América Latina y el Caribe como campo de batalla geopolítico y social, a la luz de la fase digital del capitalismo
Latinoamérica y el Caribe como campo de batalla geopolítico y social, a la luz de la fase digital del capitalismo
Por NODAL y CLAE*
El presente informe de análisis recupera los principales hechos y conflictos del ámbito latinoamericano y caribeño ocurridos los primeros seis meses del año 2024, leídos a la luz del cambio de fase del sistema mundo capitalista, y las múltiples disputas económicas, geopolíticas y militares que se expresan en la superficie, trastocando las relaciones sociales en su conjunto.
Esta fase digital del capitalismo ha parido una nueva personificación social: la Nueva Aristocracia Financiera y Tecnológica apátrida. Son los mismos aristócratas quienes ya no se circunscriben a financiar partidos políticos y redes de ONG´s, sino que abiertamente negocian en primera persona las cláusulas para realizar inversiones, explotar recursos fundamentales para la transición energética y trabajo a bajo costo, para incorporar la región a las cadenas globales de valor en una posición de proveedores de materias primas. Son los mismos aristócratas que disponen sus medios para organizar las bases de los proyectos de derechas, por medio del control de las tecnologías de la información y la comunicación, entre ellas internet y las redes sociales.
El escenario general se caracteriza por el enfrentamiento total entre los proyectos estratégicos financieros y tecnológicos-digitales comandados por Estados Unidos y China, denominado G2, “como representación de dos fuerzas que, para hacer más inteligible a la comprensión, definimos como China-Huawei-BATX, de un lado, y Estados Unidos-GAFAM, del otro. Aunque en ocasiones ambas fuerzas se visibilizan en los Estados, su capacidad de influencia y conducción trasciende la territorialidad y la institucionalidad de éstos”.
China avanza firme mediante la Iniciativa de la Franja y la Ruta (de la seda del S.XXI con su plan digital) y los múltiples acuerdos binacionales de inversión y cooperación sino-latinoamericana, en sectores clave de la economía. Energía, infraestructura, alimentos, tecnología, están sobre la mesa de negociación, en su estrategia de cooperación ganar-ganar. Estados Unidos ejerce control sobre las deudas externas de la región, a través del FMI y los grandes fondos financieros de inversión global y reafirma sus Tratados de Libre Comercio, mientras opera a través del Comando Sur del Ejército, la Organización de Estados Americanos (OEA) y la red de ONGs y Fundaciones instaladas en el territorio.
El poder angloamericano defiende su relativa hegemonía en la región desplegando el Comando Sur, el control del dólar y de los eslabones estratégicos en las cadenas globales de valor, además de la explotación de recursos naturales a bajo costo. La dependencia estructural se explica también por las crisis de deuda externa que arrastran las economías de la región. Según la CEPAL, al 2023, los que tienen más altos niveles de deuda pública como proporción del PIB son: Argentina, (85,4%), Brasil (73%), Panamá (59,4%), Costa Rica (58,2%) y Colombia (51,7%).
Fiel a su doctrina de Seguridad Nacional de Nuevas Amenazas, Estados Unidos invierte millones de dólares al año en incidir en los problemas que más le preocupan para el control territorial de la región: el narcotráfico y la migración. Y lo hace mediante la amplificación de la definición del terrorismo. Así proliferan las listas creadas por el Departamento de Estado norteamericano, ya no sólo con funcionarios y dirigentes de izquierdas o progresistas, sino con bandas criminales en una y otra patria chica, a fin de justificar sus intervenciones militares y diplomáticas con la venia de algunos de los gobiernos locales subordinados.
Por otro lado, y en alianza con Estados Unidos, Israel es hoy una de las terminales políticas de gobiernos latinoamericanos de la ultraderecha. Elementos sionistas emergen en los entramados institucionales de los gobiernos de Argentina, Ecuador y Paraguay, así como en las fuerzas sociales y políticas que sostienen los proyectos del bolsonarismo en Brasil y del pinochetismo “democrático” en Chile.
Se expanden y coordinan supranacionalmente modelos sociales en los que la seguridad, la vigilancia y el control operan para contener la protesta social y restaurar el orden allí donde el achicamiento del Estado abrió paso a la violencia que engendran los altos niveles de desigualdad. La militarización de la sociedad civil y la criminalización de la protesta, trazan con claridad un camino a la reorganización de cuerpos disciplinados y dóciles, ajustándolos a las normas de una nueva fase de los procesos de producción de valor, a nivel mundial. Constituyen, además, las bases para la tecnologización de las existencias individuales y la conformación de subjetividades atomizadas, adictas y sin capacidad de reflexión.
El poder corporativo se impone sobre el estatal que no logra responder, hace ya décadas de neoliberalismo, a las demandas de los sectores populares y mucho menos aún, a las exigencias de este tiempo en el que los mercados laborales se contraen a la par del crecimiento de las catástrofes ambientales, sanitarias y sociales.
El último informe del Comité de Oxford de Ayuda contra el Hambre (Oxfam) informa que el empresario mexicano Carlos Slim, con inversiones en empresas de telecomunicaciones, mineras, financieras, entre otros negocios, es el hombre más rico de Latinoamérica. En conjunto con Germán Larrea, dueño de minas por medio de Grupo México, empresas petroleras, trenes, cines, constructoras y centros comerciales, poseen más riqueza que la mitad de todos los pobres de Latinoamérica. He aquí, dos aristócratas financieros de origen mexicano e influencia regional.
Los verdaderos “dueños del mundo”, el pequeño sector que concentra la riqueza global se esconde detrás de discursos e imaginarios sociales que circulan en las redes y en las plataformas: quien se esfuerce y trabaje duro, siendo su propio jefe, tendrá su recompensa y prestigio social. Pero en ese mundo meritocrático y “self-made” o autogestivo, está claro, no caben todos. Tal vez por eso el Foro de Davos fue más allá y sentenció que en 2030 no tendremos nada, pero seremos felices. Le habla al 99% de la humanidad. El 1% restante no tendría de qué preocuparse porque lo tendría todo.
Una pregunta constante ante la observación de los hechos es si ¿alcanzan las categorías utilizadas hasta el momento (izquierda, derecha, democracia, dictadura, imperialismo) para leer lo que sucede? En este momento de transición económica, geopolítica y civilizatoria, los signos políticos exigen revisar las estructuras con las qué pensar.
En el contexto del vertiginoso desarrollo del régimen de acumulación y la transición del sistema capitalista hacia la era del metaverso, la democracia expone sus objetivos y sus limitaciones. El capital ya no la necesita como lo hizo durante más de dos siglos para organizar la estructura política en el ámbito internacional, aunque los deteriorados Estados nación continúan siendo un escenario importante en la lucha por la riqueza producida socialmente por la clase trabajadora. Es que lo viejo no termina de morir, aunque lo nuevo avanza vertiginosamente.
En esta transición geopolítica y civilizatoria, un fantasma recorre la región y no es el del azuzado comunismo del siglo pasado, sino el de la actualización permanente de la Doctrina Monroe en su capitulo de Doctrina de Nuevas Amenazas, en un momento de guerra multidimensional. La alternancia de proyectos populares y neo reaccionarios en posición de gobierno limita los alcances de un proyecto de integración soberana. En la vereda de enfrente, se profundiza la coordinación internacional de las derechas y ultraderechas, encumbradas en espacios de poder, que pugnan por el desarme de los bloques y espacios conocidos de integración.
El vaciamiento en estos años de la UNASUR es tal vez el ejemplo más paradigmático del cambio en las correlaciones de fuerzas políticas, a escala. Varios países sudamericanos, incluyendo Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Paraguay y Ecuador, se retiraron del bloque, debilitando significativamente el poder de coordinación y maniobra del grupo, en la resolución de los asuntos nuestroamericanos desde una política soberana. Las contradicciones hacia el interior de la CELAC social también expresa la disputa de modelos.
Algunos procesos electorales lograron reponer gobiernos progresistas, como en México, Brasil, Colombia y Bolivia. Otros dieron paso o reafirmaron gobiernos con discursos “anticasta” y represivos, como expresión de movimientos políticos que supieron leer los signos de la nueva fase del capitalismo digital, cuya superestructura de plataformas cambia las lógicas del poder, horadando la fe popular en las estructuras partidarias conocidas. Tales son los casos de Argentina, Ecuador y Perú (golpe de Estado a Pedro Castillo, mediante).
Los signos políticos de la descomposición democrática se despliegan a sus anchas: la justicia devenida en partido judicial, los ejércitos regulares en el terreno institucional y los irregulares predominantemente en el territorio virtual, actúan como los brazos de maniobra de desestabilización de gobiernos latinoamericanos progresistas. Muchos de ellos llegan débiles al poder por la alta fragmentación y el tejido de alianzas con los “centros y centro-derechas” que los condicionan, en escenarios de altísima polarización política.
Las fronteras, son zonas calientes por donde circulan millones de migrantes, símbolo de la expulsión económica y la exclusión social del sistema capitalista que amplía su ejército de reserva y su “población sobrante” -ahora en movimiento- al tiempo que desarrolla sus fuerzas productivas, ya en una fase de digitalización.
La lucha contra la llamada “ideología de género” es una de las banderas que levanta el movimiento neoreaccionario, que busca expandirse a nivel regional. Los transfeminismos se mantienen alerta y en lucha, en medio de un proceso en el que experimentan pérdidas de derechos adquiridos como en Argentina y depositan esperanzas en nuevos tiempos políticos que se aperturan en países como México. Pero que también se han unificado para denunciar el saqueo económico de gobiernos neoliberales y el genocidio palestino.
¿Cuáles son los caminos hacia la justicia social duradera? ¿Dónde golpear con contundencia? ¿Quiénes son hoy los actores de la dominación? No se debe olvidar que desde la caída estrepitosa del ingreso per cápita durante la Pandemia de Covid19, los índices de concentración de la riqueza y de desigualdad no han hecho más que aumentar la conflictividad social. Las calles latinoamericanas han oficiado de un constante hervidero. Un territorio que también disputan los actores neorreaccionarios, llevando a cientos de miles de personas a la protesta activa en el espacio público, incluyendo el territorio virtual.
La pregunta sobre la manera en que debe rearticularse el proyecto popular latinoamericano para avanzar en los intersticios que proponen las crisis de este tiempo, está abierta.
Con estas reflexiones como marco se recorren, a lo largo de estas páginas, hechos vinculados a las disputas entre los modelos que buscan imponerse en la región; los principales acontecimientos de los primeros seis meses del año en torno a los procesos electorales, movilizaciones y protestas sociales, mecanismos de integración y conflictos diplomáticos y fronterizos, los transfeminismos, la crisis y luchas ambientales, procesos de lawfare contra dirigentes populares, transición energética y los nudos centrales del sector agrario.
*El presente informe fue realizado por los equipos de NODAL, bajo la dirección de Mg. Paula Giménez, y CLAE, dirigido por Aram Aharonian. Director de investigación: Mg. Lucas Aguilera. Directores CLAE Argentina: Mg. Emilia Trabucco y Mg. Matias Caciabue. Equipo editorial escala América Latina y el Caribe: Elisa García, Solange martínez, Jimena Montoya y Luciana Jouli.