Hacia el 24 de marzo en la era Milei: no finjamos amnesia – Por Eduardo Müller y Lila Feldman
Hacia el 24 de marzo en la era Milei: no finjamos amnesia
Por Eduardo Müller y Lila Feldman
La memoria se convirtió en un campo de batalla. Las fuerzas del cielo son comandadas por las fuerzas del olvido. Es la manera en que se construye el negacionismo. Lo que se olvida no ocurrió. El negacionismo es también negar que se niega. Queda él mismo también olvidado.
Estamos ante un aluvión de mitomanía y mitología. La mitomanía consiste en inventar una Argentina potencia mundial maravillosa de hace un siglo y que se dirige leonada a un futuro similar. Esa mentira obliga a tachar los claroscuros de nuestra historia, las luces y sombras, las complejidades; sepultadas por un relato lineal y vagamente austríaco (no de Freud). Nos aleja de preguntarnos de dónde venimos y a dónde quisimos ir.
A esto se agrega una mitología que suplanta ese origen por una astuta novela familiar histórica. Es lo que se puso en acto con la clausura y borramiento del Salón de las Mujeres. Se bastardea aquel gesto valiente de sacar el cuadro de un genocida por la vileza de sacar los cuadros de nuestras mujeres históricas para sustituirlas por un surtido de hombres unidos sólo por el mármol, en muchos casos inmerecido. Se saca y se exige olvidar a mujeres ejemplares, paradigmáticas, símbolo de luchas y se las esconde detrás de padres mitológicos, próceres, superhéroes de mármol a los que se podrían agregar Moisés, Conan, leones y gladiadores del foro romano.
Fingir amnesia es el emplazamiento de una desfiguración que se vale del lenguaje y del espacio físico para sustraernos la memoria, una pieza de la memoria. Sustracción doble y restitución siniestra que le devuelve a los hombres su sitio histórico privilegiado y su lugar diferenciado, como equivalentes de lo digno de ser mostrado, homenajeado y reconocido, pero también como sinónimo del género humano. Sólo los hombres pueden ser próceres, se lee en el salón de las mujeres profanado. La batalla por la memoria y el lenguaje (¿hay una cosa sin la otra?) consiste en una verdadera disputa por nuestra novela familiar histórica. Se lee allí: provenimos sólo de hombres. Somos hijos sólo de los padres de la patria. No hay madres de la patria. El padre patrio clausura a la madre patria. Y la que lo decide es un jefe que olvida que es mujer para hacer olvidar a las mujeres. No puede haber jefas. El poder es sólo masculino. Prócer no tiene su versión femenina en el lenguaje. Prócer es siempre masculino y es, a su vez, una palabra que no posee un equivalente para el género femenino.
Si el salón de las mujeres importaba e importa no es porque necesitamos que exista para tener a nuestras madres y abuelas, a nuestras artistas y luchadoras en la memoria. Lo cierto es que están allí siempre, están en los gestos cotidianos, en los pañuelos verdes, en los ojos cuando se emocionan con agua. Están y estarán, pero ese salón era y es más que todo aquello. Es uno de los modos en los que el poder se discute y se redistribuye. Los próceres son los dignos padres de los hijos sanos del patriarcado. Con los desamparos y orfandades, estamos discutiendo el linaje, la posibilidad de inscribirnos de otro modo en la historia.
Pensemos cómo se hizo popular en el habla cotidiana el “olvidate”. «-Nos vemos después? -olvidate».
“Olvidate” significa “obvio” pero también enmascara (y revela) la tracción al olvido. Después del «olvidate» ya no hay más que decir. Lleva al olvido y al silencio.
Si el fingir demencia se ha vuelto un recurso del habla cotidiana, hoy proponemos hacer visible que también se trata de fingir amnesia. No pensar y no recordar. El olvido es salud parafraseando al viejo silencio de la dictadura. Las palabras no son ingenuas ni inocuas. También las palabras nos gobiernan, pero desde adentro.
El salón de las mujeres que es la plaza, la calle, la memoria y el lenguaje, seguirá existiendo cada vez que estemos dispuestos a discutir nuestra novela familiar. Ante la tracción al olvido, a la anestesia y a la ausencia de pensamiento, opongamos memoria y una discusión que entienda que el lenguaje está siempre comenzando.
Ante tanta inhumanidad reinante, con niños desmayados, jubilados descartables por que se van a morir, con supermercados donde las góndolas son cada vez más inaccesibles y las farmacias boutiques de lujo; sería bueno refrescar el concepto de humanismo crítico que recuperó Horacio González. Un modo no banal de considerar el humanismo, en el que caben hombres y mujeres, dispuestos a pensar lo que se pensó en el pasado y también lo que no se pensó. Un modo de enriquecer la memoria de modo colectivo. Una olvidada manera de pensar que la libertad no empieza donde termina la del otro, sino que justo allí comienza. Justo allí es donde avanza.