China aprueba una histórica y gradualista reforma jubilatoria – Por Diego Lorca

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China aprueba una histórica y gradualista reforma jubilatoria

Por Diego Lorca*

“El problema económico no es – si pensamos en el futuro – el problema permanente del género humano”. J.M. Keynes, 1930.

El Gobierno chino de Xi Jinping aprobó en septiembre un aumento de la edad jubilatoria por primera vez en décadas. El gigante asiático ha experimentado un crecimiento económico vertiginoso desde finales del siglo XX, posicionándose actualmente como la segunda mayor economía global. Su éxito ha sido impulsado por una estrategia enfocada en la industrialización, el desarrollo de alta tecnología y una inversión significativa en la educación de su capital humano.

Según el Banco Mundial, desde finales de la década del ‘70, China ha sacado de la pobreza a más de 800 millones de personas gracias a las reformas económicas emprendidas por Deng Xiaoping. En ese mismo período, la aportación de China a la economía mundial pasó del 1,5% al 15,4% actual. Sin embargo, este crecimiento acelerado ha venido acompañado de profundas transformaciones sociales, incluyendo el envejecimiento acelerado de la población.

Ante este desafío demográfico, el gobierno de Xi Jinping ha aprobado una reforma jubilatoria que busca equilibrar la sostenibilidad del sistema de pensiones con las necesidades de un país cuya fuerza laboral está disminuyendo a un ritmo alarmante. Esta nota analiza, en términos generales, las causas estructurales que han llevado a China a esta reforma, cómo esta impactará en su mercado laboral y qué otras alternativas existen para resolver este problema.

La reforma jubilatoria: ¿Trabajar más porque se vive más?

Siempre escuchamos de boca de economistas y políticos neoliberales una lógica tan simplista como superficial que dice “debemos trabajar más años porque la esperanza de vida es cada vez mayor”. De lado se deja el debate sobre el aumento de la productividad del trabajo y de la distribución de la riqueza, casi como si fueran variables insignificantes.

El envejecimiento de la población china es una realidad ineludible. En 2023, el país contaba con 297 millones de personas mayores de 60 años, lo que representaba más del 21% de la población total. Esta tendencia que se acrecienta año tras año ha obligado al gobierno a adoptar medidas drásticas para asegurar la sostenibilidad del sistema de pensiones que, según el gobierno, podría agotarse para 2035.

La reforma jubilatoria, aprobada en septiembre de 2024, eleva de manera progresiva la edad de jubilación para hombres y mujeres. A partir de enero de 2025, los hombres pasarán de jubilarse a los 60 años a los 63 años para 2040. Las mujeres, por su parte, verán su edad de retiro aumentar de 55 a 58 años en trabajos administrativos, y de 50 a 55 años en trabajos manuales.

Además, la reforma extiende el tiempo mínimo de contribución a los fondos de pensiones, de 15 a 20 años, antes de que los trabajadores puedan acceder a una pensión mensual. Esta medida ha sido bien recibida por algunos economistas que la consideran crucial para garantizar la viabilidad financiera del sistema. Sin embargo, ha provocado descontento en grandes sectores de la población trabajadora, especialmente entre los jóvenes que ya enfrentan un mercado laboral competitivo y con condiciones muy adversas.

La estructura laboral China

El impacto de la reforma jubilatoria no puede entenderse sin examinar la estructura laboral de China, que sigue siendo una de las más grandes del mundo. En 2024, la población económicamente activa se estima en 785 millones de personas. A medida que la población envejece, la presión sobre la fuerza laboral joven se intensifica, lo que explica en parte las políticas de extensión de la vida laboral.

El mercado laboral chino ha experimentado una importante transformación en las últimas décadas. Mientras que en el pasado la agricultura era el principal motor de producción y trabajo, actualmente ha caído hasta representar el 20%, mientras que actualmente el sector de servicios representa más del 50% del empleo, seguido de la industria con un 30%.

Uno de los principales retos que enfrentan los trabajadores es la rigidez de las condiciones laborales en ciertos sectores, como el tecnológico, donde el sistema «996» – trabajar desde las 9 de la mañana hasta las 9 de la noche durante seis días a la semana – ha generado tensiones y protestas. Si bien algunas empresas han comenzado a flexibilizar estas políticas, el malestar persiste, especialmente entre los jóvenes que ven con pesimismo las posibilidades de progresar dentro de este mercado tan competitivo.

Con la reforma jubilatoria, el gobierno busca no sólo asegurar la sostenibilidad del sistema de pensiones, sino también aliviar parte de la carga que recae sobre las y los jóvenes trabajadores. Sin embargo, la competitividad en el mercado laboral y las duras condiciones de trabajo en sectores clave como la tecnología siguen siendo fuentes de tensión.

La distribución de la riqueza, un debate urgente

En un texto de 1930 llamado “Las posibilidades económicas de nuestros nietos”, el economista británico John Maynard Keynes, vaticinaba que para el 2030 el desarrollo de la tecnología y el crecimiento económico harían posible que la jornada laboral sea de 3 horas diarias o 15 horas semanales.

Hoy, cerca de esa fecha, podemos observar que Keynes tenía razón en sus predicciones de los cambios tecnológicos y del aumento en la productividad, así como también con su tesis de que el problema económico no es un problema permanente del género humano. Lo que no incluyó en su análisis, es que el capitalismo no tiene otra finalidad que la de autovalorizarse, lo que significa que la producción de bienes y servicios no se hace con el fin de satisfacer necesidades humanas, sino para acumular más valor y, por ende, más capital.

Actualmente vemos como esta acumulación de la riqueza socialmente producida se concentra cada vez en menos manos, lo que significa que los beneficios del aumento de la productividad de la fuerza de trabajo no se distribuyen en la misma medida en la que se produce. Estamos ante un momento de la historia universal en el que las condiciones tecnológicas y científicas podrían resolver las necesidades básicas de todos los seres humanos, y reducir el tiempo de la jornada laboral y las edades jubilatorias de la población económicamente activa, sin embargo, la desigualdad social no para de crecer y con ello la miseria de millones de trabajadores.

Si la Inteligencia Artificial y la alta tecnología son producto del intelecto colectivo de la humanidad ¿no sería justo que sus beneficios sean aprovechados igualmente por las grandes mayorías para su desarrollo?

*Director del OITRAF – Observatorio Internacional del trabajo del futuro

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