Colombia | De las cenizas surge la vida: resguardo indígena restaura un cerro sagrado arrasado por un incendio
De las cenizas surge la vida: resguardo indígena restaura un cerro sagrado arrasado por un incendio en Colombia
Por Astrid Arellano
En septiembre del 2016, los habitantes del resguardo indígena Cañamomo Lomaprieta presenciaron cómo el cerro Carbunco era consumido por el fuego. Un incendio que inició por un descuido, arrasó con uno de sus sitios sagrados más importantes, considerado por los mayores como un refugio para los espíritus que los guían. Todo lo que allí habitaba, en cuatro días de llamas incontrolables, quedó reducido a cenizas.
“Fue muy lamentable, muy desesperanzador ver el cerro completamente en llamas”, recuerda Héctor Jaime Vinasco, exgobernador de Cañamomo Lomaprieta. “Fue por el descuido de una persona que quiso hacer una quema controlada y no lo logró. Inició en una de las comunidades contiguas y se desplazó hasta cubrir todo el cerro, que colinda con otras cinco comunidades más. Todas fueron seriamente afectadas. Pero el cerro quedó realmente hecho un carbón”, dice el líder indígena.
Ese trágico evento unió al resguardo entero. Las comunidades que lo integran, ubicadas entre los ríos Supía y Riosucio, en el departamento de Caldas, Colombia, trabajaron para apagar la emergencia en alianza con los bomberos que llegaron desde otras zonas. No pasó mucho tiempo desde el siniestro hasta que el resguardo comenzó a idear la recuperación del sitio.
“Creo que fue un campanazo, una alerta para todo el resguardo, para trabajar mucho más fuerte en las acciones de prevención y educación”, agrega Vinasco.
En los primeros años, se propusieron sembrar 10 000 árboles de especies nativas en la tierra que se recuperaba poco a poco de la degradación. Aunque no todos los árboles sobrevivieron a las condiciones climáticas ni del terreno, el trabajo de la comunidad resultó tan exitoso que pronto la meta fue superada. Así que decidieron ampliarla para alcanzar las 30 000 nuevas plantas.
“Pero vimos que esa meta también fue superada rápidamente y, por eso, proyectamos llegar a 100 000”, dice Vinasco, coordinador del Programa de Patrimonio Natural del resguardo Cañamomo Lomaprieta, mecanismo con el que las comunidades que lo componen discuten y atienden todos los temas medioambientales y para la protección de la biodiversidad dentro de su territorio.
No fue sencillo ni se logró de la noche a la mañana. El proceso comunitario —trabajando a prueba y error— les ha tomado casi ocho años. Juntos limpiaron muchos senderos afectados por el siniestro y cargaron numerosos árboles jóvenes sobre sus espaldas y cuesta arriba en el cerro. Más tarde, recolectaron semillas para hacerlas germinar en viveros comunitarios, en donde generaron miles de árboles más.
El proyecto creció tanto que no sólo lograron revivir al cerro Carbunco, sino que muchos de los árboles alcanzaron para enverdecer otros sitios del resguardo. Además, su trabajo sirvió como inspiración para un proyecto ampliado que no sólo intervino en Cañamomo Lomaprieta, sino en dos zonas más, ubicadas en los departamentos de Cauca y Tolima.
Hasta julio del 2023 y con el apoyo de Wildlife Conservation Society (WCS) y el Ministerio de Ambiente, se logró la siembra de 118 000 árboles en los tres departamentos, con el trabajo de todas las comunidades.
¿Cómo lo hicieron posible?
Sobrevivir al despojo
El Resguardo Cañamomo Lomaprieta nació luchando. Su origen se remonta al año 1540, cuando los primeros asentamientos indígenas comenzaron la defensa de su territorio contra la colonia española. Por eso es considerado uno de los resguardos más antiguos de Colombia.
A lo largo de su historia, el resguardo ha sido atravesado por la violencia que resultó de las expropiaciones de tierra, así como por intereses extractivos —ya en tiempos modernos— que han encabezado gobiernos extranjeros y empresas trasnacionales que han buscado la riqueza mineral de sus cerros y la fertilidad de sus tierras para la industria aguacatera y maderera.
“Es un resguardo que se ha mantenido pese a la violencia, pese al fuerte proceso colonizador de los blancos. Las disputas territoriales vienen hasta esta época. Este es un resguardo que, a pesar de esa presión y con un área muy reducida después de cinco segregaciones —a 4 837 hectáreas, cuando eran más de 14 000— se ha manifestado para proteger los distintos ecosistemas que existen al interior del territorio”, explica Héctor Jaime Vinasco.
Hoy en día, el resguardo está compuesto por 32 comunidades, habitadas por unas 22 000 personas indígenas, afrodescendientes y mestizas. Sebastián Arango, integrante de la comunidad de Sipirra, lo resume en que son “muchas personas para un territorio muy pequeño”, en donde las tierras son igualmente reducidas para algunas familias que las usan para sembrar caña panelera y café, como principal actividad económica. Aun así, el resguardo ha decidido colectivamente destinar 182,5 hectáreas estrictamente a la conservación.
“Mucha gente murió por estas tierras. Hay un interés por parte de multinacionales y empresas que quieren quedarse con el territorio. Es un proceso de supuesta modernización —involuntaria para nosotros— que va enfocada a que la gente desaparezca del sitio, para que estas empresas puedan llegar y apoderarse de la riqueza no sólo natural, sino también del suelo”, asevera Arango, tecnólogo forestal y estudiante de administración ambiental.
Ha sido su propia historia la que hizo a las comunidades reiterar su respeto por la naturaleza y el medio ambiente, dice Arango. Esa misma resistencia en el territorio también les hizo buscar y conseguir el apoyo de instituciones y organizaciones colombianas e internacionales para continuar con su proyecto de rescate.
Primero, trabajaron con la Corporación Autónoma Regional de Caldas (Corpocaldas) —autoridad ambiental regional—, que impulsó el trabajo en sus inicios. Se enfocaron en reforestar 30 hectáreas en sitios sagrados: además del cerro Carbunco, también actuaron en los cerros El Silencio y Sinifaná, cuyos territorios estaban degradados por la tala. También trabajaron en predios y fincas recuperadas de las manos de terratenientes en la década de los noventa con el acompañamiento de Wildlife Conservation Society (WCS) y el Ministerio de Ambiente.
A partir de entonces fue que la iniciativa intervino también en las cuencas del río Saldaña, en el departamento de Tolima, así como en los ríos Cali, Pance y Yotoco; y del Distrito Regional de Manejo Integrado (DRMI) El Chilcal-Dagua, en el departamento de Valle del Cauca, hasta lograr los 118 000 árboles germinados y crecidos en los viveros del resguardo y los creados en las otras comunidades.
“Promover la participación de las personas en mingas comunitarias y actividades concretas ha ayudado mucho a avanzar en otras acciones del Programa Patrimonio Natural, como la protección de los distintos ecosistemas que hay en el territorio. Ahora hay una mayor sensibilidad con la riqueza y la biodiversidad que hay al interior del resguardo”, afirma Héctor Jaime Vinasco.
Esto no es jardinería
Sebastián Arango cuenta que una estrategia que emplearon en el pasado los mayores —como llaman a las autoridades tradicionales— para recuperar las fincas que estaban bajo el control de un grupo de terratenientes, era precisamente tomarlas y sembrar en ellas.
“Más que un proceso de jardinería, todo esto es un proceso de resistencia territorial”, dice Arango. Por eso tiene claro que lo que ahora se hace en el resguardo no se trata de “sembrar por sembrar”. La colaboración entre los mayores y los médicos tradicionales, con WCS y su equipo de especialistas, logró un intercambio de conocimientos y experiencias que hoy en día derivaron en la construcción de un diseño florístico especial para la zona.
Selene Torres, bióloga y líder de restauración ecológica en WCS Colombia, explica que, en equipo, se reconocieron y seleccionaron las 23 especies de árboles nativos más convenientes y útiles para el territorio. También se hizo un análisis del suelo, de la cobertura vegetal, las pendientes de los cerros y las amenazas que enfrentan tanto la vegetación, como el territorio.
“Los árboles tenían que ser importantes para la comunidad y que se adaptaran a la zona degradada que íbamos a restaurar. No todas las especies toleran la misma cantidad de luz o las condiciones de degradación de los suelos. En zonas que fueron quemadas, los suelos no están en buen estado, como los que encuentras en el bosque, que tienen buena materia orgánica, buena cantidad de nitrógeno, fósforo y demás”, explica la experta.
Todo esto estuvo basado, además, en la inherente relación espiritual de las comunidades con la naturaleza. Esto significó, desde sus inicios, la búsqueda de una sanación para la tierra.
“Esos tres cerros son nuestra farmacia silvestre, en donde nuestros médicos encuentran la medicina para curar. Cuando el cerro Carbunco se quemó, la gente sintió bastante miedo, precisamente, porque se quemaba también toda la medicina que nuestro pueblo usa”, cuenta Arango. “Hay personas que han llorado contando lo que sintieron al verlo incendiado, cuando la gente corría alarmada, con palos, porque no teníamos bomberos. Por eso, todo esto es un proceso de restauración y recuperación que, más que un proyecto, nace del sentir de la comunidad de devolverle a la Madre Naturaleza por todos los beneficios que recibimos”.
Aquellas primeras siembras no tenían en cuenta el mantenimiento ni el monitoreo de los árboles —dice el tecnólogo forestal—, dinámicas que ahora sí se realizan para conocer más acerca del desarrollo de las plantas. También cuentan con un vivero permanente que, hasta el 2023, tenía la capacidad de producir 40 000 árboles. Sin embargo, con el apoyo del Ministerio del Ambiente, recientemente lograron ampliar la capacidad a 70 000.
“Ya tenemos un sistema de riego automatizado, polisombras bien instaladas, infraestructura y oficinas que están por habilitarse. También tenemos seis viveros satélites que se han establecido en los diferentes cerros, con algunas especies que sólo podemos reproducir allá, porque algunas tienen manejos muy especializados. Luego las llevamos a la siembra al sitio, cargados al hombro de mujer y de hombre”, detalla Arango.
Con el acompañamiento de WCS también trabajaron el mejoramiento de semillas, particularmente con dos especies fundamentales: el cedro negro (Juglans neotropica) y el naranjuelo (Crateva tapia), especies difíciles de germinar y que han presentado una reducción notable en el número de ejemplares en el territorio.
“El cedro negro tenía un proceso de germinación bastante lento. Así como está en los protocolos que se han escrito, no nos funcionaba, demoraba mucho”, explica Arango. “Uno de los compañeros del vivero empezó a experimentar una especie de cortes, y uno de ellos nos funcionó. Se dio la reproducción en 15 días. Los compañeros no son profesionales, sino comuneros, campesinos e indígenas trabajadores de la tierra. Ellos también le han enseñado un poco a la ciencia. Ahora ya tenemos un documento escrito, con todo ese conocimiento que hemos ido experimentando, que será un legado para otras personas y un referente para la restauración ecológica en la región”.
El futuro de la naturaleza
Todo tiene una razón de ser. Según describe WCS, las áreas recuperadas en los ríos Supía y Riosucio conectan, en su parte baja, a Cañamomo Lomaprieta con porciones de bosque seco. En la parte alta, se unen con las montañas de la cordillera Occidental y que tienen conexión, a su vez, con una parte del Chocó Biogeográfico.
Sebastián Arango casi no necesita cerrar los ojos para imaginar lo que se viene para el futuro, pues lo ha visto caminar frente a él. El legado que los mayores construyeron y que las generaciones actuales están continuando, está vivo. Y no se detiene.
“Me dan ganas hasta de llorar. Es muy bonito ver a los niños subiendo el cerro. La subida es muy dura, pero ellos llevan uno o dos arbolitos al hombro. Los que más pueden, llevan canastos o bolsas, pero cargan los árboles. Llegando, escuchamos al médico tradicional, quien nos hace la introducción sobre el lugar y el respeto que le debemos tener”, cuenta Arango.
“Yo me imagino todos esos árboles —en unos diez años— grandes, proporcionando comida para las aves y las personas, brindando más semillas, medicina, espiritualidad y conocimiento”, concluye. “Mi sueño es ver a los cerros sagrados del resguardo restaurados”.