Lula, servidor de dos patronos – Por Luis Britto García

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Luis Britto García *

En artículo anterior señalé que “haría falta un BRICS+ social, que evitara que la usuraria lógica capitalista convirtiera esta magnífica iniciativa en inmisericorde maquinaria de extracción gratuita de recursos naturales y mano de obra sin derechos laborales ni sociales”.

Bien están las iniciativas multipolares, mientras no se olvide que el mundo en realidad tiene dos polos: el de quienes trabajan y no tienen nada, y el de quienes no trabajan y lo tienen todo.

Dijo el Hijo del Hombre: “Nadie puede servir a dos patronos al mismo tiempo. Odiará a uno y amará al otro, o se dedicará a uno y despreciará al otro. Ustedes no pueden servir al mismo tiempo a Dios y a las riquezas”, (Mateo 6:24).

Viene esta reflexión a cuento porque el Lula que pretende servir al BRICS+ vetando el ingreso de Venezuela, es casualmente asimismo Presidente y servidor del G-20.
¿Y qué es el G-20?

El G20 es un foro internacional de Presidentes y de dirigentes de Bancos Centrales, integrado por la Unión Europea, y otros veinte países, cuyas economías suman el 85% del PIB mundial, y de los cuales sólo cuatro representan a los países en vías desarrollo: México, Sudáfrica, Indonesia y Brasil. Otras catorce organizaciones están asociadas a él, algunas tan recomendables como el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio y el Fondo Monetario Internacional.

En otras palabras, el G20 representa, con las honrosas excepciones del caso, el exclusivo club de países ricos y de organizaciones gerentes de su hegemonía contra el cual se constituyó el BRICS+.

Que un político ocupe a la vez la presidencia de este Club de las plutocracias del mundo y de sus instrumentos de dominación (repetimos, con las salvedades aplicables), y al mismo tiempo sea miembro de la más importante organización contrahegemónica que se le opone, con derecho a vetar el ingreso a ella, resulta situación no sabemos si absurda, incómoda, amoral, ilegítima o todas esas cosas juntas.

Es como si se jugara para dos equipos competidores, se fuera juez y parte en el mismo juicio, o si se ejerciera simultáneamente de sindicalista y de servidor del patrono: en este caso, de dos patronos.

Tal contradicción es tan evidente, que ni el mismo Luiz Ignacio da Silva se atrevió a presentar personalmente su curtida doble cara de político versátil en la reciente Cumbre del BRICS+.

Encomendó a su representante, Celso Amorim, vetar el ingreso de Venezuela alegando una imprecisa “ruptura de confianza”. No la hubo de Venezuela hacia Lula cuando éste fue enjuiciado por supuesta corrupción ni cuando su reelección fue cuestionada por masivo motín opositor.

Quien no confía en nadie no es digno de confianza.

Examinemos el caso da Silva, no porque él lo merezca, sino porque ejemplifica una trama que exige reflexión.

Repetidamente vivimos en América Latina y el Caribe (y hasta en el G-20) el caso de masas despojadas, depauperadas y explotadas al borde de la explosión social, a las cuales un dirigente providencial ofrece revolución, igualdad y reforma agraria, a cambio de sacrificios, sacrificios y más sacrificios.

Pasan años de sacrificios, sacrificios y más sacrificios sin reforma agraria, igualdad ni revolución hasta que el providencial dirigente se revela como agente del gremio patronal, las transnacionales, el FMI o el G-20 y desaparece del horizonte de los eventos.

Cuando el Partido de los Trabajadores llega al poder en 2002, en lugar de enfrentar los capitales nacionales y transnacionales Lula opta por el asistencialismo: distribución de alimentos subsidiados Fome Zero (Cero Hambre), vivienda popular (Minha Casa, Minha Vita), pero deja de lado al Movimiento de los Sin Tierra, no realiza una Reforma Agraria, permite que el agronegocio se expanda y privatiza 45% de Petrobras en la Bolsa de Nueva York.

Los gobiernos del PT aumentaron en 54% el salario mínimo, disminuyeron el índice de GINI de desigualdad a 0,522, redujeron el desempleo a 4,5% y sacaron a unos 50 millones de la pobreza. Pero, según Theotonio dos Santos, siguiendo recetas neoliberales de su Banco Central, “Lula continuó la política de altas tasas de interés manteniendo la emisión de títulos de la deuda federal para pagar intereses de la deuda que fue construida sobre la nada con el único propósito de transferir recursos a una minoría que vive de estos intereses inexplicables (…) con lo cual el pueblo brasileño dejaba transferir cerca del 50% del ´gasto público´ a este sector reducido de la población” (http://www.alainet.org/pt/articulo/172474).

Según Silvio Schachter “En Brasil, la conciliación y alianza con los grupos económicos hegemónicos fue la fórmula mágica del PT para avanzar en el proyecto neo-desarrollista, conciliar el capital y el trabajo, al mismo tiempo que se garantizaba la gobernabilidad sin afectar las causas de la desigualdad, los privilegios de la élite, ni modificar ninguno de los pilares sobre los que se estructuran las relaciones sociales de dominación. En ese camino el PT decide abandonar su prédica socialista, los proyectos de transformación social radicales, moderar su discurso y ser un partido de la conciliación, del pacto social que garantizaría el orden institucional frente a un momento en que la desigualdad social amenazaba con quebrarlo” (“Bolsonario, la dictacracia y el suicidio populista” https://herramienta.com.ar/articulo.php?id=2932).

¿Compartirá el lector mi impresión de que ese alineamiento con oligarquías nacionales y transnacionales conduce al pueblo brasileño a contemplar con indiferencia la inhabilitación política mediante lawfare de Lula y Dilma Roussef, a elegir al mediocre evangélico Bolsonaro y, reelegido da Silva, a abandonarlos a todos en las últimas elecciones, en las que favoreció ampliamente a centristas y centro derechistas?

Pero qué importa traicionar al pueblo del país más rico, extenso y poblado de América del Sur, si a cambio se obtiene una efímera presidencia del G-20 desde la cual defender los intereses del patrono de Estados Unidos vetando el ingreso al BRICS+ del país con mayores reservas probadas de energía fósil del mundo.

Servir a dos patronos es no servir a ninguno y ser despreciado por ambos.

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