Palestina y el futuro de la paz mundial – Por Eduardo Meneses
Palestina y el futuro de la paz mundial
Por Eduardo Meneses *
Llevamos de más de 13 meses de uno de los peores genocidios de la historia moderna, cometido por las fuerzas de ocupación israelíes en contra del pueblo palestino. Este genocidio se mide además de las decenas de miles de civiles inocentes asesinados por el hecho de haber marcado una sentencia de muerte para las instituciones internacionales, creadas luego de la segunda guerra mundial con el objetivo primordial de fortalecer la paz a través de la diplomacia. Cada bomba lanzada sobre gaza fue una bomba lanzada en contra de los principios de derechos humanos traducidos al derecho internacional. La ONU, la Corte Penal Internacional, la Corte Internacional de justicia, han sido incapaces este acto genocida que hoy se expande también hacia el Líbano.
Esto no debería ser una sorpresa para nadie, pero sí un indicador de algo profundo que está sucediendo en la escena geopolítica mundial. En efecto, las instituciones jurídicas tanto a nivel nacional como internacional siempre han sido una cristalización de correlaciones de fuerza más profundas, tanto económicas como militares. Es así que la forma en que se ha evidenciado la incapacidad de estas instituciones, no sólo para aplicar sus resoluciones sino para mantener la más mínima legitimidad frente a la barbarie del genocidio, nos demuestra que hemos entrado ya en una fase bélica que transformará profundamente el orden geopolítico global en la próxima década.
Esta fase en realidad ya había empezado con la guerra entre Rusia y Ucrania desde hace más de dos años. En ese momento ya era evidente que el choque de intereses que se enfrentaban en Donetsk y Lugansk no eran sólo los de éstas dos naciones. La confrontación que se abrió en Ucrania era la de un mundo unipolar dirigido por Estados Unidos que buscaba frenar, a través de su poderío militar, la emergencia de un mundo multipolar, representado por la influencia económica, política y cultural creciente del grupo de los BRICS, y en primer lugar por el contínuo avance de China.
Sin embargo el doble estándar que se materializó en el contraste evidente entre las sanciones aplicadas a Rusia y la impunidad total con la que las fuerzas de ocupación israelíes vienen actuando desde hace meses, expuso a la luz del día la forma en que las instituciones garantes del derecho internacional han sido reducidas a simples vitrinas de legitimación de acciones de guerra económica y diplomática desde el campo estadounidense y sus aliados de la OTAN.
Frente a este escenario que configura ya una confrontación global, pero que aún tiene varios aspectos que quedan por desplegarse, es necesario profundizar el rol que juega el genocidio en contra del pueblo palestino. En efecto, el sionismo no es sólo un “resto del colonialismo del siglo XX”, como en algunos casos se lo ha presentado, en realidad juega un rol fundamental en el nuevo orden mundial que está en disputa, La agenda sionista tiene en efecto repercusiones directas para la paz en el planeta, incluyendo a América Latina. Desde las consecuencias de la deshumanización del pueblo árabe hasta el rol que juega la industria militar israelí en América Latina, es hoy más importante que nunca tener un debate al respecto.
Genocidio, deshumanización e imperialismo
El genocidio es inegable, esto no sólo lo podemos afirmar ya claramente en base a dos informes exhaustivos publicados en menos de dos meses. El primero es el informe anual del Comité Especial encargado de Investigar las Prácticas Israelíes que Afecten a los Derechos Humanos del Pueblo Palestino y Otros Habitantes Árabes de los Territorios Ocupados, presentado el 20 septiembre de este año. El segundo, es el informe de la Relatora Especial sobre la situación de los derechos humanos en los territorios palestinos ocupados desde 1967, Francesca Albanese, presentado el 1ero de octubre del 2024.
Las cifras son escalofriantes, hasta los medios de comunicación comerciales han tenido que evidenciar desde hace semanas que se trata de más de 42.000 personas asesinadas, siendo la gran mayoría de ellas civiles. El 70% de las personas asesinadas son mujeres y niños, y los al menos 17.000 niños y niñas asesinados representan más muertes que las de hombres o mujeres adultas, con una gran evidencia de asesinatos a través de disparos sistemáticos a la cabeza y al pecho[1].
Sin embargo, es necesario recordar que todas éstas cifras han salido a la luz bajo una gigantesca presión política y una verdadera propaganda de guerra destinada a deslegitimar cualquier difusión de las mismas. La Cámara de Representantes de EEUU hasta tuvo que aprobar una enmienda para impedir que el Departamento de Estado utilice las cifras de muertos proporcionadas por el Ministerio de Sanidad en la Franja de Gaza, tratando de presionar al conjunto de los medios de comunicación para que no se publique ninguna cifra al respecto.
Esto es importante puesto que nos recuerda que las cifras a las que tenemos acceso han sido sistemáticamente subvaloradas, ya sea por los grupos de presión sionistas o por la necesidad propia de los relatores de derechos humanos que se ven forzados a proporcionar cifras absolutamente verificadas, lo cual en un escenario de agresión bélica como el que vemos en Gaza, es prácticamente imposible. Por esta razón es fundamental resaltar que éstas cifras son muy probablemente mayores. Un estudio de dirigido por Salim Yusuf, el director del instituto de investigación sobre salud de la Universidad canadiense de McMaster apunta a la necesidad de sumar, no sólamente el número de personas desaparecidas que seguramente se encuentran bajo los escombros, sino también las muertes indirectas fruto de la destrucción de toda la infraestructura de salud y del bloqueo tanto de comida como de insumos médicos hacia Gaza. En este sentido, utilizando aún las extrapolaciones más conservadoras, el ejército de ocupación israelí podría haber matado ya a cerca del 10% de los dos millones de personas que habitan Gaza.
Por más duro que esto resulte de imaginar, tampoco puede ser una sorpresa. En Gaza se han lanzado el equivalente en explosivos de 6 bombas nucleares como las que fueron lanzadas en Hiroshima. Si pensamos en la escala de 360 km2 que tiene Gaza, una de las zonas más densamente pobladas del planeta, esto equivale a que se hubieran lanzado 4 bombas nucleares sobre la ciudad de Buenos Aires (no el conurbano únicamente la ciudad), 12 bombas nucleares sobre Nueva York (doble de superficie) o 25 bombas nucleares sobre Bogotá o Ciudad de México (más de 4 veces la superficie). A esto se suma el hecho de que la estrategia de generar una hambruna sistemática en Gaza no es algo que date del 7 de octubre. Las filtraciones de wikileaks y algunos estudios filtrados del propio gobierno israelí, mostraron que desde el 2007 Israel cuenta las calorías diarias que dejaba entrar a Gaza para mantener a la población en un estado permanente de hambruna y de colapso económico, pero estando al límite de la crisis humanitaria, para no activar alarmas internacionales. De esta manera el bloqueo actual, en el cual en el último mes casi no se permitió entrar ningún camión de comida al norte de Gaza por ejemplo, solo vino a dar una estocada final sobre una situación que tiene casi dos décadas de práctica criminal.
Es evidente que nada de esto sería posible sin una verdadera propaganda comunicacional de guerra, que ha configurado una deshumanización a la población arabe y muslmán en general. Este es un punto central que es necesario abordar para construir un programa político de acción y reflexión en defensa de la paz frente a la década belicista que se está configurando.
Esta estrategia de deshumanización no es algo nuevo ni reciente. En realidad es un punto fundamental dentro de la hegemonía cultural que tuvo que construir el accionar imperialista posterior a la segunda guerra mundial. En efecto, luego de que se desplegara la amplia campaña del “fin de la historia” para marcar una supuesta victoria permanente del campo capitalista luego de la caída del muro de Berlín, la “lucha contra el comunismo” no podía seguir sirviendo como justificativo de las guerras imperialistas que disputaban los recursos naturales, en particular el petróleo en medio oriente. Es así que Samuel Huntington, asesor de George Bush (padre), construyó su teoría del choque de civilizaciones, que postulaba que los conflictos globales ya no estarían determinados principalmente por ideologías políticas o económicas, sino por diferencias culturales y religiosas profundas entre las civilizaciones.
La primera guerra del golfo pérsico en 1990 sería la primera fase de la configuración de esta nueva hegemonía cultural, sin embargo sería el atentado del 2001 el que marcaría realmente el nuevo escenario de la guerra contra el terrorismo. Dicho tipo de guerra por un lado permitía a los EEUU enmarcarse en un tipo de acción militar no regular que no estaba observada en el derecho internacional, que fundamentalmente ha caracterizado los conflictos armados entre países o las responsabilidades de las fuerzas ocupantes de un territorio. Este vacío fue el que permitió desarrollar toda una serie de crímenes de lesa humanidad en Medio Oriente desde los años 90, que hasta ahora siguen impunes. Fue justamente la denuncia de éstos crímenes que desencadenó la persecución a Julian Assange cuando su portal Wikileaks los sacó a la luz del día, rompiendo un silencio hipócrita que mantenían las instituciones internacionales, ahora bajo la única presión hegemónica estadounidense.
Este punto es fundamental para entender porque en Palestina se juega el futuro del concepto mismo de derechos humanos y de derecho internacional. Esto es un aspecto que va más allá de la necesaria reconfiguración de instituciones como la ONU, que nunca podrá reconstruir una verdadera legitimidad sin una democratización real de su accionar (con una abolición del derecho de veto en primer lugar) y sin retomar los mecanismos de aplicación de sus decisiones. Resalto la palabra retomar puesto que durante la guerra fría los mecanismos como los cascos azules fueron ampliamente debatidos como mecanismo efectivos de mantenimiento de la paz. Lo que ha generado su simple presencia en Líbano actualmente es un buen ejemplo de lo que podría ser aplicado si la ONU tuviera un funcionamiento realmente democrático.
Sin embargo, como decíamos el alcance de la agenda de deshumanización que se juega actualmente en Palestina va mucho más allá de la reforma de instituciones internacionales. Según como la comunidad humana, y sus representaciones nacionales den una respuesta al genocidio palestino, la próxima década, que se presenta como de conflicto global, se enmarcará en un mundo en donde se haya banadonado la idea de que todas las vidas humanas deben ser protegidas por igual o no. Esto tendrá un profundo impacto en las perspectivas para América Latina, que por más blanqueadas que sus élites quieren creerse, no forma parte del campo “occidental” dentro del mapa de choque de civilizaciones que se ha configurado las últimas décadas.
Ya vemos claramente operar esta lógica ampliada en la forma en que Europa se ha subordinado a EEUU en la guerra contra Rusia, a quién desde Europa ahora se la trata de observar como si fuera totalmente ajena a la historia Europea. Esta reescritura ideológica de los lazos entre Europa y Rusia, se enfrenta a una realidad que no sólo está configurada por la herencia de los pueblos eslavos (compartida por Europa del Este y del Norte), sino por una cultura política e institucional común. La misma reconstrucción ideológica que quiere operar Estados Unidos, opera en Asia en contra de China (cuya cultura es presentada continuamente como incompatible con los “valores occidentales”de democracia y libertad), en contra de los pueblos africanos vistos como retrasados (“un continente situado por fuera de la historia”para retomar las palabras del presidente francés Sarkozy), y evidentemente el continente Latinoamericano desde siempre considerado como el patio trasero de Estados Unidos.
Perspectivas para América Latina en un escenario bélico global
Si analizamos las consecuencias para América Latina del escenario que se está configurando a nivel global, surge un punto fundamental para el análisis. En efecto, desde un punto de vista objetivo y material, tiene que ver con la disputa entre un mundo unipolar que trata de mantenerse por la guerra frente a la emergencia del mundo multipolar. Es evidente que más allá de cualquier tendencia u opinión ideológica, la inserción latinoamericana, desde su lugar de periferia de las dinámicas económicas globales, sólo puede encontrar más mecanismos de negociación y oportunidades desarrollo económico en un mundo multipolar donde los márgenes de acción están abiertos a discusiones que van más allá de un sólo actor con capacidad para imponer sus intereses. De nuevo, esto no es un aspecto que dependa de posturas ideológicas, es una condición objetiva de las dinámicas económicas globales.
Es justamente por esta razón que los EEUU han reforzado su injerencia y presencia militar y política en el subcontinente. La presencia militar en América Latina no ha hecho que acrecentarse, resaltando los puntos álgidos de los golpes en Bolivia, afortunadamente revertido por el proceso electoral, y de Perú, donde el golpe de Boluarte fue directamente impulsado por los EEUU. Se añaden los casos de Ecuador, que acaba de firmar un acuerdo de libre circulación e impunidad de fuerzas militares estadounidenses en el país y dónde el presidente Noboa está proponiendo reformar la constitución para permitir el ingreso de una base militar estadounidense. Un escenario similar se va configurando en Argentina en donde Milei ha propuesto la creación de una base militar conjunta.
Frente a este escenario en disputa, donde claramente América Latina está siendo de nuevo reducida, por voluntad de sus élites entreguistas o por presión económica y militar, a su rol de patio trasero de EEUU, es también necesario resaltar el rol que ha jugado Israel. En la esfera política, organismos de lobby como la Fundación de Aliados de Israel sigue financiando y apoyando a diputados o candidatos que hagan avanzar la agenda israelí en América Latina. Esto se despliega fundamentalmente, en lo político, a través de las redes evangélicas ligadas a su esfera de influencia (dinámica que es claramente visible en América Central o en Brasil, pero que avanza rápidamente en todo el continente).
Sin embargo cabe resaltar que en un contexto de avance de la inseguridad y la violencia en América Latina, ligada a los cárteles del crimen organizado, la agenda de cooperación israelí en materia de seguridad ha sido seguramente su punta de lanza, y otra cara de la moneda del agenda militarista estadounidense en el continente. Vemos multiplicarse el mismo mecanismo de propuesta de apoyo a la lucha contra el crímen por parte de las embajadas israelíes de manera sistemática luego de cada acto de violencia que marca la opinión pública. El impulso de la industria militar estadounidense-israelí tiene no sólo un creciente poder sobre las economías de los países del norte, sino que busca asentar una dependencia de largo plazo en los territorios donde se asienta. El resultado social de dicha estrategia es la proliferación de las armas, de la violencia y la progresiva pérdida de soberanía de los Estados enfrentados a verdaderos ejércitos irregulares que ocupan sus territorios.
Este avance es resultado únicamente de mecanismos de mercado, en los últimos meses se ha sacado a la luz los procesos de espionaje e injerencia política que Israel ha desarrollado en contra de gobiernos de países como México, Colombia o Brasil. Justamente gobiernos que apuntan actualmente al multilateralismo global. Las últimas declaraciones de Uribe en defensa de la utilización del software de espionaje israelí, Pegasus, no es más que un síntoma de cómo se configuran estas fuerzas a nivel regional.
Hay mucho que decir sobre cómo converge en este momento el proyecto colonial Israelí en Medio Oriente con la estrategia estadounidense de sometimiento del continente latinoamericana en su búsqueda por tratar de mantener un mundo multipolar bajo su dominio. Aunque las dinámicas objetivas productivas y económicas parecerían apuntar a una emergencia inevitable de un nuevo orden mundial, no debemos olvidar que la guerra siempre ha sido uno de los mecanismos de recomposición de las crisis del capitalismo y reconfiguración de los poderes globales.
Desde América Latina, el único horizonte que parece favorecer a los intereses populares es el de reconocer las consecuencias que un alineamiento con la estrategia belicista estadounidense podría conllevar para el continente. Esto es fundamental desde la certeza de que recursos tales como el agua o el litio serán fundamentales para la estructura económica y geopolítica del siglo XXI. La defensa de la vida, de cada ser humano por igual, y la defensa de un mundo multipolar que materialmente permita la emergencia de un verdadero derecho internacional es el único camino que podría evitar la transición de una fase neoliberal del capitalismo a un fase realmente necropolítica de gestión de la muerte que podría sumergir a América Latina en condiciones cada vez más difíciles en las próximas décadas.
Esto se evidencia además no sólo en cómo la violencia sirve primeramente como una herramienta de disciplinamiento de los movimientos sociales sino también en cómo el cambio climático ya ha configurado un escenario de crisis estructural para nuestro continente. Guerra y planificación ecológica no son compatibles, y sólo la segunda podrá permitir proteger a nuestros pueblos de ser los principales afectados de las transformaciones ecológicas en curso y sus impactos sociales.
Por todo esto es que en Palestina se juega el futuro de un pueblo que lleva un siglo en resistencia, pero también el futuro de los pueblos del Sur Global en su conjunto y de la idea misma de universalidad del valor de la vida.
* Eduardo Meneses es politólogo, y educador popular. Durante más de tres años trabajó en Palestina con varias organizaciones de la sociedad civil y desde hace más de 15 años es parte del movimiento de solidaridad con Palestina.
[1] Informe de informe de la Relatora Especial sobre la situación de los derechos humanos en los territorios palestinos ocupados desde 1967, Francesca Albanese, página 7.