Una derecha anticapitalista secuestra los valores de la izquierda – Por Francine S. R. Mestrum

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Por Francine S. R. Mestrum*

El panorama ideológico está cambiando tan rápidamente como el geopolítico, aunque no hay pruebas de que ambos desarrollos estén interconectados.

«Los conceptos de ‘derecha’ e ‘izquierda’ se han vuelto irrelevantes». Lo dicen tanto gente de la izquierda como de la derecha. Empezó hace más de veinte años, cuando las fuerzas socialdemócratas comenzaron a adoptar progresivamente las nuevas políticas neoliberales.

Para la izquierda, el mejor ejemplo es el partido francés LFI (La France Insoumise), fundado por Jean-Luc Mélenchon. Ya no habla de derecha e izquierda, sino solo de «el pueblo» y «las élites». Los conflictos de clase quedan atrás.

En cuanto a la derecha conservadora, dice defender «a los que se han quedado atrás», está en contra del comercio abierto y de la inmigración. Un buen ejemplo es el expresidente estadounidense Trump. En general, estas fuerzas de derechas actúan contra todo lo que promueva la «ESG» (Environment, Social and Governance o sea el ambiente, lo social y la gobernanza).

En medio quedan los neoliberales, a favor del comercio abierto, a favor de la inmigración, contra toda forma de discriminación y a favor de la igualdad de oportunidades. El mejor ejemplo en este sentido puede ser el Banco Mundial.

Mientras que la diferencia entre conservadores y neoliberales es ciertamente relevante y demasiado a menudo ignorada por las fuerzas de izquierda, la evolución de la izquierda es más difícil de comprender. Es cierto que su electorado ha ido cambiando. Parte de las clases trabajadoras, partidarias del orden, la seguridad y la estabilidad, votan ahora a partidos de extrema derecha, mientras que la propia izquierda, ya sea socialdemócrata o más radical, atrae a las clases medias con mayor nivel educativo.

Sin duda, esto tiene que ver con los valores culturales que ahora defiende la izquierda, desde la igualdad de género hasta LGBT, desde el antirracismo hasta la lucha contra el cambio climático y, obviamente, «ESG».

Está por verse si estos acontecimientos implican realmente el fin de las ideologías de izquierdas y de derechas, pero es un hecho que el cielo ideológico está algo más nublado de lo que solía presentar la oposición binaria de dos fuerzas.

¿Existe una derecha «anticapitalista»?

Hoy en día, el resurgimiento de lo que se llamó «revolucionarios conservadores», en Francia, o «conservadores anticapitalistas», en Estados Unidos, ayuda a explicar las difusas líneas entre izquierda y derecha. Mientras esta orientación política se ocultó tras la oposición entre liberalismo y neoliberalismo, por un lado, y socialismo y comunismo, por otro, se nos permitió pensar que ya no existía. Pero el socialismo realmente existente fracasó y el neoliberalismo está fracasando. La gente busca alternativas, pero no es fácil encontrarlas. Lo que sí vemos, en varios países de todo el mundo, es el creciente éxito de partidos de extrema derecha que ciertamente no comparten una única ideología, pero que en muchos casos sí comparten algunas características comunes que deberían alertar a todas las fuerzas que trabajan por «otro mundo» en el sentido del movimiento alterglobalista.

Los «anticapitalistas conservadores» de Estados Unidos están excelentemente descritos por Peter Kolozi. Fueron muy activos en la primera mitad del siglo XIX, defendiendo la esclavitud frente al capitalismo, del que se decía que provocaba más explotación, pobreza y decadencia. Estaban convencidos de que la esclavitud era un sistema superior, capaz de mantener el orden, mientras que se decía que el capitalismo socavaba la moralidad y conduciría inevitablemente al colapso social. Sin embargo, su crítica era principalmente cultural, no económica, temían el materialismo y los valores monetarios. Su actitud hacia las «clases más débiles» era muy paternalista.

Este miedo al «materialismo» —y al marxismo— fue compartido por los revolucionarios conservadores franceses, a partir del siglo XIX y más particularmente entre las dos guerras mundiales. El fascismo en Francia no era ni de izquierdas ni de derechas, según el análisis de Zeev Sternhell, de hecho, muchas personas de izquierdas no marxistas se sintieron atraídas por él. Defendían la solidaridad nacional, la regeneración moral y aspiraban a una nueva civilización. La ideología fascista —menos su práctica— quería acabar con las estructuras capitalistas de la economía y de la sociedad. Para ellos, la explotación no era tanto un problema económico como ético y espiritual. Según Sternhell, la derecha solo se vuelve fascista cuando se ve amenazada por los valores izquierdistas y marxistas, cuando siente que puede perder su dominio de las fuerzas sociales.

Esto podría ser lo que está empezando a ocurrir lentamente en la actualidad. Ciertamente no hay amenaza de ninguna revolución de izquierdas, los activistas altermundistas se han replegado dentro de las fronteras nacionales, aunque existe un enorme potencial para la acción disruptiva, a nivel social y medioambiental. Los neoliberales de derechas saben que su sistema está fracasando, que las sociedades y las solidaridades estructurales han sido destruidas. Su única alternativa es, en efecto, volverse más conservadores y buscar el acercamiento a las fuerzas que siempre han existido y defendido las jerarquías sociales, supuestamente «naturales», los valores morales, a favor de las familias y en contra de las mujeres y del colectivo LGBT. Una vez más, su crítica es más cultural que económica y pretende recortar todo tipo de libertades.

Secuestro de los valores de la izquierda

Aquí es en donde, una vez más, se está creando la niebla ideológica. Para hacerse aceptar, esas mismas fuerzas conservadoras se apropian de los valores morales y materiales de la izquierda. Por poner solo dos ejemplos: el partido francés de extrema derecha liderado por Marine Le Pen, Rassemblement National, se centrará en su campaña para las elecciones europeas de 2024 en la ecología. No la ecología «punitiva», sino una ecología del «sentido común». De este modo, hablarán de verdad a las clases trabajadoras rezagadas que no pueden permitirse comprar un coche nuevo necesario para entrar en las «zonas de bajas emisiones» (ZBE). Los conservadores británicos podrían seguir ese mismo camino, sorprendentemente habiendo ganado un escaño en el que los laboristas acaban de introducir una ZBE de este tipo. Uno puede estar seguro de que la «ecología conservadora» no consistirá en decirle a la gente que no debe volar a bajo coste, sino más bien en buscar chivos expiatorios y evitar todas las decisiones difíciles.

Es un hecho que las fuerzas de izquierda-verde han estado insistiendo mucho estos últimos años en todas las políticas ecológicas necesarias y urgentes, pero la mayoría de las veces han olvidado las medidas sociales compensatorias. La consecuencia ha sido un movimiento muy disruptivo como el de los chalecos amarillos en Francia. O pensemos en las acciones muy perturbadoras de los agricultores que protestan contra las nuevas medidas sobre el nitrógeno. Cuando la extrema derecha empiece a hablar de una ecología «de sentido común», mucha gente pensará que eso es efectivamente lo que necesita, cayendo en una trampa muy peligrosa.

El segundo ejemplo es igual de complejo. Demasiada gente en la izquierda cree que la extrema derecha no puede tener políticas sociales, pero si las tiene. La gran diferencia son los valores en los que se basan esas políticas. Su objetivo no será la «justicia social», para ellos un concepto irrelevante, sino valores morales más elevados para los pobres. La pobreza, según la derecha, es responsabilidad de los propios pobres, no trabajan lo suficiente, son adictos al alcohol y las drogas, no valoran lo que toda la gente decente valora, la vida familiar, la estabilidad, un buen trabajo y el ahorro.

Por lo tanto, un «Estado del bienestar» de derechas consistirá en promover los valores familiares tradicionales, en contra del aborto y del colectivo LGBT, a favor de la disciplina. No será redistributivo y la desigualdad solo se contrarrestará empujando a los pobres hacia rentas más altas. Nunca «mirarán hacia arriba» para pedir impuestos y contribuciones a los ricos. Ahora hablan incluso de un «nuevo contrato social» que no se basará en la equidad y la solidaridad, sino en los derechos y sobre todo en los deberes. Reintroducirán silenciosamente las ideas de pobres «merecedores» y «no merecedores», con beneficios para los primeros y sanciones para los segundos.

La «pobreza» siempre ha sido un tema de consenso, todas las fuerzas políticas siempre han estado de acuerdo en la necesidad de combatirla, pero los valores que subyacen a sus políticas siempre han sido muy diferentes para los marxistas, los (neo)liberales y las fuerzas de derechas. Ignorar esto puede conducir a resultados muy tristes, como hemos visto después de que el Banco Mundial hiciera de la «reducción de la pobreza» su prioridad. Este discurso —y la realidad que impulsó— se utilizó como herramienta estratégica para reforzar sus políticas de austeridad con condiciones de desregulación y privatización.

Lo mismo puede ocurrir ahora con un enfoque derechista de la pobreza, centrado, por ejemplo, en las madres a las que hay que ayudar a criar «decentemente» a sus hijos. Los llamados valores «culturales» volverán a ganar a los valores materiales, rechazando la idea de que la pobreza es sobre todo falta de ingresos y de servicios públicos como vivienda, sanidad y educación.

Las fuerzas de izquierda deberían ser conscientes de estos riesgos y reconocer que un Estado del bienestar emancipador requiere otros principios y normas, con el objetivo de prevenir la pobreza más que simplemente «reducirla», abordar la desigualdad con medidas tributarias y proporcionar ingresos y servicios a todos para que todos puedan sobrevivir independientemente de las fuerzas del mercado. Las políticas de justicia social de izquierdas consisten en promover la ciudadanía social.

Todas estas ideas merecen un mayor desarrollo, ya que nos encontramos en un momento de la historia en el que las lecciones del pasado pueden olvidarse fácilmente, en el que las fuerzas de izquierdas, descuidando sus valores más básicos, consienten políticas de empatía y compasión. Los activistas verdes, sobre todo, deberían ser conscientes del riesgo de caer en una especie de ecofascismo, aferrándose a todo lo «natural», olvidando la perfectibilidad del hombre y la naturaleza.

Aunque algunos discursos puedan sonar similares, está claro que «izquierda» y «derecha» siguen siendo conceptos relevantes, que apuntan a valores y, por tanto, políticas muy divergentes. Los pobres merecen ayuda, mientras que las políticas sociales irán necesariamente de la mano de las políticas medioambientales. Definir los valores que uno quiere defender y promover es la tarea más importante y urgente para todas las fuerzas políticas. La democracia significa que la gente puede elegir. Por tanto, estas opciones deben quedar muy claras si se quiere preservar la democracia.

*Doctora en ciencias sociales (Université Libre de Bruxelles). Trabajó para las instituciones europeas y varias universidades en Bélgica.

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