Un presidente de la crisis – Por Amílcar Salas Oroño, especial para NODAL

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Por Amílcar Salas Oroño, especial para NODAL*

Todo fue muy vertiginoso y rápido. En el más impetuoso sentido maquiaveliano de las cosas, el tiempo como vector indispensable para comprender el cimbronazo político que se presenta en la Argentina. No hubo ni para un impasse: llegan al gobierno elencos de gestión imprevistos (comenzando por el propio Presidente), con formas comunicacionales que van por otros canales a los habituales, y que proyectan un orden social democrático más pretoriano que nunca. A juzgar por el voluminoso paquete de regulaciones y desregulaciones presentado a la sociedad estas semanas (bajo la vía de un decreto presidencial y en propuestas legislativas al Congreso Nacional) está claro que el primer paso de Milei apunta hacia la modelación de una nueva supraestructura jurídico-político. Una especie de pacto constitucional que, a su vez, sea el inicio de un propio proceso constituyente: el de la constitución de una “verdadera” sociedad de mercado. Todos elementos de una escena política conmovida, en un extenso año 2023 que ha dejado al país económicamente devastado y a su ciudadanía en la intemperie.

Los distintos movimientos que permitieron el triunfo de Milei sucedieron en cuestión de meses. El inicio es tan incierto como el destino al que se arribó: luego de una caída en las encuestas, el propio Milei había aceptado a principio del 2023 ir detrás de Macri si ese fuera el resultado de una primaria común. No sucedió. El arreglo no ocurrió y decidió seguir corriendo sólo, encontrando y construyendo su propio espacio político en la competencia. Si bien sus primeras incursiones federales a lo largo del país fueron bastante pobres, dada también la impronta capitalina del personaje, más cerca de la elección aparecieron los costos de oportunidad para algunos poderes locales que, vaya a saber uno por qué motivos o indicaciones superiores, decidieron acompañar a Milei, otorgándole consistencia a su candidatura en distritos a priori muy distantes. Cuestión que redundó en su victoria en las Primarias Obligatorias de agosto.

Aquello ya fue el gran salto. De ahí en adelante aparecieron posibilidades más previsibles:  periodistas que salen en su apoyo; empresarios que sueltan recursos para la campaña; un dispositivo virtual de redes que se perfecciona y que amplifica su predominio en ese terreno. Con esa base comienzan a sumarse las otras líneas de la infantería: las redes globales de la extrema-derecha, los intereses geopolíticos hemisféricos, las corporaciones financieras internacionales, junto con otras expresiones de los colonialismos internos.

El momento político de los libertarios argentinos

Tan sólo dos años atrás Milei fundó su partido – La Libertad Avanza (LLA) – y se eligió diputado federal por la Ciudad de Buenos Aires. Su paso siguiente fue ganar la carrera presidencial de forma inobjetable en el 2023: venció en 20 provincias (de 24), le sacó más de 11% a su competidor en el balotaje, ganó en la provincia donde la participación fue más alta, y también en la de menor participación, y tuvo una votación contundente que cruzó segmentos sociales (y etarios) de forma pareja y homogénea. Una “irrupción” político-electoral que comenzó en los estudios de televisión hace casi una década, con movimientos grotescos, ordinarios, misóginos, detrás de un disfraz, con mucha torpeza, y que luego Milei ecualizó y estilizó a los tiempos pandémicos, y a las formas particulares del entretenimiento pandémico; porque Milei fue, ante todo, un producto por excelencia de consumo comunicacional para algunos segmentos durante la comprensible monotonía creativa de la pandemia. Estridente y llamativo, caminó los sets de televisión en los bordes.

Fue a puro improperio, identificándose con una lejana Escuela Austríaca, como un ultra de las mascotas (al punto de prolongar la existencia de su mastín inglés en una clonación por cuatro); el arquero frustrado y soltero de una familia disfuncional (aunque ningunas de esas confesiones fueran demasiado verídicas); y algo de hombre común, con varias muecas distintas para la selfie. En el espacio público era “el León”, se mostraba con una motosierra (con la que recortaría el gasto de la “casta de los políticos”), convocaba a una dolarización de la economía y terminaba sus mítines partidarios con la misma frase: “Viva la libertad, Carajo!”. Quienes acudían a esos actos – que nunca fueron grandes movilizaciones – iban en búsqueda del mínimo valor de uso de su frontman: que en el show el hombre hiciera tan sólo su gracia habitual (de gestos, gritos y palabras). Algo previsible en el medio de una realidad económica marcada por la disolución de la moneda, por un lado, y los coletazos de una fuerte pérdida de autoridad del gobierno de Alberto Fernández, por el otro.

Milei no se movió de lugar ideológico en todo el proceso electoral: se quedó plantado en el mismo punto donde comenzó (y en el que continua, a juzgar por la batería de sus propuestas ya como Presidente). Estuvo expectante frente al deterioro general de la escena y, llegado el caso, también contribuyó a empeorarla. Massa era el contraste: dio varias contorsiones en campaña, algunas casi desesperadas (lo que arrastró también al peronismo a una desorientación de su identitario perfil como una fuerza de gobierno; como muestra, por ejemplo, la medida sobre el pago de ganancias). Quienes sí se movieron hacia Milei fueron algunas partes del del PRO y Juntos por el Cambio, una vez excluidos del balotaje.

Desde entonces, Milei pasó a exponer una mayor plasticidad para sus planteos, de forma tal que moderara su núcleo de “incendiar el Banco Central” o “la venta de órganos”.  Y allí aparecen un poco más las referencias religiosas en la construcción de sus argumentos, en tónica con un espíritu salvacionista como contrapunto de la crisis en curso: ingresan las “fuerzas del cielo” a los apotegmas libertarios. Y el registro de un puente histórico singular: de Alberdi a Roca y a Carlos Pellegrini, en un ejercicio de recuerdo un poco lejano, con una idea de Nación del Siglo XIX un tanto abstracta y no siempre democrática, pero lo suficientemente alejada de la “contaminación” del Estado del Siglo XX y XXI, cuya larga agonía fiscal debía terminarse. Casi un trabalenguas programático: ir hacia un futuro de un pasado de esplendor, a través de la “libertad”.

Mientras más compleja se le iba presentando la crisis económica al gobierno de Alberto Fernández – con algunas medidas propias en plena campaña electoral que empeoraron el panorama- más resonancia obtenía un discurso simple, superficial, demagógico, irritado, que registraba la situación como un problema eminentemente técnico. La vuelta de la técnica de los economistas, ese grupo social repuesto ahora en el protagonismo social y la consulta. En ese sentido, más que un cambio cultural profundo a la manera de un “clivaje histórico” (como le gustaría a la sociología política, y muchos analistas se han atrevido a certificar de forma un poco apresurada) quizás hoy pueda identificarse algo similar a un “regreso cultural de los años 90” con esa dominancia de la técnica (económica) por sobre la política. Una dominancia que habilita, a su vez, otros desdoblamientos en términos de saber-poder, de cultura democrática y respecto de quienes están habilitados para hablar en una sociedad. En una escena donde comienzan a repetirse los ejemplos de falta de inhibiciones para decir cualquier cosa ante cualquier público, y ya no sólo sobre cuestiones de economía. El propio Macri al llegar al gobierno en el 2015 había proyectado un poco este retorno, aunque fue un horizonte que se le fue desdibujando; esta etapa con Milei en el centro ya lo tiene mucho más desplegado.

Un Presidente sin Partido

A lo largo de las últimas 4 décadas la disputa por la Presidencia se circunscribió a dos grandes polos de la competencia política – uno peronista, otro antiperonista- con algunas distorsiones. Según las etapas, aparecieron terceros partidos que presentaron cierta fuerza gravitante, incluso superando a alguno de los dos espacios (como fue el caso del FREPASO a la UCR en 1995), aunque terminarían incorporados a la dinámica de las dos grandes coaliciones. El peronismo conservó en la trayectoria su ubicación de protagonista central “a pesar de” o “gracias a” pendular con coaliciones más hacia la centro-izquierda o más hacia la centro-derecha según los períodos, y un espacio no peronista que tuvo a la Unión Cívica Radical (UCR) como referencia histórica pero que, desde el 2015, fue desplazado por el partido PRO de Mauricio Macri como organizador de ese espacio (en alianza justamente con el radicalismo). La imagen del 2023 muestra un nuevo cuadro, diferente: llega a la Presidencia alguien que no pertenece a ninguna de esas dos tradiciones; es más, creció pública y políticamente criticando a ambos espacios del bipartidismo imperfecto argentino.

Es cierto que frente al balotaje de noviembre Milei estableció una alianza electoral con una parte del PRO y Juntos por el Cambio, desandando su trayectoria previa. Y ya en el gobierno, dos de sus principales ministros del gabinete (Hacienda y Seguridad) se referencian con el PRO; y varios nombres de la gestión corresponden a sus nuevos “aliados”. El acercamiento le permitió a Milei no sólo entrar más seguro al segundo turno de la elección presidencial sino garantizar un mínimo de funcionamiento y circuito administrativo para el comienzo de su mandato. La contrapartida está clara: mucho margen para seguir presentándose como un “antipolítico” o “anticasta” no le queda, aunque discursivamente seguramente insistirá con la fórmula. Sin embargo, es importante siempre resaltar – para especular sobre el desarrollo de los próximos acontecimientos – que la situación particular de La Libertad Avanza (LLA), es de marcada debilidad: no tiene ningún gobernador propio y muy pocas intendencias afines en todo el país, tiene tan sólo 7 Senadores Nacionales – de un total de 72-, y 38 Diputados Nacionales – de un total de 257. Un conteo estricto de la correlación de fuerzas políticas muestra una fragilidad de origen que no tuvo ningún otro Presidente en estas últimas cuatro décadas; incluso sumando a los sectores “halcones” de sus aliados llega con lo justo a los 72 Diputados necesarios para bloquear la tramitación de un juicio político. No le sobra nada. Su gobernabilidad está y estará permanentemente sobre una línea muy delgada, por lo menos, hasta la mitad de su mandato, en el 2025, que es cuando renuevan parcialmente los integrantes del Congreso Nacional. Mientras tanto, dependerá de sus socios, que van a ir o venir según sus conveniencias. Porque si es cierto que todo gobierno débil paga caro y bien sus respaldos, como puede verse con el gabinete de Milei, ante un contexto de profundización de la crisis y emergencia de la conflictividad social los costos de permanecer junto al gobierno se tornan demasiado altos.

Las tensiones de un Presidente en crisis

El pesimismo intelectual frente a Milei es comprensible – como lo es la angustia colectiva que vivencia hoy el pueblo frente a sus medidas económicas- porque las transformaciones planteadas borran buena parte de las referencias habituales sobre las que se establecía la puja de intereses en la sociedad argentina contemporánea: ampliar la agenda de derechos, negociación colectiva del salario, el control civil de la seguridad pública, los circuitos republicanos de los actos de gobierno, las mediaciones impositivas a la ganancia capitalista, etc. No se trata tan sólo que este gobierno de Milei trajo un nuevo temario con los Decretos y las Leyes presentadas; aquí hay un cambio de pizarrón, de lenguajes, de relaciones sociales básicas que se ven reemplazadas por otras. De allí que la situación augura un ciclo de conflictos, para empezar. Es imposible pensar que pueda arribarse al nuevo escenario sin tensiones en la estructura social. Por eso el nuevo diseño jurídico genera en la ciudadanía una desorientación más amplia que los que votaron contra Milei en el balotaje; hay algo del “pacto democrático” que se pone en juego, que se conmueve. No es la primera vez que esto sucede; hubo varios episodios en estos años que lo pusieron en cuestión. Pero nunca de esta forma, como proyecto.

Desde ya que la situación genera ansiedad por saber cuáles serán los canales por los que se resolverá esta situación, esta crisis argentina de (plausible) carácter orgánico. Por un lado, la apuesta del gobierno de Milei de “resetear” la economía – como parte de un movimiento de “los técnicos”, los economistas- va en línea con los intereses de un tipo de capitalismo contemporáneo cuyas relaciones económicas internacionales van más allá de los Estados: las grandes corporaciones, los megafondos de inversión; no es casualidad que el principal respaldo de Milei sean lo grandes grupos económicos del país, y extranjeros. Cómo ese bloque negociará con la ciudadanía es todo un interrogante. Aunque no pareciera generarle demasiada contradicción eventuales transgresiones a la democracia que pudieran suceder.

Del otro lado, hay una ciudadanía anestesiada y fatigada por una crisis económica muy corrosiva, que ha degradado varios aspectos micro sociales de la dialéctica colectiva, sobre todo en los grandes conglomerados urbanos que es donde Milei principalmente ha vencido. El deterioro social es profundo en términos de sujetos, de organización, de infraestructura de la vida en general, y de representación: Massa tuvo el apoyo de todas las centrales sindicales, universidades, cámaras empresariales, organizaciones de la sociedad civil y la gran mayoría de los partidos políticos, intendentes, gobernadores y los políticos en general; y así y todo perdió. No fue sólo una derrota electoral la del balotaje de noviembre del 2023; fue expresión también de un denso desgaste representacional durante los años previos, y durante el mismo año electoral, desgaste que tardará en reconstruirse. Y no se volverá a recomponer en los mismos términos clásicos, ni de forma inmediata. La paradoja es que ahora es cuando se la requiere más que nunca a esa representación, lo que le imprime aún más velocidad y drama a la dialéctica de las necesidades. Será fundamental que las respuestas aparezcan, esas ideas para la acción. Quizás lo hagan de forma simultánea; como aclaraba L. Rozitchner, sólo “cuando los pueblos luchan, la filosofía piensa”.

* Politólogo argentino 

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