Guatemala, 20 de octubre: la luz que titila en el cuarto oscuro – Por Rafael Cuevas Molina

653

Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Rafael Cuevas Molina *

Seguramente, ahora que en Guatemala hay un gobierno que -de alguna forma- trata de establecer vínculos con la revolución democrático-burguesa de octubre de 1944, ochenta años después de acaecida, resalta con mayor evidencia su importancia hasta nuestros días, la huella que dejó en la Guatemala de hoy, perdida aún en el laberinto en el que, al final, puede ser que haya una puerta que se abra y permita vivir de otra manera.

Que ochenta años después se siga reivindicando como referente positivo, evidencia que su factura marcó a la sociedad guatemalteca como el destello de una supernova cuyas ondas luminosas se siguen expandiendo en el universo.

Ese universo ha sido, para los guatemaltecos, todo lo que siguió a ella: ochenta años de mediocres hábiles para el teje y maneje mafioso; de generalotes de mano dura; de componendas y peleas entre bandas que se reparten y arrebatan los frutos de la riqueza.

La reacción contra ella la han pagado generaciones enteras. Hay quienes no han conocido más que eso, la sociedad acorralada, acosada, envilecida, disciplinada a golpes para que no levante cabeza. Pareciera que no hubiera otra forma de ser, que esta fuera la naturaleza del guatemalteco.

Pero ella es una marca indeleble, presente en la memoria como huella subyacente que se atisba como entre la niebla cuando sopla algún viento, aunque sea leve. Levanta entusiasmo, eleva el ánimo, alegra y reconforta.

En ese sentido, dichosa Guatemala, porque tiene a dónde volver a ver. Aunque parezca naufragar, hay un faro que se puede vislumbrar en las tinieblas. Lo tapan las olas, se pierde entre la espuma, parece que se la tragan los abismos, pero se sabe que está ahí, en algún lugar sobre algún peñasco, lanzando haces de luz que orientan.

Indica que somos capaces de otra cosa, que se tienen capacidades para construir algo distinto, que las reservas que lo harían posible existen y que están ahí, no como entelequia, sino como corriente subterránea poderosa que cuando hay condiciones emerge.

A lo que aspira el mundo que inspira no es algo inventado o utópico; es solamente la necesidad de que fluya la vida pacífica, respetuosa, honesta y creativa. Por eso, cuando se le invoca despierta olas de adhesión y entusiasmo. Por eso, también, no debe manosearse ni invocarse en vano. Es demasiado importante para aterrizarla en lo pedestre, en lo débil, en lo que no levantará el vuelo. Al decir de Martí, tenerla como ara, no como pedestal.

Su sola mención despierta expectativa. Así ha sucedido en nuestros días, cuando quienes ejercen la autoridad del Ejecutivo hablan de ella con soltura y no se le denigra, como ha sucedido usualmente en estos ochenta años. Cuando se pueden ver sus logros, su herencia mancillada, pero viva. Es como abrir los ojos y que apenas se atisbe una luz lechosa y difusa. Una luz que, aunque ilumine poco y la vista solo distinga bultos informes, es luz. ¿Cuántos no la ven de frente por primera vez, cuántos no oyen de ella como de algo que quién sabe cómo, dónde y cuándo sucedió?

Enorme carga sobre los hombros de quienes abrieron estas alamedas. Enorme responsabilidad para todos nosotros, los que decimos demarcarnos de toda la inmundicia y aspiramos a otra cosa. La luz está titilando en el cuarto oscuro.

* Historiador, escritor y artista plástico. Licenciado en filosofía y magíster en Historia por la Universidad de La Habana. Catedrático, investigador y profesor en el Instituto de Estudios Latinoamericanos (IDELA), adscrito a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional (UNA), Costa Rica. Presidente de AUNA-Costa Rica.

Con nuestra América

Más notas sobre el tema