La crisis permanente de Haití – Por Jordana Timerman
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
Jordana Timerman *
La emergencia de seguridad continua en el país caribeño y el gobierno transicional se empantana en camino a nuevas elecciones. Pero detrás, hay una historia de intervenciones y un pueblo reprimido.
Cada vez que Haití enfrenta una crisis, sea de índole natural, política o alguna combinación de ambas, empieza a circular una vieja leyenda: las personas esclavizadas de la colonia francesa de Saint-Domingue construyeron su revolución sobre un pacto con el diablo. Ganaron su libertad en 1804, pero el segundo país independiente de las Américas sufrió para siempre el flagelo de una maldición satánica.
No resulta sorprendente que la leyenda, racista, absurda e históricamente incorrecta, haya circulado de vuelta en estos meses. La crisis de violencia, en un contexto de vacío institucional sigue sin solución. Grupos armados criminales controlan un 80% del territorio nacional, incluyendo pedazos importantes de la capital, Puerto Príncipe, las rutas que conectan el país y, además, se están expandiendo hacia nuevos territorios.
La nueva normalidad
Si bien desde abril bajó la cantidad de personas asesinadas, la tasa de secuestro se mantuvo y aumentaron las denuncias de agresiones sexuales, según la ONU. En la capital, los equipos de apoyo a las víctimas recibieron un promedio de 40 casos de violación por día, reflejo de grupos criminales que usan la violencia de género como herramienta de control territorial.
Alrededor de 185.000 personas se encuentran desplazadas en el área metropolitana de Puerto Príncipe, dos tercios de las cuales viven en asentamientos informales sin servicios básicos. Casi la mitad de la población del país, aproximadamente 5 millones de personas, enfrenta lo que la ONU categoriza como “grave inseguridad alimentaria”. Es cada vez más difícil acceder a servicios de salud, muchos hospitales cerraron ante los ataques de las pandillas, los medicamentos escasean y más o menos el 40% del personal médico del país emigró por la inseguridad.
“La situación es probablemente peor, porque los grupos criminales están ganando más y más territorios”, le contó a Cenital el periodista Etienne Côte-Paluck, editor de HAÏTI MAGAZINE. “La gente sale un poco, solo cuando es necesario. No hay un clima de normalidad. Las personas tratan de hacer sus cosas, pero en las calles se percibe la tensión. Después de las 22 o 23 horas, nadie se atreve a salir, y todavía estamos bajo gobiernos de emergencia en 14 ciudades de Haití, especialmente alrededor de Puerto Príncipe, así que todo el mundo está esperando a ver qué va a pasar”.
El levantamiento de grupos criminales a fines de febrero derrocó una débil administración interina que gobernó hasta marzo. Pero su reemplazo, un consejo presidencial multipartidario con apoyo internacional y la misión de lograr una transición hacia un gobierno democrático para febrero de 2026, ya se encuentra empantanado. La semana pasada, el primer ministro de Haití, Garry Conille, expresó frustración con la falta de apoyo internacional.
El enfoque en materia de seguridad ha sido una misión de apoyo a los policías haitianos. La misión internacional es liderada por Kenia, que ocupa el lugar que ninguna gran potencia –en especial Estados Unidos, Canadá y Brasil– quiso aceptar. De todas formas, se entiende que el Gobierno de Nairobi busca congraciarse con Washington, que provee el apoyo logístico y financiero a la misión. Los 400 policías kenianos desembarcaron hace solo seis semanas, pero todo indica que su trabajo se sumará a una larga historia de intervenciones internacionales que quitaron más de lo que agregaron a la estabilidad haitiana.
Las fuerzas internacionales han logrado asegurar algunas partes de la capital, aparentemente a expensas del conurbano, donde las organizaciones criminales tomaron nuevos territorios en ciudades lindantes a la capital que se habían preservado hasta ahora.
Es particularmente emblemático el polémico caso de la ciudad de Ganthier, con una población de aproximadamente 60.000 personas. A fines de julio, los policías kenianos desembarcaron en las calles de Ganthier y las liberaron de las pandillas. Al poco tiempo, los criminales retomaron la ciudad, cerca de la frontera con la República Dominicana. Versiones locales dicen que fue la misma policía haitiana que tuvo que rescatar a las fuerzas internacionales. El comandante de la fuerza internacional no lo negó exactamente, pero sostuvo que los kenianos y los haitianos actúan siempre en conjunto. Semanas después, Ganthier sigue bajo control pandillero y parece un “pueblo fantasma”.
Los 400 policías internacionales son solo una fracción de los 2.500 policías de seis países que se habían planificado previamente. Y solo cuentan con una pequeña porción del financiamiento: Estados Unidos prometió la mitad de los 600 millones de dólares que se necesitarían. Mientras tanto, falta equipamiento para las fuerzas internacionales y también para los policías nacionales, que trabajan en malas condiciones: se quejan de pagos tardíos, entrenamiento insuficiente, acoso laboral, heridas de armas y falta de equipamiento (armas, municiones y vehículos).
“Los kenianos dicen que todavía están aquí para evaluar, no están totalmente preparados para intervenir. Así que, por el momento, no se vio ninguna gran intervención. Por el contrario, otras dos ciudades han sido tomadas por los propios grupos criminales”, explica Côte-Paluk. “Así que todavía estamos a la espera de ver cómo el Gobierno va a abordar la cuestión, porque no hemos visto ningún avance concreto en ese frente por ahora”.
¿Elecciones?
En Haití no se celebran elecciones democráticas desde el 2016, y hay un eterno debate sobre el huevo o la gallina: no están dadas las condiciones para una votación democrática, pero sin un proceso democrático es difícil que se den las condiciones.
Hablando con diplomáticos, la semana pasada, el primer ministro Conille dijo que sin mayor apoyo internacional para la seguridad pública sería “muy difícil” llevar a cabo elecciones en los plazos estipulados.
Pero el reclamo a la comunidad internacional está equivocado, según Jake Johnston, un experto en Haití para el Center for Economic and Policy Research en Washington que habló con Cenital. “Las causas profundas de esto son un contrato social roto, un Estado que no es representativo de la propia gente. Y que nada de lo que hagas, ninguna medida de seguridad, que no intente abordar eso y le dé un poco de fe a la gente va a funcionar”.
La mayoría de haitianos no confía en el proceso electoral, marca Johnston. “Si nuestro objetivo final es celebrar elecciones, pero nadie confía en ellas y por ende nadie quiere votar, la seguridad no es el único problema. No es que no tengan confianza en las elecciones por la inseguridad. Puede que por eso no quieran votar o piensen que es peligroso o algo así. Pero esas cosas son anteriores a cualquier inseguridad. Se trata del proceso. Se trata de un Estado. Se trata de políticos que no lo representan y no tienen incentivos para representarlo”.
El consejo presidencial de transición que se instaló bajo el apoyo internacional de países caribeños y Estados Unidos tiene representantes de las grandes fuerzas políticas de Haití. Existen acusaciones de corrupción contra algunos miembros del consejo. En estos días surgieron denuncias del pago de coimas por parte de varios jefes de agencias públicas para retener sus puestos. Todo esto muestra que el liderazgo enfrenta los mismos problemas que impulsaron la profunda desconfianza en el sistema político.
La idea es salir cuanto antes de la crisis, pero en el apuro es probable que simplemente pateen los problemas subyacentes de falta de representación hacia adelante, critica Johnston. Hay poco énfasis en la profunda necesidad de fortalecer a la sociedad civil y los procesos de participación, como reclama una coalición alternativa denominada el Acuerdo Montana, que apuesta a una transición más profunda.
La raíz de la crisis actual, distinta de las previas, se origina en las protestas que acusaron irregularidades electorales en el 2015, y otro proceso de protestas más intenso, en el 2018, vinculado a la corrupción en el programa PetroCaribe, financiado por Venezuela, y los fondos de ayuda humanitaria internacional. Hay expertos que señalan que los poderes fácticos fortalecieron a las pandillas como herramienta represiva contra los movimientos sociales. Las pandillas mutaron, pero mantienen relaciones con políticos poderosos.
La maldición
La leyenda del pacto satánico es una narrativa racista, que construye como “otro” peligroso a los revolucionarios negros, y convenientemente deja de lado los fuertes intereses internacionales que aplastaron repetidamente el país que desafío el sistema económico de esclavitud colonial. Esta es, según señalan muchos, la real maldición que sufre Haití y que sigue hasta el día de hoy.
Haití se liberó del poder colonial en 1804. En una historia única — detallada hace unos años en una investigación del New York Times– fueron personas esclavizadas las que lideraron la revolución contra Francia. Y aquí la raíz de la pobreza que afecta a generaciones: el joven país pagó reparaciones monetarias a sus antiguos “dueños”. Los costos crueles fueron impuestos por Francia, y Haití se encontró sin aliados internacionales por el temor a que el ejemplo revolucionario inspirara levantamientos entre otros rincones del mundo. Así fue como Haití financió el crecimiento de fortunas internacionales que entorpecieron su crecimiento.
“Las crisis se repiten porque nunca se ha resuelto el problema histórico: la lucha entre los Bosales, el pueblo campesino, y las élites. Las élites pusieron en marcha dos armas poderosas: la educación y el Estado. Es una combinación de estas cosas la que lucha contra las masas populares”, dijo el periodista haitiano Ernst Jean-Pierre en conversación con Phenomenal World.
“En esta lucha desigual, asistimos al desgaste realizado por las masas para producir el hundimiento del Estado, un Estado cadáver. Hay una canción de carnaval que dice exactamente esto, que el Estado es un cadáver. Sobre ese Estado no se puede construir nada. La gente exige un cambio de sistema, el sistema de esclavitud contra el que luchamos. Las potencias mundiales nos hicieron pagar cara esa lucha”, concluye Jean-Pierre.
* Periodista especializada en América Latina. Editora del Latin America Daily Briefing.