Mujeres indígenas de Perú lideran la conservación de los felinos de los Andes

Foto de Marleny Prada de la Cruz.
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Mujeres indígenas de Perú lideran la conservación de los felinos de los Andes

Los bosques de árboles nativos de los Andes peruanos están desapareciendo víctimas de una nefasta deforestación. Con ellos también se esfuma el hábitat de muchos de los felinos más emblemáticos del lugar.

Un grupo de mujeres indígenas ha puesto en marcha un proyecto para conocer más sobre la fauna silvestre y apaciguar los conflictos entre biodiversidad y humanos.

Los felinos de los Andes y las mujeres que los protegen

Ida Auris Arango recuerda el día de 2023 en que se topó con el gato andino y sus crías en la ladera de la montaña. Mientras pastoreaba sus alpacas, escuchó a su perro ladrar y vio al felino gris niebla arrinconado contra una roca, con el pelo erizado y rugiendo mientras protegía a un par de gatitos.

Agarrando al perro por la nuca, dio tiempo a los gatos para que desaparecieran entre los árboles de queuña (Polylepis). “Tenía derecho a vivir. Era hermoso y me alegré de verlo”, dice sobre el encuentro fugaz con esta especie de felino en peligro de extinción y uno de los mamíferos más esquivos de los Andes.

Durante gran parte de la vida de Arango, los lugareños quechua trataban las muertes de gatos salvajes con ambivalencia o incluso las recibían con agrado. Los ataques al ganado habían causado pérdidas económicas y provocado un conflicto que parecía no tener una solución clara.

Sin embargo, las actitudes hacia los felinos han cambiado rápidamente en el pueblo de Licapa, en los Andes del centro de Perú. Los cambios son obra de un nuevo proyecto de conservación liderado por mujeres indígenas. Un proyecto creado inicialmente por la bióloga conservacionista quechua Merinia Mendoza Almeida y el experto en felinos salvajes Jim Sanderson del que las mujeres de la comunidad se han apropiado.

Al principio, la iniciativa las dejó perplejas. No obstante, poco a poco las mujeres comenzaron a incorporarla a sus vidas y la encontraron divertida. Se convirtió en un espacio comunitario, uno que no estaba dirigido por los hombres que típicamente dominan los asuntos sociales ni por el gobierno peruano. Se trataba de un proyecto de mujeres, una labor quechua y un encuentro significativo. “Siempre supe que quería investigar sobre estos animales, pero nunca esperé convertirme en mediadora entre ellos y mi gente”, dice Mendoza.

Un bosque que se desvanece

Los bosques de queuña se encuentran entre los ecosistemas más amenazados de los Andes. La tala, el pastoreo excesivo, la construcción de carreteras y los incendios forestales los han reducido a solo un mínimo porcentaje de su extensión original. El cambio climático amenaza con reducirlos aún más, lo que pone en peligro la biodiversidad y la seguridad hídrica en toda la región.

En los Andes centrales peruanos, las presiones de la deforestación han empujado a los animales salvajes más cerca de las comunidades indígenas, lo que ha incrementado los conflictos entre seres humanos y fauna silvestre.

Entre los mamíferos comúnmente involucrados en los conflictos se encuentran tres especies de felinos: el puma (Puma concolor), casi amenazado, el gato del desierto peruano o gato de las pampas (Leopardus garleppi), y el gato andino (Leopardus jacobita), en peligro de extinción, del cual se estima que existen menos de 1500 ejemplares.

“No es la deforestación ‘per se’ lo que impulsa el conflicto entre los gatos y las personas en los Andes, sino el impacto que la pérdida de hábitat tiene en las poblaciones de presas como las vizcachas y los ciervos, lo que puede hacer que los gatos salvajes comiencen a cazar a los animales domésticos de la gente”, dice Cindy Hurtado, bióloga de animales carnívoros e investigadora de la Universidad de Columbia Británica. Estos ataques dañan los medios de vida de los lugareños, y son las mujeres, quienes tienen la función de cuidar de los animales domésticos, las que a menudo presencian el conflicto.

En Licapa, como en muchos pueblos rurales quechuas de los Andes, los hombres suelen buscar trabajo en las ciudades, mientras que las mujeres permanecen en el pueblo. Además de criar a sus hijos, también cuidan de animales pequeños como pollos y conejillos de indias y pastorean rebaños de alpacas que pastan en las laderas de las montañas y en los bosques. Cada año, las familias venden lana y carne de alpaca a los comerciantes, lo que proporciona un ingreso familiar esencial.

“Pensábamos que [los felinos salvajes] eran animales malos”, dice la habitante Alicia Ccaico. “Estábamos perdiendo nuestros pollos y conejillos de indias a causa de los pequeños gatos en el pueblo, y los pumas mataban a nuestras alpacas en las montañas”.

El primer recurso de las mujeres fue una antigua práctica cultural quechua que se cree que promueve la coexistencia entre las personas y el gran felino. “El puma es un animal vengativo, por eso siempre que hablamos de él le decimos ‘compadre’, porque si nos oye decir ‘puma’ aunque haya viento, se enoja y mata más”, dice Ccaico.

Sin embargo, cuando estos métodos tradicionales fallaban y el conflicto continuaba, los hombres organizaban cacerías de pumas y colocaban trampas para los felinos más pequeños cuando regresaban de las ciudades. Las pieles de los felinos “problemáticos” muertos se colgaban luego en las paredes como trofeos y se incorporaban a los disfraces que tradicionalmente se usaban en los bailes durante el período de carnaval, entre febrero y marzo.

Al pasar tiempo en el pueblo, Mendoza se vio expuesta a las duras realidades del conflicto. En 2021, Mendoza comenzó a estudiar la ecología alimentaria y la actividad diurna de los felinos salvajes en los bosques que rodean Licapa, un pueblo quechua a dos horas de Ayacucho.

Colocó cámaras trampa en senderos cercanos y pronto capturó imágenes del gato del desierto peruano, de pumas y del primer gato andino registrado en un bosque de Polylepis. “Cuando miré las fotos, me puse tan contenta que grité: ‘¡Gato, gato, gato!’ al viento”, cuenta.

Sin embargo, su entusiasmo se vio frustrado cuando, poco después, le mostraron la piel de un gato del desierto, que había sido asesinado en represalia por asaltar los cuys de una casa, un componente importante de la dieta local.

La muerte de uno de los sujetos de su investigación la conmovió profundamente y marcó un punto de inflexión en el proyecto de Mendoza. “Fue un día triste. Quería estudiar a estos animales, no quería verlos asesinados”, explicó. Las mujeres locales también le rogaban que hiciera algo con los felinos, especialmente los pumas. Eso fue lo que la impulsó a buscar una manera de detener el conflicto, explica.

Sin estar segura de cómo proceder, se puso en contacto con Hurtado y Jim Sanderson de la Small Wild Cat Conservation Foundation (SWCCF) con una idea sobre un proyecto para reducir el conflicto entre los seres humanos y la fauna silvestre. “Acordamos financiar el proyecto y le sugerimos que se centrara en reunir a las mujeres quechuas como grupo conservacionista. Merinia se involucró plenamente”, afirma Sanderson.

Mujeres y felinos salvajes

En 2022, Mendoza formó un grupo llamado Mujeres Quechua por la Conservación, en el que realizaban reuniones mensuales donde las mujeres de Licapa podían compartir sus experiencias y aprender sobre la función de los felinos en el ecosistema. “Las charlas hicieron que nos diéramos cuenta de que también teníamos culpa y de que, al cuidar de los gatos y del bosque, cuidamos nuestros otros recursos, como el agua”, dice Sandra Ayasca.

En poco tiempo, las reuniones se habían convertido en un elemento habitual de la vida de Licapa y más de 30 mujeres locales participaban en el nuevo programa de conservación. A menudo colaboran con Mendoza en su trabajo de campo, ayudándola con las cámaras trampa.

Además de ser un proyecto liderado por quechuas (en lugar de ser simplemente peruano), las actividades también han brindado a las mujeres un espacio descentralizado no liderado por hombres, quienes normalmente son bastante dominantes en los asuntos sociales. Es un proyecto de mujeres, donde pueden reunirse, conversar y fortalecer la comunidad.

“Se convirtió en una comunidad muy rápido; las mujeres sentían curiosidad y disfrutaban del trabajo de campo”, dice Mendoza. “Es algo distinto que nunca habían experimentado y les gusta”. Además de la diversión, el origen indígena y el género de Mendoza han sido fundamentales para su éxito y para conseguir proteger a los felinos.

“Ella es una mujer que habla quechua y es de Ayacucho, de modo que no es una forastera. Esto le da una gran ventaja porque el conflicto entre seres humanos y fauna silvestre se basa en el diálogo y en escuchar las necesidades de la población local”, afirma Hurtado.

Resolver el conflicto con los felinos pequeños fue bastante sencillo: los corrales de pollos y conejillos de indias se repararon con alambre y madera o se construyeron de nuevo, una medida sencilla que ha reducido el problema. Sin embargo, abordar los ataques de pumas ha requerido un enfoque diferente basado en encontrar alternativas al pastoreo en las montañas y reducir las presiones sobre el bosque.

Con la ayuda del SWCCF, el proyecto obtuvo una variedad de semillas de gramíneas resistentes a las frías temperaturas de los Andes, incluyendo centeno (Lolium perenne) y pasto bisonte (Hierochloe odorata), así como avena forrajera (Avena sativa).

Plantados detrás de las casas y en las afueras del pueblo, los nuevos pastos han sido clave para reducir, aunque no eliminar por completo, los ataques de los pumas, según la gente local. “Ya no necesitamos llevar nuestras alpacas a las montañas con tanta frecuencia como antes, por lo que ahora no perdemos tantas”, dice Ayasca.

En sintonía con las sensibilidades culturales de su pueblo, Almeida utiliza cada desarrollo como una oportunidad para afianzar aún más la importancia de los felinos salvajes. Varias paredes del pueblo ahora presentan murales vibrantes de mujeres y gatos salvajes y se han instalado letreros de seguridad en carreteras peligrosas para beneficiar tanto a los gatos como a los niños. “Siempre les digo: ‘Recuerden: estas cosas no vienen de mí; son regalos de los gatos para ustedes’”, afirma.

El último regalo de los gatos salvajes a la comunidad es el inicio de una cooperativa textil de lana de alpaca donde las mujeres locales hilan tejidos para vender a compradores de comercio justo, lo que impulsa su empoderamiento económico y su independencia. “Cuando bordamos, incluimos nuestros felinos salvajes en los diseños. Los ingresos nos ayudan a comprar alimentos y educar a nuestros hijos”, afirma Gregoria Paitan Arango.

Esperanza en los altos Andes para mujeres, niños y felinos

A medida que Mujeres Quechua por la Conservación continúa creciendo y encontrando soluciones equitativas al conflicto entre seres humanos y felinos, el proyecto ha abierto nuevos caminos en la comunidad.

El enfoque en las mujeres indígenas para la conservación de los felinos ofrece un ejemplo raro de un abordaje en un campo y una región donde las actitudes patriarcales a menudo están profundamente arraigadas, según Rocio Aluma Morales, investigadora de la Universidad de Australia Occidental, que no está afiliada al proyecto.

“Las perspectivas de las mujeres indígenas están subrepresentadas en la mayoría de las investigaciones científicas, así como en los espacios de toma de decisiones sobre temas de conservación y especialmente en los Andes”, dice Morales. “Por lo tanto, el enfoque de este proyecto es poco común y derriba barreras políticas y sociales, junto con desigualdades en el acceso a los recursos, el control, los derechos y la participación en la toma de decisiones. Espero que continúe”.

Merinia Mendoza Almeida se toma un descanso del trabajo de campo en los Andes centrales peruanos. Foto cortesía de Mujeres Quechua por la Conservación.

 

Para Mendoza, hay otro motivo para tener esperanza en que la coexistencia entre la comunidad y los felinos salvajes sea duradera. “Sean cuales sean las actividades que hagamos, los hijos y las hijas de las mujeres siempre están cerca, por lo que la próxima generación ya está participando en la conservación en Licapa”, afirma.

“Hace poco subí a las montañas para colocar una cámara trampa con una de las mujeres y su hijo de 7 años. Íbamos a probarla cuando el niño dijo: ‘No, lo hago yo’, y lo hizo y empezó a imitar a un gato andino”, cuenta Mendoza. “Son momentos como ese los que me dan esperanza para el futuro”.

El futuro es sin dudas de los niños y si estos aprenden que es posible la conviviencia y que además es necesaria para mantener el equilibrio ecológico del entorno, entonces la paz entre indígenas y felinos seguramente será larga, próspera y duradera.

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