Colombia: la deuda histórica del Pacto – Por Héctor-León Moncayo

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Héctor-León Moncayo *

Al promediar el periodo del actual gobierno, la atención está puesta menos en lo que va a hacer en lo que le resta de mandato que en las alternativas para las futuras elecciones. Vista la experiencia, la pregunta que ronda es ¿qué puede ofrecer ahora el Pacto Histórico, la coalición que le ha acompañado?

Si algo distinguió a los gobiernos nacional-populares de América Latina en la primera mitad del siglo pasado, fue su empeño por afirmar el abandono del modelo económico anterior (decimonónico) y consolidar el nuevo, que la literatura denominó, quizá con algo de ligereza, de “industrialización por sustitución de importaciones”. No fue, desde luego, un producto de su inventiva (avanzaba ya, gracias a las oportunidades brindadas por la situación internacional) pero, revestido de nacionalismo llegó a ser, junto con el reconocimiento de los derechos laborales y la política social (el aspecto popular), su señal de identidad. Es más, su justificación y teorización, en el más alto nivel académico, corrió más que todo por cuenta de un organismo de las Naciones Unidas, la Comisión Económica para la América Latina, Cepal.

En contraposición, el balance de los gobiernos “progresistas” de comienzos del siglo XXI en esta materia no es muy alentador. Si bien se apartaron de algunas políticas neoliberales, recuperando o conservando la intervención estatal, y elevaron considerablemente el gasto social como porcentaje del PIB, frente al modelo de extracción y exportación de recursos naturales, lo único que puede decirse es que intentaron maximizar la proporción de la renta percibida por el Estado. Esto es aplicable hasta en los casos que aparecen como los más radicales, esto es, Venezuela, Ecuador y Bolivia. Allí, como resalta Edgardo Lander, la contradicción entre el cambio civilizatorio (“buen vivir”) y el desarrollismo (extractivismo) dio lugar a un ejercicio de racionalización (justificación “realista”) en beneficio del segundo (1).

El gobierno de Gustavo Petro, en cambio, pareció apartarse de esta experiencia política, cuestionando la explotación de petróleo y carbón, a pesar de que sus altos precios en el mercado mundial seguían brindando una tentadora oportunidad de ingreso de divisas. No obstante, a esta altura, ni las realizaciones ni las elaboraciones más consistentes de la política económica (Plan de Desarrollo, Marco Fiscal y documentos ministeriales) confirman lo sugerido una y otra vez en la retórica. Lo más significativo consiste en que no se plantea una estrategia en términos de cambio del modelo de desarrollo. No sería extraño que se dijera que, en la actual correlación de fuerzas, nacional e internacional, es imposible.

Organizando los términos de la discusión…

La expresión “Modelo de Desarrollo”, utilizada con frecuencia en el lenguaje periodístico, es útil, pero generalmente carece de rigor. Es necesario, pues, intentar algunas precisiones. Modelo, alude obviamente a la estructura de la economía (inevitable pensar “en un país”), buscando una caracterización diferencial, esto es, al peso y función de cada uno de sus elementos, desde las grandes variables de la macroeconomía, Oferta y Demanda Agregadas, hasta sus componentes: ramas de la producción en un caso, consumo e inversión, en el otro. Para completar el círculo, la generación y distribución del Ingreso. Sobra decir que lo que cuenta aquí son sus interrelaciones y la dinámica de conjunto que de allí se deduce (2).

Su aparición, en la teoría, tiene que ver, en buena parte, con la preocupación por identificar los determinantes (causas o factores) del crecimiento cuya dinámica no se da por sí misma; generalmente se invocan dos factores: la expansión del mercado y el cambio técnico. El crecimiento, por lo demás, se asocia con el proceso mismo de la acumulación de capital (oferta de ahorros y su canalización hacia la inversión). Por eso en algunos contextos, en lugar de modelo se habla de “patrón de acumulación”. Y es en relación con el crecimiento que la más prestigiosa referencia del término, se encuentra, sin duda, en los Modelos matemáticos. En ellos se logra una representación simplificada y coherente que traduce el funcionamiento de los mecanismos fundamentales de la economía en ecuaciones, las cuales se han ajustado sobre series estadísticas a partir de sofisticados métodos econométricos. El perfeccionamiento de estos modelos, en las últimas décadas, ha corrido en paralelo con el avance de la tecnología informática. Esto no resuelve, sin embargo, el asunto de los determinantes (3) .

En el anterior sentido la noción de modelo (no matemática) tendría un valor principalmente descriptivo y de caracterización histórica. Por ejemplo, en el caso de América Latina, el modelo que se consolida a finales del siglo XIX fue identificado como “Primario-Exportador” para subrayar que la economía giraba en torno de uno o dos productos primarios (agrícolas o mineros) que habían encontrado un lugar en el mercado mundial. Sin embargo, en el momento en que se plantea el desarrollo como un problema (más allá del simple crecimiento) a propósito de los países llamados “subdesarrollados” (a mediados del siglo pasado) los modelos de desarrollo, al caracterizar la estructura que daba lugar a obstáculos y círculos viciosos, sirvieron para explicar el atraso, el estancamiento, o el avance y la aceleración, de una economía en particular. Es decir, tanto una ubicación histórica concreta como una opción que podía ser equivocada o acertada (4). O sea la acepción más corriente de la palabra “modelo” como algo a imitar o a rechazar.

Sin duda, fue la Cepal una de las instituciones (parcialmente académica) que más insistió en este rasgo voluntarista de opción. Al fin y al cabo su fuente de inspiración era Keynes, para quien las tendencias inherentes al mercado (decisiones individuales), a la inestabilidad, al estancamiento y al desempleo, podían ser contrarrestadas mediante decisiones colectivas tomadas a través del Estado. La industrialización no podía resultar espontáneamente, sino mediante un proceso deliberado tomado por el Estado. Este enfoque fue criticado tanto por los ortodoxos neoclásicos como por los marxistas (teoría de la dependencia). Para los primeros la intervención del Estado era nociva, para los segundos imposible, a menos que se desatara una revolución. Lo que estaba en juego, con cada modelo, era la forma de generación, apropiación y utilización del excedente. En realidad la Cepal ignoraba las relaciones sociales de producción, que son las que, a través de la política, imposibilitan o permiten una incidencia proactiva sobre la estructura económica.

De todas maneras, cualquiera sea la valoración que tengamos de la validez del concepto de “modelo”, la verdad es que continúa siendo útil para la determinación del rumbo de una economía y, sobre todo, para la ubicación de la disputa política.

Actualidad y vigencia del concepto

No hace falta recordar cómo con la crisis de la deuda de los años ochenta se hundieron tanto los discursos de la Cepal como los de la teoría de la dependencia, y se dio paso a la doctrina neoliberal. La noción de “modelo de desarrollo”, inexistente desde luego para esta doctrina, sirvió, sin embargo, en la primera fase, como blanco, para destruir la configuración institucional que pese a todo existía, mediante los llamados “programas de ajuste estructural”. La idea era remover todas las trabas impuestas al libre mercado. Una vez conseguido, inclusive en la compra venta de la fuerza de trabajo, el libre juego de las leyes de la oferta y la demanda debería llevar a la estructura económica de la mayor eficiencia y por tanto al crecimiento. La globalización, o más exactamente, el libre comercio internacional, que vendría después como un mantra, habría de completar el trabajo de la espontaneidad económica. La idea de “modelo”, por lo menos como opción que debería escogerse desde el Estado, desapareció de la teoría económica.

No se crea, sin embargo, que bastaba con cruzarse de brazos. Había que proteger eso que consideraban el espacio de la libertad económica. Las políticas monetarias y fiscales, centradas sobre todo en el control de la inflación, pasan a cumplir así un papel fundamental en la preservación de los llamados “equilibrios macroeconómicos”. Adicionalmente, cabe un papel para las instituciones, sobre todo jurídicas: la protección de los derechos de propiedad y el respeto de los contratos. Es entonces a esa entelequia –el libre mercado total que, por lo demás no existe– a la que empezó a llamarse “modelo”, en un sentido casi que moral (5).

Pero en los hechos sí emergió un nuevo modelo en América Latina,. Luego de la fase destructiva (se arrasó con la industria y la agricultura), entrando al nuevo siglo y con base en la reconfiguración del mercado mundial (multipolaridad económica), se empezó a construir, de manera aparentemente espontánea, una estructura muy parecida, curiosamente, a aquella que se había conocido antes como “primario-exportadora”. “Reprimarización” se le llamó al proceso. El “Reordenamiento territorial” fue el efecto más visible y de mayor impacto social. Denominaciones aparte, lo cierto es que durante estas dos primeras décadas –y pese a la crisis de 2008–, vivimos un periodo de extraordinario crecimiento de los precios internacionales de buena parte de los “commodities”, generando cuantiosos ingresos de divisas, que fortalecieron, a su vez, el poder y la hegemonía del capital financiero.

No cabe duda que se trata de una forma específica de la estructura económica de los países que determina las características de su dinámica, así como su inestabilidad y tendencias al estancamiento. Los movimientos sociales y el activismo ambientalista lo han denominado, con un neologismo, “Modelo extractivista”. Uno de los más destacados investigadores de la región, Eduardo Gudynas, ha insistido en que se trata, en la época contemporánea, de una explotación (apropiación) de recursos naturales en un gran volumen (o bajo alta intensidad) en donde más de la mitad de este volumen es exportado como materias primas. En este sentido pueden identificarse variantes, de ahí que prefiera utilizar el nombre en plural. Se reitera así, en esta aproximación, la característica del pasado consistente en la poca o nula elaboración de las materias, pero se agregan nuevas precisiones. Por ejemplo, el efecto devastador sobre el medio ambiente, ya sea directa –originada en la explotación– o indirecta, cuando la naturaleza debe acondicionarse para el efecto (deforestación). Es por esto mismo que tales recursos pueden ser no renovables (minería, petróleo), pero también renovables; de ahí que se incluya también la agroindustria (monocultivos) y ciertas formas de pesca. Incluso el turismo de masas (6).

Por supuesto, para la caracterización completa del modelo y sus variantes es necesario tomar en cuenta el modo de inserción de las explotaciones en la economía (¿enclave?), el papel del Estado, las características de las inversiones (nacionales y extranjeras) y, sobre todo, la forma de sometimiento al capital financiero, especialmente en la comercialización mundial. En Colombia, no hay duda que existe el modelo. En el peor de los mundos posibles, como se dice, ya que está basado en el petróleo, cuyas reservas probadas son exiguas. Ha configurado, además, una calamitosa situación de dependencia, no sólo en lo que se refiere al comercio exterior sino también en las finanzas públicas. Casi no es necesario, pues, argumentar la conveniencia de su reemplazo.

Un propósito que no ha estado en la agenda

Como se dijo antes, a juzgar por el programa de gobierno y las declaraciones públicas, en las que resalta un compromiso explícito de enfrentar, desde nuestro país, la amenaza del cambio climático (crisis), promoviendo una modificación radical de la matriz energética, el presidente Petro está en contra del extractivismo. Pero no sobran las aclaraciones. Una mirada atenta nos advierte que probablemente se refiere tan sólo al extractivismo de hidrocarburos. Son muchas las otras formas del mismo, de acuerdo con lo que se acaba de explicar, que al Presidente le parecen no sólo aceptables sino dignas de promoción. Lo más importante, en todo caso, es que, en realidad, no se plantea el abandono de la explotación y exportación de hidrocarburos en términos de transformación del modelo de desarrollo sino por razones ambientales, considerando –con razón– que la crisis climática debida a la emisión de gases de efecto invernadero es la catástrofe más grande que haya amenazado no sólo el planeta sino la supervivencia de la humanidad. Es más, continúa razonando según un modelo de desarrollo “hacia afuera”: se trata de encontrar el sustituto, un bien o servicio que pudiera tener éxito de exportación.

El gabinete, y en general el equipo de administración, incluyendo los que provienen del Pacto Histórico, para no mencionar la bancada en el Congreso, parece estar más claro en dicho enfoque. No quiere decir que ignore los impactos negativos del Modelo, pero en términos de estrategia no pasa de expresar generalidades, ya sea principios o buenas intenciones. Es lo que queda claro, por ejemplo, del documento sobre política de comercio exterior del Ministerio correspondiente que por cierto, data de abril del año pasado (7). El Plan Nacional de Desarrollo, por su parte, es bastante revelador de su conformidad con el paradigma del modelo neoliberal en general. Para empezar, obsérvese que un capítulo completo del mismo es sobre “Estabilidad Macroeconómica”. Lo confirma el recientemente expedido Marco Fiscal de Mediano Plazo. El eje principal del Plan, como se sabe, es el “Reordenamiento territorial alrededor del agua”. Está inspirado, ciertamente, en consideraciones de “sostenibilidad” pero marcha hacia la agroindustria, preferiblemente de exportación.

La lectura de los documentos y la apreciación de las declaraciones de los funcionarios deja además muchas dudas sobre el ambientalismo. Frente al cambio climático el propio Presidente parece inclinarse por las que conocemos como soluciones de mercado. Aquellas que se basan en ponerle un precio a la naturaleza. En efecto, se ha propuesto una y otra vez la vieja fórmula del “cambio de deuda por acción climática”. Recientemente se presentó con gran orgullo, en una reunión de empresarios, el avance del mercado de bonos de carbono: el mismo que conocimos como programa Redd y muchas organizaciones sociales han impugnado. En este ponerle precio a la naturaleza, llama la atención la utilización repetida del concepto de “Servicios ecosistémicos” y en ese sentido la mercantilización de la biodiversidad. Es aquí donde surge el que parece ser el promisorio sustituto de los hidrocarburos: el turismo. En fin, el modelo extractivista sigue vivo. Y, aunque suene un poco fuerte decirlo, lo que asoma las orejas es el llamado capitalismo “verde”.

El Pacto Histórico no parece, pues, tener el cambio de modelo en su agenda política. En todo caso, no muestra una gran voluntad reformista. Tal vez resulte muy difícil, como también se dijo antes, impulsar transformaciones en las condiciones actuales. Hemos visto ya reacciones desproporcionadas frente a mínimas modificaciones de la política económica. Cabe recordar que, durante las negociaciones de paz con las Farc, el entonces presidente J M Santos lo dejó muy claro desde el principio: ¡el modelo económico no se toca!


  1. Lander, E, et al. “Promesas en su laberinto: cambios y continuidades en los gobiernos progresistas de América Latina”, IE, Cedla, CIM, La Paz, julio 2013
  2. Como se ve, en este caso se supone una economía capitalista. Claro que no han faltado quienes con poca seriedad han hablado de “modelo capitalista” y “modelo socialista”. Otros, queriendo establecer una periodización, a partir del grado y forma de intervención estatal, han distinguido entre el modelo liberal de mercado y el modelo del “Estado Bienestar. La escuela de la Regulación, con mayor rigor, refiriéndose más o menos a lo mismo distingue entre régimen de acumulación extensiva y régimen de acumulación intensiva. Ambas clasificaciones entraron en un impasse con la revolución neoliberal. Aquí, se ha preferido limitar la aplicación del concepto (de “desarrollo”) a la caracterización de una cierta estructura de la economía.
  3. La inspiración inicial de los modelos se encuentra en Keynes. Luego se apoya en la síntesis neoclásica. En su mayoría suponen que la economía está conducida por la demanda (efectiva) a la cual se ajusta la producción y son modelos de “equilibrio”. No obstante, en los últimos tiempos, las corrientes heterodoxas vienen proponiendo modelos matemáticos no lineales a partir de nociones como histéresis, dependencia del camino tomado, irreversibilidad y efectos de bloqueo que implican equilibrios múltiples. Lavoie, M, y M. Seccareccia, “La economía poskeynesiana, ¿un pensamiento heterodoxo desconocido? “Ola Financiera”, Vol 15 No. 42, Mayo-Agosto 2022, Unam, México
  4. Una vez agotado (y criticado) el modelo primario-exportador se comenzó a promover la industria como un destino más promisorio para la acumulación de capital. ¡Un cambio en la estructura de la economía!
  5. Para nuestro caso, ver: Estrada, J., “La construcción del modelo neoliberal en Colombia (1970-2004)” Ediciones Aurora, Bogotá, 2004
  6. Gudynas, E., “Extractivismos”, Cedib, La Paz, Bolivia, 2015
  7. Ver:https://www.mincit.gov.co/mincit/media/Politicas/POLITICA-DE-COMERCIO-EXTERIOR-2022-2026.pdf

* Integrante del Consejo de redacción Le Monde diplomatique, edición Colombia.

EL DIPLO

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