¿Tecno-feudalismo, o lavarle la cara al capitalismo? – Por Lucas Aguilera
¿Tecno-feudalismo, o lavarle la cara al capitalismo?
Por Lucas Aguilera*
En los últimos tiempos ha tomado notoriedad el libro Tecno-feudalismo, del autor griego Yanis Varoufakis, quien propone interesantes elementos para analizar las transformaciones del capitalismo en su fase digital.
Varoufakis argumenta que las grandes corporaciones tecnológicas han reemplazado las dinámicas tradicionales de la competencia capitalista con monopolios basados en el control de plataformas digitales y la extracción de rentas.
Este modelo, según el autor, no solo concentra riqueza, sino también poder político, erosionando las bases democráticas y consolidando nuevas relaciones de dependencia que recuerdan al feudalismo medieval, aunque con características inéditas, particularmente determinadas por la emergencia del territorio digital, con escala global.
Si bien su propuesta representa un valioso aporte para reflexionar sobre las irreversibles transformaciones del sistema capitalista que acontecen, también presenta ciertas limitaciones que, de no ser consideradas, podrían conducir a análisis y conclusiones imprecisas, y por lo tanto, a errores políticos y estratégicos.
En primer lugar, intenta explicar las particularidades de un nuevo sistema de explotación basándose en relaciones de producción del pasado. Dicho de otro modo, el tecno-feudalismo funciona mejor como una metáfora para describir las transformaciones que observamos, en lugar de ofrecer un análisis concreto y detallado de las nuevas relaciones de producción que podrían estar emergiendo.
Si, al decir de Lukács, la historia es el desenvolvimiento mismo de las categorías, podríamos establecer que, aunque Varoufakis ofrece una lectura sugerente sobre la evolución del capital y el surgimiento del tecno-feudalismo, su análisis se ve limitado por la precocidad con la que conceptualiza ciertos fenómenos, al mismo tiempo que sigue anclado en categorías del pasado.
Su lectura parece no captar una diferencia sustancial entre el proceso de trabajo en el feudalismo y en el proceso de trabajo actual. Mientras el primero se realizaba principalmente en la tierra, como factor de producción, el segundo se desarrolla en la virtualidad, en tanto materia trabajada. Esta característica diferencia sustancialmente la producción de la cotidianidad social en la actualidad, ya que no solo se basa en el desarrollo de un proceso productivo que supone la explotación de un trabajo pasado, sino que, al mismo tiempo, constituye una relación fundamental del ser social de las cosas, por el cual el proceso de alienación asume características particulares, así como también la producción de subjetividad y sentido común.
Trabajar para otros, sin cobrar
Ciertamente, el desarrollo de las fuerzas productivas ha generado nuevos mecanismos de explotación y dominación, tensionando categorías tradicionales del capital con la introducción de las tecnologías digitales. Sin embargo, esto no justifica reemplazarlas por conceptos como la renta, que no logran captar plenamente la profundidad de estos cambios estructurales.
De esta manera, actualmente podemos observar cómo la reducción de los tiempos de producción ha perdido centralidad en el proceso de acumulación de capital, para desplazarse hacia la apropiación del tiempo disponible. Dicho en otras palabras, la virtualidad funciona como una nueva fábrica, capaz de explotar el trabajo durante el tiempo que antes era dedicado al ocio y al descanso, al mismo tiempo que se yuxtapone con la jornada laboral tradicional.
Si bien este fenómeno supone un nuevo mecanismo para la extracción de plusvalía, vale decir también que esta se consolida en la acumulación de capital en cuanto tal, es decir, en valor que se valoriza. Lo que queremos señalar es, simplemente, que el gran taller global consolidado a través de la digitalización, funciona para el desarrollo de medios de producción que permiten ampliar la escala de explotación y el grado de penetración de los procesos productivos en la vida social.
Puede ejemplificarse con el conocido caso de Pokemon Go, el popular juego que consistía en atrapar criaturas a través de dispositivos inteligentes conectados a internet. Los datos sustraídos de la interacción de los usuarios fueron utilizados para el desarrollo de modelos de inteligencia artificial geoespacial.
Si bien estos nuevos esquemas productivos plantean serios desafíos para su posible análisis, observamos que continúan perpetuando algunas características claves del sistema capitalista de producción, como es el desarrollo de capital constante para la acumulación de riqueza socialmente producida.
En consecuencia, no podemos decir que estos fenómenos no constituyan un cambio cualitativamente distinto en el desarrollo del capital, pero tampoco podemos terminar de explicarlos a partir de la renta. Pareciera más bien, que la supuesta «venganza de la renta» que plantea Varoufakis, se trata de una profundización de la ganancia, en un nuevo formato y bajo nuevos términos.
De la misma manera, a pesar de que la emergencia de los gigantes tecnológicos haya provocado la consolidación de monopolios, no podemos decir que su constitución y dinámica estén por socavar los mecanismos del mercado de capital. Por el contrario, es a través de estos mecanismos que podemos explicar la creciente disputa por nuestra atención, que ha llevado a estas compañías a desarrollar tecnologías cada vez más ubicuas y penetrantes.
No cabe duda de que la irrupción de las tecnologías digitales ha transformado profundamente los dispositivos y mecanismos de poder en las sociedades burguesas, llegando al punto de poner en crisis las democracias de los Estados-nación tradicionales.
En este sentido, los capitales tecnológicos desempeñan un papel crucial en la direccionalidad política e ideológica de los conjuntos sociales, no solo por su influencia en las cúspides superestructurales, sino también por los mismos dispositivos que emplean en sus esquemas productivos.
¿Evolución hacia un postcapitalismo?
Pero pareciera que no podemos aventurarnos a clasificar estas nuevas personificaciones como «señores tecno-feudales», cuando en realidad
desempeñan el rol de una nueva aristocracia financiera y tecnológica, la cual tiene sus orígenes, como personificación del capital, desde la Revolución Francesa analizada por Marx.
No obstante, es legítimo plantear, como Varoufakis insinúa, que esta fase del capitalismo podría estar transitando hacia un nuevo sistema. Aunque las categorías fundamentales del capitalismo todavía estructuran la economía global, el avance tecnológico y la transformación de las relaciones de trabajo podrían estar sentando las bases para un sistema poscapitalista.
Sin embargo, para que este tránsito se concrete, será necesario un cambio en las relaciones sociales fundamentales que supere la dependencia del capital respecto al trabajo humano, algo que, hasta ahora, sigue siendo el núcleo de este modo de producción.
Los planteamientos audaces y disruptivos de los marcos teóricos clásicos son centrales a la hora de ensayar lecturas de los tiempos que acontecen. Sin embargo, la vigilancia en la certeza de nuestros diagnósticos resulta una necesidad urgente, ya que determina las condiciones de posibilidad de construir un proyecto y un programa con iniciativas de las clases subalternas que dispute y conduzca los procesos revolucionarios que se suceden indefectiblemente en una etapa de cambio sistémico.
Equivocarse en el diagnóstico representa, hoy más que nunca, un error estratégico. El trabajo humano, como capacidad creativa, como fuerza viva puesta en el centro del debate, en tiempos en los que aún se vuelve posible
disputar un nuevo sistema sin explotados ni explotadores, es un arma fundamental frente a los fatalismos –quizá inocentes, quizá no– que producen ciertos análisis políticos, por más bienintencionados que sean.
*Magíster en Políticas Públicas y Director de Investigación de NODAL