Las paradojas de Davos en cinco claves de de alto voltaje geopolítico y económico
Las paradojas de Davos en cinco claves de de alto voltaje geopolítico y económico
Diego Herranz
La cita anual de los dirigentes en la estación invernal suiza deja nuevos ejercicios de acrobacia: mientras el nivel de riesgo democrático salta por la profusión de noticias falsas, surgen mensajes de la élite empresarial de recetas neoliberales.
La Tierra puede ser un buen sitio para disfrutar de la vida… si se obvian los elevados riesgos que atenazan el planeta. Este doble discurso, ambivalente, divergente o hipócrita, resume otro año más esa doble vara de medir que parece dirigir los designios de los dirigentes políticos, sociales y, sobre todo, empresariales y financieros que peregrinan cada invierno a Davos (Suiza).
Y son los propios jerarcas del evento, el World Economic Forum (WEF), quienes se encargan de divulgar la larga y peligrosa lista de amenazas que acosan a la humanidad y sus fórmulas de generación de riqueza que, para más inri, ensanchan la brecha de las desigualdades entre milmillonarios y desfavorecidos.
En los siguiente cinco bloques se muestran las paradojas o dobles lecturas que ha dejado la nueva edición de la cumbre del WEF en su retiro nevado suizo.
1. Los riesgos geopolíticos amenazan el optimismo de Davos
Los mercados de capital traerán beneficios, habrá más dinamismo del previsto por la resiliencia de las economías y los tipos de interés volverán paulatinamente a posiciones más bajas.
El diagnóstico de los líderes, cargado de optimismo, contrasta con la cruda realidad de los riesgos a corto y a medio plazo que también muestra el WEF: la desinformación, la climatología extrema, la tensa polarización social, la ciberseguridad y el estallido de un conflicto armado entre países son los asuntos que más preocupan a medio plazo (dos años) a los más de 1.400 dirigentes consultados por el WEF.
A diez años vista, los mayores temores fundados de la dirigencia global son climáticos, ya que junto al peligro de que se sucedan cada vez más fenómenos meteorológicos de especial adversidad, los líderes sitúan las alteraciones críticas en los sistemas operativos de la Tierra, la pérdida de la biodiversidad y la interrupción en el acceso a materias primas naturales. Cierra el top-five la profusión de noticias falsas.
Pero poco o casi nada de todos estos peligrosos presagios parecen tener validez este año a juzgar por sus análisis a corto plazo, aunque la cooperación multilateral y la diplomacia mundial (con su manifiesta capacidad para resolver conflictos y amenazas como la crisis crediticia de 2008 o la epidemia de la covid) haya retrocedido entre 2022 y 2023, según refleja otro estudio del WEF.
El consenso de Davos habla de un aterrizaje suave de la economía americana y global, con una rebaja de tipos a uno y otro lado del Atlántico y unos mercados financieros a los que se les augura más beneficios.
Un panorama benévolo que parece no contar con la conflictividad geopolítica en Ucrania, Gaza y el Canal de Suez y con el encarecimiento del comercio y el tránsito logístico naval, que pueden volver a dañar las cifras de inflación. Ni con que ocho de los diez países del mundo con mayor población estén convocados a las urnas un año en el que la crispación social será el factor dominante de las campañas y en el que el riesgo de triunfo se posiciones populistas de extrema derecha será el denominador común.
La economía de EEUU “parece resistir a la recesión y la de China parece estabilizarse”, asegura Eswar Prasad, de la Cornell University y antiguo directivo del FMI, pese al “persuasivo” frente de borrascas que supone el contexto geopolítico. Y a “la restricción del crédito por los tipos altos”, apunta Gita Gopinath, subdirectora gerente del Fondo Monetario.
Pronósticos en sintonía con el aterrizaje suave que ve el gobernador del Banco de Francia, François Villeroy de Galhau, que prefirió ver la botella medio llena de unos tipos de interés que “un año atrás parecía que excedería los niveles actuales sin controlar la presión inflacionista”.
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, por su parte, se limitó a identificar la confrontación geopolítica mundial con “la post-guerra fría”, sin que pareciera alarmarse por los temores del 70% de los 30 economistas jefes que el WEF consultó y que advertían de que 2023 acelerará la fragmentación geoeconómica.
Y, por supuesto, sin hacer mención a la propuesta, previa a la reunión, de más de 250 fortunas de 17 naciones del planeta (que firman apellidos como Disney y Rockefeller, y actores como Simon Pegg o Brian Cox) para que el WEF incluya en sus deliberaciones un impuesto a los ricos para sufragar los déficits y atender las obligaciones de deuda.
2. Un mundo, dos conceptos: liberalismo o socialdemocracia
El pistoletazo de salida en la carrera por la imposición de una ideología económica lo protagonizó el presidente argentino, Javier Milei, con su reprimenda a Davos por “abrir sus puertas al socialismo” y poner a Occidente “en peligro”, en vez de “defender los valores de capitalismo” para acabar con “la pobreza y el colectivismo” y de proclamar la “libertad” como la “única herramienta que tenemos para combatir la injusticia”. Milei se animó sin tapujos a pedir que se erradique “la justicia social”, a la que tildó de “violenta”, porque cobra impuestos de “una manera coactiva”.
La reacción a Milei y a su demagógico discurso recibió cumplida respuesta del presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, que clamó contra el liberalismo y reclamó a las empresas cooperación activa para defender la democracia.
Pero también del jefe del Estado galo, Emmanuel Macron, en un tono moderado que, en ocasiones, resulta irritante y blanqueador, hizo una encendida defensa del intervencionismo de la UE para enfrentarse a la Gran Pandemia y la crisis sanitaria con estímulos presupuestarios y políticas dirigidas a incentivar la tecnología y la sostenibilidad.
3. El combate contra el cambio climático
La amenaza de fenómenos meteorológicos extremos (el riesgo a largo plazo más preocupante) y la desinformación o la profusión de fake news (que lidera la lista de amenazas del actual bienio) se dan la mano en el debate sobre el estado de la sostenibilidad.
El enviado del Clima de EEUU, John Kerry (que dejará la administración Biden presumiblemente para ocuparse de la campaña electoral del presidente demócrata), incidió en que la transición a las emisiones netas cero está llenas de obstáculos.
Entre ellos citó las campañas de noticias falsas y de teorías de la conspiración de movimientos negacionistas o los litigios con empresas y comunidades sociales opuestos a los proyectos verdes. “La única incertidumbre es saber si llegaremos a tiempo para evitar las peores consecuencias del cambio climático”, dijo.
Un asunto que Kerry aprovechó para vincular a la toma de decisiones equivocadas y de efectos imprevisibles en caso de una nueva victoria de Donald Trump en las presidenciales de EEUU de noviembre, cuya administración, recalcó, estaría “dispuesta” a prolongar la dictadura de la vieja economía fósil que siempre ha gobernado los ciclos de negocios desde la Revolución Industrial.
También el exvicepresidente Al Gore dejó su particular advertencia en Davos. Un mensaje hacia la industria fósil y sus correligionarios del mercado, al asegurar que los intentos de perpetuar la dictadura del petróleo, el gas y el carbón, obedece a una “pura codicia” por los beneficios.
Algo que corroboró una de las voces inversoras habituales con mayor dominio de los mercados, la de Ray Dalio, fundador de la gestora de fondos Bridgewater Associates, quien admitió que los retrocesos en inversiones sostenibles obedecen a la reducción de atractivo y al descenso de las tasas de retorno de beneficios de las finanzas verdes.
“Siempre escuchamos lo que deberíamos hacer, pero el hecho es que quienes manejamos el dinero tenemos motivaciones que nos llevan a decidir el tamaño de cada estrategia inversora”, dijo. Según él, desde la escalada de los precios de las materias primas energéticas, las rentabilidades que buscan las firmas inversoras para certificar los beneficios de sus carteras de capital han vuelto paulatinamente a los valores fósiles.
4. Los avances tecnológicos al servicio de las sociedades
La Inteligencia Artificial (IA) y la salud democrática también mostraron sus puntos de fricción. Para Bill Gates, la IA proporcionará a la economía del siglo XXI una palanca de productividad excepcional. Teoría que suscribe Peter Oppenheimer, ex alto directivo de Apple y ahora estratega jefe en Goldman Sachs, al asegurar que la actividad global ha entrado en un súper-ciclo impulsado por la IA y el proceso de innovación tecnológica ligado a la descarbonización.
Pero estos avances pueden dañar irreparablemente los sistemas democráticos, a juicio de Sam Altman, el considerado padre de ChatGPT (el chatbot de IA lanzado en noviembre de 2022) y director ejecutivo de OpenAI, quien hizo alusión al poder que tiene esta herramienta como propagadora de informaciones falsas.
Algo que dijo compartir también Satya Nadella, CEO de Microsoft, quien no descartó que pueda interferir en procesos electorales como el de EEUU. A lo que la vicepresidenta de OpenAI, Anna Makanju, puso una solución factible y eficiente: “Una regulación conjunta entre la administración Biden y la UE”. Porque, según Sam Altman, “el bipartidismo” americano “odia acordar” normas sobre la IA.
Aunque, quizás, el dirigente empresarial más contundente al analizar el peligro de valorar exclusivamente el impulso de productividad que se le presupone a la IA y descuidar las amenazas sobre los valores democráticos fue Nick Clegg.
El que fuera viceprimer ministro liberal durante el gobierno de coalición de David Cameron, que culminó en el Brexit y ahora es responsable de los asuntos globales de Meta, apeló a la urgente necesidad de “priorizar” una regulación de índole mundial, impulsada por Washington, Pekín y Bruselas.
“Debería encabezar las agendas regulatorias” porque, hasta ahora, “cada empresa actúa por su cuenta y riesgo”, y la identificación de los contenidos de IA generativa “es la prueba de mayor urgencia” legislativa para hacer frente a la desinformación.
5. ¿Quién comprende a los mercados?
Ni los propios líderes políticos, empresariales y sociales que se congregan en la estación invernal suiza cada año son capaces de explicar por qué las bolsas castigan con pérdidas de activos la espiral inflacionista, saludan con subidas los encarecimientos del dinero de los bancos centrales y crean nuevas inestabilidades bajistas cuando la presidenta del BCE anuncia posibles rebajas de tipos para el próximo verano.
A pesar de que el economista jefe de la institución monetaria de la Eurozona, Philip Lane, precisara que “recortar el precio del dinero demasiado pronto podría amenazar el progreso de Europa en la lucha contra la inflación”. O de que notas a inversores como la de JP Morgan atisben hasta seis reducciones de tipos de la Reserva Federal este año, hasta dejar los tipos en torno al 3,5%. Un nivel que también vislumbra Goldman Sachs para EEUU, pero con maniobras a la baja más agresivas, en tan solo tres movimientos.
Puede que la respuesta sea esa manida idea de que al otro lado del Atlántico los inversores son menos precavidos y descuentan como hábito inversor las estrategias que lanzan a discreción, cada día, los analistas en busca de consensos.
Pero el problema, en cualquier caso, persistiría. Porque el mundo se ha adentrado en un periodo de “anormalidad” coyuntural, en el que la actividad ha entrado en “nuevas dinámicas”, cargadas de incertidumbres, como lamentó la directora general de la OMC, Ngozi Okonjo-Iweala.
Estas dificultan “el retorno a su estabilidad” —en palabras de Lagarde—, bajo un horizonte, según David Rubenstein, cofundador y copresidente de Carlyle Group, que rebosa éxtasis político en EEUU, a diez meses de las elecciones presidenciales, y cuya “polarización podría acabar con la resiliencia de la mayor economía global a la recesión”.
¿Sería conveniente mantener tipos de interés tan elevados para combatir tanta conflictividad geopolítica, económica y financiera? A buen seguro que no. Pero los mercados tienen un ADN cortoplacista que les impide la visión de largo recorrido.