México | Actualidad del ¡Ya Basta! zapatista – Por Luis Hernández Navarro
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
Por Luis Hernández Navarro
Desde el momento mismo de la irrupción zapatista hace 30 años, académicos, periodistas y dirigentes políticos de los más diversos signos, pontificaron sobre la insignificancia, debilidad y agotamiento de los rebeldes. A pesar de las evidencias en contra, insistieron en que la influencia insurgente se limitaba apenas a cuatro municipios del estado de Chiapas, y que sus tropas estaban manipuladas por mestizos nostálgicos de las revoluciones centroamericanas, que no habían caído en cuenta que el Muro de Berlín se había derrumbado y vivíamos el fin de la Historia.
A los embelesados con el canto de los cisnes de la modernidad ne
oliberal impulsada por el entonces presidente Carlos Salinas de Gortari (1988-1994), les resultó inadmisible reconocer que los indígenas alzados en armas eran la imagen viva del fracaso y la distorsión de ese orden, y que la insurrección lo descarriló. No pudieron tolerar el que su fantasía de un México como parte del primer mundo, a raíz de la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, se esfumara en unos cuantos días.
Con el paso de los años, algunos de sus detractores admitieron la fuerza y legitimidad del EZLN en los primeros tiempos del alzamiento, pero, solo para después apuntar el declive inevitable de la rebelión del sureste mexicano en ese momento. Incapaces de tapar la realidad con un dedo, insistieron en deformarla a su conveniencia.
Un solo ejemplo entre mucho. Para ellos, el entusiasmo que
generó la revuelta entre la juventud y ciertos sectores de la intelectualidad europea o estadunidense era solo producto del vampirismo del mundo occidental que se alimenta de la sangre de las revueltas en el tercer mundo. Nunca fueron capaces de entender el surgimiento de una nueva subjetividad que encontró en el ejército enmascarado de los más pequeños una fuente de entusiasmo y acción.
Incapaces de comprender la naturaleza, el vigor y las raíces de la revuelta indígena, sus detractores confundieron (confunden) a menudo su despecho, sus rencores, sus deseos y la opinión publicada con lo que verdaderamente sucedía y sucede.
El abrumador triunfo de Andrés Manuel López Obrador en los comicios presidenciales de 2018 y la actitud crítica de los rebeldes hacia el progresismo y los megaproyectos llevaron a muchos de los seguidores del nuevo presidente a volver a repetir acríticamente el disco rayado de los enemigos del zapatismo.
Muchos ideólogos de la cuarta transformación, han reiterado mecánicamente las tesis sobre el EZLN elaboradas por los intelectuales del viejo PRI y del PAN, que, irónicamente, en su mayoría son acérrimos críticos del obradorismo. Esgrimen falsedades como la de “solo aparecen durante las elecciones” o “no han hecho nada en estos años” o “son creación de Salinas de Gortari”. Y, por supuesto, no cejan en hablar sobre la el agotamiento del proyecto los sublevados. La historia de este encontronazo viene de atrás.
Los zapatistas han trazado muy claramente una línea de separación entre sus amigos y quienes no lo son, incluidos muy importantes actores del progresismo. Una parte de quienes en algún momento fueron sus aliados dejaron de serlo por diversas razones. Entre muchas otras más se eslabonan: el comportamiento de los legisladores el Partido de la Revolución Democrática (PRD) en la aprobación de la caricatura de ley indígena de 2001; las reiteradas prácticas represivas del gobierno, primero perredista y luego morenista de Chiapas, y la presencia de connotados caciques en sus filas. En los hechos se han cerrado las puertas a cualquier colaboración con la clase política que se reclama de avanzada.
Es indudable que ese rompimiento con el conjunto de la clase política, le ha restado a los rebeldes el apoyo de antiguos aliados. Intelectuales y activistas de la izquierda institucional lo critican acremente. Su inserción en los medios de comunicación disminuyó sensiblemente. El discreto encanto del que disfrutaba entre sectores de las clases medias se ha esfumado. Sin embargo, estas bajas reales no implican que no cuente con aliento, municiones y capacidad de convocatoria.
A lo largo de tres décadas, los alzados han transformado la política y la sociedad mexicana y han inspirado de múltiples formas al archipiélago altermundista planetario. Han construido una de las experiencias autogestionarias más profundas y renovadoras de cuantas se hayan gestado en América Latina. A pesar del cerco militar, la acción del crimen organizado y la ofensiva económica en su contra, las comunidades en rebeldía se han dado a sí mismas formas de autogobierno estable, viven conforme a sus normas y se han hecho cargo de su propio desarrollo, sin recibir recursos económicos del gobierno.
Lejos de desgastarse con el tiempo, el paso de los años ha consolidado y profundizado su proyecto. La autonomía es aquí no sólo una propuesta o una reivindicación política, sino un hecho práctico, una experiencia sistematizada; es pensamiento con los pies en la tierra.
Esa hazaña de resistencia rebelde es referencia y estímulo para millones de indígenas en todo el país. Es una demostración de que la autonomía de facto es posible. Es la evidencia de que hay quienes no se rinden ni se venden.
Como ha sucedido a lo largo de los últimos 30 años durante, hoy se profetiza el fin del EZLN. Pero, como ha acontecido una y otra vez que se anuncia el fin de los tiempos rebeldes, en esta ocasión el movimiento se ha reinventado y rebrotado con particular empuje en terrenos insospechados de la escena pública nacional o internacional. El mundo de la política es mucho más amplio que lo que acontece en el campo institucional y del que difunden los medios de comunicación corporativo. En los rebeldes, hay una fuerza vigorosa, imaginativa y arraigada socialmente a la izquierda del progresismo.
El zapatismo representa una ruptura con los viejos modos de hacer política, que, a pesar del paso de los años, conserva su frescura. A tres décadas del ¡Ya Basta!, su horizonte continúa vivo y seguirá haciéndose sentir.
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Ilustración de Ignacio Andrés Pardo Vásquez