Los partidos políticos, los grandes ausentes en Perú – Por Yorka Gamarra

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Yorka Gamarra*

Hubo un tiempo en el Perú, en que los partidos políticos querían hacer el bien. Mariátegui, Haya, Belaúnde no fundaron los tres más importantes partidos políticos del siglo pasado para hacer el mal. Lo que pasó después es otra historia.

En esa etapa fundacional de la política moderna en el país, hubo mucho de utopía y real voluntad de construir un colectivo que transformara la situación del país y de los peruanos. Cada partido construyó su ideología, discurso, programa y estrategia. Los militantes amaban a su partido.

Eso se trasladó a la sociedad y al Estado: todo espacio colectivo, universidades, gremios, barrios, el Congreso de la República, eran verdaderos foros de debate y de generación de ideas. El ciudadano se sentía expresado en esos partidos y en los representantes que estos llevaban al Congreso.

Cuando se avanzó en la institucionalización de los partidos que, básicamente, fue con el retorno a la democracia después de la dictadura de Morales Bermúdez, se podía hablar incluso de meritocracia, las dirigencias eran fruto de elecciones internas. No existía la figura del dueño de la inscripción partidaria. Las dirigencias, generalmente, habían logrado legitimidad. Y todo eso, que no estaba escrito en alguna ley o estatuto, era el ejercicio genuino de la ciudadanía y la militancia.

¿En qué momento los partidos políticos pasaron a llamarse organizaciones criminales? La respuesta es obvia.

La ideología se cambió por el pragmatismo y la sinvergüencería; el programa fue reducido a un puñado de palabras, los cuadros políticos se podían comprar en la salita del SIN.

Se instaló una narrativa antipartido, justificada por la ya mala reputación que se habían ganado los mismos.

El sistema de partidos políticos fue duramente golpeado por el fujimorismo en los años ‘90 del siglo pasado, sobre todo los partidos de izquierda y los partidos nacionales. El régimen incentivó la aparición de los movimientos regionales y de nuevos partidos sin ideología (sin ideas).

La política se envileció. Siempre se debe hacer una salvedad por las organizaciones e individualidades que, pese a los tiempos oscuros, se han mantenido firmes a sus principios y se han enfrentado a la corrupción y la impunidad. También hay que decir que cada vez han sido y son menos. Hoy, sobran los dedos de la mano para contarlos.

Pero, siempre se puede estar peor. Quien hace política hoy, desde el Congreso de la República, facilitado por el Ejecutivo, es el lumpen. Por eso, no hay debate sobre algún proyecto de país, no tienen idea de lo que es un Congreso. Y, lo peor, es que hay una alianza de impunidad de los extremos, que asquea.

Hay en el país una ausencia clamorosa de partidos políticos nacionales, de derecha, de izquierda, de centro, que sean modernos, transparentes en sus finanzas y en sus acciones, dialogantes y que tengan verdadero amor por el Perú.

Es necesario que aparezca un partido político de estos tiempos, generado por la necesidad imperiosa de sanar la política, que reúna a ciudadanos bienintencionados, que se dé la tarea de enfrentar los males que ahogan al país, capaz de generar alianzas virtuosas, con la suficiente generosidad como para entregar su tiempo en provecho del país. Hemos tocado fondo. Parafraseando a Vallejo diríamos: hay hermanos, muchísimo que regenerar.

* Abogada, periodista, especialista en conflictividad social.

OTRA MIRADA

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