Los hielos del sur, entre el deterioro ambiental y la lucha global – Por Eduardo J. Vior

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Eduardo J. Vior *

La investigación científica en Antártida se enreda en la puja que libran grandes potencias.

El viernes 23 de agosto terminó en Pucón, Región de la Araucanía, Chile, la primera reunión presencial plenaria del Comité Científico de Investigaciones Antárticas (SCAR, por su nombre en inglés) después de la pandemia de Coronavirus. La conferencia congregó a 1.300 científicos y funcionarios de los países signatarios del Tratado Antártico y duró cuatro días. Pese al esfuerzo por presentarla como un encuentro puramente científico, la competencia entre las grandes potencias por el rediseño del orden político y económico global le da un peso político insoslayable.

El encuentro se caracterizó tanto por la paridad de género como por la participación de cerca de un 50% de científicos jóvenes o en formación. La consigna que presidió el cónclave, “Ciencia Antártica: encrucijada para una nueva esperanza”, procuró sintetizar la situación compleja en que se encuentra el continente blanco. Como expresó el Marcelo Leppe, director del Instituto Antártico Chileno (INACH), vicepresidente de SCAR y miembro del Comité Organizador, “estamos cambiando nuestra percepción de la Antártida, de un continente prístino y aislado a uno profundamente interconectado e influyente”.

Un dato estremecedor llamó la atención de los asistentes: en los últimos tres años, el hielo marino antártico ha perdido 3 millones de kilómetros cuadrados. Además, los investigadores han constatado que los aluviones de 2015 y 2021 y los vientos huracanados de este año en Chile, así como las inundaciones de este año en el sur de Brasil, están vinculados a alteraciones en la media y alta atmósfera de la Antártida. También se hallaron nexos con El Niño y La Niña. La conferencia continuó del 26 al 28 por la reunión de los delegados del SCAR en Punta Arenas, Magallanes. La próxima sesión plenaria del SCAR será en Oslo, Noruega, en agosto de 2026. La información oficial sobre la reunión a orillas del Lago Villarrica, entre tanto, menciona los temas, pero no el contenido de las discusiones que se han desarrollado allí.

El interés sudamericano en Antártida

La realización de esta conferencia dio gran impulso al programa antártico chileno, cuando se acaba de botar en Punta Arenas el rompehielos Almirante Viel, totalmente construido en Chile por el astillero estatal ASMAR. El rompehielos, el buque remolcador Lientur y el patrullero Marinero Fuentealba constituirán el “trinomio antártico” de la Armada nacional para futuras operaciones antárticas. Con una tripulación de 13 oficiales y 59 marineros, el rompehielos puede romper capas de hielo de “hasta un metro de espesor”, según el astillero.

ASMAR ha estado construyendo una flota de cuatro buques de transporte como parte de un proyecto conocido como Escotillón IV. De este modo, Chile da una fuerte muestra de decisión política para afirmar su presencia en el continente austral y al mismo tiempo evidencia la importancia de disponer de un astillero estatal. Argentina y Chile son dos de los siete países que reclaman territorio antártico. Sus reclamaciones y la reivindicación territorial del Reino Unido se solapan.

Otras armadas sudamericanas también han ido adquiriendo buques polares. En diciembre de 2022, la de Colombia recibió el buque científico ARC Simón Bolívar, fabricado por la corporación naval colombiana COTECMAR. El buque participó en la campaña antártica 2023-24 del país. Durante la misma campaña, la Armada peruana desplegó el buque de investigación polar BAP Carrasco, entregado por el astillero español Construcciones Navales Freire en 2017. También la empresa brasileña de construcción naval Estaleiro Jurong Aracruz ha estado fabricando un buque polar, el futuro Almirante Saldanha que debería entrar en servicio en el segundo semestre de 2025.

La enumeración de los proyectos de equipamiento naval que nuestros vecinos destinan a misiones antárticas muestra el interés creciente de muchos países y empresas en la investigación científica sobre el continente austral. Sin embargo, la investigación científica en y sobre la Antártida está estrechamente vinculada con los nuevos conflictos políticos y económicos sobre la gobernanza del continente que se multiplican a medida que el cambio climático va calentando sus mares. No es desinteresada ni “neutral”.

En primer lugar, las investigaciones científicas mismas tienen efectos sobre los ecosistemas de ese continente. La ciencia en la Antártida se desarrolla normalmente en una de las 77 estaciones de investigación instaladas allí. Aunque su función es apoyar la investigación, su aislamiento obliga a dotarlas de la infraestructura de una ciudad.

Una reciente investigación australiana sobre las bases científicas de varios países reveló que, a pesar de que la Antártida está declarada reserva natural, hay muy pocos intentos de conservación y pocos límites a las actividades permitidas, como la construcción de nuevas estaciones.

La mayoría de las estaciones se construyeron antes de que entrara en vigor el Protocolo sobre Protección del Medio Ambiente Antártico de 1998. Algunas estaciones se ubicaron en las zonas libres de hielo más raras y sensibles. Probablemente hoy no se construirían allí, pero sólo se han retirado unas pocas. La mayoría de las estaciones antiguas sigue funcionando. En las estaciones más grandes, además de viviendas y laboratorios, también hay depuradoras y centrales eléctricas, tanques de combustible a granel y manipulación, carreteras, talleres, helipuertos, pistas de aterrizaje, muelles, canteras y sedes de bomberos.

A los impactos ya registrados se añaden las continuas demandas de ampliación de las estaciones, para dotarlas de aparatos científicos que respondan a nuevas preguntas, alojar a más personas, mejorar la capacidad logística o para aumentar la seguridad de una infraestructura envejecida. Las estaciones de investigación suelen tener un aspecto industrial y tienen, por lo tanto, un impacto ambiental a escala industrial. La carrera entre las grandes potencias por acumular datos, sobre la Antártida, los mares circundantes y el clima global es parte de la competencia por el orden político y económico mundial. Quien mejor pueda prever la evolución del clima mundial en el futuro próximo tendrá una notable ventaja competitiva.

Subrayando la politicidad de la investigación científica en y sobre la Antártida, en mayo pasado el presidente de Estados Unidos modificó los lineamientos de la política de su país hacia el continente blanco (National Security Memorandum on United States Policy on the Antarctic Region). En la primera sección (“Políticas”) el documento subraya que “(a) Debido a sus significativos intereses nacionales y lazos históricos con la Región Antártica y como 1 de los 12 signatarios originales del Tratado Antártico de 1959, los Estados Unidos reafirman la importancia de proteger la única y frágil Región Antártica y sus recursos y ecosistemas frente a las presiones directas e indirectas de las actividades humanas.”

Y detalla: “(b) La política de los Estados Unidos hacia la Región Antártica tiene cuatro objetivos fundamentales: (1) proteger el medio ambiente relativamente virgen de la Región Antártica y sus ecosistemas asociados; (2) preservar y buscar oportunidades únicas para la investigación científica y comprender la relación de la Región Antártica con los cambios ambientales globales; (3) mantener la Región Antártica como un área de cooperación internacional reservada exclusivamente para fines pacíficos; y (4) asegurar la protección y conservación de los recursos vivos y los ecosistemas de la Región Antártica.” Préstese atención a “buscar oportunidades únicas para la investigación científica”. Obtener más y mejores datos es un objetivo de Estado.

En la segunda sección el memorándum reafirma el compromiso estadounidense con el Tratado Antártico, su rechazo de todo reclamo de soberanía y su derecho a estar presente en todo el continente en los términos del tratado. Mientras que siete países (Argentina, Australia, Chile, Francia, Noruega, Nueva Zelanda y el Reino Unido) mantienen reclamos de soberanía sobre sectores de la Antártida que la vigencia del Tratado ha “congelado” desde 1961, EE.UU. y Rusia se reservaron el derecho de formular sus demandas en algún momento, pero no lo han hecho. Por el contrario, la nación norteamericana reivindica su derecho a circular y explorar por todo el continente.

En tanto, en el punto (c) de esta sección el presidente indica a la Fundación Nacional de Ciencias (NSF, por su nombre en inglés) como responsable por la ejecución de la política estadounidense en la región. “La NSF presupuesta y gestiona el Programa Antártico de Estados Unidos en nombre del Gobierno Federal”, aclara. De esta manera, la principal institución de investigación científica del país es la ejecutora de los objetivos políticos del Estado.

Competencia entre potencias 

Mientras el continente era más difícilmente accesible que ahora la cooperación científica entre potencias rivales era más fácil, pero ahora se terminó. El mejor ejemplo lo brinda la inauguración, en febrero pasado, de la estación Qinling de la República Popular de China. Está situada en el extremo sur de la Isla Inexpresable en la Bahía Terra Nova, Costa ScottTierra Victoria, en la costa del Mar de Ross y Antártida Oriental, es decir, exactamente frente a Australia y Nueva Zelanda. El Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS, por su nombre en inglés) de Washington, con un grupo de expertos estadounidenses, informó tras su entrada en servicio que se esperaba que la base incluyera un observatorio con una estación terrestre satelital y que el equipo podría usarse para inteligencia de señales y rastrear cohetes lanzados desde el Centro Espacial de Arnhem, en Australia, pero China rechazó tales afirmaciones.

Por su parte, en un informe del Instituto Australiano de Política Estratégica (ASPI, por su nombre en inglés) se afirma, incluso, lo siguiente: “El Tratado Antártico (TA) prohíbe la actividad militar y establece la Antártida como zona de cooperación internacional para la investigación científica, pero el TA por sí solo, sin ser una prioridad exterior y de seguridad australiana, no mantiene a raya las ambiciones de Beijing, incluidas las contrarias a los intereses de Australia.” E insiste: “La Antártida se olvida con demasiada frecuencia o no se incluye en el debate estratégico. Debería incluirse, para determinar si el comportamiento de Beijing es meramente asertivo o se acerca a la agresividad, como ocurre en otros lugares. La respuesta, y al mismo tiempo el problema, es que, en lo que respecta a la Antártida, Beijing no está incumpliendo técnicamente las normas acordadas por las que se gestiona el continente, pero las está socavando y, por lo tanto, afectando los intereses de Australia.” No hay pruebas ni datos. La mera aseveración debe servir para forjar una convicción política.

La SCAR puede haberse desarrollado en un clima de respeto académico, pero el entorno estratégico la convierte en una pieza más de un gran juego por el poder mundial. Las potencias occidentales nucleadas en la OTAN o en AUKUS (su equivalente austral) son mayoría en la Antártida y no están dispuestas a aceptar ningún menoscabo de su poder sobre el continente y las aguas circundantes. Si las grandes potencias no son capaces de coexistir en la Antártida adoptando medidas de confianza, la competencia entre ellas por más y mejores datos sobre el clima mundial y las riquezas (sub)marinas en las aguas circundantes al continente agudizará el deterioro ambiental del mismo y puede generar peligrosos focos de confrontación hegemónica. Este peligro está especialmente candente en la Antártida Occidental por su cercanía al Continente Americano y Argentina debe prestarle la máxima atención.

* Doctor en Ciencias Sociales, Doctor en Sociología, periodista independiente sobre América Latina y política mundial. Analista de Tektónicos.

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