El viejo y la memoria – Por Nieves y Miró Fuenzalida

946

Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Nieves y Miró Fuenzalida *

Cuando el abuelo se olvida de donde puso los anteojos inmediatamente se piensa que esta perdiendo la memoria. Cuando le ocurre a un adolescente es porque no durmió bien o porque está preocupado por su próximo examen. Si el presidente estadounidense Joe Biden confunde a Egipto con México es porque se esta volviendo senil. Pero… ¿hay alguien que este libre de olvidar o confundir lugares y nombres en algún momento?

El envejecimiento se ha mirado mayormente como un período de decadencia en lugar de una etapa de desarrollo única como la infancia o la adolescencia con exigencias, limitaciones y ventajas propias. Nos guste o no, todos llegamos a ese temido lugar, si no desaparecemos antes, y cuando llegamos ahí, hay gente joven que no ve la hora de apartarnos del camino.

La verdad es que, no importa que edad tengamos, el cerebro siempre está cambiando en respuesta a las presiones de los genes, la cultura y las oportunidades que se presentan y ningún periodo de la vida tiene supremacía sobre otro. Algunos sistemas decaen mientras que otros aumentan en eficiencia.

Las últimas investigaciones neurosicológicas sugieren, en contra del prejuicio social, una forma completamente nueva de pensar el envejecimiento de la memoria, de los sistemas de percepción, de la inteligencia e incluso de la motivación y la vida social que revelan que la memoria no es una sola cosa, sino algo que reside en circuitos neuronales distribuidos espacialmente, siendo cada uno diferente según sirvan la memoria semántica, episódica, procedimental o autobiográfica.

Y así es como cosas pasan a menudo. Vamos a la cocina, abrimos el refrigerador y de pronto no recordamos que es lo que queríamos. No es la primera vez que ocurre. Nos pasaba también cuando jóvenes. Pero ahora, cuando ya no lo somos, lo interpretamos como un signo de decadencia… ¿cierto? Cierto, pero no necesariamente un signo de decadencia senil. La  investigación de este tipo de deslices indica que ellos son normales y rutinarios a medida que envejecemos y no son necesariamente  indicativos de ninguna enfermedad por venir.

Cada década después de los cuarenta el cerebro pasa más tiempo contemplando los propios pensamientos que absorbiendo información del medio ambiente, por lo que no es raro olvidar a qué fuimos al refrigerador.

Si el olvido nos preocupa, a pesar de ello, es porque sabemos que sin memoria carecemos de identidad. Nuestra concepción de sí mismos y de quienes somos depende de la narrativa mental que organiza las experiencias que hemos tenido y las personas que hemos conocido.

Sin memoria, por ejemplo, no sabes donde vives o quien es la mujer (o el hombre) que te acompaña todos los días. Millones de años de evolución la han mejorado, pero la historia de su evolución tiene giros  y vueltas y nuestros recuerdos se parecen, no tanto a grabaciones, como a rompecabezas al que le faltan muchas piezas que el cerebro reemplaza con conjeturas creativas que con frecuencia conducen a errores de recuerdos.

Es por eso que cuando envejecemos comenzamos fabular más a medida que el cerebro funciona más lentamente y los millones de recuerdos que tenemos comienzan a competir entre sí. Todos tenemos grabados en nuestra mente como verdaderas cosas que nunca sucedieron o combinaciones de cosas separadas que si sucedieron.

Todos estos giros y vueltas reafirman la idea de que el funcionamiento de la memoria, en verdad, no se debe a una sola cosa sino a un conjunto de procesos y sistemas biológicos diferentes, con trayectorias evolutivas separadas, que casualmente designamos con un solo término. Tenemos, por ejemplo, memoria espacial que registra donde está el mundo, otra memoria procedimental que registra en qué dirección abres y cierras un grifo y la memoria a corto plazo que rastrea lo que estabas pensando tres minutos atrás.

En el nivel más alto de la jerarquía mnémica se ubican la memoria explícita que contiene los recuerdos conscientes de experiencias y conocimientos semánticos y la memoria implícita que contiene cosas que sabemos sin que estemos consciente de saberlas. El cuerpo las recuerda. Los lapsos de memoria relacionados con la edad empiezan a tener sentido, entonces, cuando  un sistema de memoria empieza a funcionar con menos eficiencia que otro.

Si la tía de ochenta y nueve años que tiene Alzheimer no recuerda donde está o que mes es, pero aún recuerda como usar el tenedor, ajustar la televisión o leer es porque el hipocampo y el lóbulo frontal medio, que son las regiones cerebrales cruciales para la memoria explicita, decaen y se encogen con la edad, pero no afectan la memoria implícita.

Todos los sistemas de memoria, incluso los sanos, pueden  alterarse fácilmente. La memoria a corto plazo, por ejemplo, depende de la atención activa que le prestamos o si algo nos distrajo en ese momento. Si voy al closet a buscar la bufanda fácilmente puedo olvidar a que iba si en ese momento suena el teléfono o alguien me habla. La capacidad para restablecer automáticamente el contenido de la memoria disminuye ligeramente cada década después de los treinta.

Pero la diferencia entre un lapso de memoria a corto plazo en una persona de setenta y otra de veinte no es lo que comúnmente se piensa. No es raro ver estudiantes universitarios cometer todo tipo de errores de memoria a corto plazo: entrar al aula equivocada, olvidar cosas dichas en clase unos pocos minutos atrás o dónde pusieron el teléfono. Esto es similar a lo que les pasa a las personas de setenta años. La diferencia es como auto describimos estos eventos.

Ciertamente el Alzheimer es real y ocurre, pero no significa que cada pequeño lapso de memoria a corto plazo indica un desorden biológico.

Si la memoria no está localizada en un lugar particular, ¿entonces, como funciona? Los psicólogos de la Gestalt creen que cada vez que experimentamos algo, un paseo por la plaza, el gusto del queque que la mamá hacía o la lectura de Cien Años de Soledad, deja una huella en el cerebro, una especie de residuo químico. La cantidad de veces que se repite el evento afecta la capacidad para recuperarlo en un momento posterior. Cuanto más veces se repita, más exacto será el recuerdo y más corto el tiempo para recuperarlo.

Así es como aprendemos cosas y porqué olvidamos eventos recientes cuando envejecemos, pero aún recordamos los más antiguos que crearon más rasgos. La clave es involucrarse activamente en ellos. Aprender algo pasivamente, como escuchar una conferencia, es una forma segura de olvidar. Utilizar la información, generarla y regenerarla, involucra más las áreas del cerebro y una forma segura de recordar.

Con la edad la corteza prefrontal se reduce en volumen y peso y pierde algo de su dinamismo y entusiasmo y es por eso que nos distraemos más y necesitamos un mayor esfuerzo para concentrarnos. Y a ello habría que agregar, además, la declinación mental, que comienza alrededor de los cincuenta, debido a la reducción de la  mielina, la capa de grasa aislante alrededor de los axones que sirve como línea de trasmisión del cerebro.

No es que las huellas desaparezcan, pero su disminución provoca fallos y alteraciones de la señal eléctrica y disminuye la velocidad de trasmisión en el cerebro. Aquí la dieta es importante y por eso para mantener la mielina se recomienda vitamina B12 y ácidos grasos. Las investigaciones de los últimos años afortunadamente  indican que la plasticidad del cerebro no se detiene a los sesenta años, sino que continúa y el cerebro todavía es capaz de realizar grandes hazañas de recableado y adaptación.

Solo que lleva un poco más de tiempo y concentración para ajustarse a cosas nuevas, algo que explica porque los viejos son políticamente más conservadores. Pero si empujamos la mente con nuevos proyectos interesantes que requieran nuevas adaptaciones o  formas diferentes de ver el mundo, el cerebro puede adquirir una mayor protección y beneficios extras que ayudan a su mantención y flexibilidad.

Los ejemplos abundan. Recientemente vimos una entrevista a la octogenaria Isabel Allende, llena de vitalidad y agudeza intelectual, a propósito de su ultima novela “El Viento Conoce mi Nombre”. Y ahora ya esta lista para empezar un nuevo proyecto. Que bien.

Según Groucho Marx… “cualquiera puede envejecer. Todo lo que tiene que hacer es vivir lo suficiente”. O tal vez no. En todo caso “si hubiera sabido que iba a vivir tanto tiempo, me habría cuidado mejor” dice la psicóloga  Eleonor Maccoby al cumplir cien años…

¿Qué esta pasando en el cerebro de esos adultos mayores que permanecen mentalmente vitales hasta los ochenta, noventa y cien años? La sabiduría que encontramos en algunos viejos se deriva específicamente de asociaciones, experiencias, reconocimiento de patrones y analogías y, según los neurosicólogos, los cambios que se producen en el cerebro a esta edad permiten a los dos hemisferios comunicarse más libremente.

Puede que los viejos no sean tan rápidos en cálculos mentales y en la recuperación de nombres y detalles, pero son mucho mejores y más rápidos para ver el panorama general,  “the big picture”, debido a décadas de generalización y abstracción. Y es por eso que son más sabios, algo que les permite manejar algunos problemas de manera más rápida y efectiva que el poder de fuego de la juventud. Una cualidad que las sociedades tradicionales más remotas siempre apreciaron.

El Dalai Lama acaba de cumplir 88 años rodeado del respeto y amor  de sus compatriotas tibetanos  y continúa difundiendo su mensaje de paz y compasión con la misma elocuencia mental de siempre.Y, sin embargo, a pesar de todos estas investigaciones, todavía es difícil cambiar la forma en que la sociedad en general piensa acerca de la edad avanzada, algo que ahora necesitamos más que nunca si consideramos que para el 2030 en muchos países habrá más personas de sesenta y cinco años que menores de quince años.

El estudio del cerebro puede ayudar aquí a comprender su historia y proceso transformador y abrir el camino para desvelar la realidad acerca del envejecimiento, antes de poner al viejo en el closet.

En el 2018 a la feminista Gloria Steinem, de 84 años de edad en ese momento, le preguntaron… ¿A quien le pasarás la antorcha? “A nadie”, dijo riendo, “Estoy aferrándome a mi antorcha. Dejaré que otras personas enciendan la suya en la mía”.

* Profesores de Filosofia chilenos graduados en la Universidad de Chile. Residen en Ottawa, Canadá, desde el 1975. Nieves estuvo 12 meses presa en uno de los campos de concentración durante la dictadura de Augusto Pinochet. Han publicado seis libros de ensayos y poesía. Colaboran con surysur.net y el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)

Sur y Sur

Más notas sobre el tema