y destrucción natural y su extinción, aunque trágica para nosotros, no sería una mala noticia. Si no somos capaces de encontrar una manera más moralmente sensible para vivir en el mundo, el mundo  estaría mejor sin nosotros.

Pero, por otro lado, si esto justificara la extinción humana… ¿Qué importa, por último, si los ecosistemas existan o no, si ya no estaríamos aquí?  ¿Son estos, digamos, buenos en sí mismos, buenos sólo para nosotros… o algo más? A diferencia de la obra de arte que es mayormente un objeto inorgánico con un valor que está sólo  en relación con los seres humanos, los ecosistemas, como dice el teórico y escritor Todd May, son una maravilla de redes de seres vivos que evolucionan con el tiempo y que podemos apreciar, pero que no necesitan de nuestra aprecio para ser tal maravilla. Ellas son un bien en si mismas, independientes de nuestra existencia.

Y, a pesar de que somos parte inseparable de esas redes, nuestra historia es la de intentar subyugarlas y, a menudo, destruirlas, desde la selva tropical brasileña hasta los arrecifes de la costa australiana… ¿Podría ser ésta otra razón para no continuar nuestra existencia como especie y preservar un bien natural cuyo valor reside en sí mismo? El mero hecho de plantear la pregunta es, para decir lo menos, alarmante. Podemos entender el sacrificio personal, pero no el sacrificio de toda la espacie humana, de todas las vidas que actualmente están comprometidas con el mundo y entre si.

La mayoría de los seres humanos, además, somos solo mínimamente responsables del daño causado a otros seres vivos y ecosistemas. La crisis climática y los desastres ambientales son en gran medida producto de los europeos y sus descendientes. Los países en desarrollo han hecho bien poco (o nada) para contribuir a la crisis climática… ¿Por qué, entonces, deberían merecer la extinción? Ciertamente que no… Y, sin embargo, aunque la raíz de los problemas ambientales se encuentra en un grupo relativamente pequeño de la población humana, en ultima instancia, la gran cantidad y el consiguiente consumo plantean una amenaza a la existencia y florecimiento de otros seres vivos y ecosistemas.

Individualmente la mayoría de los humanos contribuyen bien poco a las dificultades del planeta, pero colectivamente representamos una amenaza enorme. No son sólo los privilegiados los que participan en la deforestación o incluso los que apoyan políticas que la fomentan. Y no sólo los privilegiados se benefician de la experimentación científica con otros animales con fines que no son realmente necesarios para nosotros. Y hay evidencias de que a medida de que aumenta la riqueza, también lo hace el consumo de carne de granjas industriales. Hoy día hay una creciente proporción de la humanidad que participa en actividades y prácticas que tienen consecuencias atroces para otros seres vivos con los que compartimos este planeta.

La verdad de las cosas es que al final de todo la decisión probablemente no va a ser nuestra, si descontamos la aniquilación nuclear que hoy vuelve a estar en el tapete. Tarde o temprano, si consideramos la historia natural, todas las especies se extinguen y nosotros no somos una excepción. Y si esto es así… ¿Cómo va a ocurrir nuestra extinción ?

Hay diferentes escenarios, algunos mas realistas que otros. La crisis climática es el más cercano que, con seguridad, eliminará la existencia humana, junto con varias otras especies. Pero dejaría espacio para que muchas de las especies existentes evolucionen o se recuperen y, al mismo tiempo, pondría fin a la amenaza de una degradación ambiental llevada acabo por nuestra especie. Otra es la amenaza de una pandemia mundial que afectaría especialmente a los humanos causada por un virus que nos seria imposible de contener.

Tal vez, con un mínimo de esfuerzo, podemos también imaginar el escenario de la novela del autor ingles P.D. James y luego la película “Children of Men” que pintan un mundo de infertilidad. El recuento de espermatozoides de los hombres ha caído a cero y con él ha surgido la posibilidad de la extinción humana. Un escenario no tan descabellado si consideramos que las toxinas ambientales están reduciendo el recuento de espermatozoides. Hagai Levine, un epidemiólogo de la Universidad Hebrea de Jerusalén y sus colegas publicaron un análisis en el 2017 y una actualización en 2022 que evaluó un total combinado de más de 200 estudios que usaron una cámara de conteo.

Estos dos documentos encontraron una disminución del 50 por ciento en la concentración de espermatozoides, más notablemente en los países occidentales, desde la década de 1970, aunque el descenso también es posible observarlo en Sudamérica, Asia y África. Según opinión de otros investigadores la fertilidad esta disminuyendo, pero aún no sabemos exactamente cual sea la causa.

Otros escenarios serian los de un mundo en el que los recursos disminuyen y los humanos entran en continuos conflictos violentos por las necesidades básicas hasta que no quede nadie con quien luchar. Algo que veríamos como resolución final de la crisis climática.

Por último están los escenarios cósmicos totalmente realistas de una destrucción planetaria a través de la expansión gradual del sol. Algo que eventualmente va a suceder y con ello nuestra extinción, si es que duráramos tanto tiempo. Y si no, siempre existe la posibilidad de que un asteroide gigantesco, como el que eliminó a los dinosaurios, haga lo mismo con nosotros.

Si hubiera alguna reserva con todos estos escenarios distópicos, podríamos entonces  imaginar otra alternativa. No pareciera haber razón, dice Todd May, para creer que, aparte del cataclismo nuclear, seremos eliminados por completo. En lugar de nuestra extinción, podríamos terminar, por ejemplo, con una marginación humana. Habrá seres humanos, pero en pequeños grupos alejados entre si, dispersos por todos lados y tal vez con pocas probabilidades de comunicarse.

Pero, dado suficiente tiempo, se encontrarán, formarán comunidades mas grandes y revisitarán una historia humana similar. Para sostener comunidades más grandes se necesita agricultura, lo que genera comunidades aún más grandes que requieren más alimentos, lo que conduce a la industrialización, luego a los viajes aéreos, terminando nuevamente con un consumo excesivo. En ese momento, estaríamos en camino a otra crisis climática.

 * Profesores de Filosofía chilenos graduados en la Universidad de Chile. Residen en Ottawa, Canadá, desde el 1975. Nieves estuvo 12 meses preso en uno de los campos de concentración durante la dictadura de Augusto Pinochet. Han publicado seis libros de ensayos y poesía. Colaboran con surysur.ney y el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)

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