El Neofascismo como fenómeno orgánico de un nuevo momento del capital – Por Matías Caciabue

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El Neofascismo como fenómeno orgánico de un nuevo momento del capital

Por Matías Caciabue [*]

Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Entre la crisis financiera que determinó la caída del Banco Lehman Brothers en el año 2008 y la Pandemia Mundial del Covid-19 en el año 2020, se gestó un complejo proceso de transformación dentro del sistema económico mundial. La base de ésta metamorfosis se encuentra en el extraordinario desarrollo de las fuerzas productivas que supuso la integración de los conglomerados industriales vinculados a las tecnologías de la información y la comunicación digital a la red financiera de control corporativo. Ese proceso que abrió lo que genéricamente se denominó “cuarta revolución industrial”, constituye un drástico cambio en la composición orgánica del capital, dando lugar al inicio de una nueva fase[1], es decir, un nuevo momento socio-histórico en el capitalismo mundial.

En el plano de las superestructuras políticas, actores de la ultraderecha de los países centrales fueron de los primeros intérpretes de este nuevo momento en la estructura económico-social global. Personajes como Steve Bannon, director del portal de noticias ultraconservador Breitbart News y principal promotor del “Movimiento de la Alt-Right” o “derecha alternativa”, Jared Kushner, yerno y operador digital de Donald Trump, fundador de “Proyecto Alamo”, y Santiago Abascal, el político de filiación franquista que fundó el Partido Vox en España, dan marco intelectual, teórico y estratégico al renacer de una política fascista en pleno siglo XXI.

En América Latina, Jaime Durán Barba, el conocido consultor ecuatoriano de Macri, Lasso y tantos otros, Eduardo Bolsonaro, el hijo y estratega de su padre en Brasil, son grandes operadores regionales de esta red política e ideológica global. En Venezuela, María Corina Machado. En Argentina, abundan, pero entre sus figuras aparecen Patricia Bullrich y Javier Milei, que dan rostro político local a esta extensa –y a la vez compacta- red política neofascista global.

Los planes y directivas estratégicas de los instrumentos electorales de la ultraderecha son ordenados por una vasta red de think tanks con terminales económicas y políticas en la estrategia neoconservadora angloamericana, con un gran epicentro político-organizativo en Miami y en la mafia estadounidense con raíces en la alta burguesía emigrada cubana.

Dentro de este entramado destaca la conocida Red Atlas. Surgida bajo el influjo conjunto de Margaret Thatcher y Ronald Reagan en los ochentas, Atlas Network cuenta con un entrelazamiento de 450 fundaciones, ONGs y grupos de presión, con un presupuesto operativo público en 2016 de cinco millones de dólares, aportados por sus fundaciones “benéficas”.

También aparece el siempre esmerilado financiamiento del IRI, la pantalla del Partido Republicano que maneja fondos de la USAID; de la CPAC, la Conferencia Política de Acción Conservadora; o de la AIPAC o la J-Street, los dos más poderosos lobby´s sionistas de los Estados Unidos. En Latinoamérica, también podríamos hablar del rol de la Fundación Libertad de Álvaro Vargas Llosa y la articulación de personalidades políticas de la ultraderecha iberoamericana de la “Carta de Madrid”.

Un denominador común es su “paleolibertarismo”, una dinámica comunicativa que descifra la doctrina neoliberal en mensajes accesibles a los sectores populares, mientras que en los círculos sociales de las clases medias-altas y altas capturan con técnicas de coaching y gerenciamiento a sus principales cuadros dirigentes.

El escenario donde opera el neofascismo es el del escalamiento general de la violencia en el mundo. Esto se vincula a la situación de que los Estados Unidos está perdiendo su hegemonía económica y política al calor de la emergencia de nuevo orden geopolítico, como el euroasiático, configurado en torno a la alianza de China con Rusia. A su vez, esto es lo que empieza determinar la configuración de nuevos escenarios estratégicos, como el que se configuró en Medio Oriente a partir del entendimiento de Arabia Saudita e Irán, o lo que sucede en África Occidental con las revoluciones anticolonialistas-.

Pareciera que las derechas radicalizadas son la expresión política de un grupo de capitales, asentados en la vieja matriz productiva, que se ahoga por no haber podido subirse al salto de escala que produjo esta nueva revolución del capital. Ante un mundo que avanza hacia la financiarización, la digitalización y la virtualización de casi todos los aspectos de la vida, a través de una imbricada red que trasciende fronteras, y empuja y promueve la subsunción de los Estado Nación.

Estas fracciones neoconservadoras más radicalizadas intentan construir y conservar su hegemonía política, a través de discursos ultranacionalistas y patriarcales, interpelando el instinto de supervivencia de una clase trabajadora amenazada por la sensación de una crisis de un foráneo o un “enemigo interno”, que obliga a cerrar las fronteras y aferrarse a alguna esencia “natural”, sea lo nacional, lo religioso o el “dios mercado” amenazado por el Estado.

Nuevas tecnologías de organización social y política: El caso argentino

El ascenso de Javier Milei en Argentina se inscribe como un fenómeno de la nueva superestructura política que emerge en este cambio de fase del capitalismo mundial. Se debe recordar que Milei es desde hace seis meses presidente de Argentina sin que su partido, La Libertad Avanza (LLA), posea un verdadero control territorial tradicional y su presencia institucional en el Parlamento y en la Justicia sea escasa. LLA no cuenta con ningún gobernador entre sus filas, sus bancadas en el Senado y en Diputados son verdaderamente minoritarias, y el Poder Judicial aún le es refractario.

Así y todo, su dominio político sobre el país goza todavía de un fuerte nivel de consenso. Más allá de las complicidades de la derecha tradicional y la cooptación de algunos cuadros de la derecha peronista, toda esta fortaleza debe explicarse centralmente por la aplicación rigurosa y sistemática de un discurso en las plataformas digitales.

En ese marco, la comprensión de este fenómeno no debe realizarse sólo desde su lógica comunicativa o de marketing político. Debe entenderse como el despliegue de una nueva tecnología de organización social y política, con capacidad de subsumir y hasta dejar en la obsolescencia las formas tradicionales de organización política del siglo XX y su “sociedad de masas”.

Según la página de Data Reportal (2024), el 88% de las y los argentinos están conectados semanalmente a internet, y el 96,5% de los mismos lo pueden hacer desde sus teléfonos diariamente. Según este mismo informe, Argentina se encuentra a la cabeza de sus rankings que miden la interpenetración de este mundo digital. Las y los argentinos se pasan un promedio diario de 4:37hs en internet desde sus teléfonos, ubicándose casi una hora por encima de la media global (3:50hs) y en la novena posición del ranking mundial. A eso debe agregarse el uso de internet desde computadoras, donde Argentina es tercera en el ranking, con 4:05hs, frente a las 02:50hs del promedio mundial.

La combinación del tiempo en internet desde celulares y computadoras ponen a Argentina por encima de las ocho horas, es decir, por encima de una clásica jornada laboral. Además, según la Página El Estatista (2024), entre el 10 y el 20% de la población argentina se informa a través de la plataforma TikTok, y sus fragmentarios videos de 30 segundos.

La traducción, en términos políticos y sociales, de lo que acontece en el país –como caso en estudio, pero que ocurre en toda América Latina y el mundo-, es que nuestra ciudadanía se encuentra “capturada” por este nuevo momento de organización social, asentado en las tecnologías de la información y la comunicación.

La ultraderecha argentina, expresión local del compacto movimiento global de la Alt-Right o “derecha alternativa”, ha sido de los mejores “jugadores” de este tiempo histórico. Santiago Caputto, el súper-asesor de Milei que se formó como consultor del ecuatoriano Jaime Durán Barba, diseña la estrategia política del gobierno “pisando cabezas analógicas”, mientras controla los servicios de inteligencia, festeja su triunfo en la interna política que tuvo con Nicolás Pose, el primer Jefe de Gabinete de Milei, y conecta al “presidente-influencer” con los actores más relevantes de la aristocracia financiera y tecnológica global de origen angloamericano, como Elon Musk, dueño de X y Tesla, Sundar Pichai, CEO de Google, Tim Cook, Gerente de Apple, Mark Zuckerberg, dueño de Meta, o Sam Altman, CEO de Open AI.

A las órdenes de Santiago Caputto, trabaja Fernando Cerimedo y su consultora NUMEN, que en una entrevista en mayo de 2023 informó que tiene la capacidad de operar con una “milicia digital” de 50 mil cuentas sólo en Argentina (Infobae, 10/05/2023). Cerimedo trabajó para las campañas y la organización política digital de José Antonio Kast en Chile y Jair Bolsonaro en Brasil, en donde se lo investiga por haber participado en la organización del intento de golpe contra Lula Da Silva el pasado 8 de enero de 2023.

Ultraderecha, progresismo y un proyecto con iniciativa popular

Con las expresiones más clásicas de los Fascismos del siglo XX, el Neofascismo tiene en común la agitación social, particularmente de las clases medias empobrecidas, y la constitución de peligrosas fuerzas de choque paraestatales. Los Camisas Negras del fascismo italiano son ahora los “Proud Boy’s” o los “Oath Keepers” del trumpismo, el “Batallón Azov” del ultranacionalismo ucraniano, o las fuerzas parapoliciales vinculadas al bolsonarismo que asesinaron a Marielle Franco, la famosa concejala del feminismo popular de la Ciudad de Río de Janeiro.

El neofascismo de distintivo y particular tiene, sin embargo, un nacionalismo de cartón y un furibundo antiestatismo, propio de una férrea defensa del dogma neoliberal (citas de Von Hayek o Friedman, incluidas) y de un capitalismo irreversiblemente transnacionalizado.

El discurso de odio del neofascismo, que articula racismo, patriarcalismo, negacionismo, anticienficisismo, mesianismo y clasismo, es un enorme peligro para la humanidad. Sin embargo, la contrapropuesta hegemónica mundial, ese progresismo globalista, moralista, políticamente correcto, centrista, que reivindica el nacionalismo queer de Netflix, no deja de ser igual de peligroso y claudicante para los Pueblos.

La prensa hegemónica mundial y las grandes plataformas digitales se encargan de reproducir las imágenes y los discursos de los líderes asociados al neofascismo, al que siempre se le contrapone, antinómicamente, un proyecto de “democracia occidental” en lucha contra las “autocracias” y los “populismos”. Son las “palomas” contra los “halcones”. Ese progresismo globalista como matriz político-ideológica de las fuerzas de un bloque de capital que está controlando los principales resortes del salto definitivo a una nueva fase del capitalismo, que resuelva esta pesada crisis sistémica que cae sobre las espaldas de nuestros Pueblos.

Sin embargo, no debe obviarse que ese progresismo globalista impone su consenso y, cuando no alcanza, también golpea con el garrote y con la denominada “cultura de la cancelación”. Es un discurso de paz que encubre a una OTAN que hace la guerra. Sólo como ejemplo, podemos mencionar a Marine Le Pen, que aparece demonizada ante un Emmanuel Macron, que ha promovido la guerra en el Sahel africano y no se cansa de insistir en la asistencia financiera y militar de “occidente” al neofascista de Zelensky en Ucrania. Mientras, por casa, ya ha dado sobradas muestras represivas contra las manifestaciones que desarrollaron, en suelo francés, los Chalecos Amarillos y los sindicatos contra las reformas laborales neoliberales.

El problema es poder identificar, para la construcción de un proyecto con iniciativa popular, los escenarios que se conforman en cada territorio y los marcos de alianza y unidad posibles para avanzar en la construcción de una democracia protagónica, con voluntad de unidad popular, equidad y justicia social.

La centralidad y la persistencia de las expresiones políticas de la Alt-Right en los países de América Latina y del mundo –recordemos, por caso, lo ocurrido en Francia y Alemania en las elecciones al Europarlamento-, invitan a confirmar que su existencia representa un fenómeno orgánico, no coyuntural. Por tanto, el problema debe ser abordado con una actitud política rigurosa dentro del campo de las organizaciones del Pueblo, con conciencia sobre los peligros que se enfrentan, pero con voluntad de imponer nuestro proyecto de justicia y dignidad humana.

[1] A propósito, ver el libro Nueva Fase del analista de CLAE Lucas Aguilera.

[*] Matías Caciabue. Cientista político, docente universitario y analista argentino de CLAE, centro de estudios asociado al Portal NODAL (www.nodal.am). El presente documento es un resumen de una ponencia hecha en el marco de la 2° Cumbre de la CELAC Social en Tegucigalpa, Honduras. X: @MatiasCac