Uruguay: breves reflexiones sobre lo ordinario, lo arrogante – Por Alberto Grille
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
Alberto Grille *
Es obvio que el presidente Luis Lacalle se iba a sentir más cómodo en la estancia de su papá, comiendo un asado con el peón flaco que le cuida las vacas gordas.
Cualquiera podría haber previsto que Lacalle iba a pasar un momento desagradable si se aparecía por Facultad de Medicina. Tal vez el profesor Rafael Radi (recién designado miembro de la Pontificia Academia de Ciencias del Vaticano) y el decano de la Facultad de Medicina, Dr. Arturo Briva, no lo percibieran, o subestimaran el impacto que una visita del presidente podía causar, pero quien lo pensara unos minutos podía advertirlo.
Elegante, arrogante
Lacalle llegó elegantemente vestido en un auto blanco y desde que descendió se vio que su presencia no era simpática.
Tal vez alguno de quienes lo esperaban con pancartas se extralimitó en sus modales y quizás alguno exageró sus gritos y hasta lanzó algún agravio, pero solamente le pedían que se fuera y reclamaban reivindicaciones presupuestales, mayor atención a las necesidades de la universidad, mayores recursos para la educación y la investigación.
Alguno le gritó “ladrón” y otros “corrupto”. Nada excepcional, porque solamente se trataba de increpar al presidente por conductas inapropiadas que mucha gente comparte y otra gente sospecha.
Es evidente que el presidente está acostumbrado a los elogios y está convencido de que tiene una imagen poco menos que intachable, pero nada más lejos de la realidad. Es posible que pueda caminar tres cuadras por una calle céntrica sin que nadie le reproche nada, que inaugure un puente en el medio de la nada, que vaya a los congresos de las cámaras empresariales, a la Expoactiva y la Exposición Rural, y se saque selfies hasta con el vendedor de churros, pero deberá saber que la cultura, la educación, la ciencia, la fábrica, la universidad y el barrio no son territorios amigos.
¿Cómodo o incómodo?
Es obvio que el presidente se iba a sentir más cómodo en la estancia de su papá, comiendo un asado con el peón flaco que le cuida las vacas gordas, que entre los estudiantes y funcionarios universitarios que lo esperaban mostrándole clara hostilidad. Sus primeras palabras al encontrarse con Radi y el decano fueron expresión clara de su descontento y muy explícitas en cuanto a su disgusto. Fueron dichas con la discreción propia de su investidura, pero con la sutileza de que fueran escuchadas por los periodistas que lo rodeaban.
¿Son de acá? preguntó, esbozando un tono de rezongo a las autoridades universitarias que le habrían tendido un trampa invitándole a una fiesta que no era tal.
-Son funcionarios le contestaron, como dejando entrever que eran difíciles de controlar.
Son bien ordinarios dijo Lacalle Pou, muy molesto y en tono de rezongo o amonestación. Habría que educarlos continuó, como ofendido. ¿A dónde hemos llegado en este país?
Gente tan ordinaria increpando a un personaje tan extraordinario, ¡no se puede creer!. Al menos en el micromundo en el que vive y ha vivido, y tal vez continúe viviendo Luis Aparicio Alejandro Lacalle Pou de Herrera Brito del Pino.
Lo común
Esas breves palabras del presidente no pueden sino provocar una reflexión. El calificativo «ordinario» se refiere a algo común o normal, y todos tenemos aspectos en los que somos ordinarios y otros en los que somos únicos. La idea de ser ordinario puede percibirse de diferentes maneras dependiendo del contexto y de las expectativas sociales o personales.
En algunas culturas se valora la originalidad, por lo que ser «ordinario» puede tener una connotación negativa. Sin embargo, la mayoría de las personas encuentran valor en las cosas ordinarias y cotidianas. Muchas veces en lo ordinario se encuentran las mayores fuentes de alegría y satisfacción.
A menudo, llamar a alguien «ordinario» dice más sobre la persona que hace el comentario que sobre la persona que recibe ese adjetivo. Esto se debe a que la percepción de lo que es «ordinario» o «extraordinario» es subjetiva y está influenciada por los valores, expectativas y prejuicios de quien lo dice.
El que usa «ordinario» como un término despectivo tal vez proyecte sus propias inseguridades o una necesidad de sentirse superior y también puede reflejar una visión de lo que es digno de admiración, basada en estándares sociales que no necesariamente son universales. Por otro lado, reconocer la belleza y el valor en lo ordinario puede mostrar una apreciación por las cosas simples y cotidianas, lo que refleja una perspectiva más amplia y equilibrada. En resumen, las palabras que elegimos para describir a otros a menudo revelan mucho sobre nuestras propias creencias y actitudes.
En última instancia, la idea de ser ordinario y sentirse orgulloso de ello se relaciona con la aceptación y la gratitud por la vida tal como es, sin la necesidad constante de compararse con los demás o buscar la validación de otros.
El término «ordinario» tiene diferentes connotaciones dependiendo del contexto en que se use y de quién lo diga. Tradicionalmente, «ordinario» se refiere a algo común o normal, lo que es típico o habitual para la mayoría de las personas. Sin embargo, también puede tener connotaciones negativas cuando se usa para describir a alguien como «vulgar» o «sin distinción».
Para algunas personas, ser común puede ser algo positivo, representando autenticidad y conexión con la mayoría de la gente. Para otras, el término «ordinario» puede ser algo que buscan evitar, asociándolo con la falta de singularidad o excelencia.
Ser ordinario no es lo mismo que ser maleducado. Aunque en algunos contextos la palabra «ordinario» se usa de manera despectiva para referirse a alguien que es vulgar o de mal gusto, este no es su significado principal.
Ordinario generalmente significa algo común, normal o habitual, y no tiene necesariamente una connotación negativa. Describe lo que es típico o estándar, sin implicar ninguna falta de educación o de buenos modales.
Por otro lado, ser maleducado se refiere a alguien que carece de cortesía, respeto o buenas maneras. Esto tiene que ver con el comportamiento y la forma en que una persona se relaciona con los demás, no con si es «ordinaria» o no.
Ahora bien, si ser ordinario merece tantas consideraciones y tantas miradas diferentes según sean los prejuicios, los contextos y los valores, ser arrogante no tiene atenuantes. Cuando decimos arrogante decimos, creído, presumido, vanidoso, engreído, jactancioso, altanero, altivo, pituco, presuntuoso o petulante.
El presumido tiene una alta opinión de sí mismo, de sus logros, apariencia y posesión, de su propio valor que merece un trato especial y de sus capacidades superiores. Subestima y desprecia a los otros, a los que ubica en un lugar inferior.
El arrogante sí tiene agravantes. El mayor agravante es el poder. Un arrogante con poder es aún peor que un arrogante despojado.
Por suerte, en el sistema republicano en poder del presidente se va extinguiendo con el paso del tiempo y ahora le quedan pocos meses de poder decreciente.
*Periodista uruguayo, director y editorialista de Caracas y Caretas.