Extirpación de idolatrías en el Perú – Por Pablo Najarro Carnero

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Pablo Najarro Carnero*

Se preguntaba Zavalita: ¿En qué momento se jodió el Perú? Es claro que fue desde su concepción bastarda. No fue una independencia redentora del oprimido, sino una evasión tributaria ante la lejana España. El Bicentenario es para reforzar lo último dicho. Lo demás, es cuento. Fuegos artificiosos de los herederos de esos padres putativos ad hoc de una historia forzada.

Después de esta hecatombe social en todos sus aspectos, vendrá un gran trabajo de reconstruir el país. Estamos socialmente en ruinas. Palestina estará en ruinas físicas. Se puede reconstruir, porque el alma, a pesar de todo, está intacta. Aquí es al revés. Tocamos fondo.

Será un gran trabajo deshacer entuertos como los del congreso y sus leyes, cada una compitiendo por ser las más insultantes al intelecto humano social pensante, peor aún, contra lo pobres del Perú, muchos, al otro lado de la cordillera.

Hay todo un aparato estatal permeado por empleados, que en cada gobierno entraron a dar soporte al sistema de turno y, los que estaban, dar también soporte a los de ahora porque coinciden en lo mismo de los anteriores. Muchos no tienen ni la capacidad profesional o técnica para los cargos que detentan. Tienen estabilidad laboral y eso los hace dueños del buró. Desde ese buró pueden detener toda posibilidad de cambio real. Habría que extirparlos.

Los oficiales de las fuerzas armadas y policiales, que han sido formados con la consigna de que hay un «enemigo interno poderoso». Es un cuco que, cuando lo oyen, todo su ser se estremece. Ya no es Chile. Ese ya no es un «cuco», es un «cuco imaginario», manejable desde hace tiempo. Llámesele «comunismo». No entienden o son parte de lo que es la corrupción. Para ellos pervive en el VRAEM o en cada «peruano» que no es peruano y protesta. Lo llaman «terrorista», y por ello no sentirán que matan a un peruano, a un hermano. Si es del otro lado de la cordillera, de color cetrino, mejor prueba no tendrá y dormirán en la noche, sin pesadillas. Cuando llegue el momento, también, habrá que extirparlos.

Hay un sector de la iglesia católica, el Opus Dei y congregaciones conservadoras con diversas sotanas; de la evangélica, de los mormones y testigos de Yavé que no tienen nada de fe bíblica, sino que la han permeado, desde la edad media. Nacieron con los Borgia y sus nepotismos escandalosos, denunciados por Lutero, que terminó perseguido por la santa inquisición, en nombre de una supuesta «herejía». También habrá que extirparlos.

Ojalá que cuando se inicie la refundación del país. Todavía estén todos esos congresistas que se arrogaban el poder desde el pueblo; sino lo están, habrá que extirpar a las semillas que todavía vivan en el país.

No va a ser fácil reconstruir el país. Hay que reeducar desde las bases. Extirpar esas diferencias hechas odiosas y enfrentadas adrede para no unir y mantener la pugna. Las miradas recelosas entre la costa y la sierra, la costa y la selva. El norte y el sur, blancos e indios, como decía una rancia heredera del populismo. Taras impregnadas en el colectivo nacional.

Sentir como heridas profundas a nuestro ser la destrucción de cada árbol, cada río, cada suelo, el mar, los minerales sacados de nuestras entrañas, cual extractores de órganos por nada. Congresistas y empresas que compraron o regalaron el alma de nuestra tierra. Extirpación cual cuerpo putrefacto, evitando la metástasis nacional.

Tiempo de extirpar a esos supuestos demócratas de derecha e izquierda, que se indignan en un WhatsApp, pero que no dan la cara por miedo a ellos mismos. Son los tibios sociales. No son ni fríos ni calientes. Muchos se llaman creyentes desde la Biblia y van a la obligada reunión dominical. Si supieran que el mismo Jesús los vomitaría con asco.

Para esta resurrección social, debemos esperar un gobernante, dentro de un nacionalismo moderno. Ya tuvimos nacionalistas extremos que, al primer centavo, vendieron hasta la esposa. Quizá un Velasco redivivo, pero más humano y, por qué no, socialista. Porque los capitalistas ya nos han gobernado desde 1821.

¿Habrá un remedo aceptable del uruguayo Mujica o el mexicano López? ¿Alguno con una gotita del salvadoreño Bukele? ¿Habrá nacido ese mesías?

¿Hasta cuándo durará este cuerpo, llamado Perú? Estamos en agonía. Hay una lucha débil de unos pocos restos sanos del Perú que se resisten a morir. Luchan contra muchos que no saben que van a morir. Son muchos. Se sienten armas de una falsa democracia y morirán creyendo que fueron héroes de la nación. La prensa televisiva y radial los aplaude. Se sienten motivados por esa droga llamada fama y una supuesta pertenencia a un partido político que los solventa y anima.

*Teólogo y docente peruano

Otra Mirada

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