Libertarios: La verdad no es importante – Por Álvaro Verzi Rangel

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Libertarios: La verdad no es importante

Por Álvaro Verzi Rangel

No importa que mientan, sean corruptos o ignorantes, sus argumentos no se encuentran en la verdad ni en la realidad, y ni siquiera en la ideología liberal. Son el nuevo ejército que se articula en este nuevo capitalismo de plataformas y de vigilancia, en torno a la manipulación de las emociones, con garantizado financiamiento de las grandes trasnacionales y los fondos de inversión.

No los une un ideal, sino un sentimiento primario del cual obtienen su fuerza: el odio. En origen no se diferencian del surgimiento del nacionalsocialismo o el fascismo: ser excrecencia de las derechas tradicionales, y desencantados de la socialdemocracia., señala Marcos Roitman. Son negacionistas y acientíficos, rechazan el cambio climático, la violencia de género o los derechos de los pueblos originarios. Se declaran enemigos de la igualdad de género, los derechos de los inmigrantes y de la comunidad LGBT+.

Dicen formar parte de una raza y una cultura superiores: la blanca, bajo la bandera de Cristo salvador, la Torá (la Biblia hebrea), Dios omnipotente y omnipresente para evangelizar las instituciones hoy en manos del diablo: socialistas y comunistas. Aunque todos saben que su única deida es el dinero y el poder que de él emana.

El conglomerado trasnacional, donde se agrupa el complejo industrial, militar y digital no conoce diferencias políticas, cuando se trata de acrecentar su poder. Hoy, parte de sus intereses se enquistan en el fascismo libertario. Su auge se reviste de un discurso nacionalista, homofóbico, racista, xenófobo y antiislamista.

No todos comparten el ideario al cien por ciento. La Liga Norte, de Matteo Salvini en Italia o el Frente Nacional, rebautizado Reagrupamiento Nacional, encabezado por Marine Le Pen en Francia, marcan distancias con el ilegalizado Amanecer Dorado en Grecia o sus homónimos de la ex Europa del Este.

En las últimas dos décadas su presencia ha dejado de ser marginal. Hoy representan un porcentaje elevado de votantes. En Europa y América Latina se han constituido en imprescindibles para formar gobiernos y están presentes en intendencias, gobernaciones, ayuntamientos, el Congreso.

Así, el ideario neofascista se recompone bajo un discurso libertario. La derecha se inclina hacia posiciones totalitarias afincadas en un individualismo exacerbado. Su objetivo, poner las libertades individuales en la cima de sus reivindicaciones. Por lo menos las reivindicaciones del discurso libertario, que no es lo mismo que su praxis.

Dicen ser los superiores, los blancos, los elegidos de Dios, los patrocinadores del odio, reúnen a los jefes de sus partidos en la Ciudad de México y ahora en Madrid. Han reelaborado la agenda de miedos políticos: el extranjero, el pobre, los inmigrantes, la clase obrera y sus pretensiones de justicia social y en varios puntos han logrado capitalizar el desencanto.

Ya tienen en cuenta que una parte de la población renuncia de buen grado a sus derechos civiles a cambio de orden y progreso: la seguridad de un régimen totalitario, que les devuelva la paz y combata el crimen organizado que se adueña de la vida cotidiana, con una clase política corrupta que la alienta y protege.

La Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC), bajo una red de organizaciones, entidades financieras, culturales, fundaciones, periódicos y redes digitales, ha logrado anclar su relato. Se saben fuertes, lo cual les convierte en un peligro real para la humanidad. Pero hasta ahora desde el lado democrático-popular sólo han surgido denuncias y lamentos: Hay que desactivar con democracia su discurso de odio.

No les hace falta crear nuevas organizaciones, el fascismo libertario anida en la derecha conservadora y los partidos liberales: ya casi no hay diferencia entre derecha y fascismo libertario.

El fascismo libertario potencia, crea o se enquista en todo aquello que se considera, atenta y compete al individuo y no al Estado: movimientos negacionistas, antivacunas, anticubrebocas, contra el 5G, provida, antiaborto, antifeministas, etcétera. La libertad se torna un campo de batalla de la cual emerge un discurso que cala en el imaginario colectivo, más allá de la distinción de clases, con consignas imples:¡Mis derechos no pueden ser pisoteados en nombre del Estado! ¡Con mi libertad no se negocia! ¡Los inmigrantes me quitan el trabajo!

¡Viva la libertad!: las protestas de negacionistas en Italia, Francia, España, Gran Bretaña o Alemania aumentan bajo el mismo enunciado. Y, en la Argentina, una tal Javier Milei, quiso ser más populista declamando “Viva la libertad, carajo”. Un discurso simple, pero contundente.

El neofascismo también crece en EEUU. El gobernador Ron DeSantis de Florida ha prohibido 54 libros de matemáticas alegando que incluyen la Teoría crítica de la raza y nuevos métodos pedagógicos que, según él, “no son efectivos” como el Aprendizaje social y emocional (SEL). No explicó ni discutió qué párrafos de las matemáticas pueden ser antirracistas, pero dio una conferencia de prensa con furiosa obviedad sobre cómo se creó el universo, la moral y el sexo de los caracoles, recuerda Jorge Majfud.

Los medios y las plataformas crean una necesidad psicológica y los políticos de la negación venden a los consumidores la droga que los alivia, droga con todos los ingredientes reaccionarios que se puedan imaginar: seguridad, inmediatez, victimización. Algunas alucinaciones son tan viejas como la Teoría del genocidio blanco, inventada en el siglo XIX cuando los negros se convirtieron en ciudadanos, casi en seres humanos.

Esta política de la negación profundiza y limita la discusión de la política de identidad (como la negación del racismo; la negación de la existencia de gays y lesbianas) silenciando la matrices como la existencia de una lucha de clases y cualquier forma de imperialismo propio. Si de eso no se habla, eso no existe, añade Majfud.

Mientras, el  capitalismo se retuerce para reinventarse en su forma digital, encuentra sus argumentos en el campo de las emociones, los sentimientos y –sobre todo- el miedo. La mezcla explosiva de estos factores indica el peligro que acecha.

Casi medio siglo atrás

Desde algún tiempo a esta parte América Latina experimenta un proceso de fascistización con impresionantes cuotas de terror y barbarie, señalaba un estudio de Nueva Sociedad de 1976.

Señalaba que se considera «fascistas» genéricamente a todos los regímenes militares surgidos en Chile, Argentina, Uruguay, Brasil, Paraguay y Centro América por su orientación regresiva al servicio de los sectores adinerados y los intereses extranjeros, aunque carecen de las características fundamentales del nazifascismo de Hitler y Mussolini, que nació, al decir de Eduardo Galeano, «de las entrañas de dos fuerzas imperiales insatisfechas y ansiosas de revancha».

Galeano señala que «fue un capitalismo altamente desarrollado, que llegó tarde, como tanto se ha dicho, al reparto del mundo, el que incubó la locura de Hitler y el delirio de la multitud que lo siguió hacia el terror y la conquista». Ninguna de esas condiciones se da en los regímenes de Pinochet, Videlo, Stroessner y Cía. Ltda., que además del subdesarrollo de sus respectivos países y de la entrega a las empresas transnacionales, no despiertan delirio entre las masas, ni siquiera concitan entusiasmo en los sectores medios y no tienen capacidad de movilización popular. Trabajan sólo con las Fuerzas Armadas.

«La militarización se vuelve total; el Ejército ya no es únicamente el brazo armado, sino también el alma del sistema». Ha surgido en nuestro continente un fascismo atípico, sui generis, que algunos llaman fascismo dependiente o neofascismo. Corresponde caracterizarlo, estudiar sus causas, proyectar sus consecuencias y, paralelamente, analizar la cuantía y el por qué del fracaso o retroceso de las izquierdas latinoamericanas, desde los grupos reformistas hasta los revolucionarios más extremos.

«Nuestras sociedades son las que hacen del hombre, de eso que se llama un ciudadano, un ovillo de frustraciones, complejos e insatisfacciones, que llegado el día serán los alicientes del fascismo», escribe Julio Cortázar en «Los lobos de los hombres». ¿Cómo y por qué llega «el día»? Arthur Miller sostiene que «Ningún régimen fascista de postguerra tomó el poder sin contar con la ayuda o aprobación implícita de EEUU».

Pedro Vuskovic pone de relieve el papel de las transnacionales: «Su presencia avasalladora debilita a las burguesías nacionales, adormece o erradica en ellas sus conductas o proyectos nacionalistas y las induce por el contrario a procurar su asociación a los intereses extranjeros, a transformarse en socios menores o simples agentes de estos. Abundan los signos y los indicadores recientes de la creciente desnacionalización de las economías latinoamericanas, particularmente en los sectores industrial y financiero».

«El resurgimiento del fascismo en las condiciones actuales de América Latina encuentra sus fuerzas impulsoras en los propósitos del imperialismo de preservar y profundizar su dominación y en su capacidad para movilizar a unas burguesías que se le han subordinado en sus intereses objetivos», añade.

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