¿Puede América Latina superar su segunda década perdida? – Por José Antonio Ocampo

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

 

José Antonio Ocampo*

En los años 1980, América Latina soportó una crisis de deuda tan severa que toda la década se “perdió” como consecuencia de un mal desempeño económico. Desde entonces, otras economías —especialmente, Japón— han soportado sus propias “décadas perdidas”. Pero, hoy, es América Latina la que vuelve a enfrentar dificultades. De hecho, ya ha perdido cinco años.

América Latina ha sufrido media década de crecimiento anémico por segunda vez desde los años 80 y su quinquenio de peor desempeño desde la Segunda Guerra Mundial. En los cinco años perdidos anteriores de la región, después de la crisis del este de Asia de 1997, el crecimiento anual del PIB promedió 1.2 por ciento. Entre los años 1980 y 1985 —los peores cinco años de la crisis de deuda—, el crecimiento promedio representó 0.7 por ciento. En los últimos cinco años alcanzó apenas 0.4 por ciento.

Esto en parte es el resultado de un entorno global desfavorable, reflejado en el deterioro de los términos comerciales de América Latina desde el 2014, el virtual estancamiento del comercio internacional, en general, y dos años de renovada turbulencia financiera en las economías emergentes. Pero otras regiones en desarrollo han enfrentado los mismos vientos externos en contra, y todas ellas han tenido un mejor desempeño que América Latina, no sólo en los últimos cinco años, sino desde 1990 —un periodo durante el cual el crecimiento anual del PIB en la región promedió apenas 2.7 por ciento.

Claramente, factores nacionales y regionales de largo plazo también contribuyen al mal desempeño de América Latina. Tienen orígenes económicos, pero también reflejan crisis políticas y transiciones políticas complejas en varios países.

En ninguna parte estos desafíos políticos son más evidentes que en Venezuela que, pese a existir las reservas petroleras comprobadas más grandes del mundo, está en una caída libre económica. Desde el 2014, el PIB de Venezuela se ha contraído más de 60% —una de las contracciones económicas más marcadas en la historia para un país que no está en guerra.

Las recientes sanciones internacionales han exacerbado las penurias económicas de Venezuela. Pero los problemas comenzaron hace mucho tiempo y se han visto alimentados por la marcada polarización política y las políticas económicas catastróficas del presidente Nicolás Maduro, el sucesor elegido por Hugo Chávez.

Dejando de lado a Venezuela, el crecimiento promedio del PIB de América Latina aumenta, pero sólo 1% por año —todavía peor que la última media década perdida de la región. Esto en parte refleja el hecho de que la principal economía de la región, Brasil, experimentó su recesión más profunda desde la Segunda Guerra Mundial en el 2015-2016 y se ha venido recuperando muy lentamente.

En México, la segunda economía más grande de América Latina, el presidente Andrés Manuel López Obrador (más conocido como AMLO) al asumir el cargo, en diciembre del 2018, prometió alcanzar un crecimiento del PIB de 4% anual. Por el contrario, la economía se ha estancado y hasta cayó en una recesión en la primera mitad del 2019. Los temores por la gestión económica de AMLO han contribuido a este desenlace.

En otras partes, Argentina ha lidiado con desequilibrios macroeconómicos domésticos, además de la turbulencia financiera global y, más recientemente, los temores ante el retorno de un gobierno peronista. La agitación política en Ecuador, y más recientemente en Bolivia y Chile, también ha minado el desempeño económico.

Pero los problemas económicos de América Latina empezaron mucho antes de la ola actual de inestabilidad económica y política. América Latina alcanzó un crecimiento más rápido —una tasa anual promedio de 5.5%— en los 30 años que precedieron a la década perdida de los años 80, cuando la industrialización liderada por el estado estaba a la orden del día, que en los 30 años que vinieron después.

La ortodoxia económica que se enraizó hace tres décadas se burló de la estrategia liderada por el estado e instó a los países latinoamericanos a emprender reformas de mercado que, hasta el momento, no han logrado cumplir con su promesa. Por el contrario, el desmantelamiento por parte de los países de sus políticas industriales —junto con las repercusiones de la crisis de deuda, los efectos de la “enfermedad holandesa” del superciclo del precio de las materias primas después del 2003 y la creciente competencia de China— condujo a una desindustrialización prematura.

Específicamente, el porcentaje del PIB correspondiente a la manufactura ha venido declinando de manera consistente desde los años 80, al punto que los niveles actuales son similares a los de los años 50. Mientras que un alejamiento de la manufactura es una consecuencia natural del desarrollo económico, en América Latina comenzó en niveles de ingresos mucho más bajos que en los países desarrollados, haciendo que a la región le resultara mucho más difícil escapar de la “trampa del ingreso medio”. Aunque la demanda china de exportaciones de materias primas latinoamericanas ha experimentado un auge en los últimos 10 años, sigue siendo insuficiente para compensar las pérdidas industriales.

Lo que mina aún más las perspectivas de América Latina son sus bajos niveles de inversión en investigación y desarrollo: aproximadamente 0.7% del PIB en promedio. Esto equivale a alrededor de un tercio de lo que invierten China (2.1%) y los países de la OCDE (2.6 por ciento). En América Latina, sólo Brasil invierte más de 1% del PIB en I&D. Durante la Cuarta Revolución Industrial, ninguna economía puede competir, mucho menos ascender del estatus de ingresos medios a ingresos altos sin una fuerte capacidad de innovación.

La media década perdida de América Latina ha tenido serias consecuencias sociales. Del 2002 al 2014, la pobreza cayó rápidamente en la región y la desigualdad, que había aumentado durante los años 1980 y 1990, estaba en una tendencia a la baja. Desde entonces, el progreso en materia de equidad se ha estancado —la distribución de ingresos se ha mantenido relativamente constante desde el 2010-2011— y la pobreza ha aumentado.

Al entrar en la actual década, América Latina debe tomar medidas para garantizar que los próximos cinco años no sean años perdidos. Es verdad, el contexto internacional marcará una diferencia. Pero dentro del poder de los gobiernos de la región está mejorar significativamente el desempeño económico. Pueden fomentar la reindustrialización (incluso implementando una mayor integración económica regional, respaldando así un comercio intrarregional de bienes manufacturados) e invertir en ciencia y tecnología.

Junto con políticas sociales activas, estas medidas de mejora del crecimiento pueden permitirle a América Latina recuperar su posición económica y sentar las bases para un futuro mejor para su gente.

*José Antonio Ocampo, autor de Resetting the International Monetary (Non) System, es miembro del directorio del Banco de la República, el banco central de Colombia, profesor en la Universidad de Columbia y presidente de la Comisión de Políticas de Desarrollo de las Naciones Unidas.

El Economista

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