¿Le importa la inflación? – Por León Bendesky
¿Le importa la inflación?
León Bendesky *
¿Por qué a la gente le disgusta la inflación? Así se titulaba un largo estudio publicado en 1997 por Robert Shiller, profesor de finanzas de la Universidad de Yale. El asunto viene a cuento por la observación que recoge un reciente artículo de la revista The Economist acerca de que desde hace muchos meses y, en especial, ante las próximas elecciones en Estados Unidos, la gente está inconforme con la inflación que se registra en ese país y que acumula 19 por ciento desde que se inició el gobierno del presidente Biden.
Esto contrasta con el argumento de un conjunto de economistas de que las condiciones de relativa saturación del mercado de trabajo, que incide en el crecimiento de los precios por el aumento de la demanda y, al mismo tiempo, en el alza de los salarios reales (descontado el efecto de la inflación) son un factor positivo del desempeño de esa economía. El proceso se asocia con la política fiscal e industrial que ha impulsado el gobierno. El análisis económico y la percepción de la gente son divergentes en este punto relativo al valor del dinero y su impacto en el presupuesto familiar.
La consideración directa sobre el disgusto con la inflación es que provoca el aumento en el así llamado costo de la vida. Aun cuando haya ajustes en los ingresos nominales, como son los salarios, éstos no son siempre automáticos ni necesariamente suficientes. Si esto trata de compensarse con la indexación (vincular el cambio de una variable –el ingreso– a la evolución de un índice, es decir, de precios) el efecto resultante puede ser una aceleración del proceso inflacionario. Según Shiller, si la inflación se duplicara el año siguiente, ¿cuánto tiempo se necesitaría para que el ingreso de una familia alcanzara para comprar lo que compra hoy? O sea, ¿cuánto dura la corrección que se tiene que hacer por efecto del alza del índice de los precios? Es muy difícil estimarlo.
Por definición, la inflación equivale a la depreciación de la moneda frente a una canasta de consumo medida a precios del mercado. Si la inflación es muy alta influye también en el valor de la moneda nacional con respecto a otras divisas, se deprecia, y el efecto se propaga en los precios internos. Si la moneda nacional se aprecia favorece las importaciones y castiga las exportaciones, incidiendo también en los precios internos. Esto ha provocado un sentimiento de prestigio nacional, aunque no necesariamente mejore el ingreso real de la población en un entorno de inflación persistente.
En el caso del dólar, el artículo de The Economist recoge los resultados de una encuesta aplicada por la profesora Stephanie Stantcheva (de Harvard), que pregunta: ¿Por qué le disgusta la inflación? Para ello inquiere a los encuestados: a) ¿cómo afecta el alza de los precios a sus ahorros? y b) ¿cómo define la inflación en sus propias palabras? Los que responden señalan que la inflación hace menos asequibles las necesidades básicas y, por tanto, reduce los ingresos reales. Además, mayoritariamente opinaron que no advierten que la economía pueda estar en auge en condiciones de inflación, sino que esta indica que es precario el estado de la economía. Señalaron, también, que reducir la inflación es más relevante que la estabilidad financiera, o la reducción del desempleo, o conseguir un mayor crecimiento económico.
Entre las principales conclusiones del estudio de Stantcheva destaca el hecho de que la gente piensa que los incrementos de precios son esencialmente injustos, ensanchan la brecha entre los ricos y los pobres y que las empresas dejan subir los precios por avidez. Por otro lado, los consultados creen que los empleadores tienen mucho poder y discreción para fijar los salarios. Hay, así, poco espacio para considerar el funcionamiento de los mercados y, también, las regulaciones públicas en materia laboral y la relación que existe entre el nivel del desempleo y la inflación. Esto se conjunta con la idea de que la política pública es menos relevante para la expansión del empleo y, además, hay la creencia de que las alzas en los salarios son la responsabilidad individual de los trabajadores, asociada con su esfuerzo y no sólo un producto del crecimiento productivo y de la inflación.
El impacto de la inflación sobre los ingresos tiene que ver con las diferencias en el crecimiento de distintos tipos de bienes y servicios, incluyendo los salarios. Si todos los precios se ajustaran en la misma proporción no habría efectos relevantes de la inflación. No es lo mismo una inflación alta, aunque sea sostenida, que la hiperinflación, es decir, el rápido aumento de los precios que literalmente llega a desvalorizar por completo el dinero. En Alemania en 1923 la inflación diaria era de 21 por ciento, lo que duplicaba los precios casi cada cuatro días. En Zimbabue, en 2008, los precios crecían 98 por ciento por día y se duplicaban cada 25 horas, y en Venezuela en 2016 aumentaban 219 por ciento mensual y se duplicaban cada 18 días; hay otros casos relevantes. No obstante, no debe pensarse que la inflación que se ha registrado en México entre diciembre de 2018 y marzo de 2024, que alcanzó un valor acumulado de 30 por ciento, es inocua. No es así. La inflación repercute en el presente, exigiendo ajustes en el flujo de ingresos y gastos de los hogares y se extiende en el tiempo, incidiendo en el valor del patrimonio familiar.
*Analista económico mexicano de La Jornada. Es licenciado en Economía por la Facultad de Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México y realizó sus estudios de doctorado en Cornell University en Nueva York y por la Universidad de Cambridge en Gran Bretaña.