Energía solar, vetada como fuente de ingreso para los pobres en Brasil

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Energía solar, vetada como fuente de ingreso para los pobres en Brasil

Mario Osava

Me siento como una madre que perdió su hijo por las drogas, en el vicio, destruyéndose”, lamenta Lucineide da Silva, de 56 años, madre de ocho hijos que ya le dieron 11 nietos.

Con el hijo perdido simboliza en realidad a un proyecto novedoso de energía solar que aprovechó los techos de un pueblo construido por el programa gubernamental “Mi Casa mi Vida” en Juazeiro, un municipio de 238 000 habitantes en el estado de Bahia, en la región del Nordeste de Brasil.

Los 174 edificios de dos pisos, que suman 1000 unidades habitacionales familiares, se convirtieron en una minicentral eléctrica, con 9144 paneles fotovoltaicos instalados en sus techos. Con potencia de 2,1 megavatios, capacidad para abastecer 3600 viviendas de bajo consumo, la instalación generó electricidad de febrero de 2014 a octubre de 2016.

“Este condominio es mejor que otros, es nota 10, pero con el proyecto en pie sería una referencia para todos”: Lucineide da Silva.

Además del autoconsumo, cada familia del pueblo obtuvo ingresos generados por los excedentes de energía vendidos a la local compañía distribuidora de electricidad. De esos ingresos, 60 % se distribuyó entre los pobladores y 10 % se destinó al mantenimiento de los equipos.

El restante 30 % de las ganancias se transformó en inversiones de los dos condominios, Morada do Salitre y Praia do Rodeadouro, en que se dividió el pueblo para su administración comunitaria y que como tal no tiene nombre.

Energía para cohesión comunitaria

Esos ingresos permitieron a los vecinos urbanizar el pueblo, con árboles, limpieza de las calles, reductores de velocidad para los vehículos y agentes de seguridad. También se construyeron dos centros comunitarios, donde se ofrecía asistencia médica y odontológica, además de cursos de informática y costura.

Tales beneficios ayudaron a construir una verdadera comunidad, con el sentimiento de pertenencia y organización social, objetivo declarado del proyecto, elaborado por la empresa Brasil Solair y financiado por el Fondo Socioambiental de la Caja Económica Federal, un banco estatal con fines sociales.

“Es el mejor de los pueblos de Mi Casa Mi Vida que conozco”, reconoció Toni José Bispo, de 64 años, pese a sus críticas al proyecto solar. “No tuve ningún beneficio, los paneles rompen las tejas, mejor sacar todas como hizo una vecina”, dijo el comerciante de alimentos que construyó una tienda en el patio delantero de su casa.

Las quejas son generalizadas ante la inutilidad de los paneles fotovoltaicos desde octubre de 2016, cuando la estatal Agencia Nacional de Energía Eléctrica (Aneel), canceló la autorización para la operación de la minicentral.

El proyecto se había puesto en marcha con una autorización excepcional de Aneel, con un plazo de tres años para que se ajustara a la regulación específica para la generación distribuida, de hasta cinco megavatios y ejecutada por los consumidores, que pueden producir energía para el autoconsumo y no para la venta.

En Brasil la regulación solo permite a los “prosumidores” (productores consumidores) descontar de su factura eléctrica la cantidad de energía generada y aportada a la red de distribución, que es la base del desarrollo de la electricidad distribuida o comunitaria. Hay formas de asociación, como cooperativas, que permiten compartir ese beneficio, pero sin fines comerciales.

Sin una adecuación a las reglas por Brasil Solair, empresa que desapareció del mercado, o por la Caja Económica Federal, los 9144 paneles fotovoltaicos permanecen desde hace ocho años como un triste recuerdo del proyecto que debería inspirar otros asentamientos del Mi Casa Mi Vida, que desde el inicio de 2019 aportó 7,7 millones de viviendas.

Descomposición social

Hoy es evidente el deterioro del pueblo, cuya población se estima en casi 5000 habitantes. Paredes envejecidas que se van descolorando, algunas tejas rotas o ausentes, basura en las calles que no se percibía en la visita anterior de IPS en junio de 2018, son las señales más aparentes. Algunos paneles también parecen dañados.

Violencia y tráfico de drogas son otras secuelas que se puede atribuir, por lo menos en parte, al empobrecimiento de la vida comunitaria local.

Apodada “la gallega de los paneles” porque se destacó en su instalación, Lucineide da Silva reconoce su “orgullo” por haber trabajado en el proyecto, como una de las pobladoras entrenadas, y sueña con su restauración.

“Tenemos muchas familias pobres, la energía solar las ayudaría en sus gastos, a tener su aire acondicionado contra el calor que es fuerte acá”, justificó.

“Este condominio es mejor que otros, es nota 10, pero con el proyecto de pie sería una referencia para todos”, sostuvo Da Silva, que rechazó propuestas para seguir como instaladora de paneles, porque tendría que trabajar muy lejos. Prefirió cuidar de niños y ancianos.

Gilsa Martins fue síndica, o coordinadora de asuntos colectivos, de uno de los dos condominios organizados para la gestión comunitaria. Hizo esfuerzos para restaurar el proyecto de generación de energía fotovoltaica e ingresos, hasta ahora frustrados, pero no perdió la esperanza de devolver a su comunidad los beneficios de la generación distribuida. Imagen: Mario Osava / IPS

Gilsa Martins, quien fue síndica -administradora comunitaria- del condominio Morada do Salitre durante los años buenos del proyecto en operación y los malos que se siguieron, aún tiene esperanzas de reanudarlo y, ahora con 66 años, sigue dispuesta a “volver a Brasilia” para gestiones con el gobierno con ese fin, como ya hizo en el pasado.

“Todo se deteriora, producto del abandono a que somos sometidas, sin apoyo de la administración pública”, lamentó. Los cursos de informática y costura están cerrados y, sin los recursos de minicentral solar, “ya no tenemos dentista ni médicos acá, ya que el poder público nada aporta”, acotó.

La proliferación de tiendas comerciales en los patios delanteros de las casas revela la escasez de fuentes de ingresos. Muchos intentan sobrevivir con emprendimientos informales, en un mercado local de demanda insuficiente. “Demasiada competencia y pocos compradores”, admitió Bispo.

“La población local se sostiene con los empleos que ofrecen los distritos de irrigación, incluso los jóvenes que concluyen la enseñanza secundaria, pero no logran oportunidades en el comercio y la industria cercanos”, apuntó.

Juazeiro está en el centro de un polo de agricultura de irrigación con el agua del río São Francisco, bombeada a siete distritos o perímetros irrigados en que el gobierno asentó pequeños, medianos y grandes agricultores, y a grandes haciendas independientes que se destacan como los mayores productores de mango y uva para exportación.

Autobuses de esas empresas y de los distritos transportan diariamente los trabajadores contratados, en general sometidos a la estacionalidad de las frutas. “Son nuestra salvación”, según Martins.

La Bolsa Familia, un programa de transferencia de renta del gobierno, también “ampara a muchas madres desempleadas, por eso no tenemos hambre acá”, celebró.

Pero el pueblo se queja del transporte precario. Solo cuentan con un autobús que lleva y trae a la gente a la ciudad  de Juazeiro, la cabecera municipal, a ocho kilómetros de distancia. Es una adversidad común en los asentamientos de Mi Casa Mi Vida, en general establecidos lejos de la ciudad y de la infraestructura y los servicios urbanos.

Detalle de un techo con paneles solares y los transformadores instalados en el edificio vecino. Equipos desperdiciados con la paralización de la minicentral eléctrica comunitaria en 2016 y pocas posibilidades de su restauración debido a las restricciones en Brasil de la generación distribuida o comunitaria.

Techos solares

Las quejas también son generalizadas en relación a los paneles fotovoltaicos, reconoció Martins. “Muchos se quejan de agujeros en el techo y los atribuyen a los paneles, otros quieren sacarlos”, dijo.

“Desde que se instalaron los paneles tengo goteras en el techo, que escurren por las paredes. Luego cayeron en un cuarto y en el corredor, se extendieron a los dos cuartos y mi marido las taponó con cemento. Ya perdimos una cama y un armario de ropas” lamentó Josenilda dos Santos, de 37 años y con cinco hijos.

Ella se recuerda de haber recibido los ingresos energéticos solo tres meses, 280 reales (cerca de 120 dólares entonces) la primera vez y solo 3 % de eso en la última. “Pienso retirarlos todos, ya que no sirven para nada, solo calientan los cuartos”, concluyó.

“El sol, como el agua, es una riqueza común, pero solo el capital se apropia de ella. Techos solares para una generación eléctrica descentralizada pueden generar ingresos para la población y reducir la pobreza, especialmente en el campo”, propone Roberto Malvezzi, un activista local de la católica Comisión Pastoral de la Tierra.

El fracaso del proyecto piloto de Mi Casa Mi Vida obstaculiza un camino prometedor, además de desperdiciar 9144 paneles ya instalados en los techos.

IPS 

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