Entre magnates y mandatarios: la asunción de Trump y la geopolítica del siglo XXI – Por Por Paula Giménez

434

Entre magnates y mandatarios: la asunción de Trump y la geopolítica del siglo XXI

Por Por Paula Giménez*

El 20 de enero de 2025, Donald Trump regresó a la Casa Blanca, marcando un momento histórico no sólo para Estados Unidos, sino para el tablero geopolítico global. A diferencia de su primer mandato en 2016, donde irrumpió como un outsider mediático y magnate inmobiliario en un Partido Republicano atrapado en las ruinas del vetusto reaganismo del Clan Bush, Trump ahora representa un fenómeno político consolidado. Su figura encarna los intereses de la fracción «Neorreaccionaria – NRX» de Silicon Valley, un sector que ha dejado de esgrimir la supuesta neutralidad tecnocrática para abrazar un proyecto político de tintes neofascistas, proimperialistas, capitalismo ramplón y con un claro desprecio por los mandatos del globalismo.

Con un control absoluto sobre el Partido Republicano, una Corte Suprema mayoritariamente alineada y las cámaras legislativas bajo su dominio, Trump asume con un poder político más sólido que en su primer mandato. Su gabinete, compuesto por leales, multimillonarios de las Big Tech, políticos de Miami, y figuras mediáticas de la Cadena Fox, evidencia esta transformación.

Entre ellos destaca Elon Musk, el dueño de X y Tesla, quien no sólo financió parte de la campaña, sino que ahora lidera el recién creado Departamento de Eficiencia Gubernamental, un ministerio que simboliza la fusión entre el poder empresarial y el aparato estatal. Musk se proyecta no sólo como un aliado estratégico de Trump, sino como una figura con peso propio, casi en un rol de co-presidente desde el mundo privado. Su influencia parece incluso desafiar los límites tradicionales del poder, situándose por momentos por encima del propio vicepresidente y, en ocasiones, del mismo Trump.

La ceremonia de asunción fue un espectáculo sin precedentes. Por primera vez, además de la casta política estadounidense y algunos mandatarios afines, el público estuvo compuesto por los más conspicuos personeros de la Aristocracia Financiera y Tecnológica. Nombres como Jeff Bezos (Amazon), Mark Zuckerberg (Meta-Facebook), Sundar Pichai (Alphabet-Google), Tim Cook (Apple), Sam Altman (OpenAI), y Shou Zi Chew (Tik Tok), compartieron espacio con presidentes y grandes donantes republicanos. Este acto simbólico reflejó el nuevo esquema de poder: una alianza entre la política de Washington y los magnates que personifican la nueva fase del Capital, en un nuevo intento de reconfiguración neoconservadora del papel de Estados Unidos en el orden económico y geopolítico mundial.

En su discurso inaugural podemos encontrar un fuerte contenido chauvinista e imperialista. En sus palabras de inicio, Trump aseguró que “La era dorada de Estados Unidos comienza a partir de ahora, nuestro país va a florecer y será respetado en todo el mundo. Nuestra soberanía será reclamada, nuestra seguridad será respetada”. En ese marco, firmó y seguirá firmando más de 100 Órdenes Ejecutivas, para reformular el Estado y la economía estadounidense.

Un eje de gran relevancia a lo largo del discurso fue el vinculado a la temática energética donde se pudo observar su ruptura con la “agenda verde” y el retorno al uso de energías fósiles: “Tenemos la mayor cantidad de petróleo y gas que el mundo tiene y vamos a utilizarlo. Tenemos nuestra reserva estratégica al máximo y vamos a exportar nuestra energía a todos los países del mundo.  Vamos a acabar con este nuevo trato verde y vamos a restaurar los niveles de producción para recuperar los puestos de trabajo del sector industrial. Podrán comprar los vehículos que ustedes deseen, vamos a construir carros nuevamente como nunca se hacía hasta hace pocos años. Gracias al sector automotriz de nuestro país por apoyarnos”. Para ello retiró a Estados Unidos del Acuerdo de París, y puso fin a programas ecológicos de Biden, anunciando su política de “drill, baby, drill” (Taladro, bebé, taladro).

En el ámbito de la política exterior, Trump trazó un marcado contraste con la administración saliente de Joe Biden, acusándola de priorizar el apoyo económico a conflictos en el extranjero mientras desatendía y desfinanciaba la protección de las propias fronteras de Estados Unidos.

En cuanto a los conflictos internacionales, Trump destacó su aspiración de dejar un legado de unificación y paz, haciendo referencia a la masacre de Israel en Palestina. Resaltó que, un día antes de asumir su mandato, los rehenes en Medio Oriente habían regresado con sus familias, presentándolo como un logro anticipado de su liderazgo. En paralelo, reafirmó su compromiso de poner fin al conflicto ruso-ucraniano, calificándolo como una prioridad para evitar más pérdidas humanas y materiales. Además, anunció la preparación de una reunión con Vladimir Putin con el objetivo declarado de “poner fin” a la guerra en Ucrania, en lo que parece ser una estrategia para integrar a Rusia en la órbita estadounidense y aislar aún más a China en el tablero geopolítico global. Sin embargo, el 23 de enero Xi Jinping, presidente de China, resaltó que “las relaciones Chino-rusas y la cooperación estratégica integral mutuamente beneficiosas están adquiriendo una nueva altura en aras del desarrollo, la prosperidad, la justicia, la mejora y reforma del sistema de gobernanza global”.

La relación con el gigante asiático, por su parte, se perfila como una continuación de las tensiones que definieron su primer mandato (2017-2021). Durante aquel período, Trump intensificó la confrontación económica con Xi Jinping mediante aranceles a productos chinos y denuncias de prácticas comerciales desleales, desencadenando la llamada guerra comercial entre Estados Unidos y China. Estas medidas, junto con las tensiones diplomáticas que las acompañaron, marcaron un endurecimiento de la postura estadounidense hacia Beijing. En los años posteriores a su presidencia, las declaraciones de Trump mantuvieron esta línea, reforzando su narrativa de confrontación hacia China como parte de su campaña electoral y perfilando una política exterior aún más firme en su segundo mandato.

La designación de Marco Rubio como Secretario de Estado, ex senador por Florida, refuerza la postura de Washington hacia China, a la que Rubio ha calificado como la principal amenaza para Estados Unidos. Junto a Michael Waltz, nombrado Consejero de Seguridad Nacional, ambos funcionarios personifican la línea dura de la nueva administración. Waltz, en noviembre, instó a “centrar finalmente la atención estratégica donde debe estar: contrarrestando la mayor amenaza del Partido Comunista Chino”. Este enfoque, combinado con las recurrentes declaraciones de Trump durante su campaña en favor de políticas arancelarias agresivas contra las importaciones chinas, anticipa una política exterior inflexible hacia Beijing.

En coherencia con esta estrategia, la primera reunión de Rubio como Secretario de Estado fue con los cancilleres del «Quad», una alianza conformada por Estados Unidos, India, Japón y Australia. Este bloque, concebido como un eje central en la estrategia de contención, representa la plataforma desde la cual Washington busca afianzar su control sobre el “Indopacífico”, la región clave en la disputa geopolítica mundial con China.

No obstante, algunas señales recientes han introducido un elemento de incertidumbre sobre la relación entre Estados Unidos y China en este segundo mandato de Trump. La incorporación de Elon Musk al gabinete, un empresario con profundos intereses comerciales en China, junto a la invitación al presidente Xi Jinping para asistir a la ceremonia de asunción (aunque finalmente acudió el vicepresidente Han Zheng), y la cordial conversación entre ambos líderes días antes, dejan entrever que podrían abrirse espacios de cooperación o, al menos, de diálogo más moderado en ciertos temas.

Es probable que la relación bilateral fluctúe en función de los temas en agenda y los intereses estratégicos en juego, oscilando entre posturas de confrontación agresiva y posibles acercamientos pragmáticos. No obstante, lo que parece indiscutible es que China sigue siendo el principal rival político y económico de Estados Unidos, consolidándose como el eje del denominado “enfrentamiento del G2” por la supremacía en el tablero geopolítico mundial.

Para América Latina y el Caribe, el panorama que se vislumbra está lejos de la paz y el entendimiento. Más bien, se perfila como una etapa marcada por la persecución, la mano dura y la reafirmación de la región como el eterno «patio trasero» de Estados Unidos. Esto queda en evidencia tanto en las declaraciones de Trump sobre la política migratoria, que retomó con un tono hostil hacia los países vecinos, como en las crecientes tensiones territoriales con México y Panamá. Estos indicios apuntan a la continuidad de un enfoque abiertamente injerencista por parte de su administración en los asuntos latinoamericanos.

En relación al Golfo de México dijo que “Estados Unidos va a reclamar sus derechos y será la nación más respetada de la tierra, vamos a cambiar el nombre del Golfo de México y se va a llamar el Golfo de América”. Frente a estas declaraciones, la presidenta Claudia Sheinbaum reafirmó “para nosotros sigue siendo Golfo de México y para el mundo entero sigue siendo Golfo de México”, así mismo, autoridades chinas ratificaron su compromiso de seguir fortaleciendo las relaciones económicas bilaterales con México.

Respecto del Canal de Panamá, afirmó que “se le entregó a Panamá, se gastó más dinero que nunca y se perdieron 38.000 vidas en su creación. Nos trataron muy mal después de ese regalo, nos prometieron cosas que infringieron, los buques estadounidenses pagan excesivamente aranceles y no reciben un trato justo. China está operando el canal de Panamá y no se lo dimos a China y vamos a tomarlo de vuelta”. En respuesta a estas declaraciones, José Raúl Mulino, presidente de Panamá, aseguró en rueda de prensa que no hay injerencia de China en las operaciones del canal de Panamá.

El proceso electoral y la asunción de Donald Trump se enmarcan en una crisis estructural multidimensional, que trasciende lo económico, lo social y lo tecnológico, configurando un contexto global profundamente violento. La pugna entre globalistas y neoconservadores no solo expone diferencias ideológicas, sino que representa estrategias opuestas para abordar los desafíos de un mundo en acelerada transformación, donde el control del poder mundial se disputa con cada vez mayor intensidad.

En este escenario, resulta crucial observar las primeras decisiones y políticas del segundo mandato de Trump. Estas definirán si optará por profundizar las tensiones inherentes a la disputa del G2, exacerbando los conflictos con China y sus aliados, o si, en cambio, buscará trazar un camino hacia la desescalada, favoreciendo una tregua que permita reconfigurar las dinámicas del poder global. En cualquier caso, los próximos meses serán determinantes para comprender si este retorno a la Casa Blanca marcará una nueva era de confrontación o el inicio de un precario equilibrio en el tablero geopolítico del siglo XXI.

 

*Giménez es Licenciada en Psicología y Magister en Seguridad y Defensa de la Nación y en Seguridad Internacional y Estudios Estratégicos. Directora de NODAL. 

Más notas sobre el tema