El sentido de la vida – Por Nieves y Miro Fuenzalida
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
Por Nieves y Miro Fuenzalida*
¿Tiene algún sentido buscar el sentido de la vida? Es curioso que todos los humanos reflexionemos sobre esta cuestión. Algunos, por razones históricas, se ven impulsados a considerarlo como si les fuera la vida en ello y para otros, en cambio, ésta es una cuestión meramente marginal y sin gran importancia o ninguna… meramente una seudo-pregunta.
Para todas las criaturas que pueblan este fantástico planeta la vida como tal no es problemática, en sentido metafísico, en lo más mínimo, a excepción de los humanos que nos planteamos preguntas y dilemas, sentimos ansiedad y náusea y, para tapar el vacío, nos llenamos de esperanzas y fantasías, mientras vivimos en la perpetua sombra de la muerte. Al parecer, meditar en nuestra existencia es parte de nuestro ser en el mundo.
Desde tiempos remotos la alegoría ha sido la forma más común de interpretar el mundo. Según ella, las cosas no estampan su significado en sus cuerpos o rostros, sino que debe ser inferido desde un texto subyacente, por lo general religioso o moral. Los objetos hay que leerlos semioticamente, como apuntando más allá de ellos al texto divino que es el universo. Para los teólogos la respuesta es Dios, el Creador del universo, la razón de que hay algo en lugar de nada. Y los mitos y las ilusiones servían para ver, comprender y darnos un lugar en el mundo, cosa que hoy los consideramos como errores que hay que disipar. Desde otra perspectiva, sin embargo, también uno podría verlos como ilusiones productivas que permitieron proteger a la especie por miles de años de la inquietante sospecha de nuestra época de que la existencia es un mero producto del azar.
Lo que distingue al modernismo es la creencia de que la existencia del animal humano es contingente, que no tiene base, meta, dirección o necesidad y que fácilmente podría no haber surgido en este planeta. Somos vagamente conscientes de que el suelo es movedizo y que no hay fundamento para lo que hacemos o somos. Durante las primeras décadas del siglo XX esta cultura, con toda su ansiedad ontológica, produjo parte del arte literario más eminente que el Occidente haya presenciado, desafiando todos los valores, creencias e instituciones tradicionales conocidas hasta ese momento, incluyendo el destino mismo de la humanidad.
Si el pensamiento del siglo XX reflexionó sobre estas cuestiones más que ninguna otra puede ser porque en Europa la guerra y los campos de concentración consumían innecesariamente vidas humanas por millones. O, tal vez, como comenta el crítico literario Terry Eagleton, la vida parece absurda frente al sentido que solía tener. La típica obra modernista, dice, sigue obsesionada por el recuerdo de un universo ordenado frente al eclipse del significado que vemos en las obras de Kafka, Becket, Camus, Sartre o Joyce, entre muchas otras, donde la tensión entre la necesidad del significado y su persistente elusividad las convierten en obras genuinamente trágicas.
No sería arriesgado decir que en el trasfondo es posible vislumbrar la silueta del “infame” Schopenhauer. Hay algo ridículo sobre esta raza pomposamente engreída, convencida de su propio valor supremo, persiguiendo algo edificante que instantáneamente se convertirá en cenizas. No hay objetivo grandioso para este sonido y furia sin sentido, sólo gratificación momentánea, placer fugaz, largo sufrimiento y lucha constante por saecula saeculorum. Nadie tiene la más remota idea de porqué toda esta tragicomedia existe. El mundo es simplemente un anhelo fútil, un drama grotescamente malo, un anfiteatro en donde las vidas tratan de aplastarse mutuamente.
Si a las culturas antiguas no les molestaba tanto el significado de la vida como a Nietzsche o Camus, por ejemplo, lo mismo pareciera ser cierto para los posmodernistas, con su escepticismo de las grandes narrativas y su desencanto con la metafísica. Ellos prefieren viajar ligeros de equipaje. Tienen creencias, por supuesto, pero no fe. Incluso el término “significado”, como en En busca del sentido de la vida: 3 «pistas» marketeras para dar con su paradero – Marketing DirectoDeleuze, es sospechoso. La suposición de que una cosa puede representar o sustituir a otra esta fuera de moda. Las cosas son simplemente ellas mismas, en lugar de signos enigmáticos de otra cosa. Significado e interpretación implican mensajes ocultos, profundidades bajo superficies, algo que huele a metafísicas antiguas.
Sólo rompiendo con estas nociones, con la quimera del sentido de los significados, podemos ser libres para ser nosotros mismos. No hay tal cosa como humanidad para ser contemplada. Hay simplemente diferencias, culturas específicas, situaciones locales. Su contrapartida ha sido el surgimiento del reaccionario fundamentalismo religioso o la cháchara del New Age. El significado de la vida, dice Eagleton, ahora pasa al campo de los gurús y expertos espirituales, los tecnólogos de la satisfacción canalizada, los quiroprácticos de la psique. Y para el resto, una de las ramas más populares e influyentes es indudablemente la industria del deporte que se sigue con fe religiosa, parte de la soberanía nacional e identidad étnica que conllevan lealtad y rivalidades tribales, rituales simbólicos, leyendas, batallas épicas y satisfacción intelectual que llenan las vidas que de otra manera estarían vacías.
Y para otro cierto número de mujeres y hombres, en cambio, la vida es simplemente un fenómeno evolutivo accidental que no tiene significado intrínseco. Si la vida tiene algún sentido no es porque tiene una narrativa escrita para nosotros por una abstracción conocida como Dios, Naturaleza o Vida, sino algo que invertimos en ella. El hecho que no haya un sentido dado, prêt-à-porter, nos abre el camino para moldearnos a nosotros mismos en alguna forma “exquisitamente única”. Vivir con fe, cualquier fe, en el modelo que seguimos es infundir a la propia existencia con un significado. Desde esta perspectiva, el sentido de la vida aparece como una cuestión de estilo y construcción, más que de contenido. Ahora es el individuo la única fuente de significado y valor en un mundo que carece de ellos.
Pero, éta es la cosa… un significado puesto allí por Dios o uno conjurado por nosotros mismos no son, en realidad, las únicas dos posibilidades. Si le vamos a dar un cierto significado a la vida no puede ser lo que caprichosamente proyectamos sobre ella. Seguramente la vida misma, como dice Eagleton, debe tener algo que decir en todo esto. Puede que la distinción entre inherente y atribuido sea útil para algunos propósitos, pero para otros es tiempo de desmantelarla. El sentido, por cierto, es algo que nosotros hacemos. Pero lo hacemos en diálogo con un determinado mundo cuyas leyes no inventamos, y si el significado pretende ser válido, debe respetar la textura del mundo.
Los marxistas, por ejemplo, creen que la vida humana, o más bien la historia, tiene un significado en el sentido en que despliega un patrón, aunque no uno introducido por un Ser Supremo. En verdad, si no hubieran patrones significativos, áreas enteras de las humanidades como la sociología y la antropología, se detendrían. Es posible creer que hay una narrativa significativa incrustada en la realidad, sin tener que recurrir a una fuente trascendente.
El cosmos puede que no haya sido diseñado conscientemente y ciertamente no intenta decirnos nada, pero eso no significa que sea caótico. Muy por el contrario, sus leyes subyacentes rebelan una belleza, simetría y economía que sorprende a los científicos. Aquí no estaría mal recordar a Kant cuando hablaba de “intencionalidad sin objetivo”. El cuerpo humano, por ejemplo, no tiene un propósito. Sin embargo, uno puede hablar del significado de sus diversas partes en términos del lugar que ocupan dentro del todo. Y estos no son significados que nosotros decidamos. Un proceso, igualmente, puede parecer accidental en el momento que ocurre, pero retrospectivamente cae en un patrón significativo. Accidental no significa ininteligible. Los accidentes no son eventos completamente extraños, sino consecuencias de causas específicas. Es sólo que estas consecuencias no fueron previstas por los involucrados.
Es así como Hegel ve la historia. A primera vista puede aparecer sin sentido, pero cuando miramos hacia atrás nos llenamos de asombro por lo que ha creado y todo adquiere sentido. Incluso los errores garrafales y los callejones sin salida contribuyen después de todo a este gran diseño en donde el Espíritu retorna a sí mismo. Y todos los que defienden una teoría optimista de la historia igualmente leen la narrativa humana como el constante despliegue de libertad, iluminación y progreso.
Y hasta en el mismo sombrío Schopenhauer podemos encontrar un cierto patrón universal, aunque no nos guste. Toda la realidad y no sólo la humana, dice, es el producto de la Voluntad, una fuerza voraz e implacable, una especie de intencionalidad que genera todo lo que hay y, al hacerlo, se reproduce a sí misma sin ningún otro propósito. Hay, entonces, una esencia o dinámica central en la vida, pero una que da lugar a estragos, caos y miseria en perpetuidad. Debido a que la Voluntad es puramente autodeterminante, tiene su fin completamente en sí misma, lo que significa que simplemente nos usa a nosotros y a toda el resto de la Creación para sus propios fines y propósitos inescrutables.
Podemos caer en la ilusión de que nuestras vidas tienen valor y significado. La verdad, sin embargo, es que existimos como instrumentos indefensos de la fuerza ciega de la Voluntad, que nos engaña haciéndonos creer que nuestras vidas tienen sentido, que sus propios apetitos son también los nuestros. Y la consciencia que fabrica mitos y fábulas existe para encubrir la completa inutilidad de nuestra existencia que, de lo contrario, ante el panorama de carnicería y esterilidad conocida como historia humana, seguramente nos destruiría.
Schopenhauer, como nota Eagleton, forma parte de una larga cadena de pensadores para quienes la falsa conciencia, lejos de ser una niebla que necesitamos disipar, es absolutamente integral a nuestra existencia. Freud, por ejemplo, rebautiza la Voluntad como Deseo y, al igual que Schopenhauer, ve a la fantasía, la misma percepción y la represión de lo real como constitutivas del yo.
Por supuesto que también podemos contar una historia diferente, pero lo que cuenta Schopenhauer no es tan fácil de desechar completamente. A diferencia de todo otro pensador, él nos confronta brutalmente con lo que seguramente siempre hemos sospechado. En su conjunto es difícil negar que la historia humana ha sido la historia de la escasez, la miseria y la explotación más que una fábula de solidaridad e ilustración. Si Schopenhauer es infame, es porque nos obliga a enfrentar su desafío con algo más que argumentos anodinos de consolación.
*Profesores de Filosofia chilenos graduados en la Universidad de Chile. Residen en Ottawa, Canadá, desde el 1975. Nieves estuvo 12 meses preso en uno de los campos de concentración durante la dictadura de Augusto Pinochet. Han publicado seis libros de ensayos y poesía. Colaboran con surysur.net y el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).